lunes, 13 de enero de 2025

Las freganchinas al poder



En una entrevista que le hicieron a mi hija le preguntaron que qué le pediría a una Inteligencia Artificial y ella contestó que le limpiara la casa. No imagino mejor respuesta y, si encima hace croquetas, mejor todavía. Las labores de la casa son como aquella piedra enorme que Sísifo, castigado por los dioses, tenía que subir cada día a una gran montaña y cuando ya creía que la había dejado toda bien colocadita en lo alto, patapún, la piedra empezaba a rodar ladera abajo... y vuelta a empezar al día siguiente. Pues en la casa igual: barres, limpias el polvo, friegas, ordenas, lavas, planchas...,  y cuando ya te parece que está todo como los chorros del oro, hay que volver a empezar cada día ¡Señoooor! ¿Qué hemos hecho (sobre todo las mujeres) para merecer esto?

Y mira que hasta el propio Marx habló de los trabajos estresantes y asquerosos que nadie quiere hacer, confiando en que llegaría un día en que las máquinas harían toda esa labor y los humanos podrían dedicarse al ocio y a trabajar en aquello que les gustara y los llenara. Pero naranjas de la China. Claro que él pensaba en el proletariado, y no paró mientes en el fregoteo de las casas, una actividad más penosa y encima sin sueldo. Habría que decirle a Marx que, mientras las mujeres (que son la mitad de la humanidad) no se pongan en pie de guerra, me da que no se va a llegar al paraíso comunista que él predicaba.

Estoy muy sensible con el tema porque, por causas que no vienen a cuento, llevo casi dos meses sin la persona que me ayuda en la casa. Y cada vez que estoy barriendo debajo de las camas, me acuerdo de un cuento, de los que oía en la radio de pequeña, que hablaba de un príncipe que iba buscando esposa por todo el reino y a todas las doncellas les decía que su caballo solo se alimentaba del polvo que se acumulaba debajo de las camas (tamo creo que se llama) y todas le contestaban que ellas tenían un montón. Solo cuando encontró a una que tenía el suelo limpio como una patena, detuvo su búsqueda y se casó con la buenita hacendosa. Pero yo entiendo a las demás, venga a barrer y barrer todo el día no puede ser sano, ni por 10 príncipes que se haga. ¿Y de dónde sale además todo ese polvo? ¡Y la plancha, por Dios, cómo la odio!

Cuando yo era jovencita (unos 13 o 14 años) me gustó un chico de 17 que me prometió el oro y el moro: me dijo que, si seguía con él, yo no tendría que preocuparme por nada, que tendría a mi disposición todo el servicio que quisiera y no tendría que mover un dedo trabajando en la casa. Ay, aquel chico sí que sabía. Nada de amor eterno y zarandajas de esas, sino el sueño de toda mujer: olvidarse de la escoba, el trapo y la fregona. Lo que pasa es que, cuando una es jovencita, es boba y no sabe y no valora ese ofrecimiento como se merece. Si hubiera sido tan sabia como soy ahora, no lo hubiera dejado escapar.

Así que mujeres del mundo que día tras día barren, friegan y planchan ¡UNÍOS! No más agacharse ni subirse a escaleras a limpiar telarañas, no más sudores en los fogones, cuando se puede estar tumbada tan ricamente leyendo un libro ¡Las freganchinas al poder!

lunes, 6 de enero de 2025

Ser de pueblo


Que sí, que nací en una ciudad que ahora es patrimonio de la humanidad, que viví durante años en la capital de mi provincia, que disfruté 4 años de la polución y la algarabía madrileñas, pero qué quieren... Después de 44 años viviendo aquí, ¡soy de pueblo!

Soy de pueblo porque prefiero comprar, antes que en grandes superficies, en la frutería de aquí, donde sé que habrá verduras y frutas cultivadas cerquita y no en sitios lejanos; porque saludo a todo el mundo, los conozca o no; porque me conocen por mi nombre en la farmacia, en la gasolinera donde cada día compro el periódico, en la carnicería donde he encargado estos días las comidas de las navidades; en el bar donde, nada más verme, saben que tomo un café bombón y un rosquete; en la floristería donde este mes compré las flores de pascua y me dan sabios consejos para que me duren.

