lunes, 31 de enero de 2022

Pareidólicos perdidos




Me acabo de enterar, por un artículo de Juan José Millás, de que eso que nos pasa a muchos y de lo que hablé hace poco (Veo caras), es decir, que percibimos caras y formas en el fuego, en las nubes, en los azulejos de la cocina, en las rocas... se llama pareidolia, que ya es nombre raro también. Por ejemplo, sobre el montón de fotos que se hicieron del volcán de La Palma nos volvimos todos pareidólicos y encontramos, ya una cara terrible del dios de la lava en medio de una humareda uno de los días en el que las explosiones fueron tremendas, o en una curiosa forma vegetal emergiendo de las cenizas, la cara verde y redonda de un bebé con una nariz típica de payaso. Tanto una como otra imagen las leíamos, además, con su clave correspondiente: el horror en una, la esperanza de que la vida siempre vuelve en la otra.

¿Por qué nos pasa esto? Nos ponemos a dotar a estas formas de significado, como si fueran mensajes que la naturaleza o incluso el más allá nos envían, cuando sabemos -somos racionales- que no tienen ninguno. Y como esto, hacemos otras muchas cosas sin sentido: tocar madera, cruzar los dedos, no pisar raya en el suelo, buscar tréboles de 4 hojas, ver gatos negros, poner velas, hacer procesiones, tocar la peta a un petudo... y un sinfín de rituales a cual más absurdo para ver si nos dan suerte y satisfacen nuestros deseos.

¿Por qué lo hacemos? ¿Somos en realidad irracionales o tontos del haba? Yo tengo una teoría desde que una vez oí aquello de que estamos en el corazón del caos y que esto lo notamos más en tiempos de descontrol como los de ahora -erupciones, tormentas, pandemias, follones-, en los que no estamos seguros de nada. Vila-Matas lo describe como la percepción de que viajamos a toda velocidad, sin conductor alguno, montados en "la piedra de la locura", es decir, montados en una anárquica roca llamada Tierra. Entonces todos esos rituales y todas esas fantasías forman parte de lo que los psicólogos llaman "Ilusión de control", el pensar que con esos gestos la naturaleza nos hará caso y seguiremos siendo los reyes del mambo. Pero no es así. El caos está ahí mismo y desde siempre, además. Aceptémoslo y seamos racionales, me digo. Fuera visiones, ilusiones y mandangas.

Pero el caso es que luego te mandan imágenes como las que les pongo al inicio y al final del post. La primera la sacó mi amigo Werner en La Palma, cerca de la ciudad, y parece el perfil de un guerrero viendo pasar, sereno, las aguas turbulentas. La segunda la encontró otra amiga, Eleanora, en el Teide y es la cara de un duende medio borracho. Entonces mandas las convicciones a la porra y fantaseas con que las rocas y los grandes roques de nuestra tierra son caras enormes en las que la naturaleza ha absorbido y ha plasmado en pliegues y arrugas pétreas el espíritu de los ancestros (que algún mensaje nos quieren mandar)

Así de incoherentes, indecisos y temerosos somos los humanos. Paraidólicos perdidos. No tenemos remedio.






lunes, 24 de enero de 2022

Mi amiga Ana es un genio



Mi amiga Ana (ya he hablado de ella aquí) es un genio. Y no lo digo solo porque sea una autoridad mundial en plantas y líquenes. Si hubiera nacido en la Edad Media, con lo que sabe, sería una bruja, una brujita blanca y buena que haría felices a todos con sus brebajes, sus pócimas y sus filtros de amor. Pero, como nació en el siglo XX, le tocó ser científica, catedrática de Botánica y, además, académica en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

Cuando Ana entró en la Academia en 2012, la tercera mujer en entrar, le llamaron la atención dos cosas. Una, la ausencia de espíritu femenino, el respeto casi decimonónico y la corrección formal con que se trataban unos a otros, señores serios y sesudos que cordiales, sí, pero antes muertos que triviales. La segunda fue cuando tuvo que ir al water. El piso 1º de la Academia, donde se reúnen, tenía un solo habitáculo con un urinario de esos en que los hombres se ponen cara a la pared, un lavabo y, tras una puerta, un water., todo lo cual planteaba una situación incómoda para cualquier mujer: ¿Y si voy a lavarme las manos o al water y al salir me encuentro con un señor académico apoyado en la pared como si estuviera ante el Muro de las Lamentaciones?

