domingo, 20 de marzo de 2022

Bajo la piel



El domingo pasado fuimos con hijos y nietos a visitar una exposición en el centro Magma, abajo en el sur, sobre cuerpos humanos reales. Se llama "Bodies" y se autoproclama " la exposición más vista del mundo". En una hoja que nos dieron a la entrada se anuncia así: Bodies, un íntimo y educativo viaje a través de lo que la piel esconde para mostrar, como nunca antes, el funcionamiento de la máquina más perfecta jamás creada: tu propio cuerpo. Únete a los cientos de miles de personas de todas las edades que ya han visitado Bodies en todo el mundo y disfruta de esta inspiradora exposición que cambiará para siempre tu concepto sobre ti mismo, la experiencia de la vida y la importancia de cuidar tu organismo."

La verdad es que impacta. Así somos. Ver los cuerpos de seres humanos tal cual son sin piel que los resguarde es como si estuviéramos en una especial playa nudista y da un poco de pudor. Por no hablar de las dudas éticas que nos podemos plantear. ¿Los propietarios de esos cuerpos dieron su consentimiento para esa exhibición? Había cuerpos jugando al tenis y cuerpos a punto de golpear un balón. Con razón oí a alguien comentar: "¿Ves? ¡Esto es lo que puede pasarte si donas tu cuerpo a la ciencia!".

Por lo demás, se aprende un montón. Hay un panel, "La Medicina y la Historia", que te lleva de la magia a la ciencia, de cuando nuestros antepasados intentaban curar con rituales mágicos pero también de cuando su curiosidad los llevaba a buscar hierbas que sanaran o a fijarse en cómo se curaban heridas, por ejemplo. Y luego, a lo largo de la exposición se va explicando cada parte del cuerpo, los aparatos, los huesos, los músculos, los sentidos, el cerebro... y se dan datos curiosos como que existen 96.000 Kms. de vasos sanguíneos en nuestro interior; que la energía generada por nuestro corazón sería capaz de mover un coche durante 32 kms.; que el sonido del corazón es algo parecido a DUCTA-DUC, sonido que se produce al cerrarse las válvulas (los recién nacidos se tranquilizan al oírlo); que nuestro corazón late 100.000 veces al día, 35 millones de veces al año y 2900 millones de veces a lo largo de 75 años; que somos 1 cm. más altos por la mañana que por la tarde; que los huesos de los niños crecen más rápidamente durante la primavera; que una mujer produce entre 300 y 400 óvulos a lo largo de la vida reproductiva; que los músculos más pequeños están en el oído interno y el de mayor tamaño en el glúteo; que al caminar usamos más de 200 músculos diferentes; que los músculos de los ojos se mueven unas 100.000 veces al día;  que el promedio de lo que comemos a lo largo de la vida es de 50 toneladas y 50.000 litros de bebida (y después nos queremos poner a dieta).

Les pregunté a mis nietos qué les había parecido. Eva (18 años) dijo que le pareció interesante y divertida, con todos esos cadáveres ahí. Lo más que le gustó fue la foto en la que se veía al hombre más alto del mundo (2,72 m.) y al más pequeño (54,6 cm.) y un espacio en medio para que nos pudiéramos poner cada uno y compararnos. A David (16 años) le pareció chula pero cortita. Piensa que en principio nadie es consciente de que lo que ven son seres humanos que vivieron, aunque parezcan de plástico. Y también cree que, si la gente va a verla, es por el morbo. Si fueran animales disecados o si de verdad fueran de plástico, no sería tan famosa. Pero vamos a verlos porque somos seres morbosos. A Julia (8 años) le pareció fascinante, porque era como si te vieras por dentro. Pero no le gustó el pecho de las mujeres porque parecían cerebros abiertos y no le gustó el tenista porque parecía un zombi. A Álvaro (7 años) le gustó todo, dice. Pero cuando le pregunto por qué parecía enfadado, me dice que estaba aburrido y triste porque los esqueletos estaban hechos de plástico y el plástico olía mal.

