lunes, 22 de abril de 2024

Abril, el mes más cruel



Sí, sí, ya sé que abril tiene una fama que no veas, desde los refranes que lo ven como "abril, aguas mil" hasta las canciones que lo tildan de "abril para sentir, abril para soñar, abril la primavera amanecióóó...". Pero no se fíen: ni lluvioso, porque ha hecho un calor de tres pares de narices, ¡más de 30º!, con el polvo del desierto todo el día sobre nuestras cabezas, ni tan soñador ni primaveral como dice la canción. Abril es, como dijo T. S. Eliot en su poema "La tierra baldía", el mes más cruel, se lo juro.

Y es que en este mes, a lo tonto a lo tonto, no han dejado de pasar descalabros varios. Por una parte, los periódicos y los medios no paran de alegrarnos los días lanzándonos noticias maravillosas, que si Ucrania y Rusia, que si Israel y Gaza, que si Irán y su base nuclear... Por otra parte, los agoreros avisan de que nos preparemos, armándonos hasta los dientes, para hecatombes y juicios finales. Y en tercer lugar, y lo que más siento por estar cercano a mí, es que este mes, sin comerlo ni beberlo y como si fuera un virus contagioso, ha descalabrado a un número elevado de amigos míos.

Mi consuegro se cayó y se escachó una vértebra, que no veas lo que duele. Tres de mis amigas también se cayeron y una se rompió el cúbito y el radio, otra, el peroné y otra el coxis, más un chichón en la cabeza. Una ex-alumna se rompió un dedo; mi nieta pequeña, saltando en una cama elástica, se cayó de mala manera y se dislocó la muñeca; a mi amiga Carmen hubo que operarla de un dedo en martillo; a otro le cayó la tapa del contenedor de la basura en la cabeza y tiene en la frente una herida que ni el Zorro... Y no cuento a los tres amigos que tengo hospitalizados este mes. No me digan que no hay materia para desconfiar del mes de abril, tan risueño en apariencia y de tan mala uva en realidad.

Y menos mal que hay alegrías que me animan: mi primer baño del año en el mar, tan placentero; buenas comidas con los amigos; el campeonato de rummy con los nietos pequeños; los alegatos por teléfono con mi hija al anochecer; los nueve libros que me he leído hasta ahora en el mes y que me transportan a otros lugares y a otras historias... 

Pero sigo sin fiarme de este abril (y seguro que a T.S.Eliot también le pasaron cosas). Así que vayan con cuidado, en casa y en la calle, no sea que tropiecen, y no miren demasiado las noticias catastróficas de los medios, no sea que se depriman. Y tranquilos, que mayo está ahí mismo.

lunes, 15 de abril de 2024

Un buen mutis


Mi Instituto el jueves pasado

Hace unos 20 años, en un abril primaveral, las profesoras del Instituto acordamos irnos de comida alrededor del Día de la República. El evento nos gustó tanto que decidimos instituirlo para años posteriores y esta última semana volvimos a reunirnos, como cada abril y ya todas jubiladas, alrededor de un puchero en La Laguna. Siempre lo pasamos muy bien porque nos ponemos al día, rememoramos el pasado sin acritud y nos reímos un rato con anécdotas y vivencias compartidas. Además esta vez, cuando ya nos íbamos, se nos acercó una chica diciendo: "¡Pero si están aquí juntas mis profesoras preferidas!", dándonos un abrazo a las de lengua, inglés, música y filosofía ¿Qué mejor broche que saber que hemos dejado un buen recuerdo?

Quiso la casualidad que ese mismo día la periodista Luz Sánchez-Mellado publicara un artículo titulado "Saber irse", precisamente sobre la jubilación y los jubilados. Habla de los que se van jubilosamente sin pena ni gloria, de los que aparecen por el curro alguna que otra vez y de los que se creen tan imprescindibles que no aceptan pasar a un segundo plano y creen que después de ellos, el caos. Ella dice: Personalmente, aspiro a hacer un discreto mutis por el foro, disfrutar de la bolsa y la vida que me queden, y dejar un buen recuerdo en la gente a la que di, y me dio, lo mejor de mí misma. Creo que todas mis compañeras jubiladas y yo suscribiríamos sin dudarlo sus palabras.

Es verdad que se necesitan fuerzas para dejar algo que consideras tuyo, el entorno que has creado y al que le has dado tus mejores años. Pero, si lo pensamos, nos pasamos la vida haciéndolo. Primero, abandonamos el colegio con todo lo que significaba; después, la universidad y la casa familiar que de repente deja de ser "tu casa", ya sin tus cosas, ni tu cama, ni tu habitación; luego, el lugar de trabajo, años y años (en mi caso, 22 en el último) sintiéndolo propio, llenándolo de proyectos, fabricando recuerdos, conociendo a gente que te importa, Como dije con el poema de Angel González al final de la charla con la que me despedí en mayo de 2008, todo esto será un día / materia de recuerdo y de nostalgia. / Volverá, terca. la memoria una y otra vez a estos parajes, / lo mismo que una abeja / da vueltas al perfume / de una flor ya arrancada. / Inútilmente.

Muchos fuimos alguna vez por algo puntual al centro a poco de jubilarnos y, cuando se nos ocurrió pasar por la sala de profesores, ya no conocíamos a nadie. No es por nada pero Heráclito tenía toda la razón. No nos podemos bañar dos veces en el mismo río, decía. Si cambiamos "río" por "instituto", no podemos ir después de la jubilación otra vez al mismo instituto en que dimos clase porque ya no es aquel instituto y, lo que es peor, nosotros ya no somos tampoco los mismos.

Y es que la vida al final consiste en una sucesión de mutis que nos preparan para el mutis final. Habría que planearlo entonces con dignidad, no desperdiciando el tiempo generoso que se nos ha concedido, celebrando la amistad con comidas de pucheros o lo que se tercie y procurando dejar buena huella en aquellos que nos han conocido. Lo mejor de un actor o actriz en el gran teatro del mundo es hacer, después de una interpretación memorable, un buen mutis por el foro.


