lunes, 28 de febrero de 2022

Hoy toca reseña: "42 semanas"



Hoy toca reseñar el nuevo libro de mi hija, "42 semanas", editado este mes de febrero por Editorial Planeta. Es lo menos que puedo hacer después de haber sido uno de sus lectores cero y de 2 o 3 lecturas a la caza y captura de erratas, omisiones o fallos. Además, ¡salgo en la novela!, y eso es algo que no todo el mundo puede decir, haber inspirado un personaje de novela. O medio personaje más bien, porque Gracia, la madre de la protagonista, tiene algunas cosas mías: es bloguera (aunque más famosa y chismosa que yo); es sincera, no se corta un pelo en decirle a la hija que es borde, o que tiene una pinta espantosa; es organizadora como yo; detecta a un kilómetro si a su hija le pasa algo o no; y le gusta Guillermo Brown. Pero yo no soy, como ella, Doña Perfecta, ni voy vestida de revista, ni me gasto un pastizal en cremas, ni soy rubia, ni tengo la manicura impecable. Y tampoco soy mala cocinera como ella, oye, que a mí los bizcochos sí me salen bien.

El libro es una comedia clásica de enredos y malentendidos: Nico es un periodista deportivo que trabaja en un entorno de lo más machista. Por eso, y por preservar su intimidad, no quiere por nada que se sepa que también es la cara oculta detrás del seudónimo Verónica Freiy, la escritora más vendida de novela romántica de España. Marta es una pediatra que se acaba de enterar de que su novio está casado y con dos hijos. Los caminos de Nico y Marta se cruzan y un rollito de una noche acaba complicándoles mucho la vida. Y hasta ahí puedo leer, como decía Mayra Gómez Kemp.

¿Qué me gustó a mí del libro?

Me gustó el acierto de las dos voces, la de Marta y la de Nico, en cada capítulo, que nos permite entender por qué actúan como actúan y acercarnos más a los miedos, inseguridades y prejuicios de cada uno.

Me gustaron las perlas de sabiduría y humor que salpican la novela, haciéndola cálida y cercana: Un chico guapo y croquetas, mi definición de paraíso; el genialómetro, que mide la caída de las relaciones geniales; el taxista amante del mármol (anécdota real); el no me pasaba nada peor desde que me obligaste a ver todos los episodios de "Cristal" contigo...

Me gustaron la alusión a "Dejádselo a Psmith" de P. G. Wodehouse, uno de los libros preferidos de Ana y míos, y los guiños que ella hace a "Orgullo y prejuicio", a "La princesa prometida", a "La Guerra de las galaxias" (genial la explicación del nombre de Vader, el gato)...

Me gustaron los temas colaterales que inevitablemente salen aun en una comedia, porque son parte de la vida: los prejuicios sobre los hombres que escriben romántica; los seudónimos que disfrazan las voces de hombre o mujer; la precariedad laboral; el enfrentarse a ser madre soltera...

Me gustaron los personajes, tan tiernos y vivos, tanto los principales como los secundarios, Gracia y Antonio. Me recordaron a los de las comedias clásicas del Siglo de Oro, sobre todo los segundos, que ponen el contrapunto de humor a las situaciones, más serias, en las que todos se ven envueltos.

Me gustó la portada de Dani Jiménez, alegre y colorista, en tonos naranjas y rojos, que, como dijo Ana en una entrevista, recuerda a los dibujos antiguos de las novelas de P. G. Wodehouse.

Y me gustó el título, esas 42 semanas de embarazo, que siempre se cuentan, no en días ni meses, sino por semanas.

Este libro, la 9ª novela publicada por Ana pero su libro número 20, empezó con una idea: cuando Héctor Castiñeira (a quien dedica el libro por ello) desveló que, tras el seudónimo Enfermera Saturada, "Satu", se escondía un enfermero. Esta idea empezó a tomar camino y en el año 2018 se terminó la novela que, por culpa de la pandemia, se ha retrasado hasta ahora.

