lunes, 30 de octubre de 2023

Menos lobos, Caperucita




El  origen de la frase del título parece estar en la historia de un guarda de cortijo sevillano que se las echaba en la taberna de haber espantado él solito a un centenar de lobos en una sola mañana de invierno. Ante la rechifla del personal y del "menos  lobos, Caperucita", terminó confesando que solo había visto uno y de lejos. Hay otra historia parecida con leones en la que el relator también fue rebajando el número de leones que lo rodeaban hasta llegar a un "Bueno, pero había un olor a leones que tumbaba p'atrás".

Y es que a la hora de contar nuestros avatares y correrías, los seres humanos no nos cortamos un pelo en inventar, adornar, ampliar, magnificar, inflar, cargar las tintas... En resumen, exagerar. Y no será porque no nos hayan aleccionado en sentido contrario. Desde hace 25 siglos ya Platón y Aristóteles nos avisaban, el primero, predicando la moderación en la clase trabajadora (nosotros, los currantes); el segundo, hablando de su famoso término medio: "Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre", como dice mi amiga Conchi. Pero nosotros, ni caso: a farolear y a inflar el ego.

Exageraba Mark Twain cuando decía que de joven "podía recordar todo, hubiera existido o no".

Exageraba Onetti cuando un periodista miraba la decadencia de su dentadura: "Usted me mira porque cree que solo tengo un diente. Le advierto que mi dentadura es perfecta, pero se la he prestado a Mario Vargas Llosa".

Exageraba Raymond Roussel al explicar que "lo que escribo irradia un gran resplandor; cierro las cortinas porque temo que la más ligera rendija deje escapar los rayos que salen de mi pluma".

Exageraba Muhammad Alí cuando presumía de que "es muy difícil ser humilde cuando se es el mejor".

Exageran los medios al contar lo que pasa. Exageran los políticos al alabar los méritos  propios y denigrar los de los oponentes. Exageramos todos cuando contamos nuestra vida. Lo último que he visto en materia de exageración es el nombre (que no sé cómo va a caber en el DNI) con el que han bautizado a la última biznieta de la duquesa de Alba: Sofía Fernanda Dolores Cayetana Teresa Ángela de la Cruz Micaela del Santísimo Sacramento del Perpetuo Socorro de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos.

¡Para que luego la llamen Sofi! Ahí tienen a la pobre criatura (en la foto inicial) a la que, aunque pixelada, se le puede ver la cara de susto mirando a los perpetradores de ese maquiavélico nombre que irá arrastrando toda su vida. ¡Menos lobos, Caperucita!, parece decir espantada.

martes, 24 de octubre de 2023

En una semana cabe...


Cuando era chica, si se me ocurría (cosa muy improbable) decirle a mi madre lo de "me aburro", ella siempre contestaba: "Pues no sea burra". En su mundo, vital y colorido, no cabía el aburrimiento.  Por ahí también iba el cómico Leo Harlem cuando en el periódico del domingo afirmaba que un tonto y un aburrido eran lo mismo. 

Viene esto a cuento porque a una de mis amigas se le estropeó la tele y me dice que pasó la tarde más aburrida de su vida. Me dieron ganas de decirle lo mismo que mi madre: no seas burra, mira alrededor y date cuenta de todo lo que cabe en una tarde. O mejor, en una semana.

En una semana cabe probar, por ejemplo, un sabor nuevo. Me traen una fruta un tanto exótica llamada longan (que significa "ojo de dragón"), redondita y con una cáscara muy fina. Al pelarla vemos que tiene una pipa muy grande roja oscura y la pulpa sabe a la de la uva, pero más dulce. Estamos pensando sembrarla a ver qué tal.

En una semana cabe leer dos o tres libros que te hagan vivir otras historias: "Canciones que te oí cantar en Helsinki" de Katherine Vega, tan romántica; "La Biblioteca de los nuevos comienzos" de Michiko Aoyama, con la cadencia y serenidad de la literatura japonesa; o "Mindfulness para asesinos" de Karsten Dusse, para reír un rato.

En una semana cabe el que mi sobrina anuncie que para abril aumentará la familia. Una nueva sobrina nieta está a punto de ser bienvenida al mundo.

