lunes, 19 de enero de 2009

Rutas del colesterol




Hace 4 años planeé mi futura tesis doctoral. Aún no la he empezado pero todo se andará (nunca mejor dicho)

Estoy pensando hacer ahora una tesis doctoral sobre las rutas del colesterol en la isla. Incluso ya tengo diseñado el plan de trabajo y las líneas maestras de la investigación.
En primer lugar, voy a hacer un estudio de los orígenes. ¿En qué momento de los últimos 40 años los paseos tranquilos, sosegados y vestidos de domingo de mis tiempos mozos se transformaron en una carrera contrarreloj? ¿En qué año los ayuntamientos, a falta de parques, decidieron crear aceras anchas en las carreteras para permitir este deporte nacional? ¿Quién fue y qué motivos sádicos tuvo el primer médico que prescribió semejante tortura? Porque ahora todos te la recetan. Yo creo que hasta los dentistas, curándose en salud, también lo mandan: “Ah, y camine rapidito 1 hora diaria, nada de paseos ¿eh?”.
En segundo lugar, haré la descripción física, el descubrimiento de las principales rutas del colesterol propiamente dichas en los distintos municipios. Es obvio que Santa Cruz, con la avenida de Anaga, y La Laguna, con el Camino Largo y el Camino de las Peras, lo tienen fácil, igual que los pueblos de la costa. Pero ¿y los otros, encaramados en las laderas de las montañas, esos pueblos en que, nada más ver las calles empinadas, ya uno desiste de visitar al pariente que vive en lo más alto? Estos sí que lo tienen crudo. Pero yo voy a hacer un exhaustivo estudio de sus posibilidades para proponer lugares idóneos a los futuros alcaldes.
En este apartado incluso tengo ya hecho un descubrimiento inédito. Hace poco fuimos mi marido y yo a ver si encontrábamos por la parte baja de Chío un terreno que había sido de su abuelo, perdido donde Cristo dio las tres voces y sin acceso visible. Asomados a una loma, ya nos veíamos triscando por el malpaís, cuando se nos acercó un lugareño que amablemente nos mostró una manera de acceder al terreno y se prestó a acompañarnos. Caminamos 2 o 3 kilómetros por una atarjea seca, de un metro y medio de ancho, cubierta de losas, por la cual nos dijo que su mujer y él solían caminar por las tardes. Enseguida aventuré para mis adentros la hipótesis de que esa atarjea era realmente la ruta del colesterol de esos andurriales. Y la hipótesis quedó plenamente confirmada cuando nos cruzamos en plena atarjea con dos extranjeros con sus perros haciendo footing. Hice la foto que ven y ya apunté este descubrimiento en mi cuaderno de campo.
En tercer lugar, analizaré la parte humana. Aquí se puede hacer una clasificación de todo el personal que pulula por dichas rutas: los del footing que van solos, los que van acompañados, los que van con el perro, los que caminan como si Lucifer los persiguiera para comprarles el alma, los que llevan el pinganillo en la oreja (se puede investigar incluso, por la expresión y el ritmito, qué emisora van oyendo), las señoras que van en grupo de tres o más, alegando de sus cosas y de las de los demás, las que van con el marido, detrás o delante, a ver quién llega primero… y algunos más que ya iré descubriendo .
Incluso al final me voy a permitir dejar alguna pregunta al aire para futuras elucubraciones. Por ejemplo, ¿qué dirían nuestros abuelos y abuelas, hombres y mujeres de caminar pausado y de paseo a la salida de misa dando vueltas en la plaza, si levantaran la cabeza y nos vieran a los abuelos y abuelas de ahora, jadeantes, colorados y sudorosos, con chándal, tenis y gorra de visera, meneando el esqueleto a ritmo desenfrenado por esos caminos?
Una vez vi (no leí) una tesis doctoral de 500 y pico páginas que se llamaba algo así como “Uso, descripción y análisis del artículo neutro ‘lo’”. Si alguien escribe 500 páginas sobre el “lo”, ¿por qué no voy a escribir yo otras tantas páginas sobre este tema, mucho más apasionante y cercano que el “lo”?.
Seguro que me dan sobresaliente cum laude

miércoles, 14 de enero de 2009

No hay mal que por bien no venga




El enero de 2009 fue especialmente caótico para los viajes. Momento bueno para aplicar la filosofía de si no puedes con el enemigo, únete a él.