En el podcast en el que Ana la presenta dice: Nunca dejará de sorprenderme el hecho de que una idea se convierta en algo tangible tiempo después. Que esa idea se convierta en una historia y esa historia llegue a otras manos y le haga vivir algo a otra persona, que la haga sonreír, que la entretenga, que lo que un día fue una idea ahora sean 268 páginas. Esas 268 páginas componen un libro para tiempos difíciles, para mirar la vida desde un punto de vista optimista, para cerrarlo con una sonrisa. Eso es lo que espero que hagan, si lo leen. Disfrútenlo.

  

lunes, 21 de febrero de 2022

Segundas veces: Granada


Sierra Nevada (nevada) desde el Albaycín

Hace 9 años escribí un post que titulé "¿Cómo que no has estado en Granada?". Y contaba allí que era la primera vez que visitaba esta ciudad, enamorada del agua, flor de la brisa, que cantaba Carlos Cano. Hablaba de la Granada mora (madera, cerámica, mármol y agua en la Alhambra, callejuelas del Albaycín, teterías de la Calderería, la Puerta Elvira...); de la Granada cristiana (no solo las iglesias, sino también el Colegio de las Niñas Nobles o el pionono); de la Granada gitana (la señora con pantuflas tocando las castañuelas con su nieto en el Mirador de San Nicolás); y, sobre todo, de la Granada viva (los mercados, las tapas, las plazas llenas de gente). Terminaba entonces, en ese diciembre de 2013, con un propósito firme: volveré.

Y ahora he vuelto por segunda vez. Leí una vez un artículo de la escritora Milena Busquets en el que decía que las primeras veces están sobrevaloradas y que ella es más partidaria de las segundas veces (y terceras y cuartas), que es cuando se llega a poseer de verdad algo. No sé si tiene razón (¿Poseer? La realidad siempre es esquiva y se esconde), pero es cierto que esta segunda vez que he estado en Granada iba buscando las dos cosas: encontrarme con la luz y la magia de entonces y descubrir nuevos rincones y momentos.

Y eso hemos hecho. Además de lo ya visto, hicimos cosas nuevas. Visitamos un tablao flamenco con unos bailaores, guitarra y cantaor magníficos, de los que ponen los pelos de punta. Nos embelesamos en la Sacristía de la Catedral con las manos de la Inmaculada de Alonso Cano, una imagen pequeña y preciosa en la que no habíamos reparado antes. Pisamos de noche, en la hora bruja, bajo una luna llena impresionante, las callejuelas empedradas del Sacromonte para ir a una zambra gitana en la que una adolescente, temblando, bailaba por primera vez (y muy bien). Compramos azafrán, el oro rojo (y a precio de oro), en el mercado de San Agustín. Pasamos por el pueblo de Soportújar, el pueblo de las brujas, y nos enteramos de que allí vivió Baba Yaga, procedente de Siberia, en su casa móvil con patas de gallina, y que el pueblo es el punto de encuentro de todas las brujas del mundo. Oímos la canción "Granada" en la voz profunda de un chico de la Tuna. Encontramos la ciudad, no con las luces de navidad de la otra vez, sino adornada con corazones y mensajes amorosos (coincidió con el día de los enamorados). Vimos almendros en flor debajo de los muros de la Alhambra desde el Paseo de los Tristes.

Así que las segundas veces (y las terceras y las cuartas) pueden ser también sorprendentes, porque, además del recuerdo y la mirada nueva, en un viaje se habla, se comenta y se comparten con los amigos momentos estupendos: la hora del vermut (que un día sustituimos por chocolate con churros en la Plaza de Mariana Pineda) o irnos de compras por las tiendecitas curiosas de los pueblos o, simplemente, alegar y reírnos y saber que vivimos juntos un paréntesis de la vida diaria.

Y también se conoce a gente nueva y puede pasar, como me pasó, que peguemos la hebra con una persona que no conocemos de nada y que te cuente parte de su vida y te confiese por qué ya no reza. O que te expliquen, como nuestra estupenda guía, Estrella, no solo todo lo que hay que saber de su ciudad,  sino también cómo se hace el remojón granaíno (aceitunas, bacalao, naranja, cebolla y aceite) o la vida y muerte de García Lorca. tan bien contadas que me emocionó. O escuchar a la panadera del pueblecito de Capileira, en plena Alpujarra, decirnos que le encanta su profesión. El único inconveniente -dice- es que te tienes que levantar a las 2 de la madrugada.