Ana inició entonces una labor de concienciación. Primero pidió al Presidente de la Academia que quitaran ese urinario de allí, a lo que este contestó, muy serio, que no lo veía imprescindible. 4 años más tarde vino otro presidente y ella, siguió, erre que erre, pidiendo lo mismo y razonando la petición. Entonces decidieron ¡oh, milagro!, poner un fechillo, que algo es algo. Pero no era raro que se olvidaran de pasarlo y una podría encontrarse, qué necesidad, con la visión "cara a la pared". Cuando hace 2 años la nombraron Secretaria General su primera decisión, esta vez con la aprobación de todos, fue que quitaran de una vez por todas el meadero en cuestión. El conserje le decía entre risas: "Doña Ana, tuvo que llegar a Secretaria General para salirse con la suya...".

Por eso digo que es un genio. Que siga todavía en activo participando en proyectos de investigación y en tareas de la Academia (mientras otras como yo, de su misma edad, llevamos ya 13 años jubiladas) es muy, muy meritorio. Pero que haya contribuido a que la Academia cambie un estado de cosas de siglos, que los científicos caigan en que también hay mujeres entre ellos (ahora hay 3 más), que se den cuenta de que ellas orinan distinto a los hombres y que, en consecuencia, hagan un water para ambos sexos y no solo para hombres, eso solo lo consigue un genio. Chapó por mi amiga Ana.

lunes, 17 de enero de 2022

El Sombrero Seleccionador



Si algo le tenemos que reconocer a J. K. Rowling, la creadora de  Harry Potter, es la increíble proyección de sus libros. Creo que no había visto cosa igual nunca. No solo ha vendido 500 millones de ejemplares, que se han traducido a 74 idiomas (la serie más vendida y más traducida), sino que, además, todas sus obras, llevadas al cine, fueron un éxito mundial con más de 7.700 millones de recaudación.

Pero lo sorprendente también es el universo de juguetes que ha surgido del mundo de Harry Potter: personajes, animales extraordinarios, juegos... Y lo más original, los inventos que aparecen en los libros y que ya muchos niños tienen en sus casas. A mí, que ya saben que soy fan, es una de las cosas que más me asombran, porque son fruto de la investigación exhaustiva que hace en el mundo de los cuentos y de una  imaginación portentosa.

En los 7 libros de la saga aparecen, no solo las típicas varitas y escobas (aunque aquí con estas se juega al quidditch, una especie de baloncesto volador), sino otros "inventos" geniales que a todos nos gustaría tener: el giratiempos que, si pierdes una hora bobiando como nos pasa a cada rato, le das una vueltita al reloj-medallón y ¡hala! la recuperas tan feliz; o la recordadora, ¡qué bien nos vendría ahora!, una bola de cristal que, poniéndose roja, te dice que te has olvidado de hacer algo; o el espejo de Erised, que nos muestra nuestros más desesperados y profundos deseos (y nos consuela por un rato si no se han realizado); o los polvos flu, para viajar de chimenea a chimenea, sin reservas de vuelos ni colas ni nada.

