La semana pasada leí en la newsletter semanal de Kiko Llaneras en El País que un trío de académicos de Stanford entrevistó a miles de parejas para responder a la pregunta de cómo se conocieron. El resultado fue que en EEUU más del 50% de las parejas lo hicieron por Internet. ¿Esto qué supone?, se pregunta. ¿Serán las parejas más parecidas en su atractivo físico, en su renta, en sus ideas políticas? ¿Tendrán más éxito? ¿Escogeremos mejor así?
La verdad es que es un giro tremendo. Yo solo conozco a una pareja de mi edad que se conoció por Internet, él en Madrid y ella aquí. Se veían cada dos semanas alternando viajes y se llevaron muy bien unos años hasta que él murió. Pero mis hijos, ya de otra generación, sí que conocen a muchas parejas cuyo primer contacto fue por ordenador ¿Se convertirá esto en la norma?
Antes los cauces eran muy distintos. Los bailes y las fiestas se inventaron para eso, seguramente. No por nada Romeo y Julieta se encontraron en una fiesta de disfraces y Mr. Darcy y Elizabeth Bennet se vieron por primera vez en un baile. Los abuelos de una amiga se conocieron en un baile en las fiestas de su pueblo. Él le preguntó: "¿Usted tiene novio?" y ella le respondió: "Sí, pero un amor se deja por otro".
Otros se conocían porque ella era amiga de la hermana de él (mi hermano sin ir más lejos) o él, amigo del hermano de ella. Un buen camino porque ya se tenía mucho adelantado.
El veraneo también servía. Mis padres se conocieron en un verano. Él estaba en San Andrés de alférez de las primeras milicias universitarias y ella fue a veranear con sus primos que vivían allí. Los paseos a la orilla del mar son muy románticos y productivos. En los dos años de novios solo se vieron 35 días, pero luego estuvieron 50 años juntos.
El trabajo era otro marco. Mi hija conoció así a su marido. Ella salía de una guardia estresante y se lo encontró a él que entraba a trabajar. Un amigo común los presentó. Según ella, estaba fresco como una lechuga, mientras que ella estaba muerta de cansancio, despelujada y con ojeras hasta los pies. Sin embargo, esa tarde él les dijo a sus amigos: "Hoy he conocido a mi futura esposa".
Y también el centro de estudios o la universidad propiciaban encuentros. Yo conocí a mi marido en una excursión en 1º de carrera que organizaban los de Químicas por San Alberto Magno al Puerto de la Cruz. Yo no quería ir pero mi amiga Cae, bendita sea, me convenció. Cuando subí a la guagua, él estaba en el fondo tocando la guitarra con un grupo de amigos. Me miró y me echó una sonrisa de oreja a oreja como diciendo: "¡Vaya, ya estás aquí por fin!". Fue un día mágico: baño en la Lago Martiánez, comida, música y baile al atardecer. A la vuelta nos sentamos juntos en la guagua hablando sin parar. Yo tenía 17 años y él 19. Y hasta ahora: el año que viene harán 60 años de ese día.
Y ahora, en vez de todo eso ¿se va a sustituir por un análisis de datos? La emoción, el riesgo, las expectativas, el ir descubriendo al otro poco a poco... ¿se van a perder? Que sí, que a lo mejor es un callo malayo, pero ¿y si no? Hace poco leí una novela romántica de Christina Lauren, "La ecuación de las almas gemelas", En ella una empresa va más allá de Tinder y otras apps y cree que el amor se puede cuantificar y que es posible, mediante un programa basado en el ADN de las personas, formar parejas compatibles. A lo mejor ese será el futuro de las relaciones humanas y quizás tengan más éxito. Pero no sé por qué, qué quieren que les diga, me parece muy frío y muy triste.