martes, 23 de febrero de 2010

Caja de truenos, caja del tiempo



Con el destape de la caja de los truenos ocurrido en la isla estas últimas semanas, el tema del tiempo se ha convertido en uno de los más socorridos. La señora que me ayuda en la casa, nada más entrar por la puerta, ya me va dando el parte meteorológico desde Geneto a Tegueste con pelos, señales, lloviznas y vendavales. Incluso últimamente amplía el tema y ya me habla hasta de las nevadas de Washington.

También el tiempo es el tema estrella en los ascensores, donde siempre hay alguien (a lo mejor yo) que dice: “Parece que cada vez hace más frío ¿eh?”. Esto hace que pasemos los minutos que van de un piso a otro tan entretenidos diciendo que nunca se había visto nada igual. Y la web de la DGT recibe 54.000 visitas ¡por minuto!, que ríete tú de los blogs de famosos. Y todo para saber el estado de las carreteras en el que principalmente influye el tiempo y sus nieblas, vientos, lluvias y nevadas.

Pero hay tiempos y tiempos. Los ingleses (también tan aficionados a hablar del tiempo a modo de saludo) los distinguen bien en su lengua, pero nosotros, por aquello de economizar, usamos la misma palabra para el tiempo atmosférico que para el tiempo transcurrido. Y es más bien de éste último del que quería hablar hoy porque hace poco apareció una “caja del tiempo”, con unos ejemplares del Quijote y un periódico del día, debajo de una estatua de Cervantes de 1835.

Las cajas del tiempo demuestran que, a pesar de que presumimos de cínicos y de vuelta de todo, los humanos, en el fondo, somos unos románticos. Porque ¿no es romántico guardar en una cajita bien enterrada, a resguardo de las inclemencias del otro tiempo, los recuerdos de un momento concreto? Hay una caja del tiempo, por ejemplo, viajando hacia las estrellas que guarda información sobre nuestros genes, cerebros y bibliotecas, y en la que están grabados saludos en 60 idiomas humanos y también saludos de las ballenas (nunca se sabe qué extraterrestres van a encontrarla).

¿Qué pondríamos nosotros en una caja del tiempo, si quisiéramos decir a las generaciones futuras “esta persona fui yo”? Comentando la noticia, oí por la radio a un veterinario que decía que él pondría un pin del Athletic, un fonendo y una foto de su boda. Igual, cuando yo era muy jovencita, hubiera puesto un disco de Enrique Guzmán, del Dúo Dinámico o de los Beatles. Pero ahora, si yo tuviera que poner en una caja del tiempo algo que definiera mi momento actual, pondría sin ninguna duda la comunicación en la que el Ministerio de Educación me concedió la jubilación.

Porque eso fue precisamente lo que me dio y lo que tengo ahora: tiempo.  

martes, 16 de febrero de 2010

Cara de latín




Mi amiga Cae, una persona inteligente y creativa, con la que compartí en los años mozos merendolas, confidencias e interminables horas de estudio, tenía un punto débil: el latín. En cuanto le decían algo así como “Caesar cohortes ad hiberna misit”, ella abría mucho los ojos, se quedaba mirando fijamente a la profesora y ponía lo que enseguida bautizamos como “cara de latín”.

La cara de latín no es exactamente la cara de cuando se te va el santo al limbo. Es más bien la cara de Paca Carmona (Millán), en aquel desternillante programa de Martes y Trece, cuando le dice a Lauren Castigo (Josema): “Mira, Lauren, tú habla, habla, que yo no me entero de nada”.

Cara de latín he puesto yo, por ejemplo, cuando me leí por primera vez en 5º de carrera el prólogo de “La fenomenología del espíritu” de Hegel (a la vigésimosexta lectura ya empecé a barruntar algo); cuando tengo que leer un catálogo de Ikea para montar un mueble o una lámpara; cuando , yendo por esos mundos, preguntas a alguien por la calle una dirección y te contestan amablemente en checo o, ya puestos, en inglés; o cuando mis hijos (los sabios) me explican cómo hago para quitar virus, poner fotos o manejar un programa en este ordenador de mis amores.

