No sé por qué la gente que se casa se empeña, además, en que ese día tiene que brillar el sol. Para ello hacen rogativas y novenas, le rezan a San Antonio -que creo que, aparte de encontrar objetos perdidos, también intercede en todo lo relativo a novios y casorios- , y hacen otros intentos curiosos de atraer el buen tiempo, como dibujar el día anterior una cruz con sal o tres soles a cual más grande en un patio, o clavar cuchillos en las macetas, o dormir la novia con unas tijeras debajo de la almohada... Por ahora, lo más efectivo y popular es llevar a las monjas clarisas una docena de huevos que se supone que ellas ofrecen a su vez a Santa Clara (que debe estar tupida a merengues).
Esta semana pasada he ido de boda. Se casaban Jacobo y Sara, a la que conozco casi desde que nació, y toooooda la semana llovió en La Laguna, descrita como ya saben por Rafael Arozarena como "Laguna -madera y losa, romanceras de la lluvia-, la de las torres envueltas en cortinajes de brumas". No sé si Sara usó algunas de las estratagemas que nombré antes, pero lo cierto es que, hiciera lo que hiciera, tuvo éxito porque ese día, viernes, se levantó el cielo despejado y yo que, visto el panorama del jueves anterior, pensaba ir con chanclas, manta esperancera y paraguas, pude lucir palmito con una chaqueta ligera y zapatos descubiertos.
Pero, si hubiera llovido ¿qué más daba? Yo le hubiera dicho a Sara lo de "boda lluviosa, novia dichosa" o "novia mojada, novia afortunada". O que hay un proverbio hindú que dice que el nudo que se moja es más difícil de desatar. O mejor todavía, le hubiera contado lo que les pasó a unos amigos míos que se casaron en Oviedo en Santa María del Naranco. Allí es peor que en La Laguna y ese día -era un 14 de abril- llovió a mares. Cuando salieron de la iglesia y los novios se hacían las típicas fotos, los invitados corrieron desalados hacia los coches y hacia la fiesta que era unos 30 km. más allá. Lo malo es que también se fue con más invitados el coche de los novios y allí se quedaron solos, bajo el aguacero, los novios y el fotógrafo. Para cuando alguien se dio cuenta de que en el banquete faltaban los protagonistas, había transcurrido un rato larguísimo en el que se calaron hasta los huesos, a pesar de que el novio abrigaba a su flamante esposa, vestida con traje vaporoso, con su chaqueta.
Para demostrar que el tiempo es lo de menos y que no influye para nada, mis amigos mojados en los campos de Asturias acaban de cumplir 45 años de casados y, para celebrarlo, nos reunimos con ellos a cenar y a brindar por esos amores cómplices que duran toda una vida. A mí me pidieron que les hiciera un poema y les escribí un romance en el que, entre otras cosas contaba su boda pasada por agua:
"Era un día tormentoso,
la lluvia estaba cayendo
y, sin embargo, para ellos
el sol brillaba contento
pues él la miraba a ella
con pasión, con embeleso
y ella lo miraba a él
como si fuera un portento.
Oh, tan enfrascados estaban
con arrumacos y besos
que todos de allí se fueron
al festín y al picoteo
y ellos mojados quedaron
bajo la lluvia y el viento
¿Qué importa a un enamorado
las inclemencias del tiempo?
En la boda de este viernes pasado, por el contrario, hubo sol y una brisita suave bajando de San Roque que desmentía la mala fama lagunera. Pero eso sí, el elemento acuático estuvo presente porque se celebró en la calle del Agua, en el Gran Hotel Laguna y, por lo menos en mi caso -que ya saben mi condición llorona- hubo lágrimas de emoción cuando oí a los novios darse un "sí, quiero" tan entusiasta y grande como la torre de la catedral. Y la bebida y los brindis por su felicidad futura fueron tan abundantes que alguien habló más bien de boda pasada por vino.
Pero a fin de cuentas, Sara y Jacobo, vuelvo a decir: ¿qué importa a un enamorado las inclemencias del tiempo? Sean felices.