Me acabo de enterar, por un artículo de Juan José Millás, de que eso que nos pasa a muchos y de lo que hablé hace poco (Veo caras), es decir, que percibimos caras y formas en el fuego, en las nubes, en los azulejos de la cocina, en las rocas... se llama pareidolia, que ya es nombre raro también. Por ejemplo, sobre el montón de fotos que se hicieron del volcán de La Palma nos volvimos todos pareidólicos y encontramos, ya una cara terrible del dios de la lava en medio de una humareda uno de los días en el que las explosiones fueron tremendas, o en una curiosa forma vegetal emergiendo de las cenizas, la cara verde y redonda de un bebé con una nariz típica de payaso. Tanto una como otra imagen las leíamos, además, con su clave correspondiente: el horror en una, la esperanza de que la vida siempre vuelve en la otra.
¿Por qué nos pasa esto? Nos ponemos a dotar a estas formas de significado, como si fueran mensajes que la naturaleza o incluso el más allá nos envían, cuando sabemos -somos racionales- que no tienen ninguno. Y como esto, hacemos otras muchas cosas sin sentido: tocar madera, cruzar los dedos, no pisar raya en el suelo, buscar tréboles de 4 hojas, ver gatos negros, poner velas, hacer procesiones, tocar la peta a un petudo... y un sinfín de rituales a cual más absurdo para ver si nos dan suerte y satisfacen nuestros deseos.
¿Por qué lo hacemos? ¿Somos en realidad irracionales o tontos del haba? Yo tengo una teoría desde que una vez oí aquello de que estamos en el corazón del caos y que esto lo notamos más en tiempos de descontrol como los de ahora -erupciones, tormentas, pandemias, follones-, en los que no estamos seguros de nada. Vila-Matas lo describe como la percepción de que viajamos a toda velocidad, sin conductor alguno, montados en "la piedra de la locura", es decir, montados en una anárquica roca llamada Tierra. Entonces todos esos rituales y todas esas fantasías forman parte de lo que los psicólogos llaman "Ilusión de control", el pensar que con esos gestos la naturaleza nos hará caso y seguiremos siendo los reyes del mambo. Pero no es así. El caos está ahí mismo y desde siempre, además. Aceptémoslo y seamos racionales, me digo. Fuera visiones, ilusiones y mandangas.
Pero el caso es que luego te mandan imágenes como las que les pongo al inicio y al final del post. La primera la sacó mi amigo Werner en La Palma, cerca de la ciudad, y parece el perfil de un guerrero viendo pasar, sereno, las aguas turbulentas. La segunda la encontró otra amiga, Eleanora, en el Teide y es la cara de un duende medio borracho. Entonces mandas las convicciones a la porra y fantaseas con que las rocas y los grandes roques de nuestra tierra son caras enormes en las que la naturaleza ha absorbido y ha plasmado en pliegues y arrugas pétreas el espíritu de los ancestros (que algún mensaje nos quieren mandar)
Así de incoherentes, indecisos y temerosos somos los humanos. Paraidólicos perdidos. No tenemos remedio.