En estos días, cuando algún experto político o economista se pone en la tele a explicarnos causas, desarrollo y consecuencias de esta crisis que nos azota, nada más empezar a hablar de déficit estructural, recesión o estagnación (¿?), a mí se me pone inmediatamente cara de latín y me dan ganas de decirles la frase final de aquel conocido chiste en el que a un inglés se le para el coche en medio del páramo y el tonto del pueblo más cercano llega y le pregunta: “¿Qué pacha a coche?”. El inglés, desesperado por una ayuda, le dice; “Do you speak english?” y el tonto lo mira fijamente (seguramente con cara de latín) y le dice: “¿Qué pacha a boca?”.

(Para Cae, por supuesto)

martes, 9 de febrero de 2010

Mandones y mandados




Todos somos mandones y mandados, pero, con el corazón en la mano, tenemos que confesar que lo que verdaderamente nos gusta es mandar. Esa imagen del maharajá en la tumbona, con un esclavo abanicándolo y ordenando que los demás trabajen por y para él, es en realidad lo que siempre hemos tenido en mente y no decíamos cuando, de pequeños, nos preguntaban que qué queríamos ser de mayor.

Y ya de mayores hacemos lo que podemos, intentando ser califas en lugar del califa y mandar a cónyuges, hijos, nietos, amigos y allegados. Tengo una amiga tan lista que, a pesar de que es la reina del mus de chocolate, convenció al marido de que eso de los fogones no era lo suyo y que mejor se encargara él que, desde entonces, la tiene a mesa y mantel puestos, como una reina. Eso es mandar con elegancia.

El problema es que la mayoría de las veces no nos hacen caso. Mi nieta particularmente, tan chica que es, con 6 años, y ya es una maestra en el arte de no escuchar y escaquearse cuando la llaman. O también puede pasar que los mandados se te reviren. A otro amigo, cuando su mujer le dice que ni se le ocurra tomarse un gintonic después de cenar, a pesar de que él alega que eso es como una medicina que ayuda a dormir, siempre le sale el viejo grito de guerra de los 70: “¡¡Disolución de los cuerpos represivos!!”.

Así que muchos acabamos siendo unos mandones frustrados y no nos queda más remedio que ser lo otro: unos mandados. Cosa que, por otra parte, es comodísima. ¿Que te encuentras con que has metido la pata y has armado un berenjenal tipo Mr. Bean? Ah, no sé, yo soy un mandado…

Pero, por otro lado, los mandones nos ponen a veces las cosas difíciles a los mandados, impartiendo órdenes etéreas que cuesta un poco seguirlas e impidiendo que asumamos nuestro obediente papel. Como, por ejemplo, cada vez que hay una “Operación Salida” y nos piden eso de que “escalonen la salida”. Vamos a ver, ¿me tengo que poner de acuerdo con todos los que volvemos para que salga un coche cada 5 minutos? O en una misma familia, ¿primero salen los padres y después los hijos? ¿Tendremos entonces que llevar dos coches? ¿Y si salimos todos a las 11 de la mañana provocando un atasco enorme y a las 9 de la noche no hay ni dios en la carretera (me ha pasado)?.

Total que, viendo que el saber mandar es también todo un arte, creo que sería buena idea hacer desde aquí una propuesta a los poderes fácticos: la creación de cursos para aprender a mangonear bien al personal, basados sobre todo en saber dar órdenes precisas, cortas y claras, tipo la de aquella barbería del Barrio del Toscal: “Aquí se viene a hablar de fútbol”. Y punto.

Así, por lo menos, desde ese momento, los mandados sabríamos por fin a qué atenernos.

(Para Melchor y Lolina, con quienes tanto he aprendido del mundo y sus gentes)
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