Soy de pueblo porque aquí hago mi vida: aquí voy a pilates, al médico, a la peluquería, a la panadería donde he encargado los roscones de reyes, a la librería en la que esta semana compré los libros que voy a regalar a nietos y sobrinos. Soy de pueblo porque prefiero el silencio al ruido.

En mi pueblo no hay estatuas de próceres y gente rimbombante, pero se le ha hecho una estatua a Antoñito el cartero, que durante mucho tiempo se pateó las calles llevando noticias a las gentes. No hay que poner instancias para hablar con la alcaldesa si tienes un problema, sino que se lo puedes contar si te la encuentras por la calle. No hay grandes superficies, pero hay un mercadillo los sábados y domingos que tiene su encanto y donde ahora en Navidad hubo degustación de chocolate a la taza y jornadas gastro-navideñas. No hay grandes conciertos pero sí fuimos en diciembre a actuaciones de villancicos en la Plaza y hay encuentros de corales en la Iglesia y obras y galas en el Teatro y, por supuesto, Cabalgata de los Reyes Magos con auto sacramental al final. No hay sitios de lujo para comer pero sí tascas, guachinches y restaurantes para dar y regalar. No nos falta de nada, la verdad.

Aquí te puede pasar, como le pasó a mi marido el otro día, que, dando un paseo, un señor salga de una casa y, aunque no te conozca, pegue la hebra contigo y termine acompañándote toda la caminata. Que un desconocido esté parado al lado de un huerto y te llame para que veas que hay un montón de mariposas monarca volando sobre las coles. Que si vas a casa de un amigo, no es raro que salgas con una plantita de una suculenta que tiene sembrada en el jardincito delantero; o, si tiene huerta, con una bolsa con los últimos resultados de la cosecha o con un bote de mermelada de las últimas ciruelas del verano. Hace poco me encontré con Ana, una majorera que ha acabado viviendo aquí, y me dijo que se le quedó abierto el coche un par de días en la calle y que los vecinos no pararon hasta encontrar de quién era el coche y decírselo. "Eso es hacer pueblo", me decía admirada.

Mi pueblo tiene preciosos rincones y casas de poca altura. Es un pueblo con historia y tiene un barranco a su vera donde vivieron los guanches, atraídos por su clima y su fertilidad. No es pequeño (tiene 11.000 y pico habitantes), pero qué quieren que les diga, está hecho a mi medida.


Estatua de Antoñito el cartero


lunes, 30 de diciembre de 2024

Lapsus, balance y buenos deseos


Jejejeje, me dan ganas de empezar este post con esa risa de bruja y diciendo: "¿Se creían que me iban a perder de vista? ¡Pues aquí estoy otra vez dispuesta a seguir dando la lata hasta que el cuerpo aguante!". Y es que las razones por las que he estado desde el 11 de diciembre sin pasarme por aquí son perfectamente respetables e independientes de mi voluntad. A algunos que me han preguntado ya se las he dicho: después de un fructífero, largo y feliz contubernio, mi ordenador me dejó plantada con un rotundo y definitivo "hasta aquí hemos llegado". En buena época lo hizo porque ahí estaban el viernes negro y Papá Noel, haciendo realidad eso de que "a rey muerto, rey puesto". Así que ya tengo un flamante ordenador con el que por ahora mantengo un romance iniciático de esos de "santito, dónde te pondré".

Lo estreno con este post en vísperas de nochevieja en que siempre se espera un balance del año anterior y un objetivo hacia delante, con la eterna pregunta de qué nos deparará el 2025. Un ojo entusiasta y otro amedrentado, que decía Rosa Montero.

Decido que la mirada hacia atrás se centre en los libros que he leído este año: me han dejado historias alucinantes, sueños posibles e imposibles, embrollos fantásticos, datos interesantes hasta ese momento desconocidos y, sobre todo, momentos felices... Todo lo que la literatura puede hacer por nosotros. No recomiendo ninguno porque creo que cada uno elige el libro que más se adapta a su ánimo en ese momento y que cada libro nos escoge también. Pero sí les comento.