En una semana cabe que un amigo querido se vaya. Generoso, tenderetero, amigo fiel, con sentido del humor y un corazón de oro, todos los que lo queríamos lo despedimos con un vaso de vino y una frase hacia el cielo: "¡Va por ti, Pedro!". (En la foto inicial, animando una romería, como él sabía hacerlo).

En una semana cabe recordar a mi tía América que siempre celebraba su día el 12 de octubre, día del descubrimiento, invitando a toda la familia a un conejo en salmorejo en un guachinche del norte.

En una semana cabe una cena con los amigos de siempre en una terraza al aire libre de la noche, con Júpiter brillando en lo alto, congratulándonos de que uno de ellos se recupera de un jamacuco.

En una semana caben baños de mar, en este octubre increíblemente veraniego.

En una semana cabe que me renueven el carnet de conducir con lo maleta que soy (todavía no me lo creo).

En una semana cabe ir a por el periódico en la gasolinera y decir "A ver qué desgracias me cuentan hoy": Y comprobar que es verdad: suenan tambores de guerra en una tierra que se llamó Santa. Y la guerra es un fracaso del ser humano que siempre pagan los inocentes.

En una semana cabe una lluvia refrescante y liberadora que empapa la tierra y trae esperanza. Ya hay aguacates en los árboles.

En una semana cabe que mi nieta mayor se quede en casa un par de días y que nos lo pasemos pipa viendo películas de antes, alegando sin parar (por ejemplo, sobre el futuro de la humanidad en colonias espaciales) y comiendo pizza casera.

En una semana caben amaneceres en tecnicolor y atardeceres lánguidos. Hasta cabe un eclipse mínimo de sol allá por el horizonte.

En una semana cabe escribir este post para el blog.

Lo que no cabe es el aburrimiento. En una semana cabe... el mundo.

lunes, 16 de octubre de 2023

Cuando aprieta la caló...



¿Se acuerdan de la canción de "Tenerife tiene seguro de sol", que decía: "Solamente Canarias conserva el clima primaveral"? Pues todo era mentira, o por lo menos, lo es ahora, que llevamos 2 o 3 semanas con altas temperaturas, nunca vistas tan seguidas. En mi casa, 30º a la sombra, nada más despertarnos de mañanita. ¿Cuándo se ha visto eso?

Es verdad que no es raro calor en octubre. Mi hija se casó hace 21 años un 27 de octubre y fue el día más caluroso del año. Todos los invitados (excepto el novio, que resistió como un señor) se deschaquetaron, y no se quitaron la camisa de milagro. Pero fue un solo día, como si el verano quisiera decir adiós. Y ahora, sin embargo, es como un laaaaargo adiós. Y no hay quién lo aguante.

Con un calor así no nos extraña que al extranjero de Camus se le pusiera cara de asesino; que nos acordemos del Cid por la desierta estepa castellana, al destierro con doce de los suyos -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga; que el boxeador Perico Fernández le hubiera echado la culpa a la caló por abandonar y no conseguir el título mundial de boxeo... Es que se le puede culpar de todo: de que las plantas se sequen de un día para otro; de acabar con las reservas de agua de la casa; de dormir a trompicones, como me pasa a mí, que me he visto leyendo a las 4 de la mañana; de no asomar la nariz a la calle no sea que me dé una insolación; de no dar golpe porque acaba una en un sudor... 

¡Oh, si hasta han suspendido las clases! Nunca jamás, en los 38 años que di clases, han suspendido por esto. Por lluvias fuertes, sí; por el viento huracanado, también; porque se murió Franco, también...Pero por el calor, nunca en la vida, que yo recuerde.Y ahora vemos que, después de desmayos y jamacucos de los pobres infantes, no les ha quedado más remedio que hacerlo. Incluso en la Universidad mi nieta (que está en 3º de Bellas Artes) me cuenta que su Facultad es muy bonita, muy sinuosa y artística, sí, pero que las ventanas no se pueden abrir. Y después de sonados desmayos van, desmayos vienen, también suspendieron las clases.

