lunes, 25 de enero de 2021

Cae la nieve

Mi nieto mayor mimetizado en la nieve

En mi tierra todo el mundo tiene guardada en el armario una vestimenta para ir al Teide cuando cae la nieve: anoraks peludos, botas, gorros, bufandas y guantes térmicos. Solo los usamos para ese instante mágico en el que el Teide y Las Cañadas se visten a su vez de blanco, cosa que casualmente ha ocurrido estos días pasados (cortesía de los coletazos de la borrasca Filomena). Y da igual que haya frío o pandemia o diluvio universal. Toooodo el mundo se pertrecha como si fuera a ir al Polo Norte y todos salen a las 7 de la madrugada para no encontrar atascos. Y se los encuentran, claro. En los últimos días ha habido tanta gente que a los wasaps nos llegaron las fotos de colas y colas de coches parados y mensajes del tipo "La oportunidad que hemos perdido de ponernos a vacunar en la entrada del Parque Nacional del Teide y tener a toda la isla inmunizada en un fin de semana". Noveleros que somos.

Mis nietos ya subieron, por supuesto, y han cumplido todos los protocolos: se revolcaron en la nieve llenándose de hielo hasta el ombligo, se tiraron bolas, hicieron el muñeco correspondiente con una zanahoria por nariz que, qué casualidad, encontraron por allí tirada y se deslizaron en una tabla por las pendientes nevadas. Para ellos el día fue un día feliz de risas y asombro.

Pero la nieve, como el viento, como el mar, como casi todo en la naturaleza, tiene dos caras. Una amable -todo mullido y blanquito como una postal de navidad- y otra antipática, como bien sabe el argentino que se fue a Toronto (los que no lo han oído busquen Un argentino en Toronto y ríanse un rato), que el primer día dice: "¡Qué lindo vivir aquí!" y, después de meses rodeado de nieve sin poder apenas salir de casa y con las manos con callos de tanto apalear la nieve, maldice a la nieve, al conductor de la motoniveladora, a los ciervos y a todos los habitantes de Toronto ¿A quién se le ocurre vivir allí? (De hecho, durante el confinamiento supe de una pareja canadiense que alquilaron un apartamento en La Gomera porque decían que preferían morir de covid que de frío).

Y es que por culpa de la nieve, cuando vivía en Madrid me caí tres veces en un día al ir al trabajo por una calle especialmente helada y tuve que volverme al refugio de la casa antes de que la cosa fuera a mayores. Por culpa de la nieve, años después, perdimos un viaje a Roma y, cuando conseguimos llegar, las maletas habían hecho su viaje aparte. Por culpa de la nieve en estos días pasados un pedido que hice en la farmacia me llegó un mes más tarde. Todo se retrasa, se tuerce, se desmadra, por culpa de la nieve.

Pero también gracias a la nieve, las galerías de agua de toda la isla se llenarán y la primavera será hermosa y florida y hasta los montes del sur estarán verdes como nunca. Gracias a la nieve los niños recordarán siempre (como en ese principio maravilloso de "Cien años de soledad") la primera vez que la vieron y la tocaron. Gracias a la nieve descubrimos la belleza sobrecogedora de un rincón nevado con el Teide al fondo: mucha nieve en el semblante y fuego en el corazón.

Cae la nieve. Y, aunque sabemos las consecuencias desastrosas que pueden ocurrir -caídas, incomodidad, frío, suciedad, desbarajustes...- , es un momento único y fascinante, un deleite que nos lleva a la primera vez que la vimos caer (la mía fue en Madrid en mis tiempos de estudiante) y salimos alborozados a la calle estirando los brazos para abrazarla. Muñoz Molina en su artículo "Penitencia de la nieve", dice que, aunque sabemos lo que nos espera en las ciudades (pasar de prodigio inmerecido a material calamitoso), la mente humana es tan pueril que ese conocimiento no llega a malograr nuestro primer impulso cándido, la complacencia en ese estado benévolo de excepción que impone la llegada de la nieve. Cae la nieve y, lo quieran o no, nos hace niños a todos.


