Hace 4 años planeé mi futura tesis doctoral. Aún no la he empezado pero todo se andará (nunca mejor dicho)
Estoy pensando hacer ahora una tesis doctoral sobre las rutas del colesterol
en la isla. Incluso ya tengo diseñado el plan de trabajo y las líneas maestras
de la investigación.
En primer lugar, voy a hacer un estudio de los orígenes. ¿En qué momento de
los últimos 40 años los paseos tranquilos, sosegados y vestidos de domingo de
mis tiempos mozos se transformaron en una carrera contrarreloj? ¿En qué año los
ayuntamientos, a falta de parques, decidieron crear aceras anchas en las
carreteras para permitir este deporte nacional? ¿Quién fue y qué motivos sádicos
tuvo el primer médico que prescribió semejante tortura? Porque ahora todos te la
recetan. Yo creo que hasta los dentistas, curándose en salud, también lo mandan:
“Ah, y camine rapidito 1 hora diaria, nada de paseos ¿eh?”.
En segundo lugar, haré la descripción física, el descubrimiento de las
principales rutas del colesterol propiamente dichas en los distintos municipios.
Es obvio que Santa Cruz, con la avenida de Anaga, y La Laguna, con el Camino
Largo y el Camino de las Peras, lo tienen fácil, igual que los pueblos de la
costa. Pero ¿y los otros, encaramados en las laderas de las montañas, esos
pueblos en que, nada más ver las calles empinadas, ya uno desiste de visitar al
pariente que vive en lo más alto? Estos sí que lo tienen crudo. Pero yo voy a
hacer un exhaustivo estudio de sus posibilidades para proponer lugares idóneos a
los futuros alcaldes.
En este apartado incluso tengo ya hecho un descubrimiento inédito. Hace poco
fuimos mi marido y yo a ver si encontrábamos por la parte baja de Chío un
terreno que había sido de su abuelo, perdido donde Cristo dio las tres voces y
sin acceso visible. Asomados a una loma, ya nos veíamos triscando por el
malpaís, cuando se nos acercó un lugareño que amablemente nos mostró una manera
de acceder al terreno y se prestó a acompañarnos. Caminamos 2 o 3 kilómetros por
una atarjea seca, de un metro y medio de ancho, cubierta de losas, por la cual
nos dijo que su mujer y él solían caminar por las tardes. Enseguida aventuré
para mis adentros la hipótesis de que esa atarjea era realmente la ruta del
colesterol de esos andurriales. Y la hipótesis quedó plenamente confirmada
cuando nos cruzamos en plena atarjea con dos extranjeros con sus perros haciendo
footing. Hice la foto que ven y ya apunté este descubrimiento en mi cuaderno de campo.
En tercer lugar, analizaré la parte humana. Aquí se puede hacer una
clasificación de todo el personal que pulula por dichas rutas: los del footing
que van solos, los que van acompañados, los que van con el perro, los que
caminan como si Lucifer los persiguiera para comprarles el alma, los que llevan
el pinganillo en la oreja (se puede investigar incluso, por la expresión y el
ritmito, qué emisora van oyendo), las señoras que van en grupo de tres o más,
alegando de sus cosas y de las de los demás, las que van con el marido, detrás o
delante, a ver quién llega primero… y algunos más que ya iré descubriendo .
Incluso al final me voy a permitir dejar alguna pregunta al aire para futuras
elucubraciones. Por ejemplo, ¿qué dirían nuestros abuelos y abuelas, hombres y
mujeres de caminar pausado y de paseo a la salida de misa dando vueltas en la
plaza, si levantaran la cabeza y nos vieran a los abuelos y abuelas de ahora,
jadeantes, colorados y sudorosos, con chándal, tenis y gorra de visera, meneando
el esqueleto a ritmo desenfrenado por esos caminos?
Una vez vi (no leí) una tesis doctoral de 500 y pico páginas que se llamaba
algo así como “Uso, descripción y análisis del artículo neutro ‘lo’”. Si alguien
escribe 500 páginas sobre el “lo”, ¿por qué no voy a escribir yo otras tantas
páginas sobre este tema, mucho más apasionante y cercano que el “lo”?.
Seguro que me dan sobresaliente cum laude