lunes, 29 de agosto de 2022

Trivialidades



La semana pasada se libraron de mi habitual rollito de los lunes porque me fui al sur -sin ordenador, sin wifi, solo mar y aire salado- con mi grupo de amigas del colegio, una reunión que hacemos desde hace unos cuantos años en mi casa de Playa de la Arena.

Son solo tres días pero ¡qué bien aprovechados!. Baño por las mañanas, comidas abundantes (cada una lleva alguna de sus especialidades) dentro y fuera de casa, y tardes de relax y conversación que valen oro. Lo mejor son las historias que nos vamos contando, algunas geniales como la de los dientes del marido de Mari o la de las formas de hacer las bolitas de chocolate de los nietos pequeños de Eli. (Algún día se las contaré). Como ustedes saben bien, en la vida no solo nos basta con vivirla, sino que, además, es de primera necesidad lo de reunirnos escuchando lo que nos cuentan, sea algo nuevo o ya sabido.. Y una de las tardes, entre dimes y diretes, jugamos al trivial. Ya lo conocen ustedes, se trata de ganar "quesitos" respondiendo a preguntas triviales, aquellas que en la antiguedad se comentaban en los cruces de caminos ("trivial" viene de "tres vías"). Una de las amigas se trajo una versión nueva que ninguna conocía y allá que nos pusimos a ello con el entusiasmo que nos caracteriza ¡Preguntitas a nosotras!

Pero cuál no sería nuestra sorpresa cuando vimos que no acertábamos casi ninguna y, si lo hacíamos, era por pura chiripa. Allí había especialistas en arte, en deportes, en música, en ciencias, en historia... y nada de nada. ¿Qué habrían contestado ustedes a: "¿A qué personaje interpretó el especialista Glenn Ennis en la oscarizada El renacido?" (Al oso); "¿Cuál es la única ciudad capital de Estados Unidos que no tiene un solo restaurante McDonald?" (Montpelier, Vermont); "¿Qué legendario novelista gráfico y escritor de cómics creó Watchman y V de Vendetta?" (Alan Moore); ¿Qué cantante de hard-rock sustituyó a Brian Johnson de AC/DC, en su gira mundial?" (Axi Rose); "¿De qué equipo de fútbol inglés fue presidente el cantante Elton John?" (Del Watford); "¿En qué ciudad está la primera pizzería que se abrió en el mundo?" (En Nápoles)... Y así.

Cuando personas como nosotras, que se conocen desde hace 60 y pico años, se reúnen, de vez en cuando (sobre todo después de ver las manías que tenemos y las majaderías en las que incurrimos) alguna dice que estamos mayores, a lo que muchas contestamos: "¡Mayor serás tú!". Y ni las canas, ni las arrugas, ni los achaques, ni siquiera las velas de cumpleaños, nos convencen del paso del tiempo. Pero mira por dónde, un repaso a este nuevo trivial y el ver que hay nombres, personas, grupos, hechos... que no nos suenan de nada, sirven para convencernos rápidamente de que no estamos en la onda. En medio de la partida, llamó mi hija por teléfono y le pregunté si ella sabía cuál era la app que en 2012 permitió citas con personas que te gustan. Ella respondió sin vacilar: Tinder, mientras todas nosotras nos estábamos preguntando si eso existía y si la cosa sería igual a cuando Harry encontró a Sally y nosotras a nuestras parejas sin ayuda de Internet.

Definitivamente, somos mayores.

lunes, 15 de agosto de 2022

El día de San Lorenzo



Si hay un día que simboliza el verano con todas sus glorias es el día de San Lorenzo, el 10 de agosto, el día más caluroso del año, según dicen. Por algo al sol lo llaman Lorenzo. Es un día para achicharrarse, haciendo un poco de humor negro, porque San Lorenzo murió así, achicharradito el pobre, y por eso El Escorial, que lleva su nombre, tiene la forma de una inmensa parrilla.

En San Lorenzo ya el verano está en todo su esplendor, no solo por el sol radiante, el canto de los grillos, los baños de mar y el morenito que todos lucimos, sino también por la holganza ya asumida y la relajación del alma. Es un día para fiestas en los pueblos, reuniones de amigos, cohetes en el cielo y ocasiones especiales.

