¿Y qué era un telegrama? Era un papelito azul muy curioso en el que el mensaje se escribía en frases cortas separadas no por un punto, no, sino por la palabra "Stop". Por ejemplo: "Feliz cumpleaños. Stop. Besos. Stop". ¿Y por qué ese Stop? Ah, ni idea, ese es uno de los grandes misterios de los telegramas. El caso es que, como cada palabra costaba dinero, se mandaban solo en casos de estricta necesidad y había que poner el menor número de palabras posible. ¡Fuera artículos, adjetivos, pronombres, verbos, metáforas y demás zarandajas del lenguaje! ¡Al grano! Los telegramas tenían que ser modelos de concisión... y baratos.
Cada pueblo tenía su propia oficina de telégrafos porque había que ir allí y contarle al telegrafista lo que querías poner (que a veces hasta daba corte ¡La de cosas que se enteraba!) Recuerdo en Los Realejos a Don Pepe, enfrente de mi casa. A los niños nos encantaba ver la máquina funcionando -bip, bip, bip- y transmitiendo tus palabras a través del espacio. Era una cosa muy misteriosa. ¿Cómo era posible?
Los telegramas tenían también una cualidad admirable: asustaban. De hecho, si recibías uno, los vecinos venían rápido a preguntar si todo iba bien. Uno podía pensar que eran como cuervos azules portadores de desgracias. Acabo de leer un libro ("El diccionario de las palabras olvidadas" de Pip Williams) en el que describe el momento en el que durante la 1ª Guerra Mundial entregan un telegrama que solo podía traer una noticia trágica: El hombre era viejo, demasiado viejo para la guerra, y por eso le habían encomendado el reparto de su dolor. Cogí el telegrama y lo vi alejarse de nuevo. Con los hombros hundidos bajo el peso de la cartera.
Pero tampoco todas las noticias eran malas. ¿Se acuerdan de "Sissi"? En la película se acababa de inventar el telégrafo y Sissi quiere estrenarlo mandándole un telegrama a su padre pidiéndole que viniera a cazar: Me encerraron y salté por la ventana. Papitín, ven con los rifles. Emperador llega hoy a las 4. Por supuesto el jefe de policía, que busca conspiraciones contra el Emperador, lo intercepta y lo interpreta mal.
O también hay un montón de telegramas de felicitación. Recuerdo una vez que le regalamos telegramas a un amigo por su 40 cumpleaños. Él, del disgusto, había cogido cama a los 30 y para evitarlo otra vez le hicimos una fiesta en la que cada 5 minutos recibía un telegrama felicitándolo: el Papa, el presidente del gobierno, el hombre que le cavaba el huerto... todos ponían su granito de arena para levantarle el ánimo.
Los telegramas han aparecido en chistes, como el del seísmo: El alcalde de un pueblo de La Gomera recibe un telegrama avisándolo de un seísmo: "Seísmo en su zona. Stop. Localicen epicentro y manden posición. Stop". Al cabo de un mes reciben la respuesta: "Seísmo desarticulado. Stop. Epicentro y sus secuaces encarcelados. Stop. No avisamos antes por terremoto de mil pares de narices. Stop".
Hasta en las canciones hubo telegramas. Hubo una, llamada así, "El telegrama", en la que diseccionaban cada una de sus partes: "Destino: tu corazón / Domicilio: Cerca del cielo / Remitente: Mis ojos son / Y texto: Te quiero, te quiero..." El 2º "te quiero" sobraba porque con el 1º ya la cosa estaba clara y hay que ahorrar.
Cuando termino de instruirlos, mis nietos me miran sobrecogidos ante una realidad tan necesaria en tiempos antediluvianos y que ahora se ha vuelto innecesaria. Y, si son un poco filósofos y sacan conclusiones, se estarán preguntando: "Dios mío, entonces, cuando seamos mayores, lo de Tiktok, los Reels, Spotify, YouTube... ¿desaparecerán en la noche de los tiempos, igual que ha pasado con los telegramas?
Seguro que sí. Como lágrimas en la lluvia. Stop.