El puchero de la última comida


martes, 9 de abril de 2024

La arrancadilla



La arrancadilla es un canarismo que usamos aquí cuando estamos de copas al final de una reunión agradable y, aunque sabemos que ya tenemos que irnos, lo estamos pasando tan bien que nos apetece alargar el momento y decimos: "¿Nos echamos la arrancadilla?". Y tomamos otra copa (la última y la mejor) antes de despedirnos.

Esta expresión me viene a mí a la mente en otra situación muy distinta: cuando estoy soñando algo agradable, metida en una historia de la que no quiero salir, y en ese momento, riiiiing, suena el despertador. El ratito entre el sonido que te avisa de que es la hora y el paso en el que definitivamente te levantas, es también mi arrancadilla propia, el momento que alargo entre el sueño y la vida. Oigo llegar el día en un duermevela medio lúcido -restos del sueño colándose por los entresijos del pensamiento- y reúno imágenes para organizar horas, despejar miedos y agrupar esperanzas.

No sé si a todo el mundo le pasa igual, pero hace un par de meses el escritor Manuel Vicent hace en su columna semanal una confesión parecida. Imagina un día perfecto que empieza en ese instante de agradable somnolencia arrullado por el canto de los mirlos (que también cantan cerca de mi ventana). Ese día perfecto, que vislumbra en su arrancadilla particular, incluye la conciencia de que no le duele nada en el cuerpo ni en el alma, un paseo junto al mar con un sol amoroso de 25º, una cerveza fría y unas aceitunas amargas en una terraza a la sombra de unos plátanos, la lectura de un periódico en el que no habría noticias de niños destrozados por las bombas ni políticos rebuznando, una comida divertida con amigos... y, al final del día, quedarse dormido con las gafas caídas en la punta de la nariz y unos poemas de Walt Whitman entre las piernas.

En mi arrancadilla hay sitio para sueños, pero también imágenes desperdigadas de los últimos días: el milagro de encontrar ¡en abril! el duraznero lleno de duraznos, conocer a alguien nuevo que me cuente su historia, la risa ante un buen chiste, la alegría de organizar una comida con los amigos en la que se habla de todo, una buena conversación por teléfono, pensar en un regalo que le haga ilusión a mi sobrina-nieta que cumple 15 años (al final, "Memorias de Idhún" de Laura Gallego), la lluvia mojando la tierra y despertándome definitivamente con su repiqueteo hacia el día que se abre.

No hay días perfectos, como el que imaginó Vicent, porque la vida no lo es. Pero sí hay ratos sublimes a los que aferrarse para darle sentido a todo. Lo mejor de esta semana: llevar desde las 3 del domingo hasta las 8 del lunes esperando que venga al mundo Lucía, la más pequeña de la familia, nieta de mi hermana e hija de Isa y Javi. Casi 30  horas en que todos los que la queremos ya, hemos estado pendientes del wasap y del teléfono (contracciones aún irregulares, registro todavía suave, acaba de romper bolsa, borrado total, ya con epidural, 5 de dilatación, ya va la cosa, ¿todavía nada?, me da que salió a ti y está ahí tan ricamente y como no se le empuje..., pues le irá bien en la vida...). Y luego el nacimiento ¿Hay momento más emocionante que ese? Y piensas que Lucía se ha echado una arrancadilla de 30 horas largas, pero es la mejor, la que te enfrenta a la vida y sus retos, dejando atrás la nada. Bienvenida a la familia y al mundo, mi pequeñita. Que te sea tan grato como lo has imaginado en tu duermevela.

lunes, 1 de abril de 2024

Los misterios del arte


De vez en cuando (y ahora en marzo ha sido una de ellas) estudio con mi nieta mayor que está en 3º de Bellas Artes. Nos viene bien a las dos porque yo la ayudo a hacer esquemas y a memorizar y ella me cuenta cosas interesantes del mundo del arte. Por ejemplo, ¿cómo se concibe un cuadro abstracto? ¿Cómo un pintor como Picasso pasa de pintar un cuadro tan detallista como "La primera comunión" al cubismo de "Las señoritas de Avignon"? Podría parecer un capricho del pintor o una conquista de la libertad creativa, pero mi nieta me explica que puede haber otras causas. Sí, Aba -dice-, cuando empezamos a subirnos a los aviones o a los coches por primera vez a principios del siglo XX, nuestra visión del mundo se aleja del aquí y el ahora, de lo concreto. Por primera vez vemos las cosas lejanas y desde arriba; o la velocidad del coche hace que las cosas se difuminen alrededor. Es el mundo el que se vuelve cada vez más abstracto, y eso lo capta el artista.

Mira tú, y una, que no es muy versada en arte, pensando que la cosa iba de dominar y combinar sabiamente los colores (tal como hace en la imagen inicial la artista Ana Pérez Duque) y que sea el espectador quien lo interprete. Recuerdo estar en el Museo Gulbelkian de Lisboa hace años ante un cuadro totalmente naranja intentando traducirlo como "Alegría" o "Atardecer", mientras mis hijos adolescentes apuntaban a "Crema de zanahorias" o "Jugo de naranjas". Tengo un amigo que pinta muy bien cuadros abstractos y me pide que le ponga título y me imagino sus risas cuando le sugiero "Esqueleto", "Flor en el pavimento" o "Cristo de La Laguna" para el mismo cuadro. Y lo mismo pasa con autores famosos como Malévich, que tiene "Cuadrado blanco" o "Cuadrado negro", tal cual. 

Normalmente ante una obra de arte me guío por si me gusta o no ¿Pondría este cuadro en mi casa? Me gusta visitar exposiciones y tengo varios cuadros abstractos en casa que me transmiten sensaciones placenteras y una cierta idea de belleza. Mi nieta (Eva de José) hace unos días me regaló por mi cumpleaños un cuadro con unas flores azules (imagen final). Le pregunto que por qué azules ¿Será porque el azul transmite calma y serenidad y eso es lo que quería ella expresar? Me dice que no, que son azules porque, cuando las pintó, ese era el único color que le quedaba en las acuarelas.

