lunes, 28 de septiembre de 2020

Libérate de los tacones


La verdad es que no me gustan nada los graffitis que hacen en monumentos públicos o en paredes impolutas. ¡Cómo se ve que los grafiteros no han tenido que pintarlas un día de agosto por la mañana! Pero ya tú ves, la otra noche, paseando por la Plaza Santo Domingo de La Laguna, vi esta frase, "Libérate de los tacones", y me hizo gracia porque la sentí como propia. Percibí en esas palabras el inmenso alivio que, después de un día de estar encaramada en unos tacones, se sentía cuando una se los quitaba. ¡Aaah, qué placer!

Estoy convencida de que los tacones son uno de los instrumentos de tortura más refinados que se han hecho contra las mujeres. Porque sabrán que al principio, cuando allá por el siglo XV los inventó algún sádico, tanto los hombres como las mujeres se los ponían, entusiasmados por encontrarse más altos que el vecino y por mirarlos por encima del hombro. A Luis XIV se le ve en los cuadros encontrándose a sí mismo divino con sus tacones. Pero sí, sí, poco duraron ellos con esa moda, con lo comodones que son. Hala, a endilgársela a las mujeres, que aguantan carretas y carretones con tal de encontrarse guapas.

Mi abuela Lola, que era bajita, no salía a la calle sin sus tacones. De hecho, su hermana, que tenía una peletería, todos los años le regalaba dos pares de tacones, unos para verano y otros para invierno. Hasta las zapatillas de estar en casa eran de tacón ¿Cómo lo aguantaba? Yo sé, claro, que hay una fascinación por zapatos y tacones entre muchas mujeres. Muchas de mis amigas no pueden pasear por una calle comercial sin pararse ante cada zapatería. Becky Bloomwood, la protagonista de seis libros de Sophie Kinsella dedicados a una loca por las compras, deja claro ese magnetismo en el siguiente párrafo, cuando va a comprar unas sandalias de tacón alto que la vuelven loca:

... la dependienta ha vuelto con las sandalias. Las miro y el corazón me da un vuelco. ¡Son tan bonitas! Preciosas. Delicadas y de tiras, con una mora en el dedo gordo... En cuanto las veo, me enamoro de ellas. Son un poco caras. Bueno, todo el mundo sabe que con los zapatos no se debe escatimar porque los pies son muy delicados y enseguida se estropean.

Me calzo una con un escalofrío de placer. ¡Son fantásticas! De repente, mