lunes, 30 de diciembre de 2019

Momentos felices para 2020: no sin mi agenda




Yo sin mi agenda no soy nada. En ella está mi vida entera: citas, cumpleaños, comidas, menús, diligencias... A veces me dicen que qué memoria tengo. Memoria, narices. Lo que tengo es cada año una agenda en la que escribo todos los días de Dios. Si no fuera por ella no me acordaba ni de quién soy. Me la quitan o se me pierde y entonces sí que me verían haciéndome las eternas preguntas filosóficas: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué tenía que hacer mañana por la mañana, por Dios?

Por eso, por mi querencia a mi agenda (milagro no le hago una loa... o una ola), fue por lo que me llamó la atención la propuesta que la semana pasada publicó mi hija Ana en Instagram. Decía así:
"Mi agenda está vacía. Vacía no de sueños, ni de planes. Está vacía de prejuicios, de ideas preconcebidas. Sus páginas están en blanco. Vaciarse significa disponerse a cambiar y a crecer. A madurar y avanzar.
No quiero que este sea un año más en el que, al finalizar diciembre, la agenda esté llena solo de trabajo, citas de médicos o revisiones del coche. Escribiré en las páginas de cada día algo bonito que haya pasado: una lectura que me haya gustado, una frase, una llamada que me haya llenado de alegría, un beso... Llenemos los días de 2020 de momentos felices".

Conociéndome y sabiendo que todos mis propósitos de año nuevo se me quedan a la mitad, no sé si podría realizar lo que Ana propone. Así que esta semana hice una especie de ensayo y me puse a apuntar en los últimos días de esta agenda que me ha acompañado en todo 2019 los momentos felices de cada día. La cosa quedó tal que así:

Lunes 23 de diciembre: Comprando las viandas de Nochebuena nos dio hambre a mi marido y a mí y entre Supercor y Mercadona recalamos en "La Thuya". Buen rato y buena comida.
Música de la pianista Clara Haskill al anochecer junto a la chimenea encendida.
Conversación con mis amigas en el chat antes de acostarnos.

Martes 24 de diciembre. Los nietos pequeños me ayudan a poner la mesa para Navidad.
Nochebuena muy divertida con la familia: un mercadillo gratis, caretas graciosas mientras bailamos, una búsqueda del tesoro, un Papá Noel que parece el Tío Cosas, un amigo invisible robado...

Miércoles 25 de diciembre: Mi nieto de 4 años me recita de pe a pa el poema "A Margarita Debayle" de Rubén Darío ("Margarita, está linda la mar...").
Pavo de navidad relleno de frutas compartido con los que quiero.
Rato estupendo después de la comida, al atardecer, mi marido y yo con un amigo de siempre hablando de la vida y sus cosas.

Jueves 26 de diciembre: Hago un regalo ("Fotos antiguas de Tenerife") a un amigo al que le encanta.
Me encuentro a una amiga en La Laguna a la que hacía años que no veía.
Leo un libro de P. G. Wodehouse que me hace reír.

Viernes 27 de diciembre: Consigo entradas para invitar a todos mis nietos a ver en enero en el Teatro Guimerá "Cuento de Navidad" de Dickens.
Cena con los amigos en un restaurante a la orilla del mar.

Sábado 28 de diciembre: Día claro y luminoso.
La brevera  que sembramos hace un par de años en El Tanque ha dado sus primeras cuatro brevas. Dulcísimas.
He visto por centésima vez como todas las navidades "¡Qué bello es vivir!". Como siempre, lloro a mares de la emoción.

Domingo 29 de diciembre: Comida en la casa de El Tanque con hijos y nietos y con mi familia política de Madrid que llegaron hoy. Risas y buena conversación en una mesa de 15 personas.

No ha resultado difícil. Sin darme cuenta tengo la última semana de mi agenda de 2019 llena de ratos bonitos. Y claro que también ha habido ratos que no lo son. Esta es la vida y no un musical de Hollywood. Alguna majadería, tomar un día Ibuprofeno porque la edad no perdona, las compras y el tráfico son un horror, se nos pinchó una rueda el jueves, un par de noches tuve insomnio, esta Nochebuena tocó cenar sin hijos ni nietos... Y además el tiempo ha estado de sur y calima -¿Dónde se ha visto unas Navidades con 26º?- y por supuesto no nos tocó, como corresponde, nada en la lotería.

Pero si cada día no nos regodeamos en lo que nos sale mal y estamos atentos a lo que nos gusta, a final de cada mes la agenda estará repleta de hechos que nos han alegrado el día, puntos de luz que iluminarán nuestra vida ¿Quién se va a acordar de lo malo? Así que, a un día de terminar el año, hago mía la propuesta de mi hija: Llenemos los días de 2020 de momentos felices.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Una iguana en Bajamar




Ante esta foto, ¡una iguana en Bajamar!, me dieron ganas de emular a Caco Senante que, hace muchos años, cantaba lo de "¿Qué es lo que haces tú aquí, una gaviota en Madrid?". Yo te preguntaría a mi vez, iguana mía: ¿Qué es lo que haces tu acá, una iguana en Bajamar? ¿Cómo recalaste por estos rincones, nada parecidos a tus selvas del otro lado del Atlántico? ¿Qué te llevó a abandonar los grandes árboles y los ríos caudalosos en cuya ribera pasabas los días? ¿Viniste, como muchos animales o semillas antes que tú, a bordo de un madero arrastrado por la tibia corriente del Golfo? ¿Viniste empujado por una nostalgia repentina a visitar a tus parientes, los lagartos gigantes de Salmor, que viven en El Hierro, un poco más allá? ¿O fue la curiosidad natural que un descendiente de los ancestros tiene inscrita en sus genes para seguir viajando y yendo cada vez más lejos?

Tal vez -más prosaica la causa- fue un depredador humano el que te cazó en un momento en que, despistada, admirabas las formas de las nubes desde el árbol más alto. Te podría querer para consumo o carnada. O, lo más seguro, para venderte a otro depredador, coleccionista de mascotas exóticas, que te trajo hasta aquí como si fueras un adorno que los demás admiran y luego se convierte en estorbo. Lo que no sabía es que tú, quizás un tataranieto de los últimos dragones, estás tan vivo como él ¿Te soltó para no hacerse responsable? ¿Te escapaste?

Lo cierto es que estás ahí, frente al mar que une tu costa y la mía, y a gusto por lo que parece. Sé que hay dos cosas que te encantan, la soledad y tumbarte al sol en lugares altos para mirar hasta donde se pierde la vista. Juraría incluso que estás sonriendo...

Pero estamos en Navidad y esta es mala fecha para los solitarios, te lo advierto. La gente no quiere ver a nadie solo y se organizan hasta encuentros en Nochebuena para los que lo están. Pero ¿y si ellos no quieren el tumulto, las voces extrañas, los villancicos desafinados? ¿Y si son como tú, amantes del silencio y de la observación?

Tal vez los demás piensan, como en la canción de la gaviota de Senante, que "no te consigues habituar a esta manera de vivir y ya te invade la añoranza". Pero no. Eres un animal de los antiguos que, además, conserva un tercer ojo en la frente, símbolo, dicen, de una sabiduría especial. Sé que te adaptarías fácilmente a vivir en esta costa norteña de mi isla, cerca de las olas y de la luz del sol, alimentándote de tabaibas y tarajales. Y que, quieto en lo alto de un cardón, mirando el mar infinito y respirando el aire de un océano que te es familiar, te pasarías las horas como quien solo tiene pensamientos dulces. Hasta cara de filósofo te veo.

Estoy segura de que es otra forma de pasar una navidad feliz.

(La imagen la hizo mi amiga María Victoria Tejera en Bajamar el día 10 de diciembre)


lunes, 16 de diciembre de 2019

Mujeres de este planeta




Fernando El Pariente era un pescador de La Graciosa que presumía de ser el único graciosero que había nacido en La Playa bajo El Risco. El Risco es el Risco de Famara en Lanzarote, ese farallón impresionante que, protector, vigila desde enfrente a La Graciosa. Antes, las mujeres de los pescadores, después de pasar El Río que separa las dos islas, subían por esa pendiente a vender o a cambiar por otros productos en Haría los pescados frescos que sus maridos o padres pescaban. Y luego (como ven en la imagen) regresaban por el mismo camino cargadas de papas, verduras, granos, aceite y todo lo que en su isla no había.

La madre de El Pariente se puso de parto justo en La Playa bajo el Risco. Allí, atendida por las otras mujeres y acunada por el ruido eterno del mar familiar, dio a luz un hermoso varón. Luego, se repuso un poco, lo dejó en los amorosos brazos de una de las chicas más jóvenes y cogió su carga, se la puso en la cabeza y, hala, allá que se fue a vender la pesca. A la vuelta, con la nueva carga, recogió a su niño y volvió a La Graciosa a recibir los parabienes y sin pensar que había hecho algo extraordinario. Y de hecho a mí esa historia tampoco me extraña nada porque, cuando yo tuve a mi hijo en un parto un poco difícil que me dejó unos días un poco debilucha, Paca, la mujer que venía a ayudar a mi madre en la casa, me echó un sermón terrible, diciéndome que era una floja gandula y que ella, el mismo día en que tuvo a su hija, ya estaba por la tarde lavando a mano un quintal de ropa que le habían encargado. ¡Así se las gastaban las mujeres de antes...!

¿Eran mujeres de otro planeta? ¿O es que ahora hemos perdido fuelle? No. Es verdad que en La Graciosa afortunadamente ya las mujeres hace tiempo que no se pegan esas pechadas risco arriba y que pueden permitirse un día relajado mirando romper las olas en la arena dorada. Pero nunca han dejado de trabajar. Y como ellas, todas las mujeres trabajadoras que conozco, que no paran. Y hasta las jubiladas como yo, en esta época navideña, después de ajetreados días hechos de compras-preparación de comilonas-cuidado de nietos, acabamos agotadas como si hubiéramos subido el risco, con ganas de coger la cama y suspirando por un día ¡un solo día!, libre como el viento, sin cosas por hacer.

" No es cierto -cuenta Ángeles Caso en un artículo de hace años- , como se suele afirmar, que las mujeres se hayan incorporado al mercado de trabajo en tiempos recientes. La inmensa mayoría de cuantas han poblado la Tierra trabajaron toda la vida...". Nosotras somos las nietas de aquellas mujeres luchadoras y valientes que trabajaban tanto como los hombres y que además lo hacían sin grandes aspavientos: lavando ropa, hilando, arando, cuidando niños, inventando artilugios, ayudando a parir, vendiendo pescados aunque haya que subir riscos... De sexo débil, nada de nada. Que lo sepan.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Un árbol como Dios manda




Como todos los años esta semana he hecho el árbol de Navidad. Compré un abeto natural el martes y este fin de semana, que he estado más libre, me puse la gorra roja con la borla blanca a ver si se me pegaba algo de la ligereza de los elfos de Papá Noel y me metí en faena. No se me pegó nada y tuve el salón un par de días patas arriba pero poco a poco lo monté. Afuera llovía y había frío, pero dentro el fuego de la chimenea y la música de los villancicos clásicos aportaban calor al cuerpo y al espíritu.

Primero puse los adornos de cristal nuevos de este año y después los que he ido trayendo cuando voy de viaje por ahí, y los dos corazones de plastilina con los nombres de mis hijos que me hizo mi hermana cuando nacieron y las bolas que mi amiga Conchi hace y que son únicas. Y por supuesto, parte de los adornos que en 48 años desde que tuve casa propia he ido reuniendo. Es mi opción, un abeto tradicional como el que sembró San Bonifacio allá por el siglo VII, equiparándolo a la vida y a la eternidad, y natural como a mí me gusta, que adorne y perfume mi casa durante este mes de la Navidad.

Y ya sé que hay otras opciones y las respeto. Es mucho más sencillo tener un abeto artificial y sacarlo de la caja al principio de diciembre y volverlo a plegar y meter después de Reyes. Sin tener que estar llamando al vivero un día sí y el otro también para saber si ha llegado o lo han subido del muelle, sin cargarlo en el coche a duras penas, sin estar buscando macetas, clavos y piedras para sostenerlo, sin plantearte qué hacer después con él... Tener un árbol artificial es la opción más fácil, pero no estoy de acuerdo en que sea la más natural.

Mi amiga Ani tiene dos hijos amantes de la naturaleza que la han convencido de que un abeto natural es un crimen contra natura porque no se deja crecer al árbol y que, por eso, debe comprar un abeto artificial. Pero para mí lo que es contra natura es lo artificial, los miles de árboles de plástico que vi también esta semana en los bazares chinos que están cerca de mi casa.

Yo amo los árboles, símbolos de sabiduría y permanencia. Recuerdo el poema de Juana de Ibarbourou: "Yo duermo en un árbol. / Es un árbol amigo del agua, / del sol y la brisa, del cielo y del musgo, / de lagartos de ojuelos dorados / y de orugas de un verde esmeralda.". En casa hemos sembrado muchos árboles frutales y también un drago, una palmera y un falso pimentero que hacen amable mi entorno. Sé que los humanos somos anécdotas en sus vidas (el naranjero que da nombre a la casa de los abuelos de mi marido tiene casi 200 años y ha visto pasar a muchas generaciones) y que lo deseable es no interferir. Peto la opción es peor ¿Se imaginan un mundo solo de plástico, no tener camas, sillas, mesas, puertas... de madera sino de plástico? En Suecia vi campos en los que se crían abetos de Navidad y campos de árboles madereros destinados al consumo humano. Nada más talarse un árbol se planta otro porque los árboles son el pulmón de la Tierra y nadie desea que esta sea un desierto.

Cuando dentro de un mes, el 7 de enero, termine la Navidad, mi árbol será quemado y convertido en cenizas que se verterán en el compost de la huerta. Junto con los restos de otros vegetales y la palomina de las palomas abonará al resto de los árboles que es, según el ciclo biológico, una manera de seguir viviendo. Y entretanto, cada vez que pase por el salón, no podré evitar una sonrisa cuando, entre tanta estrella falsa, vea un árbol de verdad, como Dios manda. Qué quieren que les diga, me encanta la Navidad.


lunes, 2 de diciembre de 2019

Besos en los bolsillos




Llevo meses con maguas queriendo ver una película, "Cinema Paradiso", que no vi en su momento (1989) cuando ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa. La busqué por todas partes, le pregunté a hijos y amigos, la deletreé en el teclado de Movistar y de Netflix, pero nada de nada. Y la semana pasada, cuando estaba tirando facturas de reyes del año pasado, voy y me encuentro que en una de El Corte Inglés aparecía, oh milagro, "Cinema Paradiso". ¡La había comprado hace un año para regalársela a mi marido y la había olvidado completamente! ¿Dónde la habría puesto? La busqué entre mis DVDs y no estaba en su sitio natural, entre "Charada" y "The code" (ya saben lo ordenadita que soy), ni traspapelada por ningún otro sitio. Al final me la encontré colocada como un libro más en la librería al lado de la tele, y este jueves por la noche, un año después de comprarla, olvidarla y echarla de menos, la vi con mi marido en amor y compaña.

Es una película preciosa, "un dulce himno de amor al cine", como dice la carátula. Y solo por la escena final (perdón por el destripe) de ese niño hecho hombre mirando asombrado y regocijado la cinta que su amigo, el montador de Cinema Paradiso, le ha legado y en la que une todos los besos censurados en las películas, ya merecía todos los premios. Ese final, en una Italia tan parecida a la España de mi niñez, que me hubiera llevado a hablar de la censura o del amor al cine (todo se andará), es el que sin embargo hoy me lleva a ponerme romántica y a hablar de besos.

¿Quién habrá inventado ese "acto de presionar los labios contra la superficie de la piel de una persona como una expresión social de afecto, de saludo, de respeto o de amor" (según el diccionario)? Y que de entrada no debió ser fácil, eh, porque se necesita mover 34 músculos faciales y 112 posturales para darse un beso. Pero lo cierto es que llevamos toda la eternidad besándonos y que es uno de los grandes temas de la historia de la humanidad.

En la literatura - "por un beso... yo no sé qué te diera por un beso", clamaba Bécquer-, desde que en el Mahabharata en el año 1000 a.C. se hablaba de él, el amor, que es una de las grandes fuerzas que mueven el mundo, se nutre, se firma y se rubrica con besos.

Aparece profusamente en la pintura y en la escultura -ese delicado y maravilloso Beso de Rodin...- y, por supuesto en la fotografía, como el célebre beso, tipo aquí te pillo aquí te mato, que el fotógrafo Robert Doisneau hizo frente al Ayuntamiento de París (en la imagen). En la música ¡cuántas canciones giran alrededor de un beso!. Me viene a la memoria Pedro Infante que hablaba de "la dulce sensación de un beso mordelón..."; o el "Bésame mucho" que hasta los Beatles versionaron; o Jarabe de Palo, que se ponen becquerianos ellos también, para decir que "por un beso de la flaca daría lo que fuera".

Pero es en el cine donde los besos han triunfado. Hasta en "La princesa prometida", que empieza con el nieto rechazando la historia que el abuelo le va a contar porque dice -con cara de fos-. "¿¿¿Es una novela de besos???", al final escucha embelesado (perdón otra vez por el destripe), cuando los protagonistas se besan: "Desde la invención del beso ha habido cinco besos que han sido calificados como los más apasionados, los más puros. ¡Este los superó a todos!".  Besos, besos, besos, antes del The End. Besos como esa cadena de "Cinema Paradiso" que una censura contra la libertad, la naturalidad y la vida quiso cortar groseramente.

¿Y en la vida real...?  En la vida real ¿quién no recuerda el primer beso de amor? Feliz es quien recibe muchos besos sinceros a lo largo de la vida y feliz quien puede despedirse de este mundo con un buen equipaje de besos. Como dice mi hija Ana en un poema:

"Solo quiero a alguien
que me llene de besos los bolsillos,
que me diga "te quiero" 
con los ojos
y que me abrace 
como si fuera a salir volando.
¿Es demasiado pedir?".

lunes, 25 de noviembre de 2019

Una casa como Rivendel




Rivendel es, en los libros de Tolkien, la casa de Elrond, el medio elfo. "Oculto en algún lugar delante de nosotros está el hermoso valle de Rivendel, donde vive Elrond en la Última Morada", anuncia el mago Gandalf cuando va con los enanos a rescatar un tesoro perdido. En la "Guía de lugares imaginarios" de Alberto Manguel y Gianni Guadalupi se dice de Rivendel que es un "valle abrigado y profundo a orillas del río Sonorona y al oeste de las Montañas Nubladas de la Tierra Media. (...). Es una casa grande, con corredores, escaleras y salones, construida en lo alto y con vista a jardines de flores fragantes". Cuando Bilbo Bolsón la conoce en "El hobbit" la describe de esta manera: "La casa era perfecta tanto para comer o dormir como para trabajar, o contar historias, o cantar, o simplemente quedarte sentado pensando, o una agradable mezcla de todo esto. La perversidad no tenía cabida en aquel valle". En ella te puedes encontrar a un grupo que compone una canción, a otros que hablan junto al jardín o a quien dormita junto al fuego. Cuando Frodo finalmente va allí en "El Señor de los Anillos", después de una aventura terrible perseguido por los Jinetes Negros, sabe enseguida que es un lugar en donde parece imposible sentirse triste o deprimido, una casa en que el tiempo se pasa sin sentir y que basta estar allí para curarse del cansancio, el miedo y la melancolía.

Aunque estemos en el mundo real y no en una epopeya fantástica, y aunque parezca mentira, hay lugares de estos en el mundo, casas así, donde sientes que estás seguro y en paz. La casa de mis amigos Juan y Carmen, un lugar visitado por mí desde hace años, es uno de esos sitios y cada vez que voy me acuerdo de Rivendel.

La semana pasada estuve allí en una celebración anticipada del Día de Acción de Gracias que nos suele organizar cada año Leslie, un amigo americano que quiere compartir con los demás esa fiesta que le es tan grata. Comimos pavo con su relleno y su salsa gravy y tuvimos una larga sobremesa de conversaciones tranquilas mientras la tarde caía sobre la casa en los altos de Tegueste. Y es en esos momentos cuando me recuerda a Rivendel, la casa élfica. Nadie parece tener prisa ni lugar asignado y cada uno se mueve por donde quiere. Hay cuatro que se han ido a una mesa pequeña al fondo a jugar al dominó y se oye el rumor de sus jugadas y el sonido de las fichas en la mesa. Hay grupos que hablan y comentan y gente que va y viene entre ellos. Hay quien entona una canción a la guitarra y quien duerme una siesta tapado con una manta al lado del fuego de una chimenea que crepita, cálido, toda la tarde. Hay una chica joven que rodeada de primas y hermanas, da de mamar a su bebé recién nacido que mira asombrado el mundo alrededor. Hay quienes ojean libros que están en una repisa esperando por si a alguien le apetece llevarse alguno y quienes están sentados solos simplemente pensando mientras se toman una copa. Y todos parecen sentirse en paz viviendo y disfrutando del momento único. A mí me llega el eco de Tolkien: "Basta estar aquí para curarse el cansancio, el miedo y la melancolía".

Por supuesto, toda casa es un reflejo de sus dueños y ellos, Carmen y Juan, personas buenas y generosas donde las haya, hicieron esta casa pensando en abrirla a familiares y amigos para que fuera un sitio así de especial en el que la hora de irte siempre llega por sorpresa y al que siempre tienes ganas de volver. Lo han logrado. En lo alto de la puerta que da salida al jardín, donde corren y juegan los niños, un letrero proclama el lema de la casa: "Vivir es compartir". 

lunes, 18 de noviembre de 2019

Ser madre da mieditis




Querida amiga, me cuentas que, cuando menos lo esperabas y por primera vez, estás embarazada y que en estos momentos, con 5 meses de gestación, te encuentras muerta de miedo. Aparte de felicitarte, solo puedo decirte que te entiendo perfectamente. Cuando una espera un bebé a los 20 y pico años, como me pasó a mí a los 24, se lo toma alegremente y en plan comando: lo que sea, será. Pero a los 42 como es tu caso, ya te lo piensas más, ya sopesas el futuro y ya vienen las retahílas de los "¿Y si...?". Además, a tu edad, estás acostumbrada a la buena vida sin ataduras detrás: viajes al quinto pino, excursiones y salidas largas los fines de semana, alegres cenas de amigos hasta las tantas de la madrugada... ¿Y ahora qué hago?

Sí, ser madre da mieditis. Y aunque lejos de mí está el asustarte más, es bueno, pienso yo, que vayas preparada para afrontar los sustos de la maternidad. Empezando, claro, por un hecho impepinable: los dos primeros años ten por seguro que no dormirás, porque los bebés duermen de día y por la noche están de jolgorio llora que te llora. Pero tú no te preocupes. Lo que tienes qué hacer es lo que hacía mi hijo con los suyos que, entre arrullo y arrullo, todo ojeroso y despelujado, se consolaba diciéndose a sí mismo: "Pero compensa, eh, compensa".

Luego vendrán las enfermedades de la niñez, el caerse de los columpios, los piojos, el que en el colegio Carlitos lo mordió..., todo lo que mantiene a una madre -y a un padre- en un sinvivir. Oh, la época dorada del colegio... Pero compensa, eh, compensa.

Más tarde la adolescencia de tus niños te hará desear vivir en un sitio más o menos desierto (el Polo Norte o algo así), un lugar donde no hayan oído hablar de Carnavales, ni de Noches en Blanco ni de eventos ruidosos y escandalosos, a todos los cuales sin excepción tus hijos se querrán apuntar, mientras tú, en plan "logístico", te dedicarás a llevarlos, a traerlos y a poner velas al Cristo de La Laguna para que lleguen bien. Pero compensa, eh, compensa.

Y no te digo nada cuando saquen el carnet de conducir y tengan novios y novias y los veas sufrir amores y desamores. Y tú con ellos... Pero compensa, eh, compensa.

Y tengo que añadir, querida amiga -sin ánimo de asustarte, repito- que el mayor problema no son esas minucias que te he contado. No, el mayor problema es que un hijo es para siempre. Aunque se independicen, aunque se vayan al otro extremo del mundo, aunque sean ya personas hechas y derechas de casi 50 años, te seguirás preocupando y pidiéndoles, cuando van de viaje, que te digan que llegaron bien, o cuando les notes la voz triste, seguirás sintiendo la mano helada en el corazón.

Y a pesar de todo, a pesar del miedo, de las preocupaciones, de que tu vida ya no será nunca más una senda sin sobresaltos, tengo que decirte que, aunque él lo decía con sorna, tenía razón mi hijo. Compensa. No sabes cuánto. Ninguna madre querría renunciar a esta vida plena, a este camino empinado y repleto de recovecos que es la maternidad. Y llegará un momento sublime en que sientas un amor que no te quepa en el pecho, porque tu hijo te eche los brazos al cuello y, como hizo el mío con 3 o 4 añitos, te diga: "¡Ay, mami, los amores que te tengo!". O te dé las gracias, ya de mayor, por ser su madre, como me hizo mi hija hace poco con un poema que me ha llegado al alma:

"Gracias
por todos los días
que quise salir huyendo
y me detuviste.

Gracias por dejarme soñar
en medio de esta pesadilla.
Pero despertarme 
a tiempo para no llegar tarde.

Gracias
por todas las veces que dije
"No puedo más".
Y me sostuviste.
Y pude.

Por sentarte a hablar conmigo
y escucharme.
Aunque no dijera nada.
Por escuchar mis silencios.

Por recordarme esas cosas
que la vida había borrado. 
Y abrazarme,
cuando solo la nada nos abrazaba.

Gracias.
Mil gracias.
Por ser. Por estar. Por querer."


Compensa, claro que compensa. Así que, querida amiga, disfruta de tu bebé ahora y siempre sin miedos que valgan.

(Para Leti)

lunes, 11 de noviembre de 2019

La dictadora




Aunque les parezca mentira (porque yo soy una persona que hasta mi marido reconoce que tengo muy buen carácter y mis amigas, que más ecuánime y conciliadora, imposible), en mi familia tengo fama de dictadora. Imagínense, yo, que de censuras y dictaduras quedé saturada y bien servida para toda la vida desde que en los tiempos lejanos de mi juventud nos prohibían ver películas 3R (para mayores con reparos) porque los protagonistas se daban cuatro besos de tornillo; o nos hacían escuchar en una canción aquello de "apoyada en el quicio de la celosía", en lugar de "apoyada en el quicio de la mancebía", no fuera que se nos ocurrieran pensamientos pecaminosos o vete tú a saber qué. ¿Yo, dictadora? ¡Ja!

No me explico esa fama, la verdad. Aunque tal vez la cosa empezó porque en casa de mis padres la tele estaba encendida a todas horas, desde las primeras de la mañana hasta la Carta de Ajuste por las noches. Tooooooodo el día. Y además, como mi padre estaba medio sordo, a todo volumen. Entonces yo, cuando llegaba, y sobre todo cuando llegaba a la cena de Nochebuena -la mesa puesta toda preciosa, la casa llena de gente animadísima hablando a gritos, el árbol centelleante, la tele soltando berridos por esa pantalla...- yo iba y, sin encomendarme a nadie, plaf, apagaba la tele y (nunca mejor dicho) santas pascuas.

Y también es verdad que en la última boda familiar, cuando estábamos sentados en un jardín primoroso, mientras pasaban bandejas de viandas y brindábamos con champán a la salud de los novios, una pareja cantaba por el micrófono -y, ojo, cantaban muy bien- a tan alto volumen que en mi mesa no podíamos escucharnos los unos a los otros. Así que me levanté y me fui a la mesa de hijos y sobrinos y les pregunté que si alguien les podía pedir a los cantantes que bajaran el sonido (después de todo no estábamos en un concierto, sino en una comida). La carcajada fue general y ya oí a mis sobrinos hablando (a gritos porque si no, no los hubiera oído) de las "salidas" de la tía.

La última fue esta semana que fuimos a cenar con hijos y nietos en un sitio muy bonito. Allí no fallaba nada. Buena comida y bebida, entorno agradable, música de fondo bajita... Todo perfecto. Hasta que en un momento me veo que, de los 9 que estábamos en la mesa, 5 estaban tecleando furibundos en el móvil, teniendo conversaciones con gente de Las Chimbambas, mientras los 4 restantes hablábamos de otros temas. Se me ocurrió entonces que podíamos hacer como en la familia de mi amiga Eli, que son un montón y que, cuando se reúnen, incluso si es un fin de semana, ponen todos los móviles en una bolsa y no los usan si no es para una urgencia. A gozar de la compañía y del diálogo. Pero cuando lo propuse, me miraron como si estuviera loca.