¿Y a mí qué me pareció? Me vi a mi misma -Nada de lo humano me es ajeno- y me sorprendió lo maravillosamente bien construidos que estamos y lo terriblemente feos e iguales que somos todos... bajo la piel. Conócete a ti mismo, que decían los antiguos.


lunes, 14 de marzo de 2022

Tirar o no tirar



En los libros de Guillermo Brown, de Richmal Crompton, aprendí lo que en Inglaterra se llama "limpieza de primavera", cosa que en nuestras latitudes no se conoce: antes de que empiece la naturaleza a despertarse con la llegada de la nueva estación, se desmantela la casa, se descuelgan y lavan cortinas, se sacude el polvo que el invierno y las ventanas cerradas han depositado sobre las cosas y se abre la casa a la brisa, al sol y a una limpieza total.

Tal vez sean los ecos de esta guerra absurda que ahora estamos viviendo en Europa y que nos enseña que las cosas materiales que guardamos no son lo verdaderamente importante, o tal vez es este aire primaveral que, pese al frío de las noches, ya se anuncia para la semana que viene y que nos recuerda esas limpiezas en los hogares ingleses de los tiempos de Guillermo, pero el caso es que se me han despertado unas ganas locas de despejar, limpiar y renunciar a todo aquello que no se ha usado en tiempos.

Porque la verdad es que somos acaparadoras "urracas caprichosas", como nos llamó una vez Rosa Montero. Tenemos grabado en las entrañas, como si fuera una ley de la naturaleza, el mandato de que "todo hueco encontrado vacío en una casa experimenta un deseo incontrolable de ser llenado de materiales que podrían ser perfectamente desechables". Y es la pura verdad, mi casa se ha ido llenando con el tiempo de cosas, y los armarios, que un día fueron de mis hijos, están llenos de ropas nuestras, y los libros ya han colonizado todas las habitaciones (excepto el WC).

Pero ¿qué hacer con todo lo acumulado a lo largo de los años? Lo primero que se piensa es en reciclar, tampoco hay que tirar por tirar. Leí hace poco en un artículo ("Preposeer, posposeer" de Anabel Vázquez) una propuesta para que existiera el oficio de "gestor de la segunda vida de las cosas". Nos ayudaría, primero, a despegarnos de ellas (¿Cómo voy a tirar una rebeca que tengo de mi madre, aunque sea de hace 26 años, con lo calentita que es? Con llamarla "vintage" tengo...); y, segundo, nos organizaría el reciclaje. Por ejemplo, vender lo que esté nuevo o donarlo para una tómbola benéfica, sentir que las cosas pueden tener una segunda vida: en otra casa, en otra ciudad, en otro país.

Otra opción es hacer una subasta con todas las posesiones que no queremos. Michael Caine ha subastado la semana pasada, a sus 88 años (tal vez le esté viendo las orejas al lobo y se dé cuenta de que de aquí no se va a llevar nada) cuadros (uno de Chagall que, si tuviera 60000 euros, me lo compraba... ¡Ay, no, que lo que yo quería era despejar la casa!), sus gafas, su rolex, su colección de autógrafos... Claro que para hacer eso hay que ser Michael Caine. Yo una vez tuve una colección de autógrafos y, entre ellos, el del Dúo Dinámico, pero, aparte de vete tú a saber en dónde está, me da que no me darían mucho por ello.

Y la tercera opción es tirarlo directamente a la basura, que es lo que mi hija (que tiene la casa perfectamente ordenada) me ha dicho que hará con todas mis cosas (152 álbumes de fotos, por ejemplo) el día en que yo falte.

Mira por dónde todos estos impulsos limpiadores y ordenadores de la primavera me están llevando a un dilema shakesperiano: Tirar o no tirar, esa es la cuestión.

lunes, 7 de marzo de 2022

La amiga invisible



Esta semana he celebrado con mis amigas del colegio la pospuesta comida de Navidad con su también pospuesta Amiga Invisible. Lo habíamos rifado en otra comilona de las nuestras allá por octubre, habíamos puesto un tope de dinero (de 10 a 15 euros) y nos emplazamos para el 18 de diciembre. No pudo ser por la dichosa pandemia, pero ahora que la cosa se ha aligerado, nos hemos reunido de verdad. Sin gorros rojos ni villancicos, eso sí, pero con las mismas ganas de hace 3 meses. Y como es normal, los días anteriores el chat común se llenó de lo que íbamos a llevar de comida, de si nos vestíamos de indianos o no (no)... y sobre todo, de la Amiga Invisible, que ha generado un debate que ríanse ustedes de los del Estado de la Nación en el Congreso. Les transcribo una parte:

CH: Les propongo que los regalos de la Amiga Invisible los envolvamos en papel de periódico o de revista sobre el de regalo que envuelve directamente al objeto regalado. Así los disimularemos más y mejor. El nombre de la regalada lo pondríamos en el del regalo bonito.