Los misterios del arte son insondables. Ah, y la artista que pintó el cuadro de colores inicial (Ana Pérez Duque) es mi sobrina nieta y tiene 3 años.




lunes, 18 de marzo de 2024

Héroes cautelosos



Desde el año 2008  en el que lo escribió en su Blog.viene rodando por las redes un vídeo donde el escritor Hernán Casciari habla de un tema curioso: la influencia del móvil en la literatura. Cuenta que, cuando su hija pequeña le escuchó el cuento de Hansel y Gretel, en ese momento angustioso en el que los niños se ven perdidos en el bosque porque los pájaros se han comido las miguitas de pan con las que habían señalado el camino de vuelta, ella dijo: "No importa. Que llamen al papá por el móvil". Y él pensó entonces por primera vez en lo distinta que hubiera sido la literatura si el móvil hubiera existido desde siempre.

Cualquier historia clásica, dice, cambiaría totalmente si pusiéramos un móvil en el bolsillo del protagonista. Penélope no esperaría con incertidumbre a Ulises, Caperucita alertaría a la abuela, Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, Gepeto recibe una alerta de la escuela diciéndole que Pinocho no llegó por la mañana... Si Julieta hubiera tenido móvil, le habría escrito un mensaje de texto a Romeo diciéndole: "Me hago la muerta pero no estoy muerta. No te preocupes ni hagas idioteces. Besos".

Cuando leí esto, me puse enseguida a repasar obras literarias y Hernán Casciari tiene toda la razón. En "Crónica de una muerte anunciada" a Santiago Nasar lo hubieran avisado con tiempo de que lo iban a matar y no habría habido muerte que anunciar; en "De los Apeninos a los Andes" Marco no hubiera perdido nunca la pista de su madre; en "El señor de los Anillos" todos sabrían que "por ahí no vayan, que hay orcos"; Rapunzel no se habría pasado tanto tiempo en la torre y el Conejo Blanco no habría tenido tanta prisa, porque habría mandado un wasap avisando que llegaba tarde.

Pero Casciari sigue diciendo: ¿No estaría acaso ocurriendo lo mismo en la vida real, no estaríamos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? Y termina: Nuestras tramas están perdiendo el brillo -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido -por culpa del móvil- en héroes perezosos.

Y en esto último no sé si no darle la razón. Pienso que los verdaderos aventureros -aquellos que, por ejemplo, se apuntaban a ir a la Antártida con Shackleton tras el mensaje "Se buscan hombres para viaje peligroso (...), retorno ileso dudoso"-, siguen existiendo. Tengo amigos  que acaban de llegar del desierto o de ver las pirámides y otros que se van a caminar por el Gran Cañón del Colorado. Sé de muchos que no se asustan de nada y afrontan cualquier reto con valentía. Mi aventura de esta semana: ir en una ambulancia al lado del conductor viendo a los coches apartarse a los lados como las aguas del Mar Rojo. Después oír y vivir las historias en los pasillos de Urgencias.

Somos héroes, sí, porque está en la naturaleza humana el amor a la aventura y porque la verdadera aventura es vivir la vida. Y para eso el móvil nos ayuda, nos avisa, nos conecta ¿Por qué vivir peligrosamente, si podemos hacerlo teniendo cuidado?  Así que, más que perezosos, nos hemos convertido en héroes, sí, pero cautelosos.

lunes, 11 de marzo de 2024

Los límites de mi mundo



Los grandes genios de la humanidad no son solo los que descubren teorías con las que explican el mundo, sino aquellos que trascienden los límites de la ciencia y llegan al pueblo llano. Antes de Darwin nadie hablaba de evolución y ahora cualquiera dice que hasta su peinado ha evolucionado. El inconsciente o el ego eran términos desconocidos por la gente de a pie antes de Freud y estoy segura de que el término alienación o proletariado no era usado por nuestros retatarabuelos antes de Marx. Incluso el imperativo moral, término de Kant, aparece a cada rato en los periódicos como algo asumido por todos (o, por lo menos, nombrado).

Y lo mismo pasa en el día a día de cada uno de nosotros, porque, a nivel mucho más modesto, hay palabras que nos abren mundos. Por ejemplo, yo que ahora estoy yendo a pilates por prescripción médica (la edad no perdona), me he adentrado en otra realidad y ya manejo palabras que hace dos meses ni conocía: retroversión, anteversión, cuadrupedia, table top (eso es pierna a 90º), pies en flex... Hay zonas del cuerpo que tenía olvidadas y que ahora salen a la luz, como las escápulas, los gemelos, los isquiones, los serratos o el transverso. Y me veo sometida a una máquina (heredera, seguro, de aquellas de tortura medievales), a la que llaman el Reformer, no sé por qué (imagen inicial). Con todo, es una nueva experiencia que está resultando instructiva, sana y hasta divertida, porque tenemos a Katia, una instructora fantástica con una paciencia infinita, y porque las otras 4 compañeras y yo, todas de cierta edad, nos lo tomamos con un humor que nos lleva a no querer perdernos ni una sola clase.

Ludwig Wittgenstein, otro gran pensador, fue un filósofo millonario que renunció a su fortuna para dedicarse a ser maestro de escuela y entender cómo los niños aprendían a leer, cómo penetraban en ese mundo del lenguaje leído. Yo, que aprendí a leer a los 3 años con mi madre (no entré al colegio hasta los 6) recuerdo a esa edad el maravilloso descubrimiento de la palabra escrita y el darle la lata a mi madre para que me enseñara más y más. Wittgenstein acuñó en su "Tractatus" una frase que resume todo esto: Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Con las palabras, no solo nombramos cosas, sino también nos relacionamos con el mundo nombrado y con los demás.

Por eso propongo explorar de la mano del lenguaje otros mundos, ya sea el pilates, el ganchillo o el idioma japonés. Da igual la edad que tengamos, siempre hay que estar dispuestos a aprender y las palabras son puertas que nos abren a otras realidades que ensanchan nuestras fronteras. Nunca será tarde para estar dispuestos a encontrar otros lenguajes, otros límites, otros mundos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

lunes, 4 de marzo de 2024

Agua que cae del cielo



Esta semana por fin ha llovido. Y no una lluvia mansita de esos chipichipi que a la media hora se olvidan, no. Ha sido una lluvia decidida y valiente que ha repiqueteado en las claraboyas de casa y ha dejado olor a tierra mojada, los suelos brillantes, el aire limpio y el alma contenta. Los benditos alisios han cumplido su papel, alejando arenas del desierto que este año, como nunca, nos han tenido asfixiados.

