lunes, 22 de enero de 2024

Recados del más allá



No sé si a ustedes les ha pasado eso de que les den recados del más allá, pero a mí unas cuantas veces. La primera fue cuando unos amigos tenían que hacer un largo viaje a Estados Unidos. Tenían 4 hijos que dejaban repartidos aquí y mi amiga me pidió, con instrucciones precisas, que, si se estrellaba el avión, me encargara de mandar a sus hijos con su madre para que se educaran con ella. La segunda vez fue mi propia hija quien me dijo que me ocupara de su niña, si ella y su marido tuvieran un accidente. Afortunadamente no pasó nada y los niños aquellos hoy son adultos que se ocupan perfectamente de su vida. Mi madre también fue de las que dejó recados preparando su propio entierro: no manden flores, díganle a todo el mundo que el dinero lo donen a Cáritas, llévenme a tal iglesia...

La última en encargarme uno de estos recados fue mi amiga Clari. Hablé con ella esta semana, antes de que entrara en una operación delicada, y me dice entre bromas y veras que si se muere en la operación, escribiera algo bonito sobre ella. Por supuesto yo le dije que no se iba a morir y le recordé la frase de Montaigne que nos repetimos siempre en momentos malos: "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron".

Pero luego pensé ¿y por qué tenemos que esperar a que alguien se muera para hablar bien de ella? Hace poco vi una película, "La probabilidad estadística del amor a primera vista", en la que la madre del protagonista, una actriz de teatro que sabe que le queda poco tiempo, decide celebrar su funeral en vida. Reúne a sus hijos y a sus amigos y monta una fiesta en la que todos se visten de personajes de Shakespeare, comen y beben, dicen las palabras más bonitas y se lo pasan pipa. Y en otra película que me gustó, "Serendipity", el amigo del chico es el encargado de los obituarios del New York Times y en una de estas cuenta que los griegos no hacían necrológicas sino que, cuando alguien moría, solo se preguntaban: "¿Tenía pasión?". Así que, Clari, ahí van mis palabras para ti, en vida como tiene que ser y después de que hayas salido estupendamente de tu operación y ya estés haciendo una maratón de 3000 pasos diarios por esos pasillos del Hospital.

Aunque, como decía Borges, la amistad no requiere frecuencia, la vida a veces nos la regala añadiendo un plus. Yo tuve la gran suerte de recuperar hace unos 20 años esa frecuencia con mis amigas del colegio. Clari fue y es una de ellas y, en aquellos tiempos de la niñez, además, vecina, de las que nos encontrábamos al ir y venir del colegio en nuestro barrio del Toscal. Es-siempre lo ha sido- generosa, justa y leal con los suyos (ella es de las que cada mañana llama a las que son viudas y viven solas para dar "fe de vida", dice), con un sentido del humor que la ayuda a capear los escollos de esta vida y a nosotras nos la alegra. Valiente y vital, es la que nos anima a viajar, a no aburrirnos, a la frecuencia. A mí me maravilla, cuando nos vemos en Santa Cruz, que conozca a tanta gente y que tantos la conozcan a ella, pero es que le gusta la gente, la compañía, una buena conversación... Clari tiene carácter y puede engañar a quien no la conoce, pero, los que sí la conocemos bien, sabemos de su ternura y sensibilidad, de su amor incondicional por su familia y por nosotras, sus amigas. 

Y cuando le llegue (esperemos que dentro de mucho tiempo), como a todos, "la nave que nunca ha de tornar", si hiciéramos la pregunta de los griegos, contestaríamos que sí, que tuvo pasión, que defendió con ella sus valores y sus ideas, que amó y ha sido amada, y eso es algo de lo que congratularse porque ha hecho que su vida merezca la pena. 

Te deseo, mi querida Clari, que la disfrutes, sin más majaderías que las propias de nuestra edad. Y ya sabes que te quiero.

lunes, 15 de enero de 2024

A vueltas con Sissi



En 1956 -tenía yo 8 años- se estrenó en España "Sissi", la historia de Isabel de Baviera, o como ella se presenta en la película, Liesl de Possenhofen, y no hubo niña en mi colegio que se la perdiera. ¡Bien nos gustaban los trajes de princesa con aquellos miriñaques que las hacían parecer tartas ambulantes, bien nos emocionábamos con el encuentro en que ella pesca literalmente al emperador Francisco José, bien nos reíamos con el jefe de policía que la perseguía pensando que era una terrorista, bien nos encantaba el final feliz! Yo dibujaba como loca princesas con corona en mis cuadernos y, por supuesto, coleccioné  todos los cromos para llenar el álbum de Sissi. Cuando hace pocos años visité los lagos austriacos y nos tomamos un café en el Schloss Fuschl junto al Fuschl See (que en la película hace de Palacio de Possenhofen en Baviera) todavía podía oír el eco de las risas de los hermanos pequeños de Sissi cuando, al principio de la película, intentan con su padre pescar una trucha en aquel lago.

