lunes, 18 de abril de 2022

¿Dónde vas, coja cojita, minuflí, minuflá?



Nosotros, de jóvenes, no sabíamos lo que era o no políticamente correcto. Tanto nos ponían en el colegio a pedir por las calles el Día del Domund con aquellas alcancías con forma de cabezas de negritos o de chinitos -por cierto, ¿serán ahora los chinos la primera potencia económica mundial gracias a nuestras cuestaciones de entonces?-, como cantábamos en una rueda aquello de "¿Dónde vas, coja cojita, minuflí, minuflá?", mientras una de nosotras cojeaba ostensiblemente en el centro con cara de magdalena. Y debe ser por un resabio de esos tiempos por lo que los de mi generación no tienen empacho ni vergüenza para hablar de esos temas, como voy a hacerlo yo hoy.

Porque, vamos a ver, ¿quién de nosotros, bípedos que, en un pasado remoto, bajamos de los árboles e hicimos un esfuerzo enorme por ponernos a dos patas, no ha sufrido un traspiés, una torcedura, un esguince? El primero de los míos fue jugando al baloncesto en el 68 con el equipo de mi Colegio Mayor. Me caí y me fracturé la cabeza del 5º metatarsiano (todavía, cuando cambia el tiempo, siento un ligero dolor) y anduve un mes renqueando y con una faja elástica y pegajosa en toda la pierna que, cuando me la quitaron, como si fuera una cera general, me hizo ver las estrellas.

Una vez un grupo de mis alumnos de Ética, muy imaginativos, centró el trabajo de curso en los obstáculos que los minusválidos se encuentran en su deambular diario. Y ni cortos ni perezosos, se pasaron un fin de semana en una silla de ruedas unos y con muletas otros, apuntando todos los problemas con los que uno se puede encontrar en una ciudad como La Laguna: escaleras, aceras sin rebaje o demasiado estrechas, adoquines rotos, socavones, raíces de los árboles que levantan el pavimento... Una carrera de obstáculos. Fue un ejercicio de empatía que les sirvió para concluir, con Terencio, que somos humanos y que nada de lo humano nos es ajeno. Cualquiera puede encontrarse en la misma situación.

Algo de todo esto se lo he contado a mi nieta mayor, Eva, esta semana en que ella y yo hemos sido compañeras de fatigas: ella con una fractura de cadera que la obliga a llevar muletas durante un mes, y yo con un dolor en la pierna que me ha hecho cojear por toda la casa, que, otra cosa no, pero escaleras ¡ay! tiene para dar y regalar.

También la consuelo con los cojos célebres de la Historia, que vivieron y soportaron alegremente y con paciencia el traqueteo: Julio Verne, Frida Khalo, Ignacio de Loyola, Quevedo, Shakespeare, Tayllerand, Walter Scott, Lord Byron, Roosevelt, Daddy Yankee... Y también le cuento que el niño que descubre al flautista de Hamelin y salva a los demás niños fue el cojito que se quedó atrás. (En esta lista no cuento a Descartes del que una vez una amiga me aseguró que era cojito. Le tuve que explicar que el "cogito, ergo sum", va con "g" y significa "pienso, luego existo").

El último de los famosos cojos (o tal vez el primero), del que los periódicos hablan esta semana, es del dinosaurio cojo de 6 a 7 m. de longitud, que dejó su huella para la posteridad en la serranía de Cuenca hace 129 millones de años. Nos lo podemos imaginar a partir de los tres dedos de la pata izquierda (dos deformados y uno dislocado), caminando el pobre por los humedales de la zona en busca de sabrosas hierbas y de agua clara. Tal vez sus compañeros también le cantaban,  para animarlo a ir al mismo ritmo que ellos, el "¿Dónde vas, cojo, cojito, minuflí, minuflá?". ¿Les contestaría él, como mi cojita de la infancia, "Voy al campo a por violetas, minuflí, minuflá"?.

