Octubre ha ido arrastrando tal melancolía otoñal a lo largo de todo el mes que al final, el día 26, todo estalló en una orgía de rayos, truenos y relámpagos. A mí me despertó en la madrugada el ruido de truenos lejanos que se iban acercando como si, igual que en los libros de Astérix, el cielo se fuera a caer sobre nuestras cabezas. Y luego todo el día estuvo la lluvia, a ratos mansa y a ratos, rabiosa y repiqueteante. A nosotros, que acabamos de plantar árboles, las gotas se nos antojaban besos de ánimo. Al final del día, después de tanta agua y de más de mil rayos sobre la isla, se nos ha dado una hora de regalo como quien quiere compensar el susto.
Este cambio horario yo me lo tomo con calma y, de entrada, no cambio el reloj. Prefiero irme llevando sorpresas. ¿Tan tarde ya? Ah, no, que es una hora menos. Por ejemplo, este domingo me desperté a las 9 (que son las 8), desayuné e hice mi siesta pos-desayuno que solo es un ratito tranquilo de lectura o de alegato mañanero por wasap con mis amigas. En eso estaba (hablando con ellas, por cierto, de si existe el verbo "endormiscarse" o no) cuando me llama mi hijo para decirme que vendrían a comer ellos y los tres niños ¿Habría comida o compraban algo por el camino? Faltaría más, la casa de una madre y abuela siempre está abierta y preparada para recibir a hijos y nietos. Miré la hora ¡Las 11! Ah, no, qué alivio, que son las 10. Y con calma y cariño, que es como se tienen que hacer las cosas, hice un caldo de pescado y preparé una paella para 7 personas y un postre con los mangos de la huerta. Disfruté haciéndolo y disfruté hablando en la mesa con mis hijos y jugando antes con mis nietos. Eso es lo que haces, por ejemplo, con una hora que te regalan.
Una hora de regalo supone no estresarte cuando vas a salir o tienes que hacer una tarea; una hora hace que te dé tiempo para llamar a un amigo, leer un periódico, hablar con tu pareja; una hora te da cancha hasta para coger un avión. Una hora es un regalo siempre que -como aquel reloj de sol que vi en un jardín inglés y que decía "Solo cuento las horas soleadas"- esa hora sea una hora de sol.
¿Es una majadería, como opinan muchos, cambiar la hora dos veces al año y obligarnos a adaptarnos a una nueva rutina? En una encuesta hecha a 4,6 millones de ciudadanos, un 84% estaban a favor de abolirlo y el Parlamento Europeo aprobó que en 2021 esto se podría hacer. Pero ¡ah! hace falta que todos los Estados den el visto bueno y ¿ponerse de acuerdo un montón de gente? Más difícil que morderse el codo.
Y luego, claro, está lo de decidir: ¿Qué te gusta más, el horario de invierno o el horario de verano?. En España, una comisión de expertos está estudiando desde 2018 las ventajas y desventajas de una opción u otra. Todavía no han llegado a ninguna conclusión.
A muchos amigos míos les gusta más el horario de verano. Las tardes largas y luminosas dan para más: salidas, reuniones de amigos, paseos al atardecer... En el invierno, dicen, a las 7 de la tarde ya les dan ganas de ponerse el pijama. Pero a mí, cuando en marzo cambia otra vez la hora, lo que quiero es gritarles a ellos, los que manejan el cotarro: "¿Cómo se atreven a quitarme una hora de mi vida?". Así que yo prefiero este horario de madrugadas claras y atardeceres tempranos en que puedes permitirte una sobremesa más o menos larga después de la cena. Prefiero que me regalen una hora. A estas alturas de mi vida, no estoy para perder -ni para que me roben- ni un minuto de mi tiempo.