Y no es eso. Uno de los grandes placeres de la vida es hablar con los demás, contar y escuchar una historia -curiosa, divertida, interesante-, saber de la vida de los que quieres, comentar, si estás comiendo, lo ricas que están las empanadillas, conversar. Por eso, desde que el hombre es hombre, en los pueblos prehistóricos se reunían en torno a las hogueras a hablar, a decidir, a organizarse, a divertirse. Y después, a través de las civilizaciones, siempre ha habido momentos de distensión y de aprender a convivir, en largas comidas y celebraciones y en tertulias y reuniones informales. Y en las familias, ese momento fue siempre en las comidas y cenas: mirarnos unos a los otros y alegar y comentar y reírnos. Sin teles, sin ruidos, sin móviles. Las televisiones, las músicas, los móviles son inventos estupendos pero cada cosa tiene su sitio y en estos están de más.

Yo quiero decirles a hijos, sobrinos y nietos que yo no soy una dictadora. Que solo quiero que, cuando estemos juntos, recuperemos y celebremos lo que Giner de los Ríos llamaba "el santo sacramento de la conversación". Nada más, y nada menos, que eso.

(A mi grupo "Katowice")

lunes, 4 de noviembre de 2019

La casa del abuelo y el ángel de la guarda




Hace 5 años publiqué un post titulado "La casa del abuelo". El abuelo era el abuelo Antonio, el abuelo de mi marido, un hombre recio y bondadoso con unos increíbles ojos azules. Y la casa es una casa de campo, tal vez del siglo XVIII, nada pretenciosa, llamada "El Naranjero", que albergó a generaciones de campesinos que se levantaban al alba y se acostaban al ponerse el sol. Entonces escribí que "esas casas de gruesos muros y buenos cimientos que llevan en pie más de dos siglos, son sólidas y desafían al tiempo. Y, si hay alguien que las ame, siempre hay esperanzas de que renazcan. A nuestra casa le ha llegado el tiempo de revivir. Hemos empezado por el tejado antes de que se viniera abajo, y por el granero y el balcón. Y ahora, poco a poco, le toca al resto."

Por fin, cinco años después, en este noviembre inusualmente cálido, la casa no está terminada porque una casa viva nunca se termina, pero ya es vivible. En estos años hemos ido dibujando sueños que, más tarde y paulatinamente, un grupo de obreros animosos han hecho reales. Y ahí está, como la Puerta de Alcalá, en pie, con el suelo de tea recuperado, su tranca en la puerta como antaño, su bodega -ay, sin el vino del abuelo-, su huerto de la lata, su tejado de tejas antiguas y el aljibe y el lagar pintados y remozados. Ahora toca amueblarla e irla viviendo. Y en principio ir celebrando el milagro de verla así, cuando casi la hemos visto en el suelo.

Este sábado hicimos uno de los primeros estrenos, una comilona en la bodega con los artífices de la obra, una gente tan orgullosa de su buen trabajo que hasta uno de los contratistas tiene en su foto de perfil del wasap el techo de madera de la bodega. Allí estaban los contratistas, Miguel y Efraín que después de años de hablar y proyectar, ya son como de la familia. Allí estaban los trabajadores -Juan, Felipe, Jose, Padro, Vicente...-, unos profesionales como la copa de un pino, a los que siempre les vimos una sonrisa de bienvenida y una mente creativa para solucionar los problemas. Y allí estaba también Álvaro Fajardo, el amigo que nos recomendó a este grupo entusiasta y que, conocedor de la restauración de casas antiguas, nos aconsejó, y bien, en muchas ocasiones. Nos trajeron (¡encima!) regalos preciosos: vino y flores y una tarta, pero también una escultura de Álvaro hecha con raíz de castaño centenario, digna de un Giacometti, y unas fotos preciosas de la casa en los 80 cuando parecía que nadie le iba a hacer caso.

Comimos, brindamos por los trabajos bien hechos y hablamos sin parar de todo, en una sobremesa larga y cómoda entre amigos que se entienden. Hablamos de la casa y de quienes la habitaron, de las infancias de cada uno, de perros y gatos, de historias del pasado y del presente. Álvaro , tan desmitificador que incluso dice que los fantasmas de las casas antiguas son simples crujidos de la madera seca, nos contó una teoría suya sobre los ángeles de la guarda. Según él, las leyendas siempre aseguran que los niños están especialmente protegidos por los ángeles de la guarda. Todos dimos fe de ello y nos acordamos que de pequeños rezábamos por las noches lo de "Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día". Bueno, pues Álvaro dice que el ángel de la guarda es en realidad el sistema inmunológico que cuida, protege y ampara a los niños, haciendo que, aunque sean unos mataperros y amantes del peligro, generalmente y "milagrosamente" nunca les pasa nada.

Al final, por la noche, me quedé pensando en el día tan estupendo que habíamos pasado y en las teorías de Álvaro. Tal vez, me dije, pase algo parecido con las casas antiguas, guardianas de sueños y recuerdos de quienes las quisieron y habitaron.  Tal vez Álvaro, los contratistas, los albañiles, el carpintero, el electricista, el fontanero, nosotros mismos... hemos ejercido de ángel de la guarda de la casa, de sistema inmunológico, aportando ilusión y ganas para protegerla y hacer que reviva y vuelva a albergar comidas, como esta alrededor de una mesa, en las que haya risas y nuevas historias. Ayer, qué quieren que les diga, hasta un poco arcángel me sentí. 

lunes, 28 de octubre de 2019

Una hora de regalo




Octubre ha ido arrastrando tal melancolía  otoñal a lo largo de todo el mes que al final, el día 26, todo estalló en una orgía de rayos, truenos y relámpagos. A mí me despertó en la madrugada el ruido de truenos lejanos que se iban acercando como si, igual que en los libros de Astérix, el cielo se fuera a caer sobre nuestras cabezas. Y luego todo el día estuvo la lluvia, a ratos mansa y a ratos, rabiosa y repiqueteante. A nosotros, que acabamos de plantar árboles, las gotas se nos antojaban besos de ánimo. Al final del día, después de tanta agua y de más de mil rayos sobre la isla, se nos ha dado una hora de regalo como quien quiere compensar el susto.

Este cambio horario yo me lo tomo con calma y, de entrada, no cambio el reloj. Prefiero irme llevando sorpresas. ¿Tan tarde ya? Ah, no, que es una hora menos. Por ejemplo, este domingo me desperté a las 9 (que son las 8), desayuné e hice mi siesta pos-desayuno que solo es un ratito tranquilo de lectura o de alegato mañanero por wasap con mis amigas. En eso estaba (hablando con ellas, por cierto, de si existe el verbo "endormiscarse" o no) cuando me llama mi hijo para decirme que vendrían a comer ellos y los tres niños ¿Habría comida o compraban algo por el camino? Faltaría más, la casa de una madre y abuela siempre está abierta y preparada para recibir a hijos y nietos. Miré la hora ¡Las 11! Ah, no, qué alivio, que son las 10. Y con calma y cariño, que es como se tienen que hacer las cosas, hice un caldo de pescado y preparé una paella para 7 personas y un postre con los mangos de la huerta. Disfruté haciéndolo y disfruté hablando en la mesa con mis hijos y jugando antes con mis nietos. Eso es lo que haces, por ejemplo, con una hora que te regalan.

Una hora de regalo supone no estresarte cuando vas a salir o tienes que hacer una tarea; una hora hace que te dé tiempo para llamar a un amigo, leer un periódico, hablar con tu pareja; una hora te da cancha hasta para coger un avión. Una hora es un regalo siempre que -como aquel reloj de sol que vi en un jardín inglés y que decía "Solo cuento las horas soleadas"- esa hora sea una hora de sol.

¿Es una majadería, como opinan muchos, cambiar la hora dos veces al año y obligarnos a adaptarnos a una nueva rutina? En una encuesta hecha  a 4,6 millones de ciudadanos, un 84% estaban a favor de abolirlo y el Parlamento Europeo aprobó que en 2021 esto se podría hacer. Pero ¡ah! hace falta que todos los Estados den el visto bueno y ¿ponerse de acuerdo un montón de gente? Más difícil que morderse el codo.

Y luego, claro, está lo de decidir: ¿Qué te gusta más, el horario de invierno o el horario de verano?. En España, una comisión de expertos está estudiando desde 2018 las ventajas y desventajas de una opción u otra. Todavía no han llegado a ninguna conclusión. 

A muchos amigos míos les gusta más el horario de verano. Las tardes largas y luminosas dan para más: salidas, reuniones de amigos, paseos al atardecer... En el invierno, dicen, a las 7 de la tarde ya les dan ganas de ponerse el pijama. Pero a mí, cuando en marzo cambia otra vez la hora, lo que quiero es gritarles a ellos, los que manejan el cotarro: "¿Cómo se atreven a quitarme una hora de mi vida?". Así que yo prefiero este horario de madrugadas claras y atardeceres tempranos en que puedes permitirte una sobremesa más o menos larga después de la cena. Prefiero que me regalen una hora. A estas alturas de mi vida, no estoy para perder -ni para que me roben- ni un minuto de mi tiempo.


lunes, 21 de octubre de 2019

La foto de los marinos alemanes




A principios de este mes y al hilo de un libro de José Miguel Rodríguez Illescas, "La Marina de guerra alemana en las Islas Canarias durante el periodo de entreguerras", he leído artículos que hablan de la cantidad de barcos alemanes que recalaban en ese momento por aquí. Al parecer barcos y submarinos alemanes hacían prácticas por estas aguas y aquí se les recibía por todo lo alto. Oh, hasta cuentan que el Cabildo les hizo a tres barcos de estos un regalo de despedida de 2 botellas de Tío Pepe, 1/2 kilo de galletas y 3 cajas de cigarrillos (26 pesetas), imagínense el dispendio...