He leído 133 libros en este año. De ellos llevo un registro con el tema y una nota final: Muy bien, Bien, Bien pero, Entretenido y Pssss. Los malos no los leo. Entre los que me han gustado mucho hay policiacos como El nudo Windsor de Sophia Bennet, Amores que matan de Elia Barceló o El último crimen de la escritora Emilia Ward de Claire Douglas; hay románticos, como El amor ha muerto de Ashley Poston, Lecciones de química de Bonnie Garmus, Quedará el amor de Alice Kellen o Nuestro último verano en la isla de Abril Camino; de libros y librerías, un género que me encanta, les puse "Muy bien" a El club de lectura del refugio antiaéreo de Anne Lyons, El eco de los libros antiguos de Barbara Davis, Cervantes para cabras, Marx para ovejas de Pablo Santiago Chiquero, Amor a pie de página de Eva Alton o La librería de los recuerdos perdidos de Susan Wiggs; y dos novelas que recuerdan a Jane Austen: La otra hermana Bennet de Janice Harding y ¿Qué haría Jane Austen? de Linda Corbett; de fantasía me pareció con encanto La sociedad secreta de brujas rebeldes de Sangu Mandanna; también una road movie , Los límites de nuestro infinito de Marc Levy, y dos audiolibros: El gran timo de las hadas de Félix J. Palma y La casa sobre el mar más azul de TJ Klune; para relecturas elegí novelas divertidas de mis autores preferidos, P.G.Wodehouse, David Safier y Sophie Kinsella; y un libro de no ficción, Tinta invisible de Javier Peña, que lleva de subtítulo Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias. Me gustaron mucho también Azul salado de Marta Simonet, La novia del viento de Brenna Watson y La vida después de Marta Rivera de la Cruz.

Esos libros me han hecho feliz en 2024. Para el próximo año espero nuevas lecturas y otros mundos por descubrir. Ojalá consigas lo mismo y, como dicen los versos del poeta canario José Miguel Junco Ezquerra, y que "al convite se sume con su canto un jilguero y el dolor te sea leve y la paz sea contigo".

Feliz año.

lunes, 9 de diciembre de 2024

A Belén, pastores


Esta semana he terminado el árbol de Navidad y el nacimiento, que no se diga que me coge el toro. Y después de terminar, derrengada de subir y bajar escaleras para poner las bolas y de recrear en lo imposible el pueblo de Belén, me quedé sentada en el sillón contemplando mi obra  (y mandándosela por wasap a familiares y a amigos, qué menos). Entonces me puse a pensar en Belén, un pueblo (supongo que ya una ciudad hecha y derecha) en el 5º pino, que casi nadie conoce pero de la que todo el mundo ha oído hablar. Y no solo hablar, sino que reproducimos en nuestras casas con una increíble falta de precisión.

Dicen que fue San Francisco de Asís el primero que reprodujo en una cueva italiana, con asno y buey incluidos, el portal de Belén allá por el siglo XIII. Pero después la gente se entusiasmó con el tema, los ricos empezaron a inventarse un belén con personajes elegantes (no hay más que ver los belenes napolitanos del siglo XVIII) y los pobres, culo veo culo quiero, también se afanaron con entusiasmo a hacer el suyo. 

Y ¡cómo nos gustaban los nacimientos a los niños! A los de mi generación nos llevaban a ver el que hacían en San Juan de Dios y todos coincidimos cuando hablamos de él en que sobre todo nos asombraba el momento mágico en que se ponía el sol poco a poco y se encendían las ventanas de las casitas. No me extraña la fascinación que se nos ha quedado por los belenes. Yo tengo unos 10 pequeños repartidos por la casa estos días (En la imagen uno de ellos, con bandeja marroquí detrás dándole un brillor y pastorcitos peruanos a los lados). Pero eso no es nada comparado con la mujer de un amigo mío que llegó a coleccionar 450 belenes, a cual más bonito. Empezó con dos mejicanos que le regalaron y ahí se le despertó el gusanillo que le llevó a buscar por todo el mundo. Llegó a escribir a dos embajadores de dos países de los que no tenía ningún ejemplar y uno de ellos le envió uno. Ha hecho exposiciones con éxito con el rótulo de "Belenes del mundo", pero ahora están en cajas guardados, sin nadie que los disfrute. ¿Para cuándo un Museo de la Navidad que reúna semejantes tesoros?