Ahora que los periódicos anuncian calamidades en forma de guerras y otras catástrofes parecidas, tal vez tendríamos que pensar en que el verdadero peligro, la mayor amenaza para la seguridad y supervivencia de los humanos, es la escasez de agua, un recurso que damos por descontado hasta que un día abrimos el grifo y constatamos que, mecachis en la mar, no sale ni una gota. Piensen en la población mundial, cerca de 8.000 millones de personas, consumiendo enormes cantidades de agua dulce (solo el 2,5% del agua de la tierra lo es), en las reservas originales agotándose, las temperaturas creciendo y las precipitaciones escaseando (por no hablar de los ríos que van a dar a la mar, toda esa gran pérdida): este es el panorama actual y lo que debería ser la auténtica preocupación de todos los gobiernos.

Por eso me gusta tanto cuando somos los ciudadanos de a pie los que empezamos hablando de ello y damos ejemplo, poniendo nuestro granito de arena. Como ese invento alemán de una bicicleta con un tambor adosado para lavar la ropa, a la vez que haces ejercicio (ahorra un 70% de agua). O como mi amiga Rocío que un día calculó el volumen de agua que se perdía en su casa cuando esperaban que se calentara para ducharse: ¡5 litros! 5 litros por cada persona y día. Multipliquen por un año y quedarán tan impactados como quedó ella. Lo solucionó con garrafas que recogen ese sobrante y que emplea para regar y otros usos.

Mi amigo Álvaro creció viendo a los cabuqueros, que en tiempos de nuestros abuelos excavaban la tierra para hacer las grandes galerías de agua que todavía horadan la isla y llevan el agua de las nieves del Teide a los cultivos. Él está convencido de que, si a los niños se les enseñara el enorme trabajo que es, estarían más concienciados del gran tesoro que es el agua. Por eso aboga por lo que llama Operación Aljibe y defiende que fuera un requisito para una casa nueva la construcción de un aljibe comunal que recogiera las aguas pluviales, tal como se está haciendo en Cataluña y Madrid, donde el agua se destina a jardines, lavado de vehículos, cisternas de baños... El aljibe de su casa en el municipio de El Tanque (en la imagen inicial), hecho en 1805 en archete, tosca y cal, puede recoger en un día normal de lluvia, 90.000 litros.

Ya los ancestros recogían el agua. Los guanches en los eres, que eran pocetas en las rocas impermeables del cauce de los barrancos, donde se embalsaba el agua cuando ya dejaba de correr. Fueron las primeras pilas bautismales de los canarios. En Lanzarote y Fuerteventura están las alcogidas, que son parte de las laderas de las montañas que también se acondicionan para guardar aguas de lluvia. Y nuestros abuelos y bisabuelos tenían los aljibes. Lo hay en la casa de los abuelos de mi marido y lo construimos en nuestra casa, hace ya 42 años, cuando nos vinimos a vivir al campo. El suelo de nuestro patio es el techo del aljibe.

Así que hoy me pongo incendiaria y hago un llamamiento para no desperdiciar ni una gota de agua, para pedir a nuestros políticos que le den atención prioritaria a ese tema,  para que nuestras leyes recojan la construcción obligatoria de aljibes, tal como sueña Álvaro, con canalones que viertan en ellos toda esa bendita lluvia que el cielo nos manda. Nos va la vida en ello.

lunes, 26 de febrero de 2024

Esa primera idea


Siempre le regalo libros a mis nietos pequeños por Navidad y este año le tocó a la niña (10 años) una versión (resumida y con dibujos, de Tea Stilton) de "Jane Eyre" de Charlotte Brontë, una de mis novelas preferidas. No sé si le gustará, pero recuerdo muy bien lo que sentí la primera vez que yo leí el original de adolescente y cómo me atrapó esa historia que he oído calificar de "uno de esos libros inagotables que nunca acaban de revelar todo lo que encierran".

Esta vez me leí la versión resumida, por si acaso no captaba lo esencial. Pero no. Allí estaba aquello que me fascinó hace tanto tiempo: la infancia trágica de la protagonista; su estancia en el Colegio Lowood, con el descubrimiento de la amistad, de la muerte, del amor a los libros; su trabajo como institutriz en Thornfield; el encuentro con el sombrío Sr. Rochester; los misterios y secretos que guarda la casa; el espíritu indomable y valiente de Jane... Creo que sí, que le gustará.

Y como a veces suele pasar en la vida, de repente me fui encontrando con la novela a cada paso. Primero, me encontré una noche viendo la tele con la adaptación cinematográfica de 2011 (hay más de 20 adaptaciones de la novela), de Cari Joji Fukunaga, con una interpretación muy buena de Mia Wasikowska como Jane (imagen inicial).

Después, me leí una novela, "El club de lectura del refugio antiaéreo" de Anne Lyons, en el que una librera inglesa recoge durante la II Guerra Mundiál a una niña refugiada judía con la que de entrada no hace buenas migas. Pero es el amor a los libros lo que las une y es precisamente "Jane Eyre" la primera novela que comentan y la primera que proponen en ese Club de lectura que transcurre entre las bombas y los horrores de una guerra.

Con esas señales no me quedó más remedio que volver a leer la novela original, una de las grandes del siglo XIX, que en mi edición de Salvat (de 412 páginas) tiene el inconveniente de tener una letra minúscula de la que ya mis ojos protestan. Pero así y todo, me quedé otar vez cautivada por su romanticismo, por ese ambiente gótico de los libros de esa época, por esa protagonista llena de valor, inteligencia y pasión que prefiere seguir sus principios aunque eso no la haga feliz, por esos páramos en los que el viento aúlla...

