lunes, 27 de abril de 2020

Una sabia decisión




Cuando nos vinimos a vivir al campo, hace ya casi 40 años, lo hicimos en condiciones muy precarias. En principio no había una carretera como es debido para llegar hasta aquí y ni siquiera un puente que permitiera cruzar el barranquillo que existe al principio de la urbanización. Hicimos la casa poco a poco en 3 años, dejando para mejores tiempos el jardín, la huerta y un espacio de tierra en la parte baja del solar donde en un futuro muy, muy lejano pondríamos una cancha.

Al final -los niños tenían 9 y 5 años- nos vinimos a vivir con la casa a cuerpo gentil, sin muebles ni nada. Bueno, teníamos somieres y colchones, sí, pero las mesillas de noche eran unas cajas de aceite Adelina en las que podíamos apuntar números de teléfono y recados varios.Las mesas y las sillas eran de camping y, cuando venían los amigos y la familia, montábamos una "mesa" mayor con una puerta vieja apoyada en dos bidones. Menos mal que las estanterías y los armarios eran de obra (aunque sin puertas) porque si no, libros y ropas hubieran quedado desamparados y amontonados en el pantano del caos.

Y entonces nos pasó una de esas cosas milagrosas que uno no espera. En nuestra nómina (ya teníamos las oposiciones ganadas) había un complemento que debíamos haber recibido también en los 5 años de interinos y que, aunque lo habíamos reclamado hacía años, ni humo ni pelos y ya lo dábamos por perdido. Y en esto, sin comerlo ni beberlo, nos aceptaron la reclamación y nos pagaron con efecto retroactivo todos los atrasos, con lo cual recibimos una buena suma. De repente, nos daba para amueblar la casa, ¡podíamos tener hasta sillones para repachingarnos, mesas para trabajar, puertas en los armarios (y así no tener que tenerlos ordenados)!. Pero entonces, con esas venadas que nos dan a los pobretones que nos creemos millonarios, dijimos: "¿Y si hiciéramos la cancha ahora, en lugar de comprar los muebles?". Nos pareció un disparate, la verdad, pero la idea estaba ahí. Nos parecíamos a la ratita presumida del cuento que, cuando se encuentra una moneda en la puerta de su casa, se pasó días dudando en qué invertirla hasta que se compra una cinta para hacerse un lacito en la cola. Nosotros igual, hasta que convocamos cónclave familiar y preguntamos a los niños: "¿Qué prefieren, muebles o cancha?". ¿Qué hubieran contestado ustedes de ser niños? Pues eso.

Al par de meses seguíamos sin muebles pero teníamos una flamante cancha nueva, con red de tenis y un aro de baloncesto en un extremo, a la que llamamos durante mucho tiempo la Cancha de los Atrasos. Allí jugamos al tenis, allí los niños corrieron, montaron en bicicleta, se cayeron del monopatín, hicieron clavadas y se cargaron no sé ni cuántos aros... Jugo le hemos sacado, la verdad.

Incluso ahora que está, como nosotros, de capa caída, cuando no sirve para hacer aquí la final de Wimbledon y está un poco hundida por algunos lados y tiene sus achaques, ¡qué buen papel hace como tontódromo! En estos tiempos de confinamiento el mejor momento del día es esa hora y media caminando -mi marido, el perro y yo- en la cancha bajo la sombra de los aguacateros que sembramos a un lado y que por la mañana temprano la cubre casi toda. Se siente allí un sonoro silencio. Ya no se oye el tráfico de los coches que pasaban por la carretera lejana. Mientras caminamos solo pasan 3 o 4 o un camión que baja vacío y sube cargado de bloques, signo de que la vida sigue ahí fuera. Los aviones que cada 10 minutos salían o entraban en el aeropuerto han quedado reducidos a dos en toda la mañana. A cambio se oye a los capirotes piando en ese lenguaje extraño que tienen de llamado-respuesta y al bando de palomas mensajeras que aletea dando vueltas -ellas también- sobre nuestras cabezas. Mirando alrededor y a lo lejos, se ensancha el alma viendo en el horizonte el mar con su promesa de futuro. Y pienso en qué bien lo hicimos cuando hace tanto tiempo decidimos tener, no una habitación propia (con muebles), como pedía Virginia Woolf, sino algo mejor: ¡un espacio al aire libre propio!