Pero a mí los que más me gustan son dos que los Reyes les han regalado a mis nietos: la capa de invisibilidad (¡ooohhh, asombro de los asombros y espía de los espías) y el Sombrero Seleccionador (en la imagen, sobre la cabeza de mi nieta). Este último es un sombrero puntiagudo de mago, remendado, raído y muy sucio que tiene que ponerse cada alumno de los que van a entrar en Hogwarts, el colegio de magia. En él se abre una rasgadura, ancha como una boca, y por ahí empieza a cantar para elegir a qué Casa, de las 4 que hay, irá cada niño según sus cualidades: No hay nada escondido en tu cabeza que el Sombrero Seleccionador no pueda ver. Así que pruébame y te diré dónde debes estar. Puedes pertenecer a Gryffindor, donde habitan los valientes. Puedes pertenecer a Hufflepuff, donde son justos y leales. O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw, si tienes una mente dispuesta. O tal vez en Slytherin harás tus verdaderos amigos. Esa gente astuta utiliza cualquier medio para lograr sus fines. ¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo! Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga). Porque soy el Sombrero Pensante.

¿Ustedes se imaginan  que nosotros funcionáramos igual? ¿Que a los 10 años hubiera alguien o algo que señalara nuestro destino y nuestra vocación, según las cualidades que viera en nuestro interior? No habría carreras ni tareas frustrantes , todos llegaríamos puntualísimos a nuestros trabajos, porque es lo que realmente querríamos hacer, y saldríamos con la sonrisa en los labios, más realizados que una buena película. No nos pasaría nunca como a aquel veterinario que oí una vez por la radio y que, cuando le preguntaron si siempre le había gustado su profesión, contestó: "Mire usted, yo iba a matricularme en Empresariales y entonces me encontré con un amigo que me dijo que en el bar de Veterinaria hacían unos bocadillos de tortilla que te podías morir. Y eso decidió mi vocación:". En el caso de Hogwarts, nada torcería el camino que el Sombrero decidió por nosotros: ni bocatas, ni fuegos fatuos, ni naranjas de la China.

Yo no sé si el Sombrero Seleccionador vería todo lo oculto que hay en nuestra mente, pero de lo que sí estoy segura es de que J. K. Rowling conoce el alma humana como la palma de su mano. Y ese conocimiento es lo que la ha hecho más millonaria que el Tío Gilito.

lunes, 10 de enero de 2022

No es justo



Querido Alvarito Bosch:

He leído en El Mundo Today -periódico del que no tengo por qué dudar- que has tenido la valentía, a tus 12 años,  de escribir a Amnistía Internacional para quejarte y denunciar que tus padres te han castigado sin videoconsola, que "eres víctima de todo tipo de vulneramientos de los Derechos Humanos, en conciso de los míos" y que te sientes convertido "en carne de camión de todo tipo de injusticias" y que no es justo, que en tu caso hay infantilismo, entendido en un nuevo sentido, igual que racismo pero contra los niños. Di que sí, Alvarito, así se habla, lo de menos es la redacción y lo de más las legítimas reclamaciones.

Ya sé que tus padres dicen que no estudias y les hablas mal -un trasto, vaya- pero, a pesar de todo, ¡ay! ¡cómo te comprendo! "No es justo" es la frase más repetida en todas las infancias. La dije yo de niña, la decían mis hijos y la oigo a mis nietos, cada vez que que no les dan lo que quieren, o no les hacen caso, o los castigan como a ti. Yo nunca conseguí, por ejemplo, que me regalaran la casa de muñecas que quería, igual que una que salía en el libro de "Antoñita la Fantástica", con sus mesillas de noche, sus mecedoras, sus armarios con luna, sus baños, sus balcones, su aparador con cristalitos verdes... Y mira que Piluca, mi amiga, tenía una preciosa, pero ¿me la regalaron alguna vez a mí? ¡No! Y eso no era justo.

Una piensa que, cuando crecemos, habrá más justicia, pero tampoco... Fíjate que estos Reyes pedí una silla para la playa porque a mi edad es muy poco digno eso de ponerse a cuatro patas en la arena si quieres levantarte. Pues tampoco. Sí, me trajeron una muy fina ella, con su almohadilla y todo para la cabeza, pero pesa un montón y yo quería una de esas livianitas de toda la vida con su sillín de plástico de colores, igual que una que tiene mi amiga Angelita. ¡No es justo!

