Mi amigo Alfa, que es muy generoso, me estuvo insistiendo los días previos al 22 de diciembre en que comprara el número 03838 que saldría seguro en el Sorteo (él decía Suerteo) de Navidad. ¿Por qué iba a ser él el único millonario si podía hacer felices también a todos sus amigos? Alfa se basaba, no crean, en la teoría de la causalidad y en una serie de factores que no podían ser casuales. Hecho A: una compra en Alteza le costó 38,38 según consta en el tique correspondiente. Hecho B: la matrícula de un coche aparcado en Ycod al día siguiente era 3838.Tenía que haber, decía, una relación de causa-efecto entre los dos hechos.¿Qué más señales queríamos? Además, si nos fijamos, decía él, hay más misteriosas coincidencias, como que 3+8+3+8 suman 22, el día del suerteo; o que se celebra en el 2020, pareja de números, igual que 3838. Hasta me habló de la sincronicidad de Jung y apeló a un chantaje emocional escribiéndome: Conozco a una amiga con nombre de baile y canto canario y apellido noble a la que su terco escepticismo le va a privar del "suerteo". Pero al final le dije que no lo compraría a pesar de tantos hechos a favor del 03838. Y que no era por escepticismo, sino que la verdad es que no necesito millones sino que me basta con tener buenos amigos que me hagan reír y estar sana a pesar de los achaques.
Pero tendría que explicarle que me gusta que haya en estos momentos un evento que a la mayoría de los españoles les haga ilusión. También, que me emociona el sonsonete de los niños de San Ildefonso, porque para mí es el sonido con el que se inaugura la Navidad, y ver la alegría de todos cuando les cae un premio. Pero que yo no soy nada aficionada a loterías ni juegos de azar. Tal vez porque en mi casa toooodo el mundo lo era: mi padre no dejó de poner una quiniela nunca, mi madre, hasta coleccionaba billetes de lotería y a mi abuela la conocían por su nombre todos los vendedores de ciegos desde la Recova a casa. Yo, después de tal saturación, solo compro por tradición en Navidad dos números, uno para regalar y otro al concejal de mi pueblo, que va vendiéndolo de casa en casa con un plus para reunir para las fiestas.
Y eso no quiere decir que no crea en la suerte. Este mes, por ejemplo, fui a comprar los turrones que me gustan a un supermercado y, cuando fui a pagar, el chico de la caja me dijo sorprendido: ¡Ha ganado un premio!. Estaba más contento que yo, decía que era la primera vez que le pasaba. Era una caja de 4 botellas de un Rioja crianza bastante bueno. Pero lo curioso fue que a la semana siguiente fui a comprar más turrones para regalarle a mis amigos austriacos que volvían a Viena por las navidades y, cuando voy a pagar, fue como si fuera el Día de la Marmota: ¡Le ha tocado un regalo!. y otra caja del mismo Rioja crianza. ¿Es o no es suerte! Y no, aunque he vuelto por allí, no me ha tocado más otro regalo, pero me quedé más contenta que Ricardito.
Pero la Lotería es otra cosa. Esta vez, ¡milagro!, me tocaron 33 euros entre coincidencias con el terminal 7 y participaciones en otros billetes. Todos aquellos con los que jugaba han decidido invertirlo en la lotería del Niño, menos yo. Me hace más ilusión los 33 euros seguros que los millones volando. Y además. me los gastaré en algo que me apetezca mucho: un par de libros o algo bonito en las rebajas o un picoteo en algún sitio frente al mar. Eso sí, a mis amigas les he dicho que, cuando se saquen los millones, que me inviten a desayunar. Pero en Nueva York, qué menos.
Y, por si hubiera alguna duda, el 03838 de mi amigo Alfa no salió, a pesar de los buenos augurios. Pero desde aquí espero que no se desanime y que siga confiando, en este año que comienza, en la buena suerte que a veces, caprichosa, da un vuelco en los asuntos humanos. Feliz 2021.
(Para Alfa, por supuesto)