lunes, 22 de julio de 2024

Con los cucuruchos no se juega



Con todo esto del cambio climático y las estaciones corridas de sitio ya ni se sabe cuándo empieza el verano. Recorté un chiste de Forges publicado en junio de 2013 en el que se ve  a un pobre hombre -chaquetón, gorra y bufanda- , pisando charcos bajo una lluvia torrencial y diciendo: "Jo, por fin... ya era hora de que llegara el verano".  No, no se sabe cuándo hará su aparición la más brillante de las estaciones, pero sí que es verdad que alrededor de la noche de San Juan ya se huele a verano: las hogueras, las fiestas, los voladores, las romerías... empiezan por esa época y ya no paran hasta octubre y a veces más allá.

El verano es el tiempo de la pereza, de las vacaciones, de las noches estrelladas, de las mesas al aire libre, de tardes de lectura sin nada más qué hacer, de ir a bañarte en el mar, de las frutas maduras listas para mermeladas, de dormir sin edredones. Y es, sobre todo, el tiempo de los helados. Recuerdo otra historieta de Mafalda: Felipe le lee el periódico anunciándole desgracias: que la situación internacional es sumamente crítica, las probabilidades de un conflicto bélico generalizado aumentan día a día, el armamentismo crece de forma alarmante... Y ella, comiendo un helado, lo único que dice es "¿Ajhá?", "¡Mira vos...!" y "¡Slurp!". Y al final: "Perdón, Felipe, pero mientras tomo un helado se me desdibuja el mundo ¿Vos me hablabas?". Y esa es la pura verdad, cuando una toma un helado el mundo y sus males desaparecen y nos centramos en ese instante de puro placer. 

Volver a los veranos de atrás es verme comiendo un cucurucho de helado de turrón en la Heladería Marpi a la salida del Cine Víctor; o un corte de vainilla después del baño en Las Teresitas en un carrito que había a la salida de San Andrés; o los miles de helados que comíamos en "La Flor de Alicante" y "La Alicantina" a la hora del paseo por la Avenida de Anaga.. Y más tarde, en Madrid, recuerdo unos helados riquísimos de una heladería que había por Rosales... Y por no hablar, Santa Madonna, de los helados italianos que nos mandamos en la Plaza Navona de Roma. ¡Con razón los milaneses han protestado (la guerra del cucurucho, le dicen) porque el Ayuntamiento prohibió su venta entre las 12 de la noche y las 6 de la mañana! ¡No sin mi gelato, así sea de madrugada, faltaría más! El helado es el símbolo del verano, no en vano en la película "Vacaciones en Roma" lo primero que hace el personaje de  Audrey Hepburn, cuando escapa del palacio, después de cortarse el pelo, es comprarse un helado y saborearlo sentada en los escalones de la Plaza de España. ¡Slurp, que diría Mafalda!

Así que hoy, que ya estamos en pleno verano, con olas de calor y toda la pesca, en su homenaje les voy a dar, sin que sirva de precedente, la receta de un helado que hago y siempre triunfa. Me la dio mi amiga y compañera Nani en aquellos recreos que nos sabían a gloria cuando trabajábamos. Lleva por lo tanto su nombre. Este es el Helado Nani:

Se bate primero una lata de Nata Ermol, después se añade y se sigue batiendo otra lata de leche condensada, después 5 yemas una a una y al final ralladura de limón, una copita de Amaretto y las 5 claras a punto de nieve. 8 horas como mínimo al congelador. Una variación es hacerlo con ralladura de naranja y Cointreau en lugar de Amaretto. De las dos formas es bocatto di cardinale.

P.D.: Al final el alcalde milanés reconoció el derecho de los milaneses a comer helado dónde y cuándo deseen. ¡Con los cucuruchos no se juega!. 

Buen verano.

Carritos de venta del helado de la Horchatería Valenciana, la primera de Canarias



lunes, 15 de julio de 2024

Suspiros de España



Hay una historieta de Mafalda en la que Miguelito le dice a Manolito: "He notado algo curioso en mi papá. De noche cuando se acuesta apaga la luz ¿no? y desde mi cama lo oigo suspirar muy preocupado: ¡¡Ay, Dios!!... Luego de un ratito otra vez: ¡¡Ay, Dios!!..." Y Manolito le contesta: "Y más se acerca fin de mes, más místico se pone ¿no?".