Todo el caos que este enero ha habido en los aeropuertos, con pasajeros que iban a Chicago y de repente se encuentran en Valencia y miles de maletas en la T-4 de Madrid, me recuerda un chiste que leí hace tiempo.
 Decía que Colón, cuando creía ir a China, acabó en la República Dominicana. Ahora nosotros, si queremos ir a China, sabemos que vamos a China y llegamos allí. Las que acaban en la República Dominicana son nuestras maletas.
Los isleños sabemos mucho de estos “incidentes”. Cuando se construyó el aeropuerto de Los Rodeos, los ingenieros de la época debieron pensar: “Vamos a buscar el único sitio de Tenerife donde siempre hay niebla. ¡Hombre, Los Rodeos!” Y claro, muchos de los que estudiábamos fuera, cuando aún no existía el aeropuerto del sur, acabábamos a la vuelta del curso muchas veces en Las Palmas.
De todas maneras, yo soy de la opinión de que en estas ocasiones, ya que no puedes contra los elementos, únete a ellos y disfruta. Hace dos años en unos carnavales, también por culpa de la nieve en Madrid, tardamos 25 horas en llegar a Roma. Pero pasamos una noche muy agradable en un hotel de Madrid, cenando estupendamente y viendo caer nieve por la ventana. Y eso también tiene su encanto.
El viaje más caótico fue, sin embargo, uno que hicimos una vez a Francia. A mi hijo, que entonces hacía un curso en Nantes, no se le ocurrió mejor cosa que tener una apendicitis allí, con lo cual tuvimos que salir escopetados. Pero entonces, qué raro, había huelga de pilotos y la única manera de llegar que encontramos fue en avión de Tenerife a Barcelona y de allí un tren nocturno a París y luego otro, París-Nantes. Nos pasó de todo (la Visa no nos funcionó, entre otras cosas, y nos quedamos sin dinero) y, a la vuelta, ya más tranquilos, hicimos el mismo trayecto: Nantes-París, París-Barcelona. Pero en este último recorrido, de madrugada, vimos que el tren se había parado. Los pescadores de las marismas de Narbonne habían ocupado la vía y allí estuvimos detenidos algunas horas, sabiendo ya que habíamos perdido el avión de Barcelona a Tenerife.
Y entonces, al mirar por la ventana, allí estaban las marismas, bañadas por la luz del amanecer y llenas de flamencos que, de vez en cuando, levantaban el vuelo en una ola rosa de una belleza extraordinaria. Desayunamos en el tren, gozando de esa visión y también de una conversación interesante sobre la vida y sus sorpresas con una viejita encantadora y filósofa (y jubilada, como yo ahora). Luego en Barcelona, mucho más tarde, tuvimos que coger un avión a Madrid y de allí a Tenerife, pero nadie nos podrá quitar ese momento mágico, que no habríamos tenido si el tren hubiese seguido su curso normal.
Así que yo pienso que el “no hay mal que por bien no venga” no es mala filosofía para vivir. Una separación traumática puede transformarse en la posibilidad de encontrar otra persona que ilumine aún más tu vida. Un suspenso que te obligue a estar un curso con esa asignatura sola pendiente no tiene por qué convertirse en un curso perdido porque puedes, mientras tanto, estudiar alemán, chino o informática. Una baja forzosa por enfermedad puede aprovecharse, como hizo una amiga mía, para hacer un curso de literatura que siempre había querido hacer. Y, aunque no sea un mal sino un bien jubiloso, una jubilación no es el final sino el principio de toda una serie de actividades gratificantes. Escribir este blog, por ejemplo. 

sábado, 10 de enero de 2009

Hechizo de luna

Hace 4 años publiqué este enredo con la Luna. Hoy le he añadido estas preciosas fotos, jugando con la Luna, que La Bioguía presentó en Facebook este último septiembre. 

Últimamente estoy más en la luna que en la tierra. ¿Saben eso que a veces pasa con un tema, que de repente se vuelve recurrente, como cuando estábamos embarazadas (no hace ya poco tiempo de eso) y parece que todo el mundo lo está? Pues eso me está pasando con la luna, que se aparece una y otra vez en el camino.
La luna apareció de invitada en una conversación distendida entre amigos en la cena de los viernes. Los viernes son sagrados para dedicarlos al placer de la amistad y, en esta ocasión, no sé si por el maravilloso cordero pelibuey que nos habíamos mandado, nos pusimos románticos y la conversación fluyó hasta la luna. Parecería que en más de 20 años de amistad y de vernos los viernes ya se ha hablado de todo. Pero no. Sorprendentemente descubrimos que en nuestro grupo de amigos había quien no se acaba de creer que el hombre llegó a la luna y quien está totalmente convencido de que sí. ¡Qué cosas!.
La luna y las estrellas es el tema que mi grupo de biblioteca ha elegido este curso para hacer su antología. Durante 20 años y pico, siete profes que, además, nos hemos encargado de las bibliotecas de nuestros centros, hemos reunido cuentos, poemas, fragmentos, escenas… sobre un tema determinado y, en este año de la astronomía, ha tocado éste. Aunque ya no soy oficialmente del grupo, sí lo sigo siendo de corazón y, “como tengo tiempo”, ayudo a buscar material . Como, por ejemplo, el “Nuevo romance de la luna” de Luis Álvarez Cruz que dice. “Los poetas ya no saben/ si cantarla o no cantarla/ como la cantaron siempre,/ como siempre fue cantada…”; o Neruda en su “Oda a la luna del mar”: “Luna del mar,/ te lavas cada noche/ y amaneces mojada/ por una aurora eterna/ desposándote/ sin cesar con el cielo, con el aire,/ con el viento marino,/ desarrollando cada nueva hora/ por el interno impulso vital de la marea,/ limpia como las uñas/ en la sal del océano.”.
Y mis nietitos, en noches como ésta en que brilla, redonda de belleza, me piden el cuento del hombre de la luna y que les cante el “Luna, lunera, cascabelera”. Pero yo me decanto por la flamencada y les termino soltando lo de “Ese toro enamorado de la lunaaa…”. Y ellos se parten de risa al ver a una abuela en plan Lola Flores.
Decididamente, de lunáticos está el mundo lleno.