Muchos, antes que con el árbol de Navidad, hemos crecido con el nacimiento. Y mi madre, que era una novelera para estas cosas, primero nos llevaba al monte de Las Mercedes a coger musgo y después nos animaba a hacerlo entre todos y nos dejaba jugar con las figuras, acercándolas o alejándolas del portal, poniendo a hablar a unas con otras o llevándolas hasta una casa que había más allá del puente que cruzaba un río hecho de platina.

Así que ahora todos los de mi familia, seamos creyentes o no, hacemos el nacimiento todos los años, igual que compramos lotería de Navidad aunque estemos seguros de que nunca tocará. Lo hacemos por tradición, en recuerdo de aquellos años felices. Mi nacimiento, además, es muy sui generis, para andar por casa, nada que ver con los lujosos. El suelo es de agujas de abeto secas, de los árboles de años anteriores, y el techo del Portal es de hojitas de romero. Otra cosa no, pero bien perfumado sí que está. Y es muy cosmopolita. Están los personajes de siempre: la que lava la ropa en el lago (un espejo venido a más), el cagoncete escondido en una cueva, los pastores... Pero también está David el Gnomo con dos amigos, una figurita peruana tocando el sikus, una parejita de magos canarios dándose un beso, dos ovejas también muy cariñosas, una rana verde tomando el sol sobre la torre del Castillo de Herodes... Los Reyes Magos están en sus camellos sobre la repisa de la chimenea y solo bajan y se van acercando al Portal después de Navidad.

Hay muchas formas de vivir la Navidad. Los hay que quieren que pase rápido y están los que disfrutamos con ella, como si un poco del placer infantil permaneciera con nosotros. Pero si en algo estamos de acuerdo es en que es la fiesta más universal de todas y que incorpora mitos de todo el mundo, desde el Papá Noel del anuncio de la Coca-Cola de los años treinta hasta el árbol de Navidad, Dickens y sus fantasmas o la bruja que reparte regalos en Italia. Y, por supuesto el nacimiento que, aunque no se sepa a ciencia cierta que Jesús nació en invierno ni siquiera si fue en Belén, ni si hubo allí de verdad ángeles, pastores, mula y buey o Reyes Magos, lo asumimos como verdad incuestionable y lo celebramos y cantamos en todas las lenguas: "A Belén, pastores; a Belén, chiquitos, que ha nacido el rey de los angelitos...".

lunes, 2 de diciembre de 2024

Gomeros en Nueva York



¿Conocen esa canción que empieza diciendo: "Me gusta el olor que tiene la mañana, me gusta el primer traguito de cafééé..." y que el estribillo canta: "¡Ay, qué bonita es esta vidaaaa...!"? Bueno, pues si esta vida es bonita, lo tengo comprobado, lo es gracias a dos factores superimportantes: lo repetido y lo inesperado. Si se fijan en el día a día, los dos elementos se entremezclan para hacernos la existencia un poco más segura y más emocionante.

Lo repetido lo vemos en ese olor que tiene la mañana cada día y que nos hace respirar hondo cuando entran los primeros rayos de sol por la ventana; en el desayuno que es igual todos los días de Dios ¿Qué diríamos si cada día comiéramos, por ejemplo, lentejas al mediodía: "¿¿¿Otra vez lentejas???" Y sin embargo repetimos desayuno (yo un té verde, una tostada de pan integral con queso y un jugo de naranja), incluso cuando salimos de viaje y tenemos en el Hotel un bufé de exquisiteces a nuestra disposición. Y repetimos rituales, ahora el de Navidad. Yo ya estoy montando el árbol y el nacimiento, comprando turrones y lotería del 22, haciendo un calendario de adviento para mi marido y para mí, aunque los niños ya no estén y yendo a comidas de Navidad con amigos. Igualito que los años anteriores.

Lo inesperado surge ¿cuándo? Cuando menos te lo esperas, naturalmente. Que de repente te llame una amiga un viernes en que no sales y te ofrezca ir a oír a un grupo que toca música de los Beatles en Bajamar mientras te tomas un gin-tonic. O que tu hija gane un premio a la escritora más emprendedora y te veas orgullosa, cual madre de la Pantoja. O que ella te traiga de Londres y mi nieto de Laponia, bolitas de Navidad (en las imágenes)...