¿Y tú? ¿Alguna vez has decidido algo que a primera vista parecía un disparate y que a la larga ha resultado ser el mejor acierto del mundo?

lunes, 20 de abril de 2020

En mi casa hay un fantasma




Sí, no ha habido más remedio que admitirlo: en mi casa hay un fantasma. Antes de esta etapa de "retiro espiritual" (me gusta más que lo de confinamiento, que me suena a campos de concentración) por aquí pasaba todo el mundo: hijos, nietos, hermanos, primos, amigos, la señora que me ayudaba, un jardinero de vez en cuando, el cartero... Era fácil que las cosas se perdieran, se recolocaran o aparecieran de repente en sitios inesperados. Pero claro, desde el 13 de marzo en que nos encerramos y estamos mi marido y yo, si algo se pierde o se recompone, no hay otra opción: o fue él o fui yo. Y como cada uno decimos lo de "yo no fui", la solución que queda es "fue el fantasma".

Lo que debe haber pasado seguro es que nuestro fantasma trabajaba a tiempo completo en algún castillo de Escocia atravesando húmedas estancias y asustando a los turistas. Y que con esto del coronavirus y el cierre de fronteras y que los turistas hayan desaparecido como especie en el planeta, al pobre fantasma le hicieron un ERTE y pensó entonces dejar las neblinosas Tierras Altas y los páramos escoceses sacudidos por vientos helados ¿Qué mejor idea que venirse un tiempito a Tenerife? Que no es por presumir (mentira, sí es por presumir), pero es que está haciendo un tiempo espectacular. Algún chaparrón como el que cayó el sábado para limpiar el aire, pero luego un sol fúlgido (que diría mi abuelo el poeta), un cielo despejado con nubes dando la nota de color, un mar azul brillante... y flores, muchas flores, demostrando que, pase lo que pase, la primavera ha venido. Así que nuestro fantasma no se lo pensó más y aquí lo tenemos instalado.

Que conste que yo últimamente estoy al día en materia (es un decir) fantasmal porque, aprovechando este relax, me he releído unos cuantos libros sobre fantasmas para repasar el tema y que no me cogiera de nuevas. Uno es "El fantasma de Canterville" de Óscar Wilde que ya saben de qué va: el fantasma de Sir Simón de Canterville aterroriza al personal de su castillo durante siglos, hasta que una familia americana compra el castillo y él constata que, en lugar de producirles susto, le dan lubricante Sol-Naciente para que engrase las cadenas y los niños le tiran almohadas.  Otro libro fantasmal que me encanta es "Una chica años veinte" de Sophie Kinsella en el que a la protagonista se le aparece el fantasma de su tía abuela Sadie que acaba de morir con 105 años. Pero quien se le aparece es una Sadie joven de 23 años y vestida de charlestón. Y después están "Fantasmas en peligro" y "Adopta un fantasma" de Eva Ibbotson, dos novelitas muy divertidas sobre ellos ¡Lo que yo no sepa de fantasmas...!

Del nuestro sé que es un fantasma masculino porque deja el asiento del WC siempre levantado y como evidentemente no soy yo y mi marido dice que él tampoco... También sé que es muy goloso porque hace poco le fui a regalar a mi hermana una caja de bombones que compré para mi cumpleaños de marzo que no pude celebrar y, cuando los fui a buscar, quedaban dos. Increíble. Y también sé que es muy bromista, se divierte quitándonos cosas y poniéndolas en otro sitio. Mis gafas, que deben estar normalmente en mi mesa de trabajo o en la mesilla de noche, me las encuentro al lado de la lavadora o en la despensa. A mi marido, que aprovecha estos días para hacer cancamitos y se puso a montar en el salón una estantería para los discos, le desapareció el destornillador y lo vino a encontrar en el palomar. Así que nos pasamos el día entretenidos, sube y baja escaleras, jugando al escondite.

Pero no nos enfadamos nada con nuestro fantasma que nos cae muy bien, Después de todo nos ayuda a hacer ejercicio físico y mental. y le hemos cogido verdadero cariño. Lo vamos a echar un montón de menos cuando todo esto pase y vuelva a sus páramos escoceses...

Lo hemos llamado Federico.


lunes, 13 de abril de 2020

Momentazos COVID-19


Momentazo camping en la terraza

Otra cosa no, pero el muy puñetero tiene hasta un nombre con glamour. Incluso llamándose coronavirus ostenta un deje aristocrático que engaña. Y así, como lo he puesto en el título, "Momentazos COVID-19", parece como si estuviera refiriéndome a un festival de música. Pero no. El COVID-19 podrá tener un nombre glamuroso pero nada más. Es un bicho repugnante que nos ha cambiado la vida y la ha llenado de momentazos inesperados que van a hacer que este año de 2020 sea inolvidable. Ahí van unos cuantos.