Y otra sorpresa más. Entre las paginas me encontré con un artículo amarillento que había guardado hace años en el que se hablaba del descubrimiento de un cuadernito de notas escrito por Charlotte Brontë, en el que describía un incendio provocado, como el que luego va a aparecer al final de su novela. Lo curioso es que ese cuadernito lo escribió ella con 14 años, 17 años antes de publicar "Jane Eyre".

¿Cómo nacen las novelas? ¿Cómo surge en los grandes novelistas esa primera idea que luego se desarrolla en una historia completa? Charlotte Brontë incorpora a su novela los paisajes desolados en los que vivió y su experiencia en instituciones privadas semejantes al Lowood de Jane. Pero me la imagino a los 14 años describiendo ese incendio y vislumbrando en su imaginación una mansión aislada, rodeada de viejos árboles llenos de cuervos y espinas, devorada por un fuego aterrador y, a la vez, purificador, que supusiera el final de una vida de secretos y mentiras y el comienzo de una más limpia. Esa primera idea...

lunes, 19 de febrero de 2024

Una tómbola mundial



Últimamente, cuando me pongo a ordenar, me doy cuenta de todo el cacharrerío inútil que uno guarda. Y eso que la casa es grande porque si no, no sé dónde meteríamos tanto trasto. Cuando estos días veía el desfile de las reinas del Carnaval, yo no pensaba en los brillos, los plumajes y demás parafernalia, sino en dónde guardarían semejantes mamotretos después de las fiestas. Es que en una habitación normal no caben y los palacios ya no son tendencia.

Y es que, además, las casas están llenas de cachivaches que nunca usamos. El domingo pasado, que invitamos a nuestro amigo Miguel a comer y a alegar un rato, nos estuvo hablando de lo que tiene en su casa y nunca ha estrenado. Por ejemplo, una fondue eléctrica que ocupa un montón, una heladera que ídem (con lo placentero que es comerse un helado por ahí), un aparato para hacer pasta (se lo vio a Arguiñano y le pareció fácil, pero luego era más fácil comprarse en el súper un paquete de espaguetis), aparatos varios para partir cosas: los huevos duros en lasquitas, los aguacates, los melones, las manzanas, las tartas en trozos iguales... ¡Si hasta tiene un chisme (virgen por ahora) para que los huevos fritos queden como un pañito. con sus puntillitas y todo! Me recordó a Becky, la protagonista de "Loca por las compras" de Sophie Kinsella, que se compró  un aparato para hacer gofres y, para demostrar que lo usaba, también compró los gofres y hacía el paripé de sacarlos de allí.

Pero es que todos somos iguales. Yo también tengo una churrera desde hace 20 años dormida en su caja porque es más estimulante acercarme a La Punta y comerme allí unos churros con chocolate mirando al mar. Tengo un wok durmiendo el sueño de los justos y tres bicicletas muertas de risa y herrumbrientas de aquellos tiempos en que éramos jóvenes...Si lo piensan, seguro que ustedes también tienen trastos ocupando sitio. Hasta mi hija, que es superordenada y tira todo lo que no usa, tiene una licuadora ahí quietita porque le da lata lavarla; y mi amiga María, una fuente de chocolate, una plancha de vapor, un aparato para hacer cotufas...

¿Y si reunimos todo eso y hacemos una tómbola? Los sofistas, aquellos sabios de hace 26 siglos, ya nos dijeron entonces aquello de  “Si se pidiera a todos los hombres que reunieran en un solo punto lo que cada uno ve inconveniente y luego pidiera de nuevo que retirara de aquel montón cada cual lo que estime conveniente, seguro que no quedaría allí nada sino que todo quedaría repartido entre ellos”. O sea, que, si hiciéramos la tómbola, nos desharíamos de un montón de arretrancos, sí. Pero seguro que sucumbiríamos a otros.

¿Y qué hago yo entonces si en la rifa me toca la fuente de chocolate y el aparato de hacer puntillitas a los huevos fritos?

lunes, 12 de febrero de 2024

La música de las esferas



En los tiempos en que mi marido estuvo trabajando en el Astrofísico del Teide (años 70), algunas noches subí con él. Entonces eran grandes barracones y no los edificios que hay ahora, pero estaban bien equipados con telescopios y máquinas complicadas volcadas a las estrellas. A mí me gustaba salir afuera, a pesar del frío, y quedarme un rato bajo aquella inmensa cúpula de estrellas, viendo la Vía Láctea en todo su esplendor. La vista era estremecedora y reducía a quien la miraba a una partícula pequeñísima, y sin embargo consciente, frente al infinito. 

El silencio era absoluto, pero yo notaba un ruido difuso de fondo, que atribuía al sonido de la vida, de la isla en su conjunto y, tal vez, del cosmos. Imaginando cosas, no me extrañaba que los antiguos, con Pitágoras a la cabeza, pensaran en un universo hecho de esferas concéntricas de cristal purísimo que, en su eterno girar, producían una música inaccesible al oído humano porque no sabemos escucharla. Noches así encienden la imaginación y te hacen creer que todo es posible. Entiendo a Pitágoras. Seguro que más de una vez, igual que todos nosotros, alzó la mirada al cielo en una noche estrellada y se sumergió en el misterio.

Y después de él, muchos hombres -curiosos, creativos, sabios- siguieron haciéndolo y aportaron teorías y explicaciones de cómo funciona nuestro mundo. Uno de esos hombres fue Arno Penzias, un físico que murió el mes pasado a los 90 años. A ustedes y a mí no nos suena el nombre porque hace tiempo que no atendemos a los asuntos cósmicos, pero fue un auténtico sabio, un judío que huyó de niño de la Alemania nazi y acabó en Estados Unidos y que, con su colega Robert Wilson, ganó en 1978 el Premio Nobel de Física. 

¿Qué fue lo que hicieron? Buscaban, con una antena gigantesca, una señal en el universo para conocer la estructura de la Vía Láctea pero, después de descartar todo ruido, lo que encontraron fue una interferencia extraña que parecía llegar de todo el cielo, una señal de microondas de radio que identificaron como la radiación de fondo que todavía perdura de la gran explosión con la que empezó todo hace 14.000 millones de años. ¡Lo que descubrieron fue el eco del Big Bang! Y ese descubrimiento cambió nuestra mirada sobre el cosmos: hay, efectivamente, un ruido que no oímos y que viene desde todas partes de un universo, que no está quieto, como creíamos, sino en expansión desde aquel momento primigenio.