Mis nietos pequeños extasiados

 


lunes, 18 de enero de 2021

Carta a la Luna


Querida Luna, Señora de la Noche:

Ya adivinarás por qué te escribo a estas alturas, después de meses sin dirigirte apenas una mirada. Tan presente y tan lejana; tan familiar, tan olvidada, como si fueras un mueble más que forma parte de nuestra vida y al que se ignora hasta que falta. Entonces de repente se le echa de menos y caemos en lo necesaria que es su presencia.

Sí, has venido a mi mente -en este lunes (día de la Luna) y en este enero en el que casi no te has dejado ver, oculta tras las nubes de la tormenta- gracias a un libro precioso que me regalé y que habla de ti: tu historia, tus mitos y tus leyendas. Su autora, Fatoumata Kébé, una astrofísica y astrónoma que siempre ha soñado con ser la primera mujer en pisar tu superficie, lo tituló La Lune est un roman, "La Luna es una novela", y siguiendo ese título, termina el libro diciendo que la Luna es la novela de su vida. Pero en español le han puesto el título El libro de la Luna, más sencillo pero menos romántico.

Gracias a él supe de los mitos y leyendas que hay en torno a ti, desde los relativos a tu origen según los mayas, aztecas e incas, o a los eclipses en Mesopotamia y la India, hasta aquellos, europeos, en los que convertías a los hombres en lobos. Pero también me enteré de las explicaciones científicas sobre cómo eres y desde cuándo eres. La teoría más aceptada (a pesar de lo increíble) es que hace cuatro mil quinientos sesenta millones de años, el planeta Tea colisionó con la Tierra y de ese gran impacto, en medio de un silencio atronador, naciste tú, Puerta del Infinito, y te quedaste ahí, como un farol eterno y callado que ahuyenta desde entonces la oscuridad de nuestras noches.Supe también de la carrera espacial para llegar hasta ti y de la suerte de Laika, la perrita del Sputnik, que todos los niños adorábamos. Yo tenía 9 años en aquel entonces y nunca me enteré.

Es un libro instructivo y fascinante, además de muy bien editado (Editorial Blackie Books). Y claro que no es completo. ¡Habría tantas cosas que contar sobre ti! Yo habría hablado también de las canciones que te han dedicado (Luna que se quiebra sobre las tinieblas de mi soledad ¿Adónde vas?...) o los poemas que has inspirado, como el bellísimo "Romance de la Luna" de García Lorca (La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando...). Y a nivel personal, te hubiera recordado que en tu superficie hay montes que llevan el nombre de mi isla, los Montes Tenerife y que eso me acerca más a ti. O hubiera hablado de todas las noches que te he contemplado, arrobada yo, majestuosa tú, desde el Teide o rielando sobre el mar.

Por eso, porque te siento tan cerca, me atrevo a dirigirme a ti, Guardiana de los secretos, que conoces el alma de los hombres, tan imperfecta. Tú, que has asistido, desde que el mundo es mundo, a todas las batallas, a todos los encuentros y desencuentros, a todas las guerras justas e injustas, a todas las calamidades, enséñanos a comprender que no hay tiempos mejores ni peores, que en todos ha habido villanos y héroes, que el bien y el mal, la vida y la muerte forman parte del ciclo eterno de la existencia. Tú, Dueña del Tiempo, que influyes en la rotación de la Tierra, en el clima, en las cosechas, que haces que el océano crezca o mengüe o que las crías de tortuga se orienten hacia el mar,  hazlo también sobre estos humanos y danos sabiduría para hacer lo correcto, tolerancia para respetar al que piensa distinto a nosotros, paciencia para aguantar tonterías y, sobre todo, sentido del humor para no tomarnos en serio ni a nosotros mismos.