lunes, 11 de abril de 2022

Un espíritu libre



Oír conversaciones sin querer nos puede enseñar mucho de la vida. Recuerdo una vez oír a mi sobrino que instruía a un compañero en el arte de sacar buena nota en Filosofía, asignatura que al otro no se le daba muy bien. Como era algo que me interesaba, puse atención y le escuché decir: "Tú no te preocupes por nada. Pregunte lo que te pregunte, tú háblale de la libertad y con eso ya tienes el sobresaliente ganado".  Casi echo la carcajada. ¿Será posible?, me dije. Pero luego pensé que a lo mejor sí, que los profes de Filosofía hablamos mucho sobre la libertad y que los alumnos nos tienen cogido el tranquillo y conocen a la perfección nuestros puntos débiles.

Por eso debe ser también que nos impresionan tanto los espíritus libres. En el último viaje a Asturias venía con nosotros una de mis alumnas (y amiga también), una chica joven y guapa, a la que podríamos llamar eso, un espíritu libre. Como tocaban "Los Secretos" en Gijón el sábado en que fuimos allá de visita, ella decidió quedarse y volver a Oviedo al final del concierto. La madre que todas llevamos dentro hizo que mis amigas y yo casi la sometiéramos a un interrogatorio policial. ¿Cómo volverás? ¿Hay guaguas a esas horas? ¿Cuánto tardarás? ¿Y de la Estación al Hotel no es un trayecto muy largo? ¿Y si no encuentras un taxi? ¿Y no podrías ir con alguien y no sola? ¿Nos pondrás un wasap cuando llegues para dormir tranquilas?

Ella se reía y nos decía que no nos preocupáramos y nos miraba como pensando que había venido al viaje sola, tan ricamente, y se encontraba con seis madres fiscalizadoras. Pero así y todo es tan encantadora que, cuando llegó a las 12 y media de la noche, me puso un wasap: "Ya en la camita".

Todas nos habíamos quedado preguntándonos: ¿Lo haríamos nosotras?. Ir sola a un concierto de noche, en una ciudad desconocida, sin coche, teniendo que caminar hasta las paradas, no sabiendo si podría coger la guagua de las 11 (no la cogió por minutos), teniendo que esperar 1 hora a la siguiente... Solo una de nosotras, mi amiga Carmen, dijo que ella sí lo haría. Las demás dijimos que ni locas. Y luego me quedé pensando en que para ser libres de verdad, no solo tendríamos que luchar contra la presión social, sino también contra nosotros mismos, contra nuestros miedos, prejuicios y cobardías.

Por eso los profes de Filosofía damos tanto la lata con el tema de la libertad, porque sería deseable un mundo donde los espíritus libres, como mi alumna y como Carmen, fueran mayoría. Y recordamos en nuestras clases a filósofos, como Pico della Mirandola, que hace decir a Dios hablando con Adán: Te puse en mitad del mundo para que miraras más cómodamente a tu alrededor y vieras todo lo que hay en él. No te hicimos ni celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que, casi libre y soberano, te moldees y te esculpas la forma que prefieras de ti mismo.

El don divino es la libertad, inventarnos cada uno, diferente a los demás, ser lo que quieres ser, incluso fan de Los Secretos y asistente a un concierto por la noche, si es lo que te gusta y te completa. Tenía razón mi sobrino, la libertad es un tema que a los profes de Filosofía nos chifla...

lunes, 4 de abril de 2022

Asturias, patria querida


Torres de la Catedral de Oviedo

La semana pasada estuve de viaje por Asturias patriaquerida, ya una lo dice así,  todo junto como si fuera su adjetivo siamés, de tan conocido y animado que es su himno. No en vano lo cantamos en todos los tenderetes y cogorzas (no como el nuestro, que es un arrorró capaz de dormir a cualquiera). Llegamos el lunes pasado y la verdad es que podía haberles comentado algo como hago todos los lunes del año, pero a veces los viajes son como las semillas o como la masa del pan, que hay que que dejarlos reposar un poco en la memoria para saber qué nace de ellos y perdura.