Me cuenta mi amiga Tamara que una vez en Nueva York cogió un taxi y cuando habló en español con la amiga que la acompañaba, el taxista se viró un poco y les preguntó: "¿De dónde son ustedes?". "De Canarias", contestaron. Y el taxista, con alegría desbordante, dijo: "¡¡¡Yo soy gomero!!!". Se puso tan contento que hasta las invitó a comer y todo, cosa que ellas declinaron porque se iban al día siguiente. También me contó que otra vez, al llegar a Nueva York, la policía de aduanas parece que encontró sospechosa la bolsa de gofio de "La Molineta" de La Laguna que ella le llevaba a su hermano y se la confiscó (¿pensarían que era marihuana de gofio?).Pero pronto se consoló porque luego fue a Broadway y debajo de un puente hay un mercadillo y se encontró ¿saben qué? ¡A un gomero que vende productos canarios: gofio, mojo picón y de cilantro, quesos de todas las islas...!

Eso es lo que hace chispeante la vida. Lo repetido te da seguridad, comodidad, confianza y esperanza en el futuro. Te ancla a la vida, como ese primer traguito de café de todas las mañanas. Pero lo inesperado nos muestra el lado mágico, nos hace reír y llorar, nos sorprende y nos remueve como a niños en noches de reyes. Así que hoy, que empieza diciembre, un mes impredecible, les deseo que abran la mente para repetir rituales, sí, pero también para encontrar "gomeros en Nueva York".

lunes, 25 de noviembre de 2024

Algún día hablaré de mi abuelo


Mi abuelo (a la derecha) tomándose unos vinos en La Laguna

Algún día hablaré largo y tendido de mi abuelo Gabriel Duque Díaz. Fue un hombre interesantísimo, fundador y director de dos periódicos, uno en La Palma y otro en Cuba, poeta, carpintero, constructor de edificios y carreteras, buen delineante... Pero hoy voy a hablar de otra faceta de él, la de padre de familia numerosa (tuvo 7 hijos), gracias a un hallazgo inesperado que mi primo Pepe encontró entre los papeles de su padre: unas cuartillas de mi padre contándole a su hermano los recuerdos de su infancia. Su voz llega hasta mí a través de los años. Él y su padre son los protagonistas hoy:

"De mis recuerdos de familia, vamos a ver. Vivíamos en el primer piso de la Calle Alta frente a la Alameda de Los Sauces, en la esquina izquierda de la calle mirando hacia arriba. Me veo jugando con mi hermano Gabriel y mi hermana Lolita en unas acequias que conducían agua y que pasaban junto a la ferretería que mi padre tenía en la planta baja. Tendría yo unos 3 años más o menos, porque un poco más tarde Lolita enfermó y el Señor se la llevó. Sería por el año 1925. Mi padre trabajaba con mi abuelo Atilio en la carpintería instalada en La Lama, en la cual instalaron la maquinaria para la producción de energía eléctrica para dar luz al pueblo de Los Sauces que carecía de ella, y recuerdo que se inauguró con pleno éxito el 1 de enero de 1925, fecha que para siempre quedó grabada en mi mente.  Posteriormente, en años sucesivos, otra persona, un tal Pío, instaló otra planta de energía eléctrica, y de ahí nuestras disputas de pequeños, de que si la luz de papá era mejor que la luz de Pío, o al revés. Recuerdo perfectamente el día en que murió nuestra hermana Lolita, con la asistencia de mis abuelos y de mis tíos y tías en casa.

De esa época como nota sobresaliente están los Carnavales del año 26, 27 o 28, cuando me quedé casi ciego, con motivo de que mi hermano Gabriel y yo estábamos jugando al boliche en el pasillo de casa cuando mi madre salió de la cocina con una sartén de aceite hirviendo para servir no sé qué cosa para el almuerzo en la mesa del comedor, y al tropezar conmigo, todo el aceite se desparramó en mi cara. Otro de mis recuerdos de esos años fue cuando yo subí a un duraznero de nuestra huerta y me hinché a comer duraznos verdes, y al enterarse mi padre, me dio la primera y última y única paliza de mi vida y me condenó a que le entregara todos los boliches que tenía, con lo que me dejó inútil para el juego, lo que me dolió más que la paliza que me dio. A los 2 o 3 días los boliches volvieron a mí y todo quedó olvidado.