Y recibe, mi querida e inmortal Compañera (que eso es lo que significa satélite) una cariñosa y agradecida mirada hacia lo alto.

lunes, 11 de enero de 2021

La vida es un color



Por aquello de animarme he releído hace poco un libro de P. G, Wodehouse en el que el protagonista, Picadilly Jim, le hace al mayordomo una pregunta sobre la vida que bien podríamos nosotros referirla al año que comíenza: ¿No cree, Bayliss, que la vida es realmente una cosa muy rara? Nunca sabe uno lo que puede sucederle. Se comienza el día lleno de buenos propósitos, de magníficos proyectos, y antes de que llegue la noche todo ha salido al revés. ¿Por qué suceden esas cosas, Bayliss?. Y es la pura verdad. Empezamos el año pensando que peor que el pasado no podría ser y que hay que ser positivos, que estamos un poco hartos de todos los que solo ven nubes negras en el horizonte. Y ¿con qué nos encontramos nada más empezar enero? Con la tercera ola (y dale con la marejada); con virus nuevos que han obligado a los ingleses a encerrarse otra vez; con un asalto al Congreso de los Estados Unidos instigado y azuzado por un presidente inaceptable que no sabe perder; con Corea del Norte ampliando el programa nuclear (¡qué miedo!); y con la tormenta Filomena que, esta sí, ha conseguido meternos en casa para no morirnos de frío. El Teide está blanco como en sus mejores tiempos y en Madrid ya se ha visto a alguno esquiando por La Castellana... ¡Y estamos todavía a 11 de enero! Este año promete, oye.

Pero este fin de semana, que he tenido a mis nietos pequeños en casa (7 y 5 años), los oía por la mañana desde mi cuarto cantando a grito pelado una canción, inventada por ellos, en la que repetían "La vida es un color, la vida es un color...". No sé por qué se les ocurrió, pero en ese momento, después de no haber parado de llover y de un amanecer borrascoso, por mi ventana se coló un rayo de sol. Y entonces pensé que tal vez los niños tenían razón: la vida es un color y solo hay que encontrarlo.

Porque ha habido otros matices en este enero incipiente que de entrada pueden no verse. Hace un pelete para estar en casa con mantita, té y libro (me mandaron un aviso de que el grajo va andando), pero las nieves del Teide y el agua caída es una bendición del cielo que recordaremos en primavera y verano.

Nosotros empezamos el año confinados porque estuvimos en contacto con un enfermo de covid el día de Navidad, pero el día 4 nos dieron el alta y todo salió bien.

Los Reyes Magos este año no hicieron cabalgata por primera vez que yo recuerde, pero recorrieron las calles principales de todos los pueblos en coche a golpe de pitada y hasta los vimos en la carretera desde la azotea de mi casa: ¡Adiós, Melchor! ¡Adiós, Gaspar! ¡Adiós, Baltasar!. Y al día siguiente se portaron bien, nos dejaron regalos apetecibles, y el desayuno de Reyes -con el chocolate que hace mi marido y 3 roscones distintos, uno de ellos hecho por mi sobrina Isa- continuó siendo el mejor del año.

Es verdad que una noche de estas soñé que que me volvía a examinar de Metafísica y que no había estudiado nada y encima llegaba una hora tarde, pero a la noche siguiente en el sueño encontraba un cable de la tele que había estado buscando todo el día y no saben el alegrón que me dio (lástima que no me fijé bien dónde lo encontré).

Muchos árboles del jardín no están pasando su mejor época, con ramas descarnadas y hojas quemadas, pero al camelio da gusto verlo, repleto de botones a punto de reventar y de camelias en flor.

Y mi amiga Pilar está enferma en Madrid en un hospital de paliativos, pero le han hecho una entrevista y ha escrito en las redes una carta sobre ella que nos demuestra la mujer extraordinaria que es  y como sabe, a pesar de los pesares, encontrarle el color a la vida.