sábado, 3 de enero de 2009

Menos mal que existen los Reyes Magos



Por si no se habían enterado, hoy vienen los Reyes Magos caminito de Belén. Rompiendo una lanza por ellos, guardo en el blog la entrada que hice hace 4 años en su honor. Que les dejen alguito.

Soy de las que no se pierden una cabalgata de Reyes. Era obligado cuando los niños eran pequeños y también ahora que es una gozada ver la carita de los nietos.
 Pero en medio, en ese tiempo en que los niños ya no lo son y van a su aire y todavía no han llegado los nietos (es decir, en ese tiempo en que ya no nos preguntan de dónde venimos y no nos quieren decir a dónde van), también íbamos mi marido y yo, cumpliendo una serie de pasos, como si fuera un ritual: ir a La Laguna, comprar dos roscones de reyes en “La Princesa”, llevarlos al coche y luego pasear bien abrigados contra el frío lagunero, mientras te vas encontrando con todo dios, porque en La Laguna todos somos igual de noveleros.
Y luego, la cabalgata. Aunque ya las cosas han cambiado, era muy divertido entonces ver cómo los Reyes la emprendían a caramelazos con los niños y cómo éstos muchas veces se los devolvían. He visto caerse a Gaspar del camello, con los dedos engarfiados en la joroba, resbalando a cámara lenta y lanzando improperios a diestra y siniestra. Y cómo un año en el que hacía de Baltasar el único negro que había en La Laguna, conocido además por todo el mundo, niños incluídos, éstos gritaban “¡Melchor! ¡Gaspar! ¡Federico!”. La cabalgata de La Laguna en esos años intermedios era además cabalgata-exprés. No sé si por el frío o porque había que acostarse temprano, pasaban en un visto y no visto, dándonos tiempo para tomarnos después algo tranquilamente en “El Carrera” con los amigos y regresar pronto a casa a poner el zapato.
Yo no quiero pensar que alguna vez dejen de existir los Reyes Magos. Ya la idea de regalar en Navidad para tener más tiempo para jugar se barajaba en mis años de colegio. Pero siempre he pensado que, cuando pasa la nochebuena y la nochevieja, todavía ¡queda Reyes!. Con sus sorpresas y sus jaleos y el desayuno de todos con chocolate y roscón y la recogida de papeles y lazos y los globos que estallan por todas partes. Y después la comida familiar final, que es el colofón de todas las fiestas y la despedida hasta el año que viene. Este año de la jubilación ha sido además especial. Ha habido más tiempo para preparar, para pensar en qué le haría más ilusión a cada uno, para inventarse pareados con el regalo (ya he dicho que soy del grupo regalón).
Pero, aparte de que me encanta toda esa parafernalia del día de Reyes, hay dos razones más para defender su existencia. Una, que sin ellos las vacaciones de Navidad se terminarían el 1 de enero y eso, la verdad, no tiene tanta gracia. Y otra, que tal vez es la mejor, es lo bien que se portan los niños bajo el chantaje de “voy a llamar a los reyes para decirles que…”. Es mano de santo, oye. Yo lo hice con mis hijos y ahora mi hija lo hace con los suyos. Y además cada vez se hace más temprano, como los anuncios de navidad. Este año le oí las amenazas desde octubre por lo menos.
Y no se crean, que a mí también, de chica, una vez que estábamos los niños corriendo y gritando como tiene que ser, nos cayó un papelito del cielo después de oír un ruido como de cristales temblando y todavía recuerdo el mensaje palabra por palabra: “Si se siguen portando mal, no les traeremos ningún regalo. Los Reyes Magos de Oriente”. Nos quedamos tan impresionados que no tugimos ni mugimos hasta el 6 de enero.
Así que sí, Papá Noel está muy bien, muy campechano, muy jojojó y todo eso, pero a mí que no me toquen a mi Melchor, Gaspar y Baltasar. Que quieren que les diga, hasta tienen un toque multicultural muy fashion, (lo que quiera que signifique esa palabra), como dice una amiga mía.
 Por cierto, el mío siempre fue Gaspar. 
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