Ya de mayor leí biografías sobre Sissi y sé que su vida fue todo lo contrario a esa visión idílica de la película. Incluso físicamente no era bajita (como le reprocha su futura suegra en la película), sino que medía 1,72 y se sometía a dietas estrictas (pesaba 50 kilos), hacía deporte de manera compulsiva y se puso un velo tupido a los 32 años para que nadie viera que ya no era joven. Eso sí, se sentía orgullosa de su cabellera larguísima, a pesar de la lata que le debía dar. Por lo demás tuvo una vida llena de tragedias: una hija que murió pequeña, el suicidio de Rodolfo, el heredero, su desapego por los demás hijos y por su marido, y al final su asesinato a manos de un anarquista a los 60 años. Pero la magia de la película continúa. Hace poco la volví a ver con mis nietas (20 y 10 años) y a ellas, como nos pasó a nosotras de niñas, también las conquistó. Da igual que luego no funcionara su relación, da igual que incluso ella animara a su marido a que tuviera como amante a una actriz... Nos quedamos con el flechazo de la película y con esa boda, precedida por ese viaje en barco a través del Danubio, que nos hace suspirar, como todas las historia románticas que en el mundo han sido.

Elvira Lindo, hace una semana en un artículo que títuló Hablemos del amor (una vez más), se pregunta por qué tienen tanto éxito las novelas románticas cuando, "si hay algo que de sobra nos ha ofrecido la literatura ha sido el amargo sabor de la decepción". Y continúa: "Me gustaría saber qué encuentran las jóvenes que hoy leen novela romántica, si un entretenimiento, un modelo o un sueño que saben irrealizable". 

Es verdad lo que comenta Elvira Lindo, pero olvida que la literatura es reflejo de la vida y que, igual que hay historias de desamor y desencanto, también forman parte de la vida el flechazo, la comprensión entre almas gemelas, la pasión y el amor correspondido hasta el final de la vida. "Las almas que se encuentran / y se reconocen nunca se sueltan. / Ni con el silencio, ni con la distancia, / ni con las vueltas que da la vida", dice Benedetti. Es ese amor que cantan los poetas, las novelas románticas, las películas como "Sissi". Entretenimiento, sí; modelo, también; y sueño ¿irrealizable? A veces sí y a veces, no. Por lo menos, alimentan la esperanza de que se realice. "Quien lo probó, lo sabe", como dijo el gran Lope de Vega.


Romy Schneider, la cara de Sissi para nosotros


lunes, 8 de enero de 2024

Un saludable rebujato



El orden está sobrevalorado, me digo el 7 de enero observando mi casa en este comienzo de año: hay que recoger el árbol de Navidad ya, antes de que lleguen los carnavales, hay que volver a poner las cosas en su sitio, después de que los pintores, a los que pedí en agosto que vinieran a pintarme mi baño y mi dormitorio, lo fueran posponiendo hasta que aparecieron el 3 de enero y descolgaron cuadros, movieron muebles y desperdigaron objetos por doquier; hay que arreglar el cuarto de los nietos en los que hemos tenido que dormir mi marido  y yo mientras se va el olor a pintura, y hay que ordenar toda la casa después del día 6, en el que hicimos el desayuno de chocolate y roscón en casa con mi hermana, y también la comida de reyes con mis hermanos y sus familias: en total 18 adultos, 5 niños y un perro.

Que no cunda el pánico. El orden está sobrevalorado, me repito, mientras miro alrededor a ver si me lo creo. Y mira que en mi niñez ese era un concepto de los que nos embutían en la cabeza. En mis libros de Urbanidad aparecía como ideal de perfección un niñito inmaculado con los calcetines estirados y repeinado con raya y todo, con su pupitre superordenado, cuadernos bien apilados y lápices afilados ordenados por tamaño. Frente a él estaba el otro niño, tipo Guillermo Brown, calcetines arrugados, gorra torcida, rodillas sucias y el pupitre como una leonera. Por supuesto, ese era el modelo del que teníamos que huir como de la peste, pero, no sé por qué, a nosotros nos encantaba Guillermo Brown.

