No sé si a ustedes les ha pasado eso de que les den recados del más allá, pero a mí unas cuantas veces. La primera fue cuando unos amigos tenían que hacer un largo viaje a Estados Unidos. Tenían 4 hijos que dejaban repartidos aquí y mi amiga me pidió, con instrucciones precisas, que, si se estrellaba el avión, me encargara de mandar a sus hijos con su madre para que se educaran con ella. La segunda vez fue mi propia hija quien me dijo que me ocupara de su niña, si ella y su marido tuvieran un accidente. Afortunadamente no pasó nada y los niños aquellos hoy son adultos que se ocupan perfectamente de su vida. Mi madre también fue de las que dejó recados preparando su propio entierro: no manden flores, díganle a todo el mundo que el dinero lo donen a Cáritas, llévenme a tal iglesia...
La última en encargarme uno de estos recados fue mi amiga Clari. Hablé con ella esta semana, antes de que entrara en una operación delicada, y me dice entre bromas y veras que si se muere en la operación, escribiera algo bonito sobre ella. Por supuesto yo le dije que no se iba a morir y le recordé la frase de Montaigne que nos repetimos siempre en momentos malos: "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron".
Pero luego pensé ¿y por qué tenemos que esperar a que alguien se muera para hablar bien de ella? Hace poco vi una película, "La probabilidad estadística del amor a primera vista", en la que la madre del protagonista, una actriz de teatro que sabe que le queda poco tiempo, decide celebrar su funeral en vida. Reúne a sus hijos y a sus amigos y monta una fiesta en la que todos se visten de personajes de Shakespeare, comen y beben, dicen las palabras más bonitas y se lo pasan pipa. Y en otra película que me gustó, "Serendipity", el amigo del chico es el encargado de los obituarios del New York Times y en una de estas cuenta que los griegos no hacían necrológicas sino que, cuando alguien moría, solo se preguntaban: "¿Tenía pasión?". Así que, Clari, ahí van mis palabras para ti, en vida como tiene que ser y después de que hayas salido estupendamente de tu operación y ya estés haciendo una maratón de 3000 pasos diarios por esos pasillos del Hospital.
Aunque, como decía Borges, la amistad no requiere frecuencia, la vida a veces nos la regala añadiendo un plus. Yo tuve la gran suerte de recuperar hace unos 20 años esa frecuencia con mis amigas del colegio. Clari fue y es una de ellas y, en aquellos tiempos de la niñez, además, vecina, de las que nos encontrábamos al ir y venir del colegio en nuestro barrio del Toscal. Es-siempre lo ha sido- generosa, justa y leal con los suyos (ella es de las que cada mañana llama a las que son viudas y viven solas para dar "fe de vida", dice), con un sentido del humor que la ayuda a capear los escollos de esta vida y a nosotras nos la alegra. Valiente y vital, es la que nos anima a viajar, a no aburrirnos, a la frecuencia. A mí me maravilla, cuando nos vemos en Santa Cruz, que conozca a tanta gente y que tantos la conozcan a ella, pero es que le gusta la gente, la compañía, una buena conversación... Clari tiene carácter y puede engañar a quien no la conoce, pero, los que sí la conocemos bien, sabemos de su ternura y sensibilidad, de su amor incondicional por su familia y por nosotras, sus amigas.
Y cuando le llegue (esperemos que dentro de mucho tiempo), como a todos, "la nave que nunca ha de tornar", si hiciéramos la pregunta de los griegos, contestaríamos que sí, que tuvo pasión, que defendió con ella sus valores y sus ideas, que amó y ha sido amada, y eso es algo de lo que congratularse porque ha hecho que su vida merezca la pena.
Te deseo, mi querida Clari, que la disfrutes, sin más majaderías que las propias de nuestra edad. Y ya sabes que te quiero.