De ese tiempo recuerdo que la situación de mi padre fue decayendo. No sé por qué, la Carpintería y la luz fracasaron y unos pequeños negocios que mi padre tenía de importación de materiales de construcción, junto con sus primos hermanos de Santa Cruz de La Palma, también fracasaron. Papá se dedicó entonces a la construcción y solo recuerdo una casa de dos pisos que hizo cerca de La Verada, casi junto al Cuartel de la Guardia Civil, que por allí estaban entonces. No sé por qué, allá por el año 1928, nos mudamos a una casa con huerta en La Verada, y papá tuvo que emigrar a Tazacorte para construir un edificio que le encargó Don Pedro Gómez Acosta, importador y exportador, después del nacimiento en aquella nueva casa de nuestro nuevo hermano Pepe, el cual nos dio el disgusto de caerse a la acequia que pasaba frente a casa y hacerse una herida en la frente. No sé de qué forma pudimos arreglarnos con papá en Tazacorte, y recuerdo cuando tuvimos que decírselo telefónicamente. Yo creo que eso lo decidió a arreglar todo para que todos pudiésemos trasladarnos a la nueva casa que pudo prepararnos en Los Areneros, lugar entre Los Llanos y Tazacorte. Allí organizamos nuestra vida y era el año 1931 o 1932, años agitados por las ideas republicanas que se traslucían en nuestro Colegio de Tazacorte, ya que el maestro era comunista acérrimo.

Cuando papá terminó la casa de Don Pedro, situada al salir de Tazacorte camino de los Llanos, le encargaron el desmonte y trazado de la carretera desde la Plaza de Los Llanos hasta Puerto Naos, contratado por Don Mauricio Duque y su hermano Francisco, obra que duró desde finales del 33 o principios del 34 hasta casi los últimos meses del 35. Yo trabajé en dicha carretera, como ayudante de topógrafo o ayudante de herrero, incluso como peón, con el salario diario de 3,50 pesetas (mi padre ganaba 10 pesetas diarias). Antes de comenzar la construcción de la carretera a Puerto Naos, ya nos habíamos mudado de la casa de Los Areneros a otra casa situada en el sitio llamado "La Placeta" en la calle principal de Los Llanos, donde estuvimos hasta la finalización de los trabajos de la carretera, y de allí nos mudamos a la casa de Nazco, era ya el año 35.

Papá, no recuerdo de qué forma, se hizo dueño de un solar sito en Triana, barrio de Los Llanos, donde comenzamos a construir una casa llegando en su estructura a terminar paredes y techo; pero papá, sin trabajo por allí, consiguió la dirección de la construcción del Instituto sito junto a la Plaza de Santo Domingo en Santa Cruz de La Palma y nos tuvimos que mudar a una casa en La Portada de Santa Cruz de La Palma. Era en el mes de diciembre de 1935. Como no había dinero para pagar los alquileres atrasados de la casa de Nazco, nuestro padre saldó los mismos con la casa a medio ejecutar de Triana. La construcción del Instituto quedó paralizada durante la guerra civil española y a nuestro padre lo destinó la misma compañía constructiva a dirigir la construcción de la carretera a Hoya Fría en Santa Cruz de Tenerife, ya por los años 37 o 38. Establecidos ya en La Laguna, durante los años sucesivos mi padre actuó como contratista independiente en trabajos de roturación de terrenos y construcciones agrícolas, como estanques y construcciones de agua para terrenos, centrando sus actividades en Valle Guerra, Tejina, Bajamar y Punta del Hidalgo. Al decaer este tipo de trabajos, se dedicó a contratos oficiales, como la construcción de la carretera de La Cuesta a Valle Tabares y, al no conseguir nuevas obras de este tipo, sobre todo por falta de existencias de las mismas, sus ocupaciones se centraron en la dirección de la construcción de obras particulares en Santa Cruz de Tenerife, como Cafesa en Avenida Tres de Mayo y otras en la calle La Rosa o calle Los Campos.".