A mí todo esto me emociona y fascina. ¡Qué tiempos tan interesantes estamos viviendo! Y siempre es bueno saber que, mientras uno atiende a pequeñeces de la vida diaria, hay gente que tiene el oído tan fino como para escuchar y descubrir la música de las esferas.

lunes, 5 de febrero de 2024

Viajar es descubrir



A veces, cuando pensamos en un viaje y se lo comentamos a los amigos a ver si se animan, nos dicen: "No, yo ya he estado allí" e ignoran que todo viaje es un camino de descubrimiento, que siempre hay hechos que te asombran por más que hayas estado veinte veces. Y si no, que se lo digan a mi consuegra, que casi siempre va a París y de cada  viaje trae más ganas para volver otra vez.

Hace 7 años hice un viaje a Cádiz del que les hablé en el post "¡Mira, mamá!" (enero de 2017). La semana pasada volví a ir con el Imserso y me trajo más descubrimientos (y más ganas de volver). Repetí, eso sí, dos eventos especiales que solo por ellos merece la pena todo. Uno, tomarme un jerez en Jerez, mientras recuerdo la frase atribuida a Fleming: "La penicilina cura la salud, pero un jerez resucita a un muerto". Otro, comer a cada rato tortitas de camarones, ese delicioso encaje culinario que merece un monumento.

Y además me traje, no solo la memoria del paisaje de esta tierra generosa, con sus humedales, marismas, salinas... (Y ya estarán los esteros rezumando azul de mar... nos decía Alberti, otro gaditano), que salpican la costa hablándonos de otras formas de vivir, sino también nuevas experiencias: un paseo en catamarán desde Cádiz al Puerto de Santa María (dónde nos quedábamos), gozando de un atardecer con pinceladas rosas y naranjas sobre la Bahía de Cádiz y el Puente Nuevo. Una visita al barco "Unión" de la Armada Peruana, un velero de 4 palos atracado en el Puerto de Cádiz y en el que nos atendieron cadetes guapos, serios y entorchados que nos contaron su viaje por el mundo (uno, hasta nos habló de su enamorada, que lo espera en Lima). La visión de un jinete solitario en la arena húmeda de la Playa de la Calzada en Sanlúcar de Barrameda, con el Guadalquivir y el parque de Doñana en el horizonte. Las risas con la gracia gaditana, como la de un cartel que vimos en un bar cerrado (imagen final): "Mañana cerramos por el bautizo de mi hijo: Perdonen las molestias". Y debajo pone: "¡¡Abre, becerro, que el niño no es tuyo!!" Firmado: La Madre".

Me traje también historias que nos fuimos encontrando: Nada más empezar en la cola de facturación del aeropuerto, a una pareja le dijeron que no podía viajar porque no había pagado la señal de 30 euros de reserva. Imagínense, a mí me dicen, después de preparar un viaje, con todo el jaleo que implica, que me tengo que quedar en tierra, y me da algo. Sin embargo, ellos reaccionaron con humor y la mujer dijo uno de los yaques más positivos que he oído: "Pues ya que estamos aquí, vamos a ver si nos podemos ir a Madrid o a cualquier otro sitio". Y allá que se fueron con sus maletas a ver. O encontrarnos, cuando íbamos a desayunar en el hotel (un antiguo monasterio del siglo XVIII) a un hombre dormido en un sillón del pasillo, envuelto en un edredón y con su mochila al lado ¿Lo habría echado su mujer durante la noche? ¿O se había colado? Hipótesis no faltaron.

Pero lo mejor fue la gente: el magnífico grupo que formamos todo el viaje y con el que compartimos mesa, charlas, risas, aperitivos, paseos y una estupenda cena de despedida con su correspondiente pescaíto frito. La grata compañía de mi amiga del colegio Esperanza y de su marido Mane, que tienen casa en el Puerto de Santa María y que me descubrieron la inmensa playa de Vistahermosa (imagen inicial), con sus arenas doradas y su chiringuito abierto todo el año (y sí, lo reconozco, comí allí tortitas de camarones. Otra vez). El encuentro con mi alumno Gonzalo, que no solo me alegró sino que me hizo reflexionar sobre el sentido de la vida: Créanme, sentirse mayor no depende de canas, arrugas o artrosis. No, sentirse mayor es encontrar que uno de tus alumnos ya viene al Imserso.

Hubo de todo (hasta cansancio) y fue un viaje estupendo que volvería a repetir encantada. Porque viajar es descubrir: historias, lugares, comidas, amigos...


Dedicado a todos los que contribuyeron, más si cabe, a hacer tan agradable este viajito:  A Noelia, nuestra guía y ángel de la guarda, y a los guías locales, Dani, Begoña y María Jesús, tan sabios; al estupendo grupo de amigos María Victoria, Sixto, Miguel Ángel, Mari Cruz, Ángela, Cristi, Paco y Mari Carmen; a Esperanza y Mane por su cariñosa acogida; y a Gonzalo, con mi bienvenida al grupo de "mayores". Gracias de todo corazón.


lunes, 22 de enero de 2024

Recados del más allá



No sé si a ustedes les ha pasado eso de que les den recados del más allá, pero a mí unas cuantas veces. La primera fue cuando unos amigos tenían que hacer un largo viaje a Estados Unidos. Tenían 4 hijos que dejaban repartidos aquí y mi amiga me pidió, con instrucciones precisas, que, si se estrellaba el avión, me encargara de mandar a sus hijos con su madre para que se educaran con ella. La segunda vez fue mi propia hija quien me dijo que me ocupara de su niña, si ella y su marido tuvieran un accidente. Afortunadamente no pasó nada y los niños aquellos hoy son adultos que se ocupan perfectamente de su vida. Mi madre también fue de las que dejó recados preparando su propio entierro: no manden flores, díganle a todo el mundo que el dinero lo donen a Cáritas, llévenme a tal iglesia...