Estos artículos me llamaron la atención porque me hicieron recordar una foto, la de la imagen inicial, que siempre me intrigó. En ella se ve a mi madre (la del centro con un pañuelo en la cabeza) con unas amigas y unos marineros alemanes en Santa Cruz de La Palma en 1939. Mi madre tenía 14 años y estudiaba Bachillerato en el Instituto. Cuando le pregunté, me contó que les habían pedido que se disfrazaran y fueran, con flores, a recibir a un barco alemán. No sé por qué tenían que disfrazarse, aunque se ve que todas tiraron de las enaguas del traje típico. Una, la más bajita, lo lleva completo, otra parece que va de viuda alegre, pero mi madre no sé de lo que va con ese pañuelo tipo Doña Rogelia. Pero supongo que el motivo de que les pidieran colaboración a las del Instituto es que todas en ese momento estudiaban alemán. El inglés, ni verlo por el forro. España era germanófila y punto, y eso decidía hasta lo que se estudiaba y lo que no.

Pero, aparte de las simpatías de los gobiernos por un país o por otro, en Canarias en ese momento vivía un grupo bastante numeroso de alemanes, había un Colegio Alemán en Tenerife y un montón de parejas germano-canarias. Tengo amigos íntimos descendientes de alemanes -incluso a una de ellas la llamo prima porque su apellido es Herzog, "duque" en alemán, igual que el mío-. De cuando vinieron los abuelos o bisabuelos aquí hay también muchas historias, como aquella tan romántica de los antepasados de una amiga. Ella era una aristócrata que se enamoró perdidamente de un joven cocinero. Como en ese momento un amor así era imposible, tiraron por la vía del medio, se fugaron y andando, andando, llegaron a Tenerife sobre el año 1900 y aquí formaron su familia y aquí está su numerosa descendencia.

Ahora que parece que están renaciendo los nacionalismos, como si el hecho de nacer en determinado lugar o hablar una determinada lengua no fuera algo fortuito o supusiera un cambio en nuestro ADN, es bueno recordar estas historias de mestizaje y tolerancia que todos los canarios conocemos bien, nosotros que somos el resultado de miles de encuentros. Vinieron los guanches, y luego los franceses, los castellanos, los italianos , los portugueses, los alemanes, los ingleses, los rusos... y muchos se quedaron a vivir en este vergel de belleza sin par, enriqueciendo nuestra genética y haciéndonos más abiertos al mundo.

Y también, en tiempos de disturbios, es bueno recordar a Kant que predicaba la paz perpetua entre las gentes y avisaba de que en las guerras y enfrentamientos solo morían los de a pie, mientras los reyes se rascaban la barriga en sus palacios (él lo dijo más filosóficamente pero la idea es esa). O a Carl Sagan, que habló de la Tierra, ese pálido punto azul retratado por el Voyager 1 desde 6000 millones de kilómetros., un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica: "Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que en su gloria y triunfo pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... es desafiada por este pálido punto azul".

Y también ahora pienso en la foto de los marinos alemanes. En mi madre, tan tolerante y cariñosa, que siempre estuvo dispuesta a recibir en su casa a todo el mundo, sin importarle dónde naciera (nosotros le decíamos que aquella casa era la "Pensión Charo") y que se hubiera alegrado de saber que hoy tiene tres biznietos medio alemanes. Y pienso también en los marinos de la foto, que iban a meterse entonces en una guerra absurda, como todas las guerras, y que probablemente murieron en ella porque, como dice el libro que les cité, "el final de la mayor parte de los barcos y submarinos que recalaron en Canarias fue funesto, puesto que, tras 1945, la mayoría desapareció, como consecuencia de las diversas campañas militares en Noruega, el Atlántico o el Mar Báltico, así como por las incursiones aéreas de los aliados en las bases y puertos alemanes. Los que sobrevivieron a la guerra fueron hundidos por sus tripulaciones para no ser entregados a los Aliados".

Pero a lo mejor alguno de esos chicos sobrevivió y recordó toda su vida que unas adolescentes (vestidas con trajes raros, eso sí) los habían recibido con flores y sonrisas en una isla lejana. Y tal vez ese hecho restableció su fe en la humanidad.

lunes, 14 de octubre de 2019

Es grande ser joven


(Fuente de la eterna juventud, en "El Jardín de las Delicias" de El Bosco)

Mi nieta mayor ha empezado el Bachillerato en el Instituto. O mejor: ¡MI NIETA MAYOR HA EMPEZADO EL BACHILLERATO EN EL INSTITUTO! Todavía no me lo creo. Tiene 16 años, los mismos que tenía yo cuando empecé el Preuniversitario, sintiéndome tan madura y mayor. Ella va al Bachillerato Artístico, a otro Centro distinto del que van todos los compañeros que ha tenido desde que entró al Colegio con 3 años. Y yo, que me la imaginaba el primer día un poco sola y retraída sin conocer a nadie la pobrecita, me alegré cuando llamó a la salida toda contenta para decir que se iba a comer una pizza con 7 compañeros. Al tercer día se apuntó en el Coro y desde entonces sale todos los días como en una nube. Y me cuenta que ha empezado a dibujar bodegones y a amasar arcilla como lo hacían los primitivos y a convertir una jamba en una canción protesta. Le encantan la filosofía y sus debates, e incluso ya le ha dado tiempo para ir, con la cara pintada de verde y el entusiasmo en el alma, a su primera manifestación, esta vez contra el cambio climático. Y ¿saben qué? Que, al verla y oírla, no puedo evitar llenarme de nostalgia porque me reconozco en ella y en aquella época de descubrimiento y vehemencia que tan lejana de mí veo ahora. Es grande ser joven.

Pero luego... Esta semana me reuní por primera vez con mi pandilla de los veranos en Bajamar, cuando éramos adolescentes y dueños de un futuro eterno. A muchos no los había visto desde que teníamos 17 años ¡hace ya 54! Y sí que estábamos todos muy cambiados, pero primero nos empezamos a reconocer en los ojos, la sonrisa y la voz -¡Eres tú!-. Después, en las historias compartidas: en las excursiones a Isogue, aquel oasis en la montaña, o a la tarjea desde donde se veía el pueblo allá abajo junto al mar, o al Charco de la Laja, cuando íbamos hasta allí como a una peligrosa expedición entre barrancos; en las risas y charlas por la noche, bajo las estrellas, sentados en el poyo frente al Bar "El Sheriff"; en los baños con la marea llena y las olas entrando, enormes, en la piscina y los disparates que hacíamos, que no sé cómo no nos pasó nada malo; en los bailes y verbenas y los primeros amores de verano... Al final, a la caída de la tarde, frente al mar infinito que une lo que fuimos y lo que somos, alguien sacó una guitarra y nos reencontramos también en la música porque todos bebimos de las mismas fuentes.

Después de ponernos al día -¿Qué has hecho de tu vida después de tantos años?- supimos de las desgracias y de los éxitos y de los que ya no están y continúan eternamente adolescentes en nuestra memoria: Nieves, Churri, Pepe, Cristina, Chángeles, Laura... Y hablamos del ahora, de quienes se dedican a pintar como Vicente, o a escribir como Carmen, o a cultivar aguacates como Vicky o a cantar en un grupo musical como Carmen Mari, que tiene una voz hermosa y limpia. Supimos de los que, como Mane, han vivido una vida intensa -¡Que te quiten lo bailado!- y de los que la hemos vivido más tranquila.

Descubrí, entonces, que a pesar de las arrugas, canas, achaques y majaderías, seguiremos siendo nosotros, los jóvenes de entonces, mientras tengamos la cabeza lúcida, la curiosidad despierta y el espíritu de aquellos años en los que, igual que mi nieta ahora, estábamos descubriendo el mundo.

lunes, 7 de octubre de 2019

El post de las maravillas




Hace unos 800 años más o menos a un tal Marco Polo se le ocurrió hacer un viaje de aventuras a la lejana China que duró 24 años (la cosa entonces no era para andar con prisas). El resultado de sus andanzas, a falta de fotos y vídeos, se recogió en "El Libro de las maravillas", un verdadero bestseller del siglo XIII en donde se narra todo lo que a Marco Polo le admiró de un pueblo tan lejano, raro y distinto al suyo. Vio magias, hechizos y encantamientos, pero también costumbres exóticas como comerse a los enemigos o inventos como la pólvora o el papel moneda. Los palacios de oro y plata, los jardines con los árboles más bellos, las caravanas de más de 5000 elefantes cubiertos de gualdrapas bordadas o de camellos con paños de oro, los milagros que presenció... no solo lo dejaron turulato a él, sino a toda la Europa medieval para quienes esa lejana tierra se convirtió en un sueño que había que hacer realidad. Colón bebió de ese sueño.

Ahora mis Marco Polo se llaman Lali, Carmen Delia, Elías y Paqui, que, con una intrepidez que les envidio, se han liado la manta a la cabeza y se han dicho: "¿Viajar a la China? ¿Por qué no?". Y allá que se han ido en un viaje mucho más corto que el de Polo (15 días), pero igual de interesante. A la vuelta me han contado (¿De qué sirve viajar si no se comparte lo visto y admirado?) las particulares maravillas que encontraron.

Porque ¡claro que vieron maravillas! La explosión de luz en Shangay, interactiva y cambiante en cientos de edificios altísimos; los palacios imperiales de la Plaza de Tiananmen; el templo del Buda de Jade, 3 toneladas de peso con incrustaciones de esmeraldas y ágatas; por supuesto, la Gran Muralla, con sus 1650 escalones, separando a China de Mongolia; el impresionante y silencioso ejército de terracota de Xian; la pesca, tan curiosa, con cormoranes de noche; el crucero por el río Li en el que altas montañas hunden las raíces en las aguas oscuras mientras pasan entre bambúes y laureles...

Pero también les llamó la atención el caos circulatorio de las grandes ciudades en las que los semáforos están de adorno porque nadie les hace caso, los vespinos eléctricos van en riada con toda la familia encima y los taxis no paran a los extranjeros, esos sujetos narigudos que parecen todos iguales (así nos ven). Se extrañaron de todo lo que trabajan los chinos, sin descansar ni un día a la semana, y que los matrimonios sigan siendo concertados por los padres. Allí no existe el amor.

