En principio, por lo menos, los psicólogos piensan que la semana pasada es la mejor semana del año, hasta el punto que los anglosajones, a los que les gustan mucho esas proclamaciones, han elegido el día 20 de junio, con el que se abrió la semana, como el Yellow Day (Día Amarillo), que en teoría es el más feliz del año ¿Por qué? Bueno, hacen caso a que el tiempo es bueno (ni frío ni calufas), a que hay más horas de luz y a que las vacaciones están ahí mismo. Ya se han inventado incluso los muy noveleros que ese día hay que regalar flores amarillas (girasoles, rosas, narcisos...). Aunque el Yellow Day no tiene todavía la fama de un Día de los enamorados con sus corazones rojos, ni de un Domingo de Pascua con sus huevos de chocolate y sus conejitos, todo se andará y nos veremos inundados de flores amarillas, cosa que no me importa porque me encantan: mi ramo de novia fue de rosas amarillas y fue un día muy feliz. No sé si valdrá regalar una manilla de plátanos canarios que también son amarillos. Igual es poco romántico pero vendría muy bien para el comercio de las islas.
De todas formas es verdad que esta ha sido una semana con muy buenas vibraciones. En ella empieza el verano el día 21, la fecha del solsticio, el día más largo, el sol en lo más alto. Y en la Noche de San Juan, el 23, las hogueras que queman lo malo y aprecian las cosas buenas del verano, las tardes doradas, los baños en el mar, la pereza. Aunque este año no ha habido hogueras en las playas, pero sí en los pueblitos, en donde se veían a la caída de la tarde los rescoldos rojos y el humo, tímidamente, sobrevolando las casas y ahuyentando a las brujas.
También en esta semana han terminado las clases y empiezan las vacaciones. A pesar de que yo llevo ya 13 años con ellas, no olvido la sensación tan beatífica del día primero después de terminar las clases: nada importante qué hacer, nada de horarios, nada de obligaciones. Paz total y "un verano entero para bailar", como leí en el título de un artículo de viajes.
Además, esta semana pasada, con la vacunación ya avanzada, el 26 se ha estrenado la medida de ¡fuera las mascarillas!, siempre que estemos al aire libre y no haya mucha gente cerca. La mascarilla simbolizó el peligro y nunca imaginamos que íbamos a estar 15 meses usándola (y lo que nos queda). Pero este es un primer paso hacia la normalidad y ya las redes sociales se han llenado de memes y chascarrillos: que si ahora no hay más remedio que depilarse el bigote, que tendremos que dejar de hacernos los longuis cuando no queramos saludar a alguien, que si otra vez a pintarnos los labios...
Sí, todo apunta a un verano feliz. Aun cuando sabemos que nunca lo es del todo. En esta semana también mi isla ha subido al nivel 3 y Santa Cruz es la ciudad con la más alta incidencia del virus en toda España y esto nos hace conscientes de que la pandemia sigue ahí; se me ha ido una amiga querida demasiado pronto, con 43 años; los periódicos siguen desgranando noticias terribles; y la vida sigue con sus artrosis y majaderías.
Pero leí una cita de Borges en un artículo de Muñoz Molina que venía a decir que no hay un solo día en la vida en el que no pasemos unos instantes en el paraíso. Y, si los buscamos, los encontraremos, incluso en los días amargos. Y por supuesto en esta primera semana del verano: una tarde haciendo una tarta sacher con la receta de Suzana, mi amiga de Viena; un rato de sosiego frente al mar bebiendo un Albariño frío; una cena con mi familia celebrando tantas cosas; las caminatas y los baños mañaneros que saben a gloria; una comida "de chicas" mi hija y yo hablando de libros; que un amigo, todo generosidad, se preste a montarte una lámpara en el techo y la alegría al encenderla y comprobar que funciona; las risas de mis nietos; escribir este post... Son ratitos de ese edén modesto y tangible de cada día que nos hacen pensar en que tal vez sí sea posible un verano feliz. Que lo disfruten.