Por encima de todo me ha gustado el humor granaíno que se ve por todas partes: en la petición de los habitantes de Pitres, un pueblo de la montaña, a su alcalde para tener un paseo marítimo. Y este, ni corto ni perezoso, lo que hizo fue cambiar el nombre a su calle principal y llamarla así, "Avenida Marítima", con su ancla y su barca y todo. O el Barrio de La Chana ¿En qué otra ciudad del mundo se le da nombre a un barrio por su habitante más famosa, una señora de muy buen ver a quien visitaban con asiduidad muchos buenos (y no tan buenos) mozos de Granada?.

Así que no se corten en revisitar los sitios ya conocidos. Y, si son tan bonitos como Granada, no se debe uno despedir de ellos para siempre, como hizo Boabdil, el último rey musulmán, desde el sitio que hoy se conoce como el Puerto del Suspiro del Moro. No, como dije hace 9 años y repito ahora, hay que decir (sin suspiros): "Volveré".








(Para Estrella, nuestra guía y mentora, que, con gracia y sabiduría, nos hizo amar Granada)


lunes, 7 de febrero de 2022

Los probantes



Mis amigos Walter y Suzana son como Perséfone la de Démeter ¿se acuerdan?. Sí, aquella a la que, en la mitología griega,  rapta Hades, el dios de los infiernos, y que, gracias a los ruegos que su madre Démeter (la diosa de las cosechas y de la primavera) le hace a Zeus, es devuelta a la Tierra durante 6 meses al año y pasa otros 6 meses en el Inframundo. Gracias a eso tenemos 6 meses buenos donde todo florece y da frutos y otros 6 con frío, lluvia y crujir de dientes. Bueno, pues Walter y Suzana, igual, aunque ellos lo hacen mejor, nada de frío. De finales de octubre a abril, dejan Austria cuando empieza a nevar, y vienen a Tenerife, a su casa del sur de la isla a disfrutar del sol y del mar. Y de abril a octubre vuelven a Viena, a su casa frente a la catedral de San Esteban, cuando allá da gusto pasear por las calles e irse a comer un codillo al Prater.

En el tiempo en que están aquí nos vemos mucho y casi siempre Suzana, a la que le encanta cocinar y sorprendernos, nos invita a comer. Ella, que habla 8 idiomas pero que tiene un particular modo de expresarse en español, dice que nosotros somos sus probantes, los conejos de indias que probamos las exquisiteces que hace y que inventa. El wienerschnitzel, por supuesto, y el ganso por San Martín, y unas sopas exquisitas, y los pinchos de gambas de la imagen, y unos hojaldres de aperitivo rellenos con los mojos canarios rojo y verde... Y la sachertorte, maravillosa, que la hace más buena que en el propio Hotel Sacher. Y de paso, "probamos" también la amistad con sus amigos porque su casa es como la de los Durrel en la Trilogía de Corfú, o como la de mi madre en mi niñez, siempre llena de invitados que vienen a conocer la isla y a sus habitantes.

Así que ahora le hemos cogido gusto a lo de ser probantes y nos apuntamos a muchas otras cosas. A probar en un día de frío un guachinche en que hacen un puchero y un escaldón de muerte, a catar un vino de La Palma exquisito que nos regalaron por Navidad, a ser lector cero y ser de los primeros que echen la vista y disfruten de un libro apetecible, a probar cuánto de fría está el agua del mar en el mes de febrero, a hacer un viaje ahora y descubrir a lo mejor un rincón que nadie ha mirado con los mismos ojos, a mostrar talentos escondidos...

Hace un tiempo le preguntaron al paleontólogo Juan Luis Arsuaga que para qué se levanta cada día. Él contestó que para aprender. Me gustó pero yo hubiera ido más allá y hubiera dicho que para probar. Porque probar implica aprender. Y también catar, ilusionarse y desilusionarse, intentar, degustar, ensayar, examinar... En resumidas cuentas, estar vivos.

Qué quieren que les diga: me encanta ser probante.

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