Recuerdo dos San Lorenzos gloriosos, uno bajando a Masca y otro subiendo al Teide (me recuerda a aquello de "yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí..."). La bajada a Masca fue un 10 de agosto hará unos 30 años, que a quién se le ocurre hacer eso en ese día con la calufa por ese barranco para abajo. Pero fue inolvidable, todos los San Lorenzos siguientes lo recordamos:  la carretera hasta llegar allí con sus curvas sobre el abismo; el precario puente de ese entonces hecho con cuerdas por el que cruzábamos el barranco a lo Indiana Jones, lo que añadía más emoción a la cosa; los charquitos que nos fuimos encontrando y en los que nos remojábamos los pies; las quejas de mi amiga Pepa todo el camino y su firme resolución de meterse en el mar como Alfonsina, si el barco contratado no nos venía a buscar a la playa; y el gran premio final a las fatigas de la bajada, la comida y el baño en la playa, larga y de arena negra, junto con el paseo por mar viendo la inmensidad de los Acantilados de los Gigantes y a los delfines saltando a nuestra vera.

El otro San Lorenzo fue igualmente memorable: subir a Las Cañadas para ver las Perseidas, las lágrimas de San Lorenzo, a pedir deseos y a noveleriar. Fue una noche sin luna, tendidos en la tierra caliente, mirando a lo alto y dejándonos embelesar por ese cielo oscuro y cuajado de estrellas en el que perdernos y del que se desprendían estrellas trazando arcos imposibles. Por el camino pasaban peregrinos caminando de madrugada a Candelaria con luces encendidas y nos saludábamos, alegres, sintiéndonos parte de una comunidad. Paz y serenidad en la noche.

¿Y este año? Este año San Lorenzo lo celebramos en casa entre amigos, con una buena comida y una buena guitarriada, que falta hacen. La noche estaba tranquila pero con nubes. Y brindamos por San Lorenzo y sus lágrimas escondidas tras ellas, por aquella subida al Teide para verlas más cercanas, por aquella bajada a Masca entre sustos y risas, por los cumpleaños de agosto que en mi casa son unos cuantos, por los veranos cálidos y perezosos y por que sigamos brindando muchos años más. ¡Salud y viva San Lorenzo!


lunes, 8 de agosto de 2022

El silencio sagrado de la siesta



Dicen que la siesta la inventaron los españoles. Y hasta en un artículo de Ignacio Peyró que leí sobre España y las cosas buenas que nos despertaban nostalgia cuando estábamos fuera ("el olor escandaloso del jazmín, una fuente, los arcos de las plazas, el estallido de la fiesta, convertir en arte mayor un arroz, la sociabilidad..."). el autor incluía "el silencio sagrado de la siesta".

Confieso que durante mucho tiempo no fui de siestas. Cuando terminaba de comer y antes de ponerme a corregir o preparar clases, era el ratito para leer el periódico con toda la calma del mundo, sudokus incluidos, y poco más. Pero de un tiempo a esta parte, los últimos 14 años, domino como nadie el arte de quedarme traspuesta. Que no consiste, como hacen muchos de mis amigos, en considerar los programas de la 2 como los mejores inductores del sueño, ahí frente a la tele medio oyendo cómo los leones se zampan a las pobres gacelas. Ni en lo que hacen otros, que se quedan dormidos sentados tal cual en la silla mientras casi no han terminado de comer, que no sé ni cómo no se caen. Ni siquiera en cómo hacía Dalí, que consideraba la siesta como el mejor mecanismo para la creatividad. El pintor, mientras mantenía con la izquierda una llave pesada sobre un plato, se dejaba invadir por el sueño "como la gota espiritual del anisete de tu alma creciendo en el cubo de azúcar de tu cuerpo" (Dalí siempre tan exagerado). Total, que se amodorraba y en ese momento la llave caía en el plato y, al despertar sobresaltado, también lo hacía la creatividad, decía. Para él en ese momento surgían las ideas más geniales (Y tal vez tenía razón: tras una breve siesta mañanera, Descartes imaginó su "pienso, luego existo"; y Kekulé descubrió que el benzeno era una molécula circular después de una cabezadita...)

Pero no. La siesta no sabe de sobresaltos, ni se da bien en sillas ni sillones frente al sonsonete de la tele. No. La siesta como es debido es en una cama cómoda con una almohada igual. Donde yo la disfruto mejor es en mi habitación con la ventana abierta a la huerta (imagen inicial) y sus sonidos -ramas, brisa y el arrullo de las palomas al fondo-, leyendo lo que me gusta en ese momento, hasta que poco a poco lo voy abandonando y el libro cae a un lado de la cama. Y, si no estamos como ahora en un verano radiante, también en otras estaciones la lluvia mansa en los cristales, junto con una mantita apropiada, son buenos acompañantes. El "silencio sagrado de la siesta" incluye sonidos que apaciguan el alma.