1. Lucas tiene 6 años y vive en el piso de encima del de sus abuelos. Se ha pasado la vida subiendo y bajando, considerando la casa de ellos como una extensión de la suya, y no entiende por qué ahora no puede entrar ni abrazarlos ni comer con ellos ni nada. Y no quiere mirar a la abuela, como si ella tuviese la culpa, y se pasa el día enfurruñado. Hasta que la abuela de lejos en la escalera le empieza a explicar lo de que podría contagiarlos y hacer que enfermaran y que él no querría ver malitos a los abuelos ¿verdad?. Lucas atiende, dulcifica sus facciones, mira a la abuela con sus ojazos oscuros y le dice, cariñoso: "Pero ¿al menos puedo tocarte con un dedito?".

2. Conchi, la experta en arte de nuestro chat, no puede dormir. El encierro en casa le tiene trastocado el sueño, pero ¿qué importa? No tiene nada que hacer por la mañana, así que ¿qué más da que luego duerma hasta el mediodía, desayune a las 12 y coma a las 5 de la tarde? Se levanta de la cama. Es la 1 menos 20 de la madrugada del sábado de Gloria. Por distraerse y porque recuerda otras semanas santas empieza a buscar Cristos resucitados. El primero que encuentra es el de Piero della Francesca, pero le siguen los resucitados de Perugino, Tiziano (que parece un Fred Astaire redivivo), Tintoretto, Veronés, Rafael, Murillo, dos de El Greco, dos de Rubens, las dos esculturas de Leonardo da Vinci, con y sin paño de pudor... Y el más famoso de nuestros resucitados, el Cristo de Tacoronte. Cuando termina, cansada y contenta, son las 3 de la mañana. El Domingo de Pascua en el chat de las amigas, incluso las que se despiertan temprano, encontramos un regalo especial de resucitados mientras ella duerme el sueño de los justos.

3. Carmen tiene que llevarle la compra a su hija embarazada que vive al otro lado de La Laguna. Sale de su casa en la Plaza del Cristo y al llegar al coche se da cuenta de que no lleva las llaves. Vuelve a por ellas y sale con prisa y al llegar a casa de su hija no encuentra ni la cartera ni el móvil. Recuerda con horror que, cuando volvió a por las llaves, lo dejó todo encima del capó y debe haberse caído por el camino. Da una vuelta a ver, pero nada. Llegando a su casa, agobiada porque ha perdido DNI, tarjetas, dinero y móvil, ve a un policía a la puerta que le entrega la cartera. Un chico la ha encontrado en la calle de Herradores. Ella le explica el recorrido que hizo y, al rato, vuelve el policía con el móvil. Lo encontró en la Plaza de la Milagrosa, la carcasa escachada pero el móvil, intacto. De algo tiene que servir que las calles estén vacías.

4. Julia me llama el sábado por la tarde: "Te voy a decir una cosa que te vas a quedar con la boca abierta ¡Esta noche vamos a dormir en la terraza en una tienda de campaña con un saco de dormir! ¿A que te has quedado con la boca abierta?". Le aseguro que sí, que todavía no la he podido cerrar y que es un plan fantástico. Está que no puede de los nervios; a sus 6 años es la primera vez que va a hacer camping. "Vamos a dormir allí los cuatro: papá, mamá, Álvaro y yo". "¿Papá también?", le pregunto sabiendo lo tiquismiquis que es mi hijo para dormir. "También", me contesta. A la mañana siguiente todos han dormido como leños a pesar de una llovizna que les cayó en la madrugada. Le pregunto a mi hijo la hora en que se acostó y me dice que a la 1. "¿Y a qué hora te fuiste a tu habitación y a tu cama?". "A la 1 y media".

Hay más momentazos que nos van surgiendo en este paréntesis que nos ha caído encima. Por ejemplo, les tengo que contar que me llamaron de la tele para hablar de cuando todo esto pase, pero lo dejo para más adelante para no enrollarme mucho. Solo un último momentazo COVID-19:

5, Carlos está corriendo en la cinta. También es una lata que no puedan hacer deporte ni caminar, como suelen, alrededor de la casa. Pero por lo menos tienen la cinta y, gracias a ella, él, su mujer y sus dos hijos queman energía y calorías. Va subiendo a 8, 9, 10 por hora... Y justo es ese momento cuando la cinta, que ya tiene 15 años y a la que estos días han castigado con saña, elige para romperse. El frenazo es tan brusco que Carlos sale casi despedido hacia delante. Gracias a que tiene reflejos y pone las manos no se da un golpe demasiado grande.

He elegido este momentazo para terminar porque de la misma manera el COVID-19, ese de nombre tan glamuroso, ha echado un freno en nuestras vidas, parándolas y lanzándonos a la depre, al desánimo, ¿al foso de la desesperación?. Pongamos, como Carlos, las manos y aguantemos el golpe con serenidad y sensatez ¡Qué menos!


