Me la
contó Francisco, al que conocí en mis veranos adolescentes en Los Sauces. Entonces él era un niño de 7 años, espigado y de grandes ojos oscuros, que
parecía estar en todas partes a la vez. Cómo casi 50 años después nos conocimos
y nos re-conocimos en aguas de La
Graciosa forma parte de otra historia.
lunes, 25 de febrero de 2013
lunes, 18 de febrero de 2013
Oh, l'amour, l'amour...
Esto de
que febrero sea el mes de los enamorados y de que, por todas partes, veamos
anuncios de corazoncitos y lemas como que “el amor está en el aire” en la
publicidad de una agencia de viajes, hace que la cosa vaya calando entre todos.
Hasta en la clase de mi nieto, de 7 años, han hecho un concurso de
declaraciones de amor que el muy camelador ganó con unos versos que dicen: “Yo soy un barquito en medio del mar y tú
eres la estrella que me va a guiar”. Así que ahora, qué remedio, me veo yo
hoy escribiendo sobre el Amor, eso que dicen que mueve el mundo.
lunes, 11 de febrero de 2013
Los cochitos locos
La primera vez que me subí a los cochitos
locos (para los de fuera, autos de choque)
tendría unos 10 años y fui como copiloto de mi prima Mª Elena. Yo
admiraba y envidiaba con toda mi alma a mi prima Mª Elena que, un año mayor que
yo, se desenvolvía en la pista con la soltura de un Fittipaldi, esquivando a un
cochito por aquí y embistiendo a otro por allá. Pero, sin embargo, mi prima Mª Elena, de mayor, nunca aprendió a
conducir. Y ahí descubrí que conducir un cochito loco no implica saber
conducir.
lunes, 4 de febrero de 2013
Si a tu ventana llega una paloma...
Mi amigo Álvaro es de esa casta de hombres de
la que han salido los Edison, los Benjamín Franklin y todos los demás
inventores que en el mundo han sido. Álvaro, además, pinta –el cuadro de la
foto es de él-, esculpe, hace coplas… Pero también resuelve complicados juegos
matemáticos e inventa artilugios con los que, por ejemplo, medir amaneceres y
atardeceres. Y ama a los animales. Por su huerta lagunera han pasado pavos
reales, patos, hermosas palomas colipavas con ojos brillantes y colas
orgullosamente desplegadas como abanicos de doncella; y también mensajeras, que
él no quiere para verlas participar en concursos, sino que las tiene por el
placer de cuidarlas, cruzarlas y verlas volar desde distancias cortas de
regreso al palomar. Álvaro es un espíritu curioso que mira el mundo de otra
manera.
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