Me acordé de este diálogo genial porque estos días a cada rato y sin venir a cuento, me sale un suspiro desde lo hondo de la caja del pecho y un "¡Ay, Dios!", del que casi no hubiera sido consciente si no fuera porque, como un eco, lo oigo también a mi alrededor. La otra noche, en la cena de los viernes con los amigos, hasta nos reímos cuando caímos en la cuenta de que era la décima vez que uno u otro lo decía. Y si se fijan, la gente por ahí también lo repite, como si fuera un mantra. Oh, incluso la semana pasada en la Caixa la empleada que me atendía lanzó una par de "¡Ay, Dios!" entre tampón y tampón con el que me iba sellando un papel. Le comenté, riendo, la ola de "¡ay, dioses!" que había notado en el ambiente y me confesó que no había caído en que los decía y que realmente no tenía motivos para suspìrar de esa manera.

Y la verdad es que, además, hay variaciones. Está el ¡Ay, Dios! el más extendido (y supongo que se corresponde en inglés con el ¡Oh, my God! de Janice la de Friends), pero también está el ¡Ay, Jesús!, el ¡Ay, Señor! y sus extensiones, ¡Ay, Señor de la Cañita y Virgen de la Manzanilla!, el ¡Ay, Cristo del Gran Poder! y algunos más dentro del espectro eclesiástico.

¿Les pasa a ustedes también? Y si es así, ¿a qué vendrá ese muro de lamentaciones que salpican una y otra vez las conversaciones? ¿Serán suspiros económicos, como parece indicar Manolito? De hecho, Mafalda se lo reprocha en la siguiente historieta llamándolo pedazo de bestia por lo que le ha dicho a Miguelito. "¿Yo? ¿Qué le dije?", pregunta él. "¡Que cuando alguien suspira "¡Ay, Dios!" es porque tiene líos económicos! ¿Vos creés que todo el mundo tiene esa idea de Dios?", Y él, mirando a lo alto, responde: "No, por supuesto. Están los que lo molestan por tonterías".

¿Será entonces por tonterías románticas y amores contrariados? ¿Será por líos políticos o por exceso de trabajo? Pero el verano está para olvidarse de esas cosas y gandulear y no complicarse la vida ¿no? Y sin embargo los ¡Ay, Dios! no solo no cesan sino que parecen aumentar. A lo mejor es por una mezcla de todas esas razones y por la vida en sí con todo lo que conlleva. Y en el caso de mis amigos y yo , puede ser por culpa de que vemos menos tiempo por delante que el recorrido que hemos hecho ya y que, cuantos más años cumplimos, más místicos nos ponemos.

¡Ay, Dios!

lunes, 8 de julio de 2024

Me voy p'al pueblo, hoy es mi día...


Vista de mi pueblo, Tegueste. Acuarela de mi hermana, Chari Duque

No me pregunten cómo lo averiguan los que se dedican a eso, pero el 23 de marzo de 2007 fue el día en que por primera vez en la historia del mundo hubo más personas viviendo en las ciudades que en el campo, un hecho histórico porque, cien años antes, solo una de cada ocho personas vivía en las ciudades. Y la cosa parece imparable y se habla a cada rato de la España vacía y de pueblos en los que no se ve ni un alma.

Eso en Canarias no pasa. Aquí somos tantos que hasta el campo está lleno. Pero es que, además, últimamente por todas partes veo una querencia cada vez mayor por volver a la tranquilidad del pueblo frente a la masificación y polución de las ciudades. Leo una entrevista de Santi Burgos al escritor Rafael Reig, que huyó de Madrid hace 10 años para vivir en Cercedilla: "Yo era muy conocido en mi barrio, Malasaña, pero no como escritor, sino como borracho -bromea-. No podía llegar a casa sin que todo el mundo me invitara a dos whiskys. Así que acababa en estados comatosos". Decidió entonces aportar salud a su vida, irse al monte, un lugar donde respirar aire puro y coger setas... (claro que también añade que ahora es un borracho de pueblo).