A mí, particularmente, lo que más me impresionó (ya hablé una vez de mi fobia aquí) fue un vídeo de un vivero de cucarachas en el que se ve al señor que las atiende, con su gorro y uniforme blanco, sobre el que se pasean ellas tan campantes. ¿Y para qué las quieren? Para lo que ustedes están pensando. Para chascárselas fritas en brochetas (junto con alacranes y saltamontes).

Mis Marco Polo me cuentan que el viaje ha sido distinto y precioso y que han valido la pena los 2 días de ida y los 2 de vuelta. Han visto maravillas, lo sé. Pero ante esta última, les puedo asegurar que nunca, nunca jamás me verán en China.

(La imagen inicial, hecha por Lali Gil, es del crucero por el río Li. Gracias a mis 4 Marco Polo por las fotos y la información)

lunes, 30 de septiembre de 2019

Hay bodas y bodas




Este fin de semana ha habido boda en la familia, así que, ¡hala!, a ponernos guapos todos y a derramar glamour y sofisticación desde el sombrero a los zapatos. Hasta a mi marido lo mandé a lavar el coche, que no lo hace sino en ocasiones así. Y es que una boda es un acontecimiento importante, se mire por dónde se mire. Lo saben hasta en China, en donde desde un año antes los novios se están haciendo fotos artísticas para el álbum. Todos los pequeños acontecimientos del día a día se posponen y se borran ante un día en el que se diga: "¡Hoy es La Boda!".

¡Y cuántas historias se cuentan de este día! En la fiesta pre-boda que hicimos 2 días antes para dar la bienvenida a los que venían de fuera, entre risas y no risas, hablamos de unas cuantas. Recordamos historias de bodas que nunca llegaron a celebrarse, como la de un pariente cuya madre nos llamó una semana antes para decirnos que no habría boda, que se habían peleado (nunca supimos por qué). Cuando fuimos a reclamar el regalo a Galerías Preciados nos dijeron que cada mes se cancelaban 2 o 3 bodas, que era algo normal. O el caso de la novia que rompió con su novio el viernes y el sábado, cuando este por casualidad pasó por San Francisco, se la vio salir de blanco del brazo de otro (eso es rapidez). Hay bodas con gracia como la del cura despistado en La Palma que se le olvidó que estaba casando a unos novios y siguió con su misa como siempre como si ellos no estuvieran allí. Salieron también en la conversación bodas que no debían haberse celebrado, como aquella en la que el padre de la novia se lio a trompadas con el novio en plena fiesta de boda, al encontrarlo en el WC montándoselo con una ex. Y, no crean, hay bodas que se van a celebrar dentro de una semana -contaron-, y que sería mejor que no lo hicieran porque los novios tienen por costumbre zurrarse mutuamente de lo lindo. Es un amor de pesos pesados.

Pero hay bodas y bodas. Y esta de Isa y Javi es de las buenas, de las de ley. A mí los novios me recuerdan a una pareja de "Orgullo y prejuicio", de Jane Austen, Jane y Bingley, tan buenos y encantadores que, cuando se comprometen, el padre de Jane, Mr. Bennet, le dice a su hija:
"Te felicito, Jane. Serás una mujer muy feliz. Eres una buena muchacha y mereces la suerte que has tenido. Os llevaréis muy bien. Vuestros caracteres son muy parecidos. Sois tan complacientes el uno con el otro que nunca resolveréis nada, tan confiados que os engañará cualquier criado, y tan generosos que siempre gastaréis más de lo que tengáis.". Y me lo recuerdan, no porque les vaya a pasar lo que Mr. Bennet, en broma y con ternura, les augura, sino porque es verdad que Isa y Javi son complacientes el uno con el otro, son confiados (y confiables) y generosos.

Se merecen, pues, una boda como la que tuvieron el sábado: un día perfecto sin frío ni calor y un cielo luminoso; una ceremonia en la Iglesia de Santo Domingo, que es una de las más bonitas de La Laguna, y una celebración en una finca preciosa, rodeada de verde, en el valle de La Orotava.

¿Lo que más me gustó? La música en la iglesia con un "Ave María" de los que emocionan, lo guapísima y feliz que iba mi sobrina y lo divertida e informal que fue la celebración: sin mesas fijas ni protocolos, cambiábamos de sitio, hablábamos con todo el mundo, comimos todo el día pequeños bocados variadísimos, bebimos buen vino de viñedos de amigos, bailamos hasta las tantas, recibimos regalos (botellitas de licor hecho por el padre de la novia, zapatillas para bailar, sombreros para el sol, paypays con paisajes gracioseros hechos por mi hermana...). Y fue un espectáculo ver a los niños, muchos niños, pasándoselo en grande, disfrazándose, tatuándose, jugando o bailando el limbo-rock.

Para el anecdotario familiar, ese que saldrá en las comidas durante años, queda la liga antitabaco que montaron dos críos de la familia destrozando unos cuantos puros porque, decían compungidos, "el fumar mata"; o el número de la novia lanzando el ramo por encima del hombro, con dos amigas divorciadas (y masocas) en primera línea, o mi hijo con mi nieta de 6 años en brazos "a ver si la caso", o mi cuñada empujando a la novia de su hijo para que lo cogiera (¡Otra boda! ¡Otra boda!), mientras ella suplicaba a la novia que "¡p'al otro lado, Isa, p'al otro lado!".

A veces viene muy bien una fiesta así, sin corsés, para relajarnos, disfrutar y celebrar que dos personas tan estupendas hayan coincidido en la vida, se hayan enamorado y hayan decidido comprometerse y compartir con todos esa promesa mutua de ser fieles "en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida".

¡Isa y Javi, , cuánto los quiero! Sean felices.


lunes, 23 de septiembre de 2019

El Proceso de la señora K




La señora K es una profesora jubilada a la que le gustan las cosas sencillas: vivir en una casa en el campo, hablar y reír con los amigos, leer una buena novela, escribir, bañarse en las aguas claras del mar, jugar con los nietos, disfrutar de la vida. Pero, como decía Shakespeare con más razón que un santo, "hay una marea en la vida de los hombres cuya pleamar puede conducirlos a la fortuna, mas, si se descuida, el viaje entero está abocado a perderse entre bajíos y arrecifes...". Y con uno de estos bajíos ha tropezado la señora K.

El bajío es Muface, la Mutualidad de Funcionarios que hasta ahora siempre le había proporcionado los talonarios de recetas por correo, siguiendo el simple procedimiento de pedirlos por Internet, solo poniendo el DNI y va que chuta. A los pocos días, la señora K tenía en su buzón los talonarios nuevitos y siempre se congratulaba de la eficiencia y la facilidad con que todo resultaba.

Pero debe haber en algún lugar de la Administración -la señora K lo juraría- unas mentes perversas y maquiavélicas que, tras ver lo contentos que estaban todos por el buen funcionamiento, se dijeron que eso no podía ser ¡Hay que complicar las cosas, hay que convertirlas en un laberinto de órdenes sin sentido, en un galimatías incomprensible! ¡Hala, a sufrir!

La señora K, al ver las nuevas instrucciones, se puso a ello con fe y esperanza. Después de todo, se dijo, ella había hecho una carrera, había aprobado dos oposiciones, hacía sudokus y jugaba todos los días contra el ordenador 2 o 3 partidas de rummykub, ganando la mayoría de las veces. Vamos, que pensó que la cosa estaba chupada. La muy ilusa...

Primero, después de comprobar que en la página Web de Muface le pedían, además del DNI, una Clave que no tenía, la solicitó. Como quiera que esto tardaría más de una semana en venir por correo y como vive en un sitio alejado de la civilización, le pidió a su amiga, la señora C, que vive en la capital, que se acercara por favor a la sede de Muface a preguntar. Allí las colas de sufridos funcionarios eran impresionantes y, cuando atendieron  a la señora C, le dieron 3 papeles con sesudas y prolijas Instrucciones para pedir los talonarios por móvil. 

Las dos primeras hojas contenían 8 Pasos a seguir, en una letra tan minúscula que la señora K tuvo que usar, aparte de las gafas de ver, una lupa potente. Pero se atascó en el Paso 4º, en el que le pedían la fecha en que se dio de alta en Muface ¿Cuándo fue, por Dios? ¿Fue cuando empezó a trabajar como Interina en el año 73? Ah, no, que entonces ni siquiera tenía Seguridad Social ¿O fue cuando ganó la primera oposición? ¿Pero en qué día y en qué mes? ¿Y dónde demonios está el Carnet  que le dieron entonces y que nunca ha necesitado hasta este momento, 40 y pico años después? Y a todo esto, ¿por qué se lo preguntan? Y lo más importante, ¿es que ellos no lo saben?

Después para la señora K ha sido una semana de  rellenar Códigos de verificación, Códigos de Activación, Activación de Contraseñas, Formularios de Registros... ¡Le han hecho hasta la pregunta: "Entre Rosa, Edificio y Ferrocarril ¿Cuál es el medio de transporte?"! (?????) Y todo explicado con un lenguaje tan críptico que a la señora K le parece estar traduciendo los jeroglíficos de la pirámide de Keops y tiene la sensación de que, en vez de para pedir un talonario de recetas, la están examinando para entrar al FBI.

Después de una semana introduciendo y enviando datos, la señora K pensaba que ya le enviarían un mensaje, ¡qué menos!, en que dijeran algo así como: "Ponga el DNI y la Clave PEPITO, y con eso pide el talonario de recetas y santas pascuas". Pero no. En lugar de eso recibe advertencias, recomendaciones y explicaciones paternalistas, como que todo esto es por nuestro bien, "para mayor seguridad y trazabilidad del proceso". En el proceso kafkiano sí que se encuentra la señora K, que se pregunta si es que esta gente no ha oído hablar de Ockham (y su célebre navaja), que allá por el siglo XIV ya defendía que la explicación más sencilla es la mejor.