Así que Alvarito, hijo, los ojos y oídos de todos los desengañados del mundo están puestos en ti, a ver si te hacen caso. Es verdad que en la noticia que leí había una respuesta de Amnistía Internacional que decía así: Estamos ocupándonos de varios temas de Derechos Humanos: la crisis sanitaria, la violencia contra las mujeres, las personas refugiadas, los derechos LGBTI, el comercio ilegítimo de armas o la pena de muerte y la tortura, pero en cuanto solucionemos estos asuntos, revisaremos tu caso e intentaremos hablar con tu padre. 

No sé tú, pero a mí esta respuesta me parece que no es para brincar de alegría, le veo como un algo irónico, un no sé qué. Pero no desesperes. Ahora que hemos pasado los Reyes, y que tantas cartas se han extraviado por el camino y que las chorradas que mucha gente pidió no respondían a la realidad, son miles los que te acompañan en ese grito que resuena, el mismo de tu niñez y la mía: ¡No es justo!

Ya me contarás.

lunes, 3 de enero de 2022

Fuegos artificiales



Este último fin de año ha sido atípico. En lugar de celebrarlo en casa con los amigos como en los últimos 30 años, por imperativos de la situación covidiana, nos hemos ido al sur con mi hijo y familia (Bueno, en realidad al oeste, ya les expliqué cómo es esto en "La isla con dos puntos cardinales").

Aspirar, mientras tomábamos las uvas, el salitre de olas embravecidas y ver sobre nuestras cabezas un cielo nocturno lleno de estrellas -Orion, las Pléyades y la Vía Láctea, claramente visibles-, es, cuando menos, distinto a otros años. Y, después de las uvas, los fuegos artificiales, que nunca vemos desde mi casa (excepto los 3 cohetes que tira el vecino). Pero abajo, en el sur, los teníamos a derecha e izquierda, unos con el fondo del Acantilado de Los Gigantes, otros desde la Playa de Alcalá.

No eran tan abundantes como los del Cristo de La Laguna, ni tan originales como los de Gandalf en la fiesta del principio de "El Señor de los Anillos": Hubo cohetes como un vuelo de pájaros centelleantes, de dulces voces; hubo árboles verdes, con troncos de humo oscuro, y hojas que se abrían en una súbita primavera; de las ramas brillantes caían flores resplandecientes sobre los hobbits maravillados (...). Hubo fuentes de mariposas que volaban entre los árboles, columnas de fuegos coloreados que se elevaban transformándose en águilas, o barcos de vela, o una bandada de cisnes voladores.

No, estos de esa noche -ramilletes de colores, palmeras, antorchas, estrellas, tracas finales- no eran fantásticos, pero eran unos fuegos dignos y festivos. Viéndolos y brindando con champán, quise que este 2022, ¡tan bonito número, él!, fuera como esos fuegos que brillaban en la noche: un año lleno de color que iluminara los momentos grises; un año que nos arrancara unos cuantos ¡Ooooohs!, como hacemos al ver palmeras doradas en el cielo nocturno; un año del que nos apeteciera ser testigos y vivirlo bien vivido, lo mismo que hemos hecho cada vez que anuncian fuegos artificiales para celebrar la vida. Y sobre todo, (toquemos madera), un año en el que el fuego siguiera siendo artificial y domado, no natural, no el que está escondido en las entrañas de la Tierra: un fuego en la cocina para calentar la comida, fuego en la chimenea en las noches frías, fuego en las velas de cumpleaños, en las hogueras de San Juan, en las fiestas de los pueblos o en los fuegos de esta despedida de año -¡Adiós, 2021!- y de esta bienvenida a otro: ¡Hola, 2022, a ver cómo te portas!.

¡Feliz año a todos!

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