La última en encargarme uno de estos recados fue mi amiga Clari. Hablé con ella esta semana, antes de que entrara en una operación delicada, y me dice entre bromas y veras que si se muere en la operación, escribiera algo bonito sobre ella. Por supuesto yo le dije que no se iba a morir y le recordé la frase de Montaigne que nos repetimos siempre en momentos malos: "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron".

Pero luego pensé ¿y por qué tenemos que esperar a que alguien se muera para hablar bien de ella? Hace poco vi una película, "La probabilidad estadística del amor a primera vista", en la que la madre del protagonista, una actriz de teatro que sabe que le queda poco tiempo, decide celebrar su funeral en vida. Reúne a sus hijos y a sus amigos y monta una fiesta en la que todos se visten de personajes de Shakespeare, comen y beben, dicen las palabras más bonitas y se lo pasan pipa. Y en otra película que me gustó, "Serendipity", el amigo del chico es el encargado de los obituarios del New York Times y en una de estas cuenta que los griegos no hacían necrológicas sino que, cuando alguien moría, solo se preguntaban: "¿Tenía pasión?". Así que, Clari, ahí van mis palabras para ti, en vida como tiene que ser y después de que hayas salido estupendamente de tu operación y ya estés haciendo una maratón de 3000 pasos diarios por esos pasillos del Hospital.

Aunque, como decía Borges, la amistad no requiere frecuencia, la vida a veces nos la regala añadiendo un plus. Yo tuve la gran suerte de recuperar hace unos 20 años esa frecuencia con mis amigas del colegio. Clari fue y es una de ellas y, en aquellos tiempos de la niñez, además, vecina, de las que nos encontrábamos al ir y venir del colegio en nuestro barrio del Toscal. Es-siempre lo ha sido- generosa, justa y leal con los suyos (ella es de las que cada mañana llama a las que son viudas y viven solas para dar "fe de vida", dice), con un sentido del humor que la ayuda a capear los escollos de esta vida y a nosotras nos la alegra. Valiente y vital, es la que nos anima a viajar, a no aburrirnos, a la frecuencia. A mí me maravilla, cuando nos vemos en Santa Cruz, que conozca a tanta gente y que tantos la conozcan a ella, pero es que le gusta la gente, la compañía, una buena conversación... Clari tiene carácter y puede engañar a quien no la conoce, pero, los que sí la conocemos bien, sabemos de su ternura y sensibilidad, de su amor incondicional por su familia y por nosotras, sus amigas. 

Y cuando le llegue (esperemos que dentro de mucho tiempo), como a todos, "la nave que nunca ha de tornar", si hiciéramos la pregunta de los griegos, contestaríamos que sí, que tuvo pasión, que defendió con ella sus valores y sus ideas, que amó y ha sido amada, y eso es algo de lo que congratularse porque ha hecho que su vida merezca la pena. 

Te deseo, mi querida Clari, que la disfrutes, sin más majaderías que las propias de nuestra edad. Y ya sabes que te quiero.

lunes, 15 de enero de 2024

A vueltas con Sissi



En 1956 -tenía yo 8 años- se estrenó en España "Sissi", la historia de Isabel de Baviera, o como ella se presenta en la película, Liesl de Possenhofen, y no hubo niña en mi colegio que se la perdiera. ¡Bien nos gustaban los trajes de princesa con aquellos miriñaques que las hacían parecer tartas ambulantes, bien nos emocionábamos con el encuentro en que ella pesca literalmente al emperador Francisco José, bien nos reíamos con el jefe de policía que la perseguía pensando que era una terrorista, bien nos encantaba el final feliz! Yo dibujaba como loca princesas con corona en mis cuadernos y, por supuesto, coleccioné  todos los cromos para llenar el álbum de Sissi. Cuando hace pocos años visité los lagos austriacos y nos tomamos un café en el Schloss Fuschl junto al Fuschl See (que en la película hace de Palacio de Possenhofen en Baviera) todavía podía oír el eco de las risas de los hermanos pequeños de Sissi cuando, al principio de la película, intentan con su padre pescar una trucha en aquel lago.

Ya de mayor leí biografías sobre Sissi y sé que su vida fue todo lo contrario a esa visión idílica de la película. Incluso físicamente no era bajita (como le reprocha su futura suegra en la película), sino que medía 1,72 y se sometía a dietas estrictas (pesaba 50 kilos), hacía deporte de manera compulsiva y se puso un velo tupido a los 32 años para que nadie viera que ya no era joven. Eso sí, se sentía orgullosa de su cabellera larguísima, a pesar de la lata que le debía dar. Por lo demás tuvo una vida llena de tragedias: una hija que murió pequeña, el suicidio de Rodolfo, el heredero, su desapego por los demás hijos y por su marido, y al final su asesinato a manos de un anarquista a los 60 años. Pero la magia de la película continúa. Hace poco la volví a ver con mis nietas (20 y 10 años) y a ellas, como nos pasó a nosotras de niñas, también las conquistó. Da igual que luego no funcionara su relación, da igual que incluso ella animara a su marido a que tuviera como amante a una actriz... Nos quedamos con el flechazo de la película y con esa boda, precedida por ese viaje en barco a través del Danubio, que nos hace suspirar, como todas las historia románticas que en el mundo han sido.

Elvira Lindo, hace una semana en un artículo que títuló Hablemos del amor (una vez más), se pregunta por qué tienen tanto éxito las novelas románticas cuando, "si hay algo que de sobra nos ha ofrecido la literatura ha sido el amargo sabor de la decepción". Y continúa: "Me gustaría saber qué encuentran las jóvenes que hoy leen novela romántica, si un entretenimiento, un modelo o un sueño que saben irrealizable". 

Es verdad lo que comenta Elvira Lindo, pero olvida que la literatura es reflejo de la vida y que, igual que hay historias de desamor y desencanto, también forman parte de la vida el flechazo, la comprensión entre almas gemelas, la pasión y el amor correspondido hasta el final de la vida. "Las almas que se encuentran / y se reconocen nunca se sueltan. / Ni con el silencio, ni con la distancia, / ni con las vueltas que da la vida", dice Benedetti. Es ese amor que cantan los poetas, las novelas románticas, las películas como "Sissi". Entretenimiento, sí; modelo, también; y sueño ¿irrealizable? A veces sí y a veces, no. Por lo menos, alimentan la esperanza de que se realice. "Quien lo probó, lo sabe", como dijo el gran Lope de Vega.