Por supuesto, las redes se han llenado de memes. "Esto no es el veranillo de San Miguel, sino el infierno de Lucifer"; "-¿De dónde eres? -De Canarias -Ah, dicen que allí el invierno es corto -El año pasado cayó en jueves"; el exorcista que grita: "¡Agosto! ¡¡¡Sal de este octubre!!!"; "Suspendida la jornada laboral el miércoles y jueves por varios desmayos de los padres al enterarse de que a sus hijos les han suspendido las clases por el fuerte calor en Canarias"...

Aparte de este alegato contra el calor y de estar casi todos días de remojo en el mar, no me falta sino hacer rogativas a Cronos, dios del tiempo, para que cambie y vuelvan la bendita lluvia y los maravillosos alisios. Y lo pongo por testigo de que, cuando esté muerta de frío, con vientos ululando en las ventanas, truenos y relámpagos en los cielos y un abrazo gélido en las vértebras, no me quejaré, recordando estos días de octubre, ni un poquito ¡Lo juro!

(Imagen inicial de Charo Borges desde su casa en Santa Cruz)

lunes, 9 de octubre de 2023

El misterio del desayuno



Una vez oí a un humorista  (¿Verdaguer? ¿Gila?) que se quejaba de que en su casa todos los días se comía lo mismo: los lunes, lentejas; los martes, lentejas; los miércoles, lentejas... ¿Se imaginan algo así? Y que conste que me gustan las lentejas con su choricito y su friturita, pero ¡todos los días! no hay quien lo aguante. Y sin embargo, eso es lo que hacemos con el desayuno. El 42% de los españoles (y yo me incluyo) desayunamos todos los días lo mismo, sin cansarnos ni echar de menos otros manjares.

Yo, por ejemplo, desayuno siempre un té verde, una tostada de pan integral con queso y un jugo de naranja. Lo que varía es el queso que a veces es blanco de cabra y otras veces, curado de oveja. De vez en cuando hago un bizcocho de manzana o un pan de nueces, y como un poco, pero tampoco varía. Y cuando me voy de viaje, en los hoteles lo mismo, en el colmo de la originalidad: té, tostada con queso, naranjada. Algunos domingos, eso sí, me voy a desayunar churros pero también es lo mismo: chocolate sin leche más churros, hala.

He hecho hasta una miniencuesta entre los amigos y da los mismos resultados. Hay quien lleva tropecientos años tomando por las mañanas solo leche con gofio; otros toman solo un café  (¡Solo un cafe! ¿Cómo tienen fuerza para enfrentarse a la vida?); otros se pegan desayunos ingleses con huevos incluidos... Pero siempre repiten: todos los días, todos los meses, todos los años, lo mismo para desayunar. Con todos los alimentos que existen en este mundo ¿no tendríamos que introducir un poco de variación?

Esto para mí es uno de esos grandes misterios de la humanidad ¿No nos aburrimos de comer y beber siempre lo mismo, nada más despuntar el día' ¿Por qué lo hacemos?

Leí hace poco un libro magnífico, "La costumbre ensordece", de Miguel A. Delgado, donde habla de los distintos momentos del día y, entre ellos, del desayuno. Nos ilustra acerca de la historia del desayuno que hasta el siglo XIX no era una comida muy bien vista, que digamos. Se trataba de des-ayunar, es decir, de romper el ayuno mantenido durante la noche, y el cristianismo lo consideraba pecaminoso antes de la misa de la mañana. Todavía en mi infancia de la calle del Pilar todos desayunábamos los domingos después de misa de 9, a cuya salida íbamos a por los churros, que nos compensaban de las penurias de pasar hambre hasta esa hora.

El mismo título da ya una respuesta al misterio: somos sordos ante las cosas que acostumbramos a hacer. Pero además, hay otra respuesta que también se me había ocurrido a mí y que me gustó ver refrendada por Miguel A. Delgado: ¿Será quizá porque, cuando tenemos todo un día ante nosotros, repleto de posibilidades de cosas inesperadas que no podemos anticipar, preferimos sentir que al menos hay algo sobre lo que tenemos el control, algo que no cambia, que no trae sorpresas y conocemos?. Nos levantamos y, aunque tengamos toda la vida reglada por franjas horarias (De 9 a 1, currar; de 1 a 3, almorzar; de 3 a 7, más curro...), siempre cabe la posibilidad de lo imprevisto. Pero el desayuno es lo seguro, lo que controlamos, siempre igual. A lo mejor es hasta una medida genética que nos da valor y nos prepara ante lo inesperado y fortuito.