Hasta aquí algunos de los recuerdos de mi padre sobre el suyo. Me sorprende este abuelo trabajador, aventurero, nómada, que buscando mantener a su familia, se mudaba con ella, arramblando con todo, a donde pudiera haber mejores condiciones de trabajo. Cuento en esos 15 años desde el año 24 (año en que mi padre tenía 3 años) hasta el final de la guerra, 7 mudanzas, y eso que no se habla de los años anteriores en Cuba a donde también fue con toda la familia. Pero estoy segura, por los artículos que hablan de él sobre todo después de su muerte, de que en todos los sitios por los que pasó dejó huella. Alguna vez, sí, hablaré mucho más de mi abuelo Gabriel, el poeta que supo ver belleza en una vida dura.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Un vermut con un famoso



Una de las miserias de esta longevidad a la que he llegado es el insomnio. Podría contar que no duermo debido a que me preocupa el sentido de la vida y que es eso lo que me hace dar vueltas en la cama sin ton ni son algunas noches. Vestiría mucho, pero no nos engañemos: no dormimos por la edad. Así que si se me ocurre decir en el chat de mis amigas (todas más o menos de mi quinta) lo de que no pegué ojo en toda la noche, los remedios abundan porque a todas les pasa lo mismo. Que si las pastillas de melatonina, que si una tisana de Mercadona que se llama Dormir y es mano de santo, que si glicinato de magnesio (sea lo que sea eso), que nada de siestas... ¡Señor! Ahí nos ven tomando de todo un poco. Y si nos aconsejaran que hiciéramos el pino una hora antes de acostarnos, igual también lo hacíamos (o lo intentaríamos hacer). 

Por eso, no fue raro que leyendo un artículo de Manuel Vicent la semana pasada me quedara con lo que él hace: "A veces durante los insomnios paso lista de los autores con los que me hubiese gustado tomarme una copa. Y así hasta que cojo el sueño". Según él hay autores que no querría conocer por nada, así escriban como los ángeles, y otros que sí. Incluso hay algunos, fatigosos de leer, pero que "su ingenio los convierte en una fuente inagotable de chismes y anécdotas que ayudan a hacer una buena digestión". Tal vez Jack el Destripador, dice, tenía un trozo de alma muy sensible y San Francisco de Asís , en cambio, era muy atravesado. Vicent se decanta por tomarse esa copa con Jantipa, la mujer de Sócrates, que lo iba a buscar al ágora para que viniera a cenar. También le hubiera gustado con Ovidio, Catulo, Maquiavelo o Voltaire.

Tal vez esto no sea mal consejo para dormir, oye. De perdidos, al río. Pero yo impondría una condición: si la copa es al mediodía, que sea un vermut, un Yzaguirre, por ejemplo. Y que sea un gin-tonic, si es viendo la tarde caer.. Así habría un ambiente propicio para encontrarme, por ejemplo, con Úrsula K. LeGuin y darle las gracias por lo bien que lo he pasado con sus mundos fantásticos. O con alguien divertido de mis autores preferidos, como P. G. Wodehouse o Sophie Kinsella  (Con esta, que vive, todavía estoy a tiempo. Querida Sophie, ¿te das una vuelta por La Laguna y nos vemos?). O con Van Gogh para hacerlo feliz, contándole que se hará famoso y venderá cuadros al precio más alto, él, que murió pensando que era un fracasado por vender un solo cuadro en su vida. O con Jane Austen, por supuesto, a la que le contaría cómo Colin Firth hizo de su Mr. Darcy ideal. De los filósofos me tomaría una copa con Spinoza, el más noble y el más amable de los grandes filósofos, según Bertrand Russell ("Intelectualmente, algunos lo han superado, pero éticamente, es supremo. Como natural consecuencia, fue considerado, durante su vida y un siglo después de su muerte, como de una perversión aterradora"). Y también me gustaría Voltaire, sobre todo por esa frase que se le atribuye: "No estoy de acuerdo con su opinión, pero daría mi vida por defender el derecho que usted tiene de exponerla". Y de personajes que nunca existieron (o tal vez sí), ¿a quién no le encantaría tomarse una copa con Scherezade, la más lista de las cuentacuentos?

Dormir, no he dormido mucho y coger el sueño, tampoco. Pero ¿y lo que me he divertido pensando en los famosos con los que me tomaría, encantada, una copa? Una noche mucho más entretenida que una pastilla de melatonina. Las próximas de insomnio seguiré repasando la lista de ilustrísimos.

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