A estas alturas del proceso, la señora K está compuesta y sin talonarios.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Búscate una tribu




Hace unos días mi marido me leyó en voz alta el titular de un artículo que aparecía en la primera página del periódico: "Más de 600 españoles son superricos, un 74% más que en 2011". Yo le contesté: "¿Y nos nombran en esa lista?". Él se rio, claro, pero yo lo decía en serio. Porque ¿qué es ser superrico? ¿Ser el Tío Gilito y revolcarte en monedas de oro? Me pega que no. Ser rico es tener lo necesario para vivir con dignidad y saber que no te va a faltar ni alimento ni vivienda ni lo básico para pasar por este valle de lágrimas sin que lo sea más de la cuenta. Ser rico es que te puedas permitir algún capricho de vez en cuando, como ir a cenar en un restaurante que te traten bien, recorrer en un viajito alguna parte de este mundo que nos rodea, hacernos y hacer un regalo que te apetezca. Ser rico es también poder afrontar una emergencia y poder ayudar a otros que lo precisen. Pero sobre todo ser rico es tener una tribu.

Esto último, no solo lo tengo, sino que lo veo a cada rato a mi alrededor. En la radio hace poco, madres jóvenes que viven en ciudades sin el apoyo de sus familias contaban que podían salir adelante gracias a la tribu: sus vecinos, sus amigos, los "papamigos" (los padres de los amiguitos de sus hijos que se empiezan a conocer en la puerta del colegio)... Hasta el portero de la casa formaba parte de la tribu de una oyente. La tribu siempre estaba ahí para echar una mano, socorrer y contar con ella.

También muchas de mis amigas, que son viudas y sus hijos campan ya cada uno por su lado, no se sienten solas gracias a la tribu, en este caso, las amigas del chat que cada día generan un bucle de comentarios sobre lo divino y lo humano; o las llamadas por las mañanas (alguna las llama "fe de vida") para saber que están bien y para compartir los planes que tengan para el día. La tribu no te deja sola.

Y como en la vida no solo hay risas y jolgorio, personas que pasan una crisis de esas que tanto abundan confiesan que el salir con los amigos, el contar con hombros para llorar, el sentirse queridos les ayudó a salir del hoyo. Casi como para decir "más tribu y menos Prozac".

El "Ciudadano Kane" de Orson Welles era dueño de un imperio y un superrico de esos de los que habla el periódico, pero ¿lo era realmente? ¿El dinero le servía para algo encontrándose al final de su vida solo y desgraciado? No, al volver la vista atrás solo encontró la añoranza por el tiempo en que de pequeño sentía el calor de la familia.

Por eso si estás triste, decaído, deprimido, en crisis; si te ha pasado alguna de las inevitables majaderías que ocurren en toda existencia; si te sientes infeliz... búscate, si no la tienes, una tribu. Una tribu de amigos, familiares, camaradas, vecinos, colegas, compañeros. Una tribu de afines a la que pertenezcas y con la que sepas que puedes contar. Ni tío Gilito, ni loterías, ni parientes perdidos que te nombren heredero ni mandangas. Una tribu.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Tengo una muñeca vestida de azul...




No sé qué tienen algunas muñecas que dan repelús. Esos ojos de cristal y esa expresión mirando al tendido como si con ella no fuera la cosa... Hace poco, en los trabajos de derribo y restauración de la casa de los abuelos, apareció entre los cascotes una muñeca despelujada, fané y descangallada, que parecía la niña del exorcista, quita, quita. También recuerdo a otra muñeca que le regalaron a mi hija, la Rosaura. Era más grande que ella, con brazos tiesos y piernas grandes y, para mí, con una sonrisa siniestra. Entrabas en una habitación a oscuras, encendías la luz y ¡hala! allí estaba ella, mirándote fijamente y haciéndote dar un respingo, cuando no un salto mortal. Gracias a Dios, en alguna mudanza desapareció sin más, camino a asustar a otros lares.

Pero sin embargo no se puede negar la fascinación que producen las muñecas y la ternura que despiertan. Fíjense en la expresión de alegría contenida y en esa sonrisa a lo Mona Lisa de la niña de la imagen inicial. Es mi madre a los 3 años y la muñeca no es suya sino del fotógrafo y me imagino que costó separarla de ella al final. Pero está tan privada como si acabara de descubrir el tesoro de Tutankamón y nadie le pudo quitar ese momento de goce. También yo recuerdo la emoción cuando en unos Reyes encontré al lado del zapato mi primera muñeca: rubia, ojos azules, sonrisa eterna, y lo mejor, vestida de bailarina de ballet, con sus zapatillas, su tutú, su collar y sus zarcillos de perlas. Me parecía preciosa, una princesa compañera de aventuras.

Por eso tampoco me ha extrañado la pasión de mi nieta pequeña por su nueva muñeca (o muñeco, no sé bien el sexo). Se lo regalaron en su 6º cumpleaños y es un Ksi merito que se llama Suzikín. Al pie del post les pongo una foto para que vean el espécimen: una cabeza enorme como si fuera una cabeza de ajos, calva con un rizo amarillo por únicos pelos, ojos también grandes y saltones, sin nariz y cuerpo raquítico. La creadora dice que se le ocurrió la idea en una pesadilla que tuvo durante unas turbulencias en el avión, y no me extraña nada ¡Cuidado que es feo! Y sin embargo mi nieta lo adora y va con el bichejo a todas partes: al cine, a la playa, a la cama, a mi casa... 

Porque además en el paquete en que se lo regalaron le dicen que ¡es un ser vivo! y que tiene que cuidarlo y amarlo como a tal: darle de comer papillitas, vacunarlo con jeringuilla especial, ponerle en la boca una bolita minúscula que dice que son vitaminas, darle un suero por si le ves cara de hambre (????), ponerle un pañal si piensas que se va a hacer pis... Cuando mi nieta me porfía que es un ser vivo, yo le digo que no lo es y le muestro a todos los seres vivos que hay alrededor: los saltamontes, los pájaros, los árboles, las personas... y le pregunto: "¿Suzikín se mueve como ellos, respira, se alimenta?". Ella se ríe y dice que sí y se pone a moverlo y a respirar y a hablar como si fuese él.

Total, que los Ksi meritos de las narices se han multiplicado por todo el mundo y los hay de varias clases y familias con todos los accesorios necesarios. Hay Ksi meritos Primer diente, Micromeritos (más pequeños, claro), Ksi meritos Impuntuales, Makitos (con olor a café), Lumi con luz propia cuando se les acaricia la espalda, y hasta Kakitos que hacen caca (son tres: Pop, KKKatalina y Poposchka). No se encuentran porque los niños se los rifan como si fueran lingotes de oro y se han convertido en un oscuro objeto de deseo.

Y te quedas pensando en cómo es posible con lo feos (y caros) que son, en el enorme negocio en que se ha convertido todo, en el engaño a los niños con el concepto de "ser vivo", en que para jugar, ser responsable y amar a un ser vivo podía hacerse con un gatito o un perrito, y para jugar simplemente no hace falta tanta parafernalia. Pero el marketing manda y ya mi nuera me dijo que a ver si lo encuentra en Madrid porque mi nieto de 4 años quiere para Reyes otro que se llama Kchito.

Ksi me da más repelús que la Rosaura.



lunes, 2 de septiembre de 2019

En defensa de las brujas




No hay historias que se transmitan mejor de boca a boca que las de las brujas y brujerías. Siguiendo esa sana costumbre hoy les cuento una historia que me contaron, la de Don Antonio, un señor que ya no está entre nosotros pero que estuvo mucho tiempo, aunque algo tocado por culpa de una brujería. Don Antonio, en sus años juveniles, era un real mozo, alto, guapo, de ojos oscuros y rientes, sonrisa ancha... Vamos, que estaba como un tren. Además, tenía su buen empleo y sus buenos dineros, lo que lo hacía más apetecible si cabe. Una vez tuvo que ir a Las Palmas por cuestiones de trabajo y se quedó en una pensión cuya dueña tenía tres hijas. Pronto notó que la madre siempre mandaba a la más pequeña a servirle, como queriendo metérsela por los ojos, y que a él le iba gustando la cosa, para qué nos vamos a engañar. Pero de repente empezó a sentirse mal: náuseas, hinchazón, acidez y un dolor en la boca del estómago que no le dejaba pegar ojo. No pudo más y se volvió para Tenerife, medio averiado y dejando tras de sí lo que pudo ser un gran amor que se quedó en nada.

Aquí visitó médico tras médico sin que dieran con la causa, hasta que, desesperado, se le ocurrió ir a un curandero de La Guancha que le dijo muy cariacontecido: "A usted le han hecho daño con menstruación, uno de los peores, y esto no se le va a quitar en la vida". Y efectivamente nunca se le quitó y vivió toda su vida delicadito del estómago y con un régimen estricto de una dieta sin picantes, sin vino, sin frutas, sin café, sin chocolate... o sea, privándose de todas las cosas ricas y pecaminosas que hay en esta vida y echándole la culpa a aquella bruja que le echó ese brebaje infernal en el café.

Cuando le conté la historia a mi hija, que, como saben, es médico, se rio y me dijo: "¿Sabes cómo se llama ese "daño" tan asqueroso? Helicobacter pylori, una bacteria que infecta el estómago y de la que antes no se sabía nada pero que ahora se sabe que puede estar presente en la mitad de la población mundial y que se puede combatir con antibióticos".

