Mis nietos ahora se asombran de que nosotros, niños de la posguerra española en los años 50, no tuviéramos tele, ni coche, ni abundancia de juguetes, ni muchas de las comodidades de las que ellos gozan sin cuestionarlas siquiera.
En mi casa mi madre y mi abuela lavaban la ropa a mano en la pileta del patio (¿Lavadoras? ¿Qué es eso?); la nevera era de las que se les ponía un bloque de hielo por encima, acarreado al hombro por un repartidor de casa en casa; los Reyes Magos traían un solo juguete para cada uno (y nos quedábamos más felices que Tarzán en su liana); no habíamos oído hablar de alimentos que ahora son habituales, como champiñones o aguacates... Eso sí, cuando imaginábamos el futuro, veíamos en él un aparato en que los seriales de la radio o los partidos de fútbol pudieran verse en imágenes; soñábamos con que alguna vez tendríamos ¡un coche!, en que hubiera otros aparatos mágicos que nos lavaran la ropa, o los platos, o nos aspiraran el polvo... Por imaginar, a veces nos pasábamos, como cuando Billy Cafaro en el 59 cantaba "Marcianita" y aseguraba que en al año 70 pasearía por el cielo del brazo de una extraterrestre.
Y con los años, muchas cosas que no imaginábamos se fueron tornando reales. Los papelitos, por ejemplo, que nos pasábamos a escondidas con mensajes en el salón de estudios del colegio se han transformado hoy en wasaps.
El teléfono negro de pared, que estaba en el despacho de mi padre, milagrosamente se ha sustituido por móviles personales que llevamos en el bolsillo y que nos facilitan enormemente la vida.
Los mapas y las señas que nos daban para llegar a un sitio y que servían para perdernos lamentablemente, hoy se han convertido en un invento llamado GPS en el que una voz etérea te dice lo de "A 300 metros tuerza a la derecha" y "Ha llegado a su destino".
Los viajes, que eran una aventura digna de Marco Polo, se aligeraron y ahora ir a Nueva York dura más o menos lo mismo que entonces era ir de Santa Cruz a Granadilla.
Una ya no se asombra tanto de que, como decía Don Hilarión en "La verbena de la Paloma", hoy las ciencias adelanten que es una barbaridad. Y sin embargo, hay dos cosas que últimamente me han dejado con la boca abierta, dos cosas que nunca imaginé. Una es ese invento genial que es bizum. Deciden las amigas comprar un número de lotería común y ¡zas! ¿Te hago un bizum? Viene el mecánico a arreglar el coche que no arranca y a la hora de pagar no tengo dinero en casa. "No importa, hazme un bizum". Una toca un botoncito en el teléfono y en un pispás el dinero va por las nubes y la deuda está pagada. Parece cosa de magia, oye.
La otra cosa son las ecografías actuales. Cuando tuve hijos hace unos 50 años, no sabíamos ni el sexo del bebé. Hoy, que esperamos para abril a mi última sobrina-nieta, no solo sabemos todo sobre la niña sino que con solo 5 meses de gestación le hemos visto perfectamente la carita, la vemos mirar curiosa alrededor y contemplarse las manos. Y hemos constatado que se parece un montón a su madre, mi sobrina. Magia.
Así que ahora estoy preparada para todas las maravillas que la inteligencia, sea humana, sea artificial, me puedan ofrecer, aunque hoy me parezcan impensables. Como decían los del 68, la imaginación al poder.