Y el mismo tema me encuentro en novelas que acabo de leer estos meses: Juliette y las canciones perdidas de Andrea Longarella, en la que la protagonista huye desde París a un pueblo perdido de Alsacia a encontrarse a sí misma; Club de lectura para corazones despistados de Mónica Gutiérrez, en la que la chica llega a un pueblo pequeño de los Pirineos y funda un club de lectura con los pocos que encuentra; Donde somos nosotros de Helen Rytkönen, que es la historia de Marcos, que se quema en el trabajo y decide cambiar de vida en Famara; Lunas de naranja y chocolate de Nuria Martínez-Carrasco, en la que una joven deja todo para irse a un pueblo de Almería donde se dedica a vender pasteles... ¿Será tendencia ahora la vuelta a lo bucólico y a las églogas pastoriles?

Mi madre, que vivió de niña en el campo y después siempre en la ciudad, era una urbanita convencida. Decía: "A mí el sonido de las esquilas de las cabras al atardecer me da tristeza". En cambio, yo viví toda mi niñez en la ciudad y desde hace 43 años en el campo y nunca me he arrepentido. ¿Qué es mejor?

A simple vista, ventajas del pueblo:  las estrellas brillando en noches oscuras, la pureza del aire, el paso de las estaciones, el silencio de las noches... Ventajas de la ciudad: la vida social y cultural, la cercanía de farmacias y supermercados, la mejor comunicación, los paseos... Claro que hay ventajas y ventajas. Por ejemplo, una ventaja del pueblo es que te saluda todo el mundo y conocen tu nombre en las tiendas. Y una ventaja de la ciudad es que no te saludan desconocidos ni conoce tu nombre ni la madre que te parió. Así que se explica que haya defensores de una y otra forma de vivir.

La mía está clara. Termino con el recuerdo de la canción de Los Panchos con la que titulé el post ("Me voy p'al pueblo, hoy es mi día, voy a alegrar toda el alma mía...") y con una defensa (no sé el autor) de la vida asilvestrada: "Los que vivimos en el monte, lejos de todo lo demás, compramos fruta en ferias campestres, comemos costillar de cordero lechal de granja y hacemos bucólicas excursiones por los alrededores. Nuestros amigos urbanitas nos llaman neorrurales de pacotilla y comeflores y nos preguntan si no estamos hasta las gónadas de tanto pájaro y tanto verde. Qué sabrán ellos..."

¿Y tú? Si pudieras elegir, ¿dónde vivirías?

lunes, 1 de julio de 2024

Como el sol cuando amanece

Vista desde la sotea

Tal día como el viernes se acabó el curso escolar y, aunque hace 16 años que me jubilé, todavía puedo sentir la increíble alegría de los primeros días de julio. Ahí es nada, dos meses enteros de libertad, de mañanas de mar y de sol, del vermut al mediodía con sus aceitunitas, de tardes de relax, lectura o el dulce hacer nada de nada. ¡Días sin horarios ni despertador! La vida se presentaba los meses de julio y agosto como un largo río de festejos, regocijos y placeres varios. Y a una le daban ganas de cantar a grito pelado aquello de Nino Bravo: "Libreee, como el sol cuando amanece yo soy libre, como el mar...".

Cuando me jubilé me prometí a mí misma que la cosa seguiría un camino parecido, sin tanto jolgorio, sí, pero respetando el no tener horarios, el no apuntarme sin ton ni son a clases de chino, manualidades o vainica doble, el saber decir no a todo lo que no me apeteciera. Obviamente no lo he podido cumplir porque la vida tiene sus normas que te van llevando por caminos reglados. ¿O le vas a decir que no al médico que, por tus achaques, te manda a pilates y a caminar?