¿Y saben qué ? Que hay otro ingrediente fundamental en un desayuno que se precie y que yo valoro más desde que estoy jubilada: tomarlo con tiempo y calma en un entorno agradable, si puede ser, mirando hacia fuera, a un espacio abierto, a un jardín, a un patio en el que canten los pájaros, a una ventana hacia el mar o las montañas, siendo conscientes de que estamos vivos y de que en ese momento empieza la aventura del día.

(En la imagen inicial "Desayuno en el jardín" de Giuseppe de Nittis)

lunes, 2 de octubre de 2023

¡Ay, esos hoyuelos...!



¿Qué es lo que nos gusta de entrada de una persona, por qué la consideramos guapa? Las mujeres del romanticismo del siglo XIX se tomaban sus buenos vasos de vinagre y limón para verse divinas con un aspecto frágil, pálido y enfermizo, mientras que las del renacimiento, cuanto más gordas las caderas y la papada, más sexis se encontraban. Un grabado de Giacomo Casanova, el famoso mujeriego del siglo XVIII que se supone que era guapísimo para tener tanto éxito, nos lo muestra horroroso: ojos saltones, nariz enorme, barbilla huidiza, frente tan ancha que parece calvo bajo la peluca... ¿Cómo ligó tanto?

¿Y qué es realmente la belleza, en dónde está? ¿En la simetría de la cara, en unos bellos ojos (Estaba meditando sobre el gran placer que pueden causar un par de ojos bonitos en el rostro de una mujer hermosa, dice Mr. Darcy en "Orgullo y prejuicio"), en un cabello sobre el que brilla el sol, en una sonrisa enigmática, como la de la Gioconda? El encanto de la Sra. Gentil, la madre de Wendy la de Peter Pan, estaba en su boca, burlona y dulce a la vez, que guardaba un beso que nadie podía alcanzar. Y a Guillermo Brown, el protagonista de Richmal Crompton y uno de mis héroes, lo que lo fascinaban eran los hoyuelos. Guillermo es el jefe de los "Proscritos", un niño de 11 años alborotador, pendenciero, valiente, siempre despelujado y sucio. Pero en determinadas ocasiones -De la tienda salió una niña, una niña muy atractiva con hoyuelos en las mejillas y un flequillo de rizos oscuros- entonces Guillermo cambiaba su expresión feroz por una sonrisa afectuosa y hacía todo lo que podía (aunque a veces no lo consiguiera) por impresionar a la niña.

Hoyuelos tienen Angelina Jolie, Brad Pitt, Paul Newman, Cary Grant, Audrey Hepburn... No me extrañaría que Helena de Troya también los tuviera y que por eso se armó la que se armó. Y yo siempre cuento que me casé con mi marido por ver si tenía hijos con sus ojos azules y sus hoyuelos en los cachetes. Lo de los ojos no lo conseguí, todos mis descendientes (6 por ahora) tienen mis ojos oscuros, mi gen dominante. Pero eso sí, todos tiene los hoyuelos de su padre y abuelo, así que algo es algo.

Pero ahora me vengo a enterar por San Google, que como Dios lo sabe todo, de que solo el 20% de la población tiene hoyuelos en los mofletes y que realmente son una deformidad de los músculos faciales ¡Toma ya! Así que una virtud universalmente admitida se convierte, por obra de la ciencia, es un defecto, mira tú por dónde.

No me queda más remedio que enmendarle la plana a Platón y decirle que no, que la belleza absoluta no existe, que hay muchas maneras de ser bello y que en otros tiempos (los de la Venus de Willendorf, por ejemplo, allá por el año 27500 antes de Cristo) apreciaban si acaso  los hoyuelos en sitios más carnosos (en la imagen).

Al final habrá que darle la razón a lo que cantaban en "La bella y la bestia", eso de que la belleza está en el interior. Así nos curamos en salud.



google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html