Así que por ella, mi querida Pilar, y por muchos como ella, hagámosle el coro a los locos de mis nietos y no dejemos que el desánimo arrolle nuestras vidas: La vida es un colooooor....

lunes, 4 de enero de 2021

Atrévete a saber

Grabado "La vacuna"

Atrévete a saber, sapere aude, es la divisa de la Ilustración, uno de esos momentos especiales de la Historia (como la Grecia de Tales o el Renacimiento) , en el que los humanos parecen quitarse de repente el velo del oscurantismo y la superstición y descubren la esencia de lo que es ser hombre: su inteligencia. El sapere aude lo dijo Kant -uno de los filósofos que mejor me caen y que, a pesar de lo feo y cuadriculado  que era, tenía un cerebro de primera calidad- en un texto que se titula "¿Qué es la Ilustración?" y que proponía y proclamaba: ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!. No le faltó sino decir: ¡Espabila!.

En aquellos lejanos tiempos en que yo enseñaba filosofía (hace ya casi 13 años), empezaba a explicar a mis alumnos esta gloriosa época de la Ilustración con ese texto y con una serie de diapositivas para ponerlos en situación y que comprendieran que esas ideas no eran elucubraciones de unos cuantos filósofos, sino que llegaban a la calle y suponían un cambio total, más racional, en la manera de ver el mundo. En lugar de reunirse en cortes lujosas, la gente empezó a hacerlo en los casinos, los clubs, los cafés; se crearon museos y sociedades científicas; se ponen de moda las conferencias, los coloquios, los conciertos; los miriñaques, corsés y pelucas empolvadas se arrinconan y sustituyen por trajes cómodos, suaves y ligeros. ¡Los hombres y mujeres empezaron a hacer deporte y a viajar! Las ciudades se planifican racionalmente, con avenidas amplias, plazas, parques y edificios, en lugar de al buen tuntún como hasta entonces, con calles estrechas donde no entraba el sol ni invitado; aparece el primer alcantarillado (nada de ¡Agua va!) y, aunque dos siglos más tarde aún había sitios en los que la gente iba a las plataneras para hacer sus necesidades, en la Ilustración (siglo XVIII) ya se inventó el primer water, con su cisterna, su cadenita para tirar y todo (su implantador se llamó Juan Pedro Frank ¿No habría que hacerle un monumento a este hombre?). Y algo muy, muy importante ocurrió también en esa época prodigiosa: Jenner descubrió la vacuna y con ello se erradicaron las pestes que habían pululado por Europa. Hubo vacunaciones masivas -la primera fue la de la viruela en 1796- y hubo sitios, como Nápoles, en los que se recibía a los que traían la vacuna como superhéroes. Por ellos, muchos de nosotros estamos hoy aquí.

Ahora dos siglos después ¿el hombre sigue teniendo el valor de atreverse a saber? Lo pregunto porque en los últimos días de 2020, cuando los laboratorios biomédicos han logrado el prodigio inédito de desarrollar tres vacunas eficaces en apenas 10 meses, en lugar de aceptar que esto se basa en décadas de investigación básica en virología, epidemiología y biología molecular y de que la ciencia funciona (Javier Sampedro), todavía hay quien avisa de que no se nos ocurra vacunarnos porque puede ser una maniobra secreta del gobierno para matar a los viejos y resolver el problema de las pensiones, o una maquinación de la masonería mundial, o de los chinos, o de Putin, o que lo que van a hacer en realidad es ponernos un microchip para tenernos controlados (Miguel Bosé). Exactamente igual que en las pestes medievales se decía que la culpa era de los judíos que habían matado a Dios, o de la bruja del pueblo que les había echado mal de ojo.

Los optimistas confiamos en que, después de que empezamos hace dos siglos a servirnos del propio entendimiento y hemos seguido muchas de las directrices de la Ilustración, sigamos haciéndolo, sin paranoias ni teorías conspiranoicas que dicen muy poco de nuestro intelecto. Demos la bienvenida a 2021, vacunémonos en buena hora para poder volver a los momentos luminosos de abrazos y besos sin mascarillas, y empecemos a decir adiós, ya de una vez por todas, a las épocas oscuras. ¡Sapere aude!


google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html