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Plaza Vieja de Praga |
Decía Mark Twain que "para adquirir perspectivas amplias, cabales y compasivas sobre los seres humanos y las cosas, uno no puede vegetar en un rinconcito del mundo toda su vida". Siguiendo este sabio consejo, dos de mis nietos (David, el de 19 años, y Julia, de 11) aprovecharon que el mundo está más abierto que nunca, salieron a verlo y llegaron de sus viajes respectivos el mismo día, el 29 de agosto. Cada uno me contó al día siguiente su experiencia. Esto es por temas lo que yo apunté, según me lo contaban:
¿Dónde fuiste y para qué?
Julia: A la República Checa. Fuimos a conocer un país nuevo y a pasarlo bien.
David: A Venezuela, a un pueblito que se llama Mariara en el Estado de Carabobo. Fui a hacer un voluntariado, a ayudar y a compartir mi tiempo con niños y jóvenes, sobre todo.
¿Qué ciudades o pueblitos conociste?
Julia: Praga y pueblitos de alrededor: Olomouc, Pustevny y Ostrova.
David: Caracas, Maracay y Valencia. Y algunos pueblos: Tinaquillo, San Carlos, Chichiriviche y Puerto Cabello. Y Mariara, claro.
¿Qué impresión te causaron? ¿Qué te gustó más? ¿Qué te gustó menos?
Julia: De Praga, el reloj de la Torre con el esqueleto que te dice: "Vas a morir", la Catedral con un órgano de dos pisos, el amanecer en el Puente Carlos donde tocan trompetistas, el Castillo, el Callejón de Oro. En Olomouc había otro reloj y otra Catedral enorme. Lo que menos me gustó fue el viaje en avión porque perdimos en Madrid la conexión con Praga y tuvimos que ir por Varsovia.
David: No vimos casi nada de las ciudades por las que pasamos. Eso sí, en cada una había una plaza con una estatua de Simón Bolívar. Mariara, que es donde estuvimos casi todo el tiempo, es un pueblito casi todo de chabolas. Venezuela es un país precioso y tiene paisajes espectaculares pero todo lo que ha hecho el hombre está deteriorado, feo. Hasta los hospitales están en mal estado: plantas abandonadas, ascensores sin funcionar, oxidadas las camillas y sucios los carritos, seguridad cada dos metros pero pocos enfermeros, sin aire acondicionado salvo en zonas puntuales. Los enfermos llevan hasta sus sábanas o un ventilador. Las refinerías están abandonadas y cada dos por tres hay una explosión. Esto con los cortes de luz y que no había agua desde hacía un mes es lo que más negativo me pareció. Bueno, y que una noche oímos tiros muy cerca. Lo más positivo es la gente: amable, muy cercana, como si te conociera de toda la vida. Lo que hace bonito al país es su gente.
¿Dónde se quedaban?
Julia: En Praga en un apartamento cerca de la Plaza de Wenceslao. En Olomouc, en otro, mi habitación tenía una alfombra con pelitos. En Pustevny, que era zona de montañas, en unas cabañas. Y lo mejor, el último día de vuelta a Praga nos quedamos en un botel, un hotel-barco sobre el río Moldava. De la ventana se veía todo Praga.
David: En las casas que la comunidad con la que fui tenía, casas muy sencillas, habitaciones compartidas, sin aire acondicionado.
¿Y los transportes?
Julia: ¡En Praga cogimos un carruaje de caballos! ¡Y fuimos en tren hasta Olomouc y los vagones eran como los de Harry Potter! Para los pueblitos alquilamos un coche.
David: Nos llevaron en los coches de la comunidad.
¿Había muchas tiendas?
Julia: ¡Sí, y preciosas! Había una boutique llena de patitos de goma. Había jugueterías. Y una tienda grande de golosinas en donde unos gnomos sacaban de una fábrica vagones llenos de caramelos.
David: Las tiendas que había eran familiares, no vi centros comerciales. Eran tiendas de productos locales. Había también muchos vendedores ambulantes en bicicletas, vendiendo de todo, chicha o frutas o hasta vías médicas, y helados en neveritas.
¿Y las comidas?
Julia: Muy bien. En la Plaza Vieja comimos codillos que se asaban en un puesto. También eran buenísimos los helados, como uno de fresa y yogur con un macaron de fresa o un trdelnik, que es como una pachanga hueca llena de helado. Y en Pustevny comimos dumpling, que son bolitas de papas y queso de cabra. Y estuvo muy bien el desayuno del botel: tostadas de jamón y queso, huevos revueltos con salchichas, uvas y sandía.
David: Comíamos sobre todo arepas y pollo. Pero también cachapas, cocosetes (barquillos rellenos de coco), dulces... y lo mejor el pabellón criollo (caraotas con carne mechada y arroz y plátanos fritos). Riquísimo.
Experiencias para recordar:
Julia: La bañera de hidromasaje del apartamento de Praga; subir en telesilla en Pustevny y pasar por un puente colgante entre las copas de los árboles en el sendero de Valaska; el Parque Landek y las minas de carbón en Ostrava; un concierto de jazz; una exposición de armaduras; la Fiesta de la Espuma que hicieron el Día del Bombero...
David: Los campamentos, las clases con juegos, manualidades y canciones con niños y jóvenes, repartir comida a los sin techo los domingos, las caminatas por la selva en el Jarillo, los cayos y las playas, la afinidad de los venezolanos con los canarios, una entrevista que nos hicieron por la radio, el tiempo compartido con el grupo que fuimos ...
¿Volverían?
Los dos: ¡¡¡Sí!!!
Dos viajes, dos mundos, dos formas de mirar. Dos formas de crear recuerdos... a los que viajar.
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Barrio de Caracas |