Ordenando papeles el otro día (tarea fascinante donde las haya), me encontré con un papel escrito por mi nieta pequeña  hace tiempo (supongo que con 6 años, cuando tenía faltas y la letra grande). En la parte alta del papel pone NORMAS, así subrayado, y debajo lo siguiente:

. no saltar por las terrasas

. no subir a la sotea

.no sentarse ni acostarse en la yerba

. no entrar en el guerto

Me sorprendió toda esa autoimposición normativa porque, excepto lo de la sotea (tiene el pretil bajo y puede haber peligro para los niños), no recuerdo haberles prohibido nada: han saltado por donde han querido, se han tumbado en el césped a voluntad y han recogido frutos en el huerto. ¿Será que en el fondo nos gusta la vida ordenada y hasta los niños pequeños lo captan y juegan a no ser libres?

En uno de los últimos libros que he leído ("La casa en el mar más azul" de TJ Klune), Linus, un trabajador social que tiene que hacer una inspección en un orfanato de niños mágicos, se pasa la vida aferrado a un librito de Normas y Reglamentos. Las peculiares características de los miembros del orfanato le hacen cambiar, soltar amarras e ir olvidando que alguna vez no pensó por sí mismo. A la porra las Normas y Reglamentos.

Este fin de semana en que he tenido a mis nietos conmigo, comprobé que también ellos habían olvidado aquel manifiesto escrito hace tiempo: corrieron y brincaron por todos lados, jugamos al rummy y al baloncesto, cogieron del árbol los primeros duraznos... Incluso subimos a la azotea (alias para siempre la sotea) para disfrutar de la vista de todo el valle iluminado por el sol. Dentro de un orden, sí, pero como todos los primeros de julio, sigue sonando el eco de la canción de Nino Bravo: "Libreeee, como el sol cuando amanece yo soy libre, como el mar..."

Mi amigo Juancho siempre nos decía estos días (y sigue haciéndolo) que septiembre estaba ahí mismo. Pero nadie nos puede quitar la alegría de una vida y un verano libre.



lunes, 24 de junio de 2024

Una pasión en tu vida


Una cámara Kodak 2A de 1911

A mi amigo Juan Antonio le gustan las cámaras de fotos desde que le regalaron la primera con 9 años, pero muchos años después le llegó el flechazo definitivo. Alguien le ofreció una Kodak de 1916 por 5000 pesetas y él consiguió rebajar el precio a 1000. La arregló, la pulió, la puso bonita... y se enamoró de ella. Después hizo lo mismo con otra que encontró en un mercadillo, y con otra, y con otra... hasta llegar a las 260 cámaras que tiene en este momento repartidas por todas las estanterías de su casa.

Cuando le pregunto qué hace cuando encuentra una cámara nueva (además de emocionarse), me dice que la desarma, la arregla si está rota, la conoce bien por dentro y por fuera, la pone brillante. Y luego hace un verdadero trabajo de investigación averiguando quién la diseñó, qué características tiene, qué historia hay detrás de ella. A veces incluso encuentra alguna sin marca ni nada y no descansa hasta que, por comparación con otras, las localiza y las descubre. Así nacen las pasiones.

Conozco, y ustedes también conocerán, a mucha gente así, que suscribirían la frase de Van Gogh "Prefiero morir de pasión que de aburrimiento".  Algunos se apasionan con la música y tienen y tocan instrumentos preciosos que miman con esmero. Otros sienten un amor apasionado por los coches, como un amigo que tiene 17 y los pasea los fines de semana. Su mujer dice: "Hay quien pasea perros; nosotros, coches". Otros, por la pintura y no pasa un solo día en que no cojan los pinceles e intenten plasmar todo el mundo de su subconsciente. Hasta tengo un amigo al que le apasionan y reúne tapones de corcho de botellas, anotando en cada uno cuándo, dónde y con quién bebió la botella que tapaba. Los hay (como mi marido, sin ir más lejos) que cuidan con pasión palomas mensajeras, alimentándolas, entrenándolas, viéndolas volar cada día y sabiendo cuál es cuál, incluso de lejos. Y la moda también desata pasiones y no es raro oír decir, por ejemplo, a Thomas Meyer, el fundador de Desigual con 64 años, "Me apasiona lo que hago. Retirarme no me cabe en la cabeza".