Sirva este relato para romper una lanza a favor de tantas mujeres a las que personas con prejuicios, confundiendo como en este caso las causas con los efectos, tildaban de brujas sin serlo. A las brujas de Salem, a las que vivían solitarias, a las feas, miopes o bizcas que solo por serlo ya se suponía que echaban mal de ojo, a las que tenían la nariz ganchuda (a una de mis amigas, maestra de infantil, que tiene una nariz con personalidad, uno de sus alumnos pequeñitos le preguntó: "Seño ¿usted es bruja?"), a aquellas de las que se desconfiaba por lo que fuera, a las que se les tenía manía... Pero sobre todo a las que conocían el uso de las hierbas y preparaban ungüentos y bebedizos y a las que la farmacopea les debe tanto.

Hay canciones, como la "Habanera embrujada" del grupo Mestisay, en la que la protagonista vendió su alma "por la receta que usan las brujas pa la ocasión" y que permitía un vuelo mágico de Canarias a Cuba: Jugo de tuno, ojos de baifo, / cola lagarto y poquito e ron, / tres oraciones a Santa Marta / pa que nos firme la absolución" . Pero la brujita que aparece hoy en mi imagen de introducción yo diría que define mejor lo que las brujas usaban. Me la mandó mi amiga Lali, que es bióloga, con la siguiente explicación: 
"Los zapatos son escamas de una piña de un pino; la escoba, infrutescencia de Umbelífera; el cuerpo, el fruto de un melocotón; la cara, el hueso de una aceituna; la nariz, una espina de rosal; los cabellos y manos, restos de vegetales; el gorro es una flor de las Tubifloras...".

Eso eran realmente las brujas, mujeres que vivían en contacto con semillas, flores, hierbas y frutos y que con ellos componían remedios, pócimas, ungüentos y filtros de todo tipo. He conocido brujas buenas que calmaban el dolor hasta con el contacto de la mano. Y he conocido brujas malas que no son como las de los cuentos pero que sí embrujan y hacen verdadero daño. Esas son a las que hay que temer y de las que hay que huir.

lunes, 26 de agosto de 2019

Ramos, chácaras y mangos




La semana pasada fui a pasar unos días -del 17 al 20- en La Gomera, en Valle Gran Rey, y, cómo no, me encontré con mi amiga Gomeira, de la que ya les hablé hace algún tiempo (aquí y aquí). Como dije entonces, Gomeira (igual que el Pereira de "Sostiene Pereira" de Antonio Tabucchi) es de las que sostienen ideas, opiniones y argumentos y te los suelta nada más verte, después de los abrazos, casi sin tomarse un tiempo para respirar.

Así, sostiene Gomeira que a esta tierra bendita no se debe venir por solo tres días y que, ya que atravesé los mares procelosos a bordo del "Benchijigua", lo menos que podía haber hecho es venir por todo el mes de agosto, que es mes de fiestas y parrandas y de bailes en las plazas. Que ya me perdí los festejos de julio a San Buenaventura y a la Virgen de la Salud ¡pero los de agosto...! Que el primer domingo bailó e hizo sonar las chácaras -chacachacacha chacachaca chacachacacha chacachá...- en la de Los Chorros de Epina alrededor de San Isidro, que sí, que el santo no abulta nada pero, sostiene Gomeira, que hay que ver la cantidad de gente que convoca. Después, hace apenas dos semanas fue la fiesta del Ramo a San Salvador en Arure y que menos mal que los veraneantes han tomado partido por él y aquello se llena porque antes parece que iba ganando la Virgen de la Salud pero que ahora están casi empatados. Ah ¿que no sabes que es el Ramo? Sí, mujer, si se ha hecho hasta famoso, que le han dado la medalla de Oro de Canarias y todo. Pues la cosa es que una familia hace una promesa y es ella la que se va a encargar de todo antes de la fiesta: de arreglar la iglesia, comprar los voladores, reunir el material para el Ramo, encargárselo a Cheo Porro, que lleva haciéndolo hace unos 50 años, y abrir su casa desde por la mañana para convidar a todo el que vaya con manises, tortillas, carne cabra, ñames, roscos y bollos, galletas de manteca, almogrote y todas las cosas buenas que da esta isla. Y no es porque yo lo diga, sostiene Gomeira, pero el Ramo es una verdadera obra de arte, tan colorido y coronado con una piña tropical y flores de mundo. Antes se llevaba en una caña de azúcar y no se le ponían berenjenas como ahora, que es algo,  sostiene Gomeira, que nunca conocimos de chicos, la verdad, sino las verduras y los frutos de siempre, higos, plátanos, mangos y esas cosas. Después del convite, se lleva el Ramo hasta la Iglesia entre tambores, chácaras y cantos -Quítate de alante, Arure, que quiero ver a Chipude, chacachacachá chacachaca chacachacachá chacachá...- y allí se pasa el Ramo para que se lo coman a los que van a invitar el año que viene.

Y que si te has perdido todo eso, sostiene Gomeira, lo mejor que podrías hacer es quedarte a la fiesta de la Virgen del Buen Viaje en Taguluche el último domingo de agosto en que hacen ¡otro Ramo! Ah ¿que no, que solo has venido por tres días, que además no coinciden con fiestas? Pues qué se le va a hacer. Aprovecha para pegarte unos buenos baños, que en Valle Gran Rey ¡será por playas! Puedes bañarte en Vueltas, o en La Puntilla, o en La Calera, pero no te aconsejo el Charco del Conde donde solo puedes darte baños de asiento ni la del Inglés que es para nudistas y tú ya no tienes edad para eso.

Y aprovecha también para llevarte un buen recuerdo de nosotros, pero, sostiene Gomeira, no te compres unas chácaras porque estas donde suenan bien es en los aires puros de La Gomera (y además creo que los precios están por 150 euros). Mejor te llevas un par de kilos de mangos, que no hay nada más rico a media mañana que comer un mango pelado y troceado que esté esperándote en la nevera. Todo eso sostiene Gomeira.
Y aquí me ven, de vuelta, saboreando mangos.

lunes, 12 de agosto de 2019

Dos adolescentes en verano




El abuelo, verano de 1959

Entonces tenía 13 años y vivía en Vistabella. El mismo día en que terminaban las clases me iba yo solo a casa de mis abuelos en El Tanque. Tardaba 5 o 6 horas en llegar. Cogía la guagua de Buenavista y me bajaba en Ycod, donde esperaba a la guagua que hacía el último trayecto de Ycod a Guía de Isora. Sobre la 7 de la tarde me bajaba en la Cruz Grande  en El Tanque y mis abuelos, aunque no sabían que yo llegaría ese día (no había teléfonos. Tampoco mis padres sabían si había llegado o no), me recibían como al Santo Advenimiento. Me querían mucho y me asignaban la habitación donde nací, separada de la casa y con ventanas sobre las higueras del arrife y con la vista del verde del monte y de los Pinos de la Fuente a lo lejos. Para mí eran veranos largos y gloriosos.
Ayudaba a mi abuelo en todo, en llevar abonos a las huertas conduciendo la yegua, en ordeñar las vacas, en moler en la era el trigo secado en los mollos -yo, sentado sobre el trillo- y en aventarlo después, en la vendimia cargando las raposas repletas de uvas... Cazaba mirlos para que no se comieran las uvas, escondido entre las vides con escopeta de balines. Luego mi abuela los desplumaba y los freía de merienda y mi abuelo sacaba vino de su barriquita especial y nos ponía un vaso a cada uno. Pero lo que más me gustaba era cazar canarios y guardarlos en una jaula grande que yo había hecho con cañas. Antes, preparaba las trampas, un falsete también de cañas y un cedazo puesto boca abajo con un palito que lo levantaba y que llevaba atada una cuerda fina que llegaba hasta mi escondite. Machacaba luego ramas secas de flor de col y las ponía como reclamo en la higuera del arrife con montocitos de colinos en torno y dentro de las trampas.  Después solo quedaba estar en silencio, tirar del cordón cuando el canario entrara en la trampa y guardarlo en la jaula. Cuando a los dos meses volvía a casa (otra vez en guagua) llevaba, en una caja con agujeritos, a veces hasta 30 canarios, que me apresuraba a vender en un puesto de aves vivas en la Recova. Me pagaban, creo, por cada canario hasta 2 pesetas. Un dineral.
Fui, muy, muy feliz en mi adolescencia.


El nieto, verano de 2019, 60 años después

En verano me despierto a las 11 y, por las mañanas, estoy un rato wasapeando con el móvil y, si tengo wifi, juego a la play. A lo más que juego es al Fortnite que consiste sobre todo en matar e impedir que maten a tu personaje. Pero no hay sangre, no te creas. Si te matan solo desapareces y se acaba la partida para ti. El juego es online con 100 personas de todo el mundo jugando a la vez. A ver cómo te lo explico. Las 100 personas van en un autobús volador y saltan en paracaídas a una isla, en donde no solo te tienes que enfrentar a los demás jugadores sino también a una tormenta que te va cercando y haciendo más pequeños los lugares seguros. Para enfrentarte a eso puedes conseguir armas, botiquines, escudos, vehículos, materiales (piedra, madera y metal) que sirven para construir estructuras defensivas... También antes de la partida hay una sala de espera donde hay tiendas (que cambian a cada rato) y donde venden, por ejemplo, cambios estéticos de personajes. Los personajes valen desde 800 a 2000 paVos (esa es la moneda), que equivalen a unos 20 euros en dinero real. Si tienes 1000 seguidores como mínimo en una red social puedes hacerte un código y, cada vez que alguno de tus seguidores compra algo con tu código, el 5% es para ti. Así que también puedes ganar jugando. En la sala de espera hay un espacio para torneos entre gente que sabe jugar muy bien. Hace poco un chico ganó en uno de esos torneos 3.000.000 de dólares. Al Fortnite juegan millones de personas en todo el mundo. ¿Que si no prefiero ir a la playa? Alguna vez sí, pero date cuenta de que normalmente juego con mis amigos y estamos todo el rato hablando y divirtiéndonos.


Dos adolescencias, dos modos de vivirlas, dos veranos distintos, dos formas de ser feliz ¿Qué opinas?
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