Romy Schneider, la cara de Sissi para nosotros


lunes, 8 de enero de 2024

Un saludable rebujato



El orden está sobrevalorado, me digo el 7 de enero observando mi casa en este comienzo de año: hay que recoger el árbol de Navidad ya, antes de que lleguen los carnavales, hay que volver a poner las cosas en su sitio, después de que los pintores, a los que pedí en agosto que vinieran a pintarme mi baño y mi dormitorio, lo fueran posponiendo hasta que aparecieron el 3 de enero y descolgaron cuadros, movieron muebles y desperdigaron objetos por doquier; hay que arreglar el cuarto de los nietos en los que hemos tenido que dormir mi marido  y yo mientras se va el olor a pintura, y hay que ordenar toda la casa después del día 6, en el que hicimos el desayuno de chocolate y roscón en casa con mi hermana, y también la comida de reyes con mis hermanos y sus familias: en total 18 adultos, 5 niños y un perro.

Que no cunda el pánico. El orden está sobrevalorado, me repito, mientras miro alrededor a ver si me lo creo. Y mira que en mi niñez ese era un concepto de los que nos embutían en la cabeza. En mis libros de Urbanidad aparecía como ideal de perfección un niñito inmaculado con los calcetines estirados y repeinado con raya y todo, con su pupitre superordenado, cuadernos bien apilados y lápices afilados ordenados por tamaño. Frente a él estaba el otro niño, tipo Guillermo Brown, calcetines arrugados, gorra torcida, rodillas sucias y el pupitre como una leonera. Por supuesto, ese era el modelo del que teníamos que huir como de la peste, pero, no sé por qué, a nosotros nos encantaba Guillermo Brown.

De todas formas, ser desordenado no es práctico, esa es la verdad. En casa de mi hija encuentras las cosas a la primera. Los suéteres en el armario están ordenados por colores y las especias en la despensa por orden alfabético. Cuando nos invita, la mesa está perfecta. En cambio, mi hijo me contaba que en sus fiestas todos llevaban cosas y de repente en la mesa te encontrabas una bolsa de plástico que abrías y exclamabas: "¡Anda, una tortilla!". También hay que reconocer que tiene algo de sorprendente ese sistema.

Así que me armo de valor durante toda esta semana para empezar a meter toda la parafernalia navideña en las cajas y en las tronjas; para hacer leña del árbol de Navidad, que va dejando restos por sillones y suelos; para ordenar, reciclar o tirar todos los papeles de regalo que mis nietos, emocionados, rasgaron y desparramaron por toda la casa. Hay que hacer lavaplatos y lavadoras (benditas sean). Hay que entrar en cintura esta casa.

Y mientras convivo con el caos y, de paso, tiro dos flores de pascua que se han quedado mustias como si supieran que ya se acabó la Navidad, pienso que es verdad que en este momento todo está manga por hombro, pero ¿qué importa? ¡es una casa llena de vida! A veces también es reconfortante vivir en un saludable rebujato.

martes, 2 de enero de 2024

El chorro de la vida



Hace poco leí, en uno de esos apuntes curiosos que a alguien se le ocurren, que para que cada uno de nosotros naciera -tú, yo o el de más allá- se necesitaron 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 trastatarabuelos. 64 pentabuelos, 128 hexabuelos, 256 heptabuelos, 512 octabuelos, 1024 eneabuelos, 2048 decabuelos... Solo teniendo en cuenta el total de las últimas 11 generaciones, hicieron falta 4094 ancestrales para que ahora yo esté aquí, vivita y escribiendo este post. Imagina si nos remontáramos al principio de los tiempos.

Es más, podríamos añadir algo parecido a lo que cuenta Jostein Gaarder en "El misterio del solitario". Pensemos en un año de peste en el siglo XIV. "La muerte iba de pueblo en pueblo -le dice el padre a su hijo, Hans Thomas-  y los más afectados fueron los niños. En algunas familias murieron todos, y en otras sobrevivieron quizás uno o dos. Muchos de tus antepasados eran niños en aquella época, pero ninguno de ellos la palmó. - ¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso? -Porque tú estás aquí ahora, contemplando el Adriático.". Somos hijos de los fuertes, nos viene a decir Gaarder, de los boletos ganadores, de aquellos que no solo sobrevivieron, sino que llegaron a la edad adulta para tener un hijo y perpetuarse hasta llegar a cada uno de nosotros. Ni meteoritos ni rayos, ni guerras ni enfermedades, ni incendios o catástrofes pudieron con ellos. "Cada vez que han volado flechas por los aires, tus posibilidades de nacer han estado bajo mínimos. ¡Y sin embargo aquí estás, bajo el cielo, hablando conmigo, Hans Thomas!".

El resultado de todo esto (aparte de la enorme suerte que hemos tenido) es que somos un producto tan refinado, tan elaborado, tan valioso, que si nos fueran a poner precio como si de una obra de arte se tratase, nos saldríamos del molde y seríamos de esas a las que se etiqueta como "de valor incalculable".

Si han hecho falta tantos esfuerzos, tanto tiempo, tanta gente, ¿cómo vamos a malgastar todo ese chorro de vida del que formamos parte? Pensemos en los retos a la que toda esa gente se enfrentó, en la fuerza que tuvieron para sobrevivir, en el amor que nos legaron para que hoy estemos aquí vivos, despidiendo un año y recibiendo a otro. No nos queda otra que celebrar la vida y aprovechar y amortizar ese caudal recibido: a guardar y valorar cada momento de ese regalo (por ahora, 366 días del año 2024) que nos ha sido dado.

Ya saben, qué quieren qué les diga, todos los principios de año me da por ponerme trascendental.

(La imagen inicial está cogida de la portada del libro de Gaarder, "El misterio del solitario". Ilustración de Pablo Álvarez de Toledo)

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