De todas formas, ser desordenado no es práctico, esa es la verdad. En casa de mi hija encuentras las cosas a la primera. Los suéteres en el armario están ordenados por colores y las especias en la despensa por orden alfabético. Cuando nos invita, la mesa está perfecta. En cambio, mi hijo me contaba que en sus fiestas todos llevaban cosas y de repente en la mesa te encontrabas una bolsa de plástico que abrías y exclamabas: "¡Anda, una tortilla!". También hay que reconocer que tiene algo de sorprendente ese sistema.

Así que me armo de valor durante toda esta semana para empezar a meter toda la parafernalia navideña en las cajas y en las tronjas; para hacer leña del árbol de Navidad, que va dejando restos por sillones y suelos; para ordenar, reciclar o tirar todos los papeles de regalo que mis nietos, emocionados, rasgaron y desparramaron por toda la casa. Hay que hacer lavaplatos y lavadoras (benditas sean). Hay que entrar en cintura esta casa.

Y mientras convivo con el caos y, de paso, tiro dos flores de pascua que se han quedado mustias como si supieran que ya se acabó la Navidad, pienso que es verdad que en este momento todo está manga por hombro, pero ¿qué importa? ¡es una casa llena de vida! A veces también es reconfortante vivir en un saludable rebujato.

martes, 2 de enero de 2024

El chorro de la vida



Hace poco leí, en uno de esos apuntes curiosos que a alguien se le ocurren, que para que cada uno de nosotros naciera -tú, yo o el de más allá- se necesitaron 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 trastatarabuelos. 64 pentabuelos, 128 hexabuelos, 256 heptabuelos, 512 octabuelos, 1024 eneabuelos, 2048 decabuelos... Solo teniendo en cuenta el total de las últimas 11 generaciones, hicieron falta 4094 ancestrales para que ahora yo esté aquí, vivita y escribiendo este post. Imagina si nos remontáramos al principio de los tiempos.

Es más, podríamos añadir algo parecido a lo que cuenta Jostein Gaarder en "El misterio del solitario". Pensemos en un año de peste en el siglo XIV. "La muerte iba de pueblo en pueblo -le dice el padre a su hijo, Hans Thomas-  y los más afectados fueron los niños. En algunas familias murieron todos, y en otras sobrevivieron quizás uno o dos. Muchos de tus antepasados eran niños en aquella época, pero ninguno de ellos la palmó. - ¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso? -Porque tú estás aquí ahora, contemplando el Adriático.". Somos hijos de los fuertes, nos viene a decir Gaarder, de los boletos ganadores, de aquellos que no solo sobrevivieron, sino que llegaron a la edad adulta para tener un hijo y perpetuarse hasta llegar a cada uno de nosotros. Ni meteoritos ni rayos, ni guerras ni enfermedades, ni incendios o catástrofes pudieron con ellos. "Cada vez que han volado flechas por los aires, tus posibilidades de nacer han estado bajo mínimos. ¡Y sin embargo aquí estás, bajo el cielo, hablando conmigo, Hans Thomas!".

El resultado de todo esto (aparte de la enorme suerte que hemos tenido) es que somos un producto tan refinado, tan elaborado, tan valioso, que si nos fueran a poner precio como si de una obra de arte se tratase, nos saldríamos del molde y seríamos de esas a las que se etiqueta como "de valor incalculable".

Si han hecho falta tantos esfuerzos, tanto tiempo, tanta gente, ¿cómo vamos a malgastar todo ese chorro de vida del que formamos parte? Pensemos en los retos a la que toda esa gente se enfrentó, en la fuerza que tuvieron para sobrevivir, en el amor que nos legaron para que hoy estemos aquí vivos, despidiendo un año y recibiendo a otro. No nos queda otra que celebrar la vida y aprovechar y amortizar ese caudal recibido: a guardar y valorar cada momento de ese regalo (por ahora, 366 días del año 2024) que nos ha sido dado.

Ya saben, qué quieren qué les diga, todos los principios de año me da por ponerme trascendental.

(La imagen inicial está cogida de la portada del libro de Gaarder, "El misterio del solitario". Ilustración de Pablo Álvarez de Toledo)

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