A: Es mejor llevar cada una el regalo envuelto con su etiqueta en una bolsa negra de basura. ¡Yo no voy a estar buscando periódicos, no compro nunca periódicos!

CH: Pues qué casualidad, A., que tú no tienes periódicos y yo no tengo bolsas de basura negras. Las compro de colores.

A: Pues llévalas de otro color. Yo tengo amarillas, negras, malvas y blancas. Dije negras porque así pasan más desapercibidas y vamos todas iguales. Tampoco cuesta tanto comprar un paquete de bolsas de basura negras.

A: Además, me parece que eso de estar envolviendo en periódicos y luego tener que quitar todos los papeles para ver a quién corresponde el regalo... Abriendo una bolsa, ya se ve el nombre y es más acertado.

CH: No es por el dinero, es tener que ir a comprarlas porque no tengo tiempo de hacerlo.

L: Y por fuera del regalo ponemos el nombre de la que lo regala y a quién va destinado ¿verdad?

D: Nooooo, L., el nombre de la que la regala no se pone. Por eso se llama Amiga Invisible.

CH: Me da que L. nunca ha jugado al Amigo Invisible...

D: Me da risa con tanto periódico, bolsas negras y bolsas de colores.

A: ¡Hagan lo que les dé la gana! Yo lo llevo en la bolsa que me parezca.

E: La vejez ataca, estamos chocheando con las bolsas y los periódicos y la Amiga Invisible. Pero bien nos hemos reído.

CH: Yo les llevo todos los periódicos que necesiten. Tengo para dar y regalar. 

E. (que viene de Las Palmas): Yo me compro uno en Los Rodeos.

L: Aclárenme eso, si hay que poner por fuera del papel el nombre de cada una y a quién se lo va a regalar. ¿Será que cada una coge el suyo y se lo entrega a la que le pertenece?

CM: L., tú compras el regalo, le pones el nombre de quién te tocó. Nada más, tú no tienes que poner tu nombre ni dárselo en mano a ella.

L.: Aaaaah, ¿tú ves? O sea que yo no se lo tengo que dar sino otra. Otra le da mi regalo. ¿Y  no sería mejor cada una a la suya?

E.: Los debates en el Congreso se quedan chicos.

CH: L., que es la Amiga Invisible. Que la regalada no tiene que saber quién le regala.

L.: ¡Aaaaah ya entiendo lo de la Amiga Invisible! Entones ¿qué misterio hay en el color de las bolsas? No se van a enterar con todas las que somos...

A.: Me rindo.

C: Yo ya lo tengo en periódico, como dijo Ch.

LI:  ¡¡¡Que por fin digan lo que decidieron!!!

A.: Decidieron que me diera un tic.

E: Yo estoy a tono, acabo de comprar el Diario de Avisos, así que periódico chicharrero.

A.: ¿Por fín qué, periódicos o bolsas de basura?

ES: Jajaja, pues cuando les diga que no me acuerdo de quién es mi Amiga Invisible...

YO: Yo creo que debemos envolver todos los regalos en periódicos y después en bolsas de todos los colores terminando con el negro. Le ponemos el nombre de la regalada en caracteres chinos que debe descifrar y así hay más intriga. Lo malo es que, cuando terminemos de desenvolverlos, ya nos tenemos que ir.

Al final, después de una paella exquisita que nos hizo la anfitriona, nos dimos los regalos (unos envueltos en periódicos, otros en bolsas de basura, otros en los dos y otros solo en papel de regalo) y hubo más de una que le dijo bajito a la regalada que ella era quién se lo había comprado y que si le gustaba. 

Lo pasamos genial. Y es que, como dice Buenaventura Luna en las "Sentencias del Tata Viejo", la amistad es como el vino, mejor cuanto más añeja. Y la nuestra es muy, muy añeja, casi de 70 años. Cuando nos juntamos y hablamos, vemos muchas veces a las niñas que fuimos en el patio del colegio: alegadoras, despistadas, cariñosas, majaderas, encantadoras, divertidas, a veces exasperantes... Y siempre, siempre, son mis queridas, queridísimas amigas visibles.



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