Juan Antonio, mi amigo, va a hablar de su pasión el próximo miércoles, 26 de junio, a las 19,30, en el Casino de Santa Cruz. Su conferencia lleva por título "Historia de la cámara fotográfica: de la cámara oscura a la fotografía digital". Si alguna vez tuvieron curiosidad por saber cómo a alguien se le ocurrió inventar algo para inmovilizar los momentos en el fluir del tiempo, seguro que él se lo aclara todo. Creo que hay poca gente que, como él, sepa tanto de cámaras de fotos y las ame así.

En "El secreto de tus ojos" se dice: "Se puede cambiar de físico, de amores, de lugar, pero no de pasiones". A las pasiones somos fieles, en ellas nos reconocemos, por ellas nos llaman locos a veces. Pero no cabe duda de que una vida sin pasión es una vida menguada. Esta semana pasada murió a los 88 años y todavía activo, Donald Sutherland, un actor que me encantó desde que lo vi en MASH y en Klute, y su hijo publicó en las redes: "Amaba lo que hacía y hacía lo que amaba, y uno no puede pedir más". No se me ocurre mejor definición de lo que es una pasión, ni mejor receta para una vida bien vivida.

lunes, 17 de junio de 2024

Momentos rebujados



A veces en la vida una se para, echa la vista atrás, apenas una semana, y encuentra una suma de momentos rebujados:

Una alegría. Recibo una llamada de mi amiga Ana Crespo, mi compañera de habitación y de fatigas en los años de la carrera en el Colegio Mayor de Madrid. La han nombrado presidenta de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Me habla de lo abrumada y perpleja y agradecida que está por todo lo que se ha montado. Vale un montón.

Una tristeza. Muere Françoise Hardy a los 80 años y nos parece que ha muerto una parte de nosotros, aquella que a los 15 años nos hacía cantar con ella que "todos los chicos y chicas de mi edad se pasean en pareja...". Nuestra profesora de francés nos enseñó la canción y no se nos ha olvidado. Quel dommage!

Un recuerdo. De mi madre que el 14 de junio hubiera cumplido 99 años. Se fue hace 28, joven y vital.

Una serendipia. Me encontré un euro en la calle y me recordó las búsquedas del tesoro de mi niñez.

Una curiosidad. ¿Sabían que los elefantes se llaman por su nombre? Una noticia del martes 11 de junio anuncia que se ha demostrado que usan sonidos específicos para dirigirse a cada miembro de la manada, lo cual exige habilidades cognitivas que pensábamos que solo teníamos los humanos. ¡Qué cosas! No me imagino a los papás elefantes discutiendo qué nombre le pondrán al bebé.

Una cena. El jueves con los amigos de siempre en la Punta del Hidalgo, un mero a la espalda a la orilla del mar, viendo la tarde caer.

Una comida. El sábado en "La Sandunga" con hija, yerno y nietos mayores.

Un paseo. El miércoles, por el Camino Largo, casi desierto en la mañana limpia y clara de La Laguna (foto inicial)

Un regalo. A mi marido, un bizcochón por el Día de San Antonio.

Una ternura. La sonrisa de mi sobrina-nieta Lucía con 2 meses, mientras su abuela y yo le cantábamos "Quién puso el bomp en el bomp-bo-bomp...".

Una constatación. Definitivamente ya no conozco a nadie de las celebridades que salen en el "Hola" de la peluquería.

Un florecimiento. El de los agapantos, erguidos y preciosos, en mi jardín (foto final)

Un placer. Probar las primeras cerezas del año. Dulces y exquisitas.

Una conversación. El domingo por teléfono, Face Time, con mis nietos pequeños, contándome (y cantándome) el primer concierto al que han asistido, el de Camilo en el sur.

