Cada vez que le piden que se quite las gafas de sol para hacerse una fotografía, mi amiga Eli se acuerda de su amor gafado. Tenía entonces 18 años y estaba enamoradísima de un chico, llamémosle Baldomero (por aquello de "eres joven, guapo y con dinero, ¿qué más quieres, Baldomero?"), que además la correspondía. Felicidad y corazoncitos por doquier. Pero un día Eli se compró unas gafas de sol op-art ¿se acuerdan? Grandes, de pasta blanca y negra, eran lo más de lo más. Todas las artistas las llevaban (casi igualitas a las de France Gall en la foto inicial) y Eli también se sentía guapísima y divina de la muerte con ellas.
Ese mismo día había quedado con Baldomero y otros amigos para ir a Las Teresitas en guagua. Nada más verla con aquellas gafotas, él le pidió que se las quitara, que no le gustaban, que no se le veían los ojos (hay que decir que Eli tiene unos preciosos ojos verdes), y no paró de insistir, sin que ella le hiciera el menor caso, desde Santa Cruz a San Andrés. Cuando llegaron a la playa, ella se quedó en las piedras negras que por aquel entonces tapizaban Las Teresitas y él, enfurruñado, se fue a bañar. Al salir del agua y verla, tendida en la toalla todavía con las gafas puestas, se acercó, se las quitó, las tiró a las piedras, las pisoteó bien pisoteadas y las destrozó. Eli se quedó tan muda que no le habló, no solo de vuelta a casa, sino nunca más en la vida. Ya pudo él llevarle al día siguiente el gran ramo de flores, ya le volvió a comprar otras gafas iguales, ya le pidió perdón mil veces que ella no lo quiso ver más, Así terminan los amores.
Eli, que entonces hacía Magisterio, tiene dos carreras y haciendo la segunda -Enfermería- conoció y se casó con su profesor de Fisiología. Tiene 5 hijos y 5 nietos, ha sido una gran profesional y sigue siendo una mujer que sabe lo que quiere y que, además, lo consigue. Su marido, que la respeta profundamente, dice: "Yo no estoy seguro de que haya infierno, cielo o reencarnación, pero si Eli muere antes que yo y no vuelve, es porque no se puede". Es una mujer guapa por fuera y por dentro, que llena de luz cualquier lugar por donde pasa. Me recuerda a la recién fallecida Carmen Alborch de la que Maruja Torres dijo: "Llegaba, estallaba, iluminaba, escuchaba, decidía, animaba". Eli aporta a nuestro grupo de amigas (nos conocemos desde hace 60 años) chispa e inteligencia.
Este ha resultado ser el tiempo de las mujeres. Lord Henry Wotton, el cínico personaje de "El retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde decía: "Las mujeres son un sexo decorativo. Nunca tienen nada que decir, pero lo dicen con mucho encanto". Pues bien, ahora parece que sí tienen algo que decir. Después de siglos de dominación y de agachar la cabeza ante el hombre, las mujeres la han levantado para reivindicar un lugar igual: ellos y nosotras como seres humanos marchando juntos por la vida. Nada de imposición, nada de sumisión, nada de degradación. Y sí mucho respeto mutuo y el derecho de cada uno de pensar y ser lo que queramos.
Esto es lo que muchas mujeres y hombres han ido defendiendo a través de los tiempos en una larga cadena en la que aparecen miles de nombres: las Marie Curie, las sufragistas, las Simone de Beauvoir, las Emma Watson ante la Sede de Naciones Unidas, las Carmen Alborch con sus libros y su trayectoria... Y, por supuesto, Eli.
¡Ay, Baldomero, lo que te perdiste!