El resucitado de Tiziano (que a mí se me da un aire a Fred Astaire)


lunes, 6 de abril de 2020

Mundo inhóspito


La solitaria carretera de mi pueblo sin coches ni gente

Ayer salí al mundo exterior. No, no se horroricen ni se echen las manos a la cabeza. Era una necesidad y hasta la Gestapo (mi hermana y mi hija) me dio permiso. Además, lo tenía todo preparado desde el día anterior: la mascarilla, la ropa de camuflaje, los guantes, las gafas negras... Tentada estuve de pedirle prestado a mi hermana un salacot que se puso cuando hace 20 años fue a Kenia, pero me contuve. Tampoco hay que pasarse (y seguro que ya se le perdió en algún carnaval).

Y ¡qué emoción! Después de casi un mes en la seguridad del hogar, dulce hogar, iba a arrostrar los peligros del mundo inhóspito. Me sentí como Shackleton cuando puso en el periódico aquel anuncio para ir a la Antártida: "Se buscan hombres para un viaje peligroso. Frío extremo. No es seguro volver con vida". Solo que yo iba sola e indefensa. Pero, eso sí, con la resolución de los valientes.


Atrás quedaba el hogar y su economía de subsistencia. Mientras cogía mi coche (el Pocholo, ya saben, el Polo con las letras CHL), recordé los últimos días cuando se acabó el pan y yo, por no salir a buscarlo, hice, igual que si estuviéramos en "La casa de la pradera", tres panes como tres soles. Claro que los hice con una harina que guardaba para hacer churros, pero lo primero es lo primero y, además, me saliern buenísimos, como los panes de antes, tan contundentes que casi no pude terminar el medio pan con jamón, tomate y lechuga que me mandé en la cena. Y también, cuando se acabaron los postres, antes que lanzarme a la vorágine del mundo, me lancé mejor a hacer polos, como los que les hacía a mis hijos de chicos, con leche, leche condensada y limón. Estos son tiempos de soluciones drásticas ¿Que no hay postres? Pues toma polos.

Sí, hasta este momento me había resistido a dejar la zona de confort. Pero ahora no era el tiempo de recordar el pasado ni las delicias del hogar (las caminatas de las mañanas, los tropecientos wasaps de los amigos, el aperitivo en el balcón, las noches viendo una película de risa...). No, ahora necesitaba el coraje de tantos que, antes que yo, se internaron en lo desconocido, sin saber qué iban a encontrar y sin más compañía que su voluntad y su determinación. Mi abuelo el poeta, que vivió durante 2 guerras mundiales y una guerra civil y supo de hecatombes, vino en mi ayuda con sus poemas, muchos aguerridos y animosos. Me acordé de uno que me gusta mucho y que empieza así:
Como el Teide soy altivo, 
como el Teide llevo fuego en mis entrañas...
¡No me asustan las horribles tempestades
ni mi frente se doblega bajo el yugo de otra raza!
Y con el poema en la mente, allí estaba yo: la casa atrás, el mundo delante, lleno de amenazas e inseguridad.


Mentiría si dijera que no me sobrecogió el silencio que encontré. La atmósfera limpia, ausencia de ruidos de motores o de charlas, las calles sin un alma en mi pueblo ¡un domingo de Ramos por la mañana! Una amiga muy viajada me contó una vez que llegó a un lugar de Alaska en medio de una nevada y en la plaza del pueblo se encontró a un oso polar. Yo me encuentro en ese momento un oso polar en medio de la carretera de Tegueste y hasta lo saludo con cariño y todo. Aunque había un sol radiante, parecía un mundo raro y distinto, donde todos se hubieran ido dejándolo frío y sin vida.

Pero como en toda incursión hay que tener un objetivo claro. Lo tenía Aníbal cuando cruzó los Alpes sobre elefantes, lo tenía Julio César cuando dijo lo de "Alea iacta est", lo tenía Frodo cuando iba a tirar el anillo en el Monte del Destino y Tintín cuando se internó en el Tibet a buscar a su amigo Tchang. Y lo tenía yo que iba a la gasolinera a buscar los periódicos que tenía reservados desde hacía casi un mes. Cuando llegué, les di un toque de teléfono y uno de los chicos, superamable, me los trajo al coche y me los metió en el maletero, sin que yo tuviera siquiera que bajarme. Y luego me fui como alma que lleva el diablo y me apresuré, sobrecogida ante aquella desolación, a volver a la seguridad de la casa, cual paloma mensajera que regresa al nido.

Y hasta dentro de un mes porque se me está acabando el vermut. Y ajenjo, que creo que es lo que lleva, no tengo.



Mis tres panes de subsistencia


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