Así que, como San Pablo cuando se cayó del caballo, he visto la luz y me he convertido en una adicta a la siesta. Frente a los que nos ven como unos gandules, me he dedicado a coleccionar sus bondades. Aparte de la idea de Dalí sobre que nos hace más creativos (refrendada al parecer por la neurociencia), es también saludable y necesaria para nuestro bienestar, según los higienistas del sueño.  Hay autores, como Miguel Ángel Hernández (El don de la siesta, Anagrama), que la ve como un regalo, un refugio interior en el que nos resguardamos de las actividades febriles que la vida nos exige hoy, una pausa que uno elige libremente. La siesta "sin más fin que el placer puro, que la detención y la interrupción de un tiempo que nos devora. La siesta como refugio de la luz, el ruido y la actualidad. La siesta, en fin, como tiempo propio conquistado".

Nos merecemos ese descanso. No sé si es verdad que fue invento español o no, pero siempre fue parte del modo de vivir meditérraneo. Leí una vez que era el subrayado perfecto a la ceremonia del comer. Una buena comida y una buena siesta ¿qué más se puede pedir para estar en paz con el mundo?.

lunes, 1 de agosto de 2022

Yo también quiero humanos



Lo del título lo digo porque leí un artículo en El País del 23 de julio que se titulaba "¡Quiero un humano!". Hablaba la periodista, Carla Marcia, de un señor que llegó al aeropuerto de Barajas con muchísima prisa y se vio obligado, para su desesperación, a facturar él mismo su maleta y a imprimirse su billete en una de las máquinas de autofacturación. El hombre ("vi su rostro pasar de la angustia a la cólera") gritaba: "¡Voy a perder el vuelo! ¡Quiero un humano!", con la misma urgente necesidad de aquel que, en la película "Amarcord" de Fellini, se subía a un árbol a gritarle al mundo: "¡Quiero una mujer!".

Cuando lo leí, me sentí tan, tan, tan identificada con él que, si llego a estar allí, le hago hasta coro. Las compañías aéreas se han convertido en especialistas en tratar a los pasajeros cada vez peor: asientos en los que casi no te puedes mover, retrasos, pérdidas, overbooking (¿qué mente malévola lo inventó?)... Y ahora, si viajamos con pareja, para fastidiar más, nos ponen separados. Como mi marido puede tener problemas durante el viaje, siempre pido billetes juntos aunque pague un suplemento por ello. En uno de los últimos viajes, al llegar a Barajas, me pasó lo mismo que al señor del artículo y, después de mucho trajinar, conseguimos facturar y recoger los billetes de una máquina que, no solo no nos deseó buen viaje, como hubiera hecho una azafata de tierra, sino que además nos dio los billetes separados sin atender a sentimientos, a lo pagado y a nada de nada. Y ahí me ven también con ganas de gritar: "¡Quiero un humano!": un humano al que explicarle el caso, un humano que te escuche, que te pida disculpas, y si me pongo, hasta que te invite a un champán por las molestias. Tardé más de media hora en encontrar a alguien que me lo pudiera arreglar y menos mal que yo sí iba con tiempo.

¿Cómo se ha ido degradando la cosa? ¿Cómo hemos pasado de aquellos tiempos en que las compañías se anunciaban con lo de "Donde solo el avión recibe más atención que usted" a esta época en que no solo no nos atienden bien sino que intentan fastidiarnos cada vez más?

Y seguimos igual en otros aspectos de la vida. Ya en los Bancos nos invitan a hablar con las máquinas y cada vez hay menos personas humanas que te atiendan; si se nos estropea algo y tenemos que llamar a un servicio técnico, le tenemos que contar a un robot lo que le pasa a la tele, a la nevera o a la lavadora (y una, que es prolija contando, se encuentra con la voz metalizada que dice: "Perdone, pero no la he entendido") ; y en el campo de las citas médicas, los ordenadores no apuntan las citas o nos mandan, como nos pasó a nosotros, al hospital de La Palma, un poco alejado de nuestra casa.

Queremos humanos, aunque sean antipáticos. Queremos que alguien nos diga "adiós", "gracias" y "buenos días" y que no nos diga lo mismo la voz sin calidez de una máquina. El escritor Manuel Rivas contó hace poco que en los peajes de las autopistas la mayoría de conductores eligen la cabina donde hay una persona y no la de las máquinas de cobro automático.

El consejo que la periodista Carla Marcia le da al señor que quería que un humano le atendiera es que cambiara de planeta o se comprara un buen smartphone. Yo, visto que cada vez más nos acercamos a aquel mundo oscuro y gris de "Blade Runner", la película de Ridley Scott en el que la humanidad convive con los robots ("replicantes"), me da que un día de estos me apunto a aprender robótica. Por si las moscas.

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