Si había un libro que nos encantaba a los de mi generación cuando éramos jóvenes, fue los "20 Poemas de amor y una canción desesperada" de Pablo Neruda. Yo me compré la décima edición de Losada en 1967 y hasta me sabía algunos poemas de memoria, como el poema 10, mi preferido: Hemos perdido aun este crepúsculo... Teníamos el romántico subido (y yo al novio lejos).
Pero mira por dónde leí hace poco un artículo del poeta Martín López-Vega donde reniega de esos 20 poemas (y de la canción desesperada, también), porque hablan, dice, de una mujer caducada en la que nadie se reconocería hoy. Y nombra el poema 15, aquel que empieza: Me gustas cuando callas porque estás como ausente..., o el 8, en el que el estribillo repite: Ah, silenciosa!, "lo que traducido al román paladino es : Calladita estás más guapa.".
¿Eramos, somos, así las mujeres? Rotundamente, no, ni antes ni ahora. Sintiéndolo por Don Pablo y su ideal de mujer, nosotras hablamos y mucho. Somos, como decía mi abuela, unas alegadoras (alegar es un canarismo que en su 1ª acepción significa conversar, hablar por mero pasatiempo). Hasta un chiste sobre esto me mandaron esta semana: - Mira, Puri, aquí pone que las mujeres habláis el doble que los hombres. -Claro, como que tenemos que repetiros todo dos veces. - ¿Cómo has dicho?.
Hace unos días me reuní con mis amigas y no paramos. Mi marido, que pasó por allí, dice que no se explica cómo nos entendemos hablando todas a la vez. Exagera un poco, pero es verdad que nos entendemos. Allí salieron recetas de cocina, recomendaciones de libros, de películas y de programas de televisión, comentarios sobre hechos familiares, locales, nacionales e internacionales... Un repaso total.
Pero sobre todo allí se contaron historias. Como la de la niña interna en el colegio que había venido de Venezuela en un barco en 1ª y, a la hora de volver sola a Caracas, su madre mandó el dinero para un pasaje igual y las monjas le compraron en 3ª. Cuando se vio, venga a bajar escaleras, en un camarote con 8 literas y sin ventana por la que se viera el mar, se negó terminantemente a quedarse y armó una protesta tan contundente que la "ascendieron" de nivel. O aquella historia de la que la dejó el novio en marzo y en junio se casó con el cura del pueblo que luego se dedicó a la política y llegó a alcalde y se metió en follones y acabó en la cárcel (después de separarse de ella). O la de aquel al que atracaron y terminó haciéndose amigo del atracador y ofreciéndose mutuamente la cartera ("Quédatela tú", "No, no, tú..."). ¿Quién quiere seriales de televisión cuando en la vida real hay todos esos relatos tan entretenidos que las mujeres nos contamos cuando nos reunimos?
Y eso es aquí y en todo el mundo. En abril leí un libro de la escritora iraní Marjane Satrápi titulado "Bordados". Bordados en su lengua significa también cotilleos y de lo que habla es de lo que su abuela, su madre y sus amigas cuentan cuando se quedan solas sin los hombres: Mientras los hombres duermen la siesta, las mujeres airean el corazón. Es un libro divertido y cómplice en el que todas nos reconocemos.
Así que decididamente, a pesar del amor juvenil que le tuve, no somos, ni por asomo, las musas mudas de Pablo Neruda. Nosotras, puestas a elegir, me he dado cuenta de que somos más de Blas de Otero. Parafraseándolo, ahora y siempre diríamos con él el ¡Pido la voz (también la paz) y la palabra!. Y que nadie nos las quite nunca.