Un libro leído esta semana. "La vida de las mujeres" de Alice Munro, el día a día de una mujer desde niña en un pueblo pequeño y cómo describe, sencilla y eficazmente, los momentos que configuran su existencia.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, solo de momentos..., frase del poema "Instantes", atribuido falsamente a Borges. Pero es la verdad. En un día, en una semana o en toda una vida, cada uno de nosotros es el resultado de esos momentos vividos. Solo hay que prestarles atención. Y vivirlos intensamente.





lunes, 10 de junio de 2024

La abuelez



¿Ustedes se han fijado que no existe ningún sustantivo que hable en general de la condición y la virtud de ser abuelos? Y mira que es raro porque la función que tenemos es múltiple y supernecesaria. Si de sincero, deriva sinceridad, de grato, gratitud y de honrado, honradez, ¿por qué no decir abuelidad, abuelitud, o abuelez? Pero ninguno de estos conceptos los recoge la RAE, así que podemos considerarlos neologismos y usar el que más nos guste. Me cae bien abuelidad por eso de completar la familia con paternidad, maternidad, fraternidad... Pero abuelez es más rotundo y me pega más aquí, así que ahí va.

La abuelez es lo que nos conduce a los sufridos abuelos a recoger a los niños en el colegio cuando los padres no pueden, a llevarlos a las actividades extraescolares y a esperar pacientemente a que terminen.

Por la abuelez los ayudamos con las tareas o los exámenes, estén en la básica o en la universidad. 

A causa de la abuelez les voy a hacer a mis nietos mayores por sus cumpleaños y por petición expresa de los dos mi tarta sacher, aunque sea latosa de hacer.

Por la abuelez me encanta alegar con ellos, que me cuenten cosas, que me pregunten y contarles batallitas cual abuelo cebolleta.

Y la abuelez es lo que me ha llevado a La Palma este fin de semana pasado al Campeonato de Canarias Premini femenino, en el que mi nieta de 10 años, Julia, participó en el equipo de las Dominicas Vistabella, el Santa Catalina de Siena.

Sí, ya sé que los mal pensados dirán que, con la excusa del deber ¿abuelil? (otro neologismo inventado),  a lo que fui era a pasármelo pipa haciendo turismo. Y es verdad, tengo que reconocerlo, que en medio de los partidos que jugó, me di algún que otro garbeo por esa isla preciosa, la de mis ancestros, aproveché para ver a mi querida amiga Nievitas en su casa de Argual y comí estupendamente en sitios maravillosos ¡Ay, esas papitas rellenas de conejo en salmorejo de Casa Osmunda! ¡Ay, esos alfonsiños fresquísimos comidos a la orilla del mar en el Puerto de Tazacorte! ¡Ay, el vinito Vega Norte albillo criollo que nos recomendó un amigo que sabe! ¡Ay, el bienmesabe de los Llanos!...

Pero se engañan, no fui a eso. Por la abuelez a los que fui fue a sufrir. A gritar como una posesa hasta quedarme ronca junto a todos los padres que fueron a animar a sus retoñas en los 8 partidos que jugaron (¡¡¡DOOO... MINICAS, plas, plas, plas!!!, o ¡¡¡VAMOS, VAMOS, VAMOS, VENGA,VENGA, VENGA!!!, o ¡¡¡GUERREEEEERAS!!!, o el riquirraca de siempre); a decirles, como está mandado, a los árbitros lo que tienen que hacer (¡¡¡Eso no es falta, que es luchaaaa!!!); a hacer de ayudantes del entrenador gritándoles a las niñas las tácticas (¡¡¡Defensa, defensa!!!, o ¡¡¡Entra al reboteee!!!, o ¡¡¡Tira, tira, tiraaaa!!!)... Agotada quedé. Y los últimos partidos fueron de infarto viendo que las otras -que, a veces, eran una cabeza más altas que mi nieta y que seguro que tenían más de 10 años, por lo menos, 15- metían aros y se acercaban peligrosamente a las nuestras. Pero al final ¡ganamos! y nuestras niñas quedaron Campeonas de Canarias. Mi hijo, mi nuera y yo, cuando vimos el minuto 0, nos abrazamos casi llorando, sin creérnoslo.

Sufrimos, padecimos, dijimos el "¡Qué necesidad! y estuvimos a punto de un infarto cuando en la final solo ganamos por 6 puntos. Pero ninguna emoción es tan grande para la abuelez como ver a tu nieta, tan menuda y entregada, corriendo como un rehilete y haciendo un triple que nos levantó, jubilosos, a todos del asiento. Quien lo probó lo sabe. ¡¡¡DOOO...MINICAS, plas, plas, plas!!!

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