Hace poco uno de nuestros amigos nos comentó en un chat común que había estado 8 días en Suiza sin móvil. Se le quedó en su casa al marcharse y, cuando, horrorizados, le dijimos: "¡8 días sin móvil!", nos contestó: "Pues sí, DDD: Desconexión y Desintoxicación Digital". Y mira por dónde, algo parecido, aunque no tan drástico, me pasó a mí esta semana, que nos fuimos con mis hermanos y unos amigos dos días a un caserío en el norte de la isla y allí no había cobertura, ni wifi, ni nada de nada. Como le contesté a mi amigo, solo pajaritos y silencio.
Y todo esto me hace reflexionar, oye. Estamos tan acostumbrados a depender del móvil que este se ha convertido en una extensión de nuestra mano y de nuestro cerebro. A él le regalamos lo más preciado que tenemos: nuestro tiempo. La escritora Irene Vallejo avisa en un artículo que "los dispositivos digitales y sus voraces pantallas batallan por secuestrar nuestras horas". Un estudio de 2022 asegura que en España cada persona pasa cinco horas diarias con el cuello doblado arrastrando el dedo por una pantalla, quién nos lo iba a decir. Y lo peor es que no nos damos cuenta y a veces hasta nos quejamos de que no sabemos cómo se nos ha escurrido el tiempo.
Y de repente, la catástrofe, vernos desconectados, sin esos aparatos que llevamos a todas partes ¿Qué hacer entonces? Bueno, en principio es bueno para la salud mental librarse por un tiempo de chistes conocidos, de memes, de citas y textos falsificados, de artículos que te quieren convencer de sus ideas políticas y religiosas, de chorradas. Y luego, cuando uno se da cuenta de que se pueden hacer muchas otras cosas, hacerlas. Esto fue lo que hicimos, en esos dos días, perdidos en el Tenerife profundo:
Leer. Yo me llevé para releer, recordando Florencia, "Una habitación con vistas" de E.M. Forster. En papel, por supuesto.
Reunirnos a hablar con los que íbamos, en torno a una chimenea (había mucho frío). Allí salieron chistes (hablados y con risas compartidas) e historias hasta de los tiempos en los que no había ni tele.
Caminar por el campo entre tagasastes que ahora lucían maravillosos, completamente en flor.
Acercarnos a acariciar los caballos que había en el caserío. Dóciles, se acercaban a nosotros sin miedo y nos miraban como diciéndonos que ellos sí tenían todo el tiempo del mundo.
Dormir por la noche mientras veíamos por la claraboya del techo la estrella Sirio brillando imperturbable.
Oír el silencio por la mañana. solo interrumpido por el canto de los pájaros.
Irnos de comida todos juntos sin tener que estar pendientes del móvil todo el rato. Ya nos enteraremos de las noticias al llegar a la civilización, léase, un lugar con cobertura.
Celebrar el cumpleaños de dos del grupo (75 y 80 años) con risas, soplada de velas, cantos y regalos, sabiendo que el tiempo nos pertenece.
Sí, estuvimos DDD, desconectados y desintoxicados digitalmente. Pero fueron dos días especiales y lo pasamos muy bien. Y es que al final nos damos cuenta de que la vida es que lo que pasa mientras uno está entretenido mirando wasaps y de que hay vida, mucha más vida, más allá de Internet.