De los recuerdos apuntados en libretitas, resumidos por la noche en la habitación del hotel, fotografiados, comentados... escojo que Asturias es, sobre todo, naturaleza. Esta es una tierra que han pisado los dinosaurios y eso impone. No aparecen, claro, en los capiteles de la vieja Colegiata románica de San Pedro pero sí hay allí cabezas esculpidas de osos, lobos, rebecos, ciervos... que fueron habituales en tiempos más salvajes y que ahora permanecen escondidos. Hoy son las vacas, los caballos, las ovejas... quienes nos miran, imperturbables, reivindicando el terreno. Los ríos -el Navia, el Sella, el Negro- lo cruzan en paz. Los caminos están custodiados por árboles altos como guardianes, algunos envejecidos con barbas de musgo gris, otros (¿espineros?), llenos de flores blancas que anuncian la primavera. Y está presente el tejo, el árbol sagrado de los celtas y de los astures, símbolo de vida y muerte, por lo longevo y por lo venenoso. 

De toda esta naturaleza, pródiga de belleza y vida, yo me quedo con la subida a los lagos de Covadonga, el Enol y la Ercina, serenos bajo un cielo gris, dormidos gran parte del año cuando la niebla no deja subir a los visitantes. En lo profundo del Enol, una imagen de la Virgen de Covadonga permanece sumergida en el agua helada, hasta que el 8 de septiembre todos los años la suben, la limpian y la festejan. Pero normalmente allí se va a estar en paz con la naturaleza, a observar el vuelo de los buitres y de las águilas de la montaña, a sentir el silencio.

Pero Asturias también es su gente, que con buen criterio vive allí desde el Paleolítico. Y más tarde los romanos, los visigodos, los musulmanes... supieron disfrutar también de las bondades de un país con picos coronados de nieve, laderas verdes hasta el mar y playas extensas de olas bravas. A lo largo de los siglos, cavaron minas, pescaron salmones y ballenas, recogieron corales y conchas preciosas, cultivaron una tierra fértil (me enteré de que el "viciosa" de Villaviciosa significa, no lo que piensan, sino precisamente eso, "fértil") y construyeron templos, monasterios y conventos para rezar a Dios. Y aunque muchos emigraron, muchos también volvieron ya ricos y levantaron, para demostrarlo, grandes casas, "las casas de indianos", que todavía hoy resisten el paso del tiempo con dignidad.

De esa sociedad, entresaco la vida pacífica de los pueblos. Por ejemplo, Llanes un domingo por la mañana: niños esperando la catequesis a la puerta de la Iglesia, parejas jóvenes paseando con el cochito del bebé, la hora del vermut en una terraza frente al puerto lleno de barcas, el chico de la patineta junto a la que brinca su perro, las dulcerías abiertas y tentando con los carbayones y las letizias (no hay que olvidar que la reina es asturiana), la vida bullendo y fluyendo, tan tranquila como ese río Sella que cruzan los piragüistas no muy lejos de allí.

Y luego, claro, está Oviedo. Que para todos los que amamos los libros sigue siendo Vetusta -mucho más grande, mucho más limpia-, el nombre tan conseguido con el que la bautizó Clarín en "La regenta". Con las torres de la Catedral , poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne:; con la estatua de ella, Ana Ozores, la regenta. en la plaza, mirando eternamente por si ve aparecer a su amante; con las sidrerías llenas de gente de la calle Gascona;  con el Campo San Francisco, que fue antes huerto de los monjes franciscanos y que ahora es lugar de paseo de ovetenses y foráneos (Woody Allen se enamoró de él y, enfrente, como añorándolo, está su estatua); con el Convento de las Pelayas y el Jardín de los Reyes, y la Catedral, y el Mercado, y el Teatro Campoamor... Oviedo, Vetusta, llena de vida. Y en la Plaza del Reloj, después de cada hora, las campanas tocan, una y otra vez, emocionándome, "Asturias, patria querida".




Lago la Ercina en Covadonga


Puerto de Llanes

(Las fotos de las torres son de Charo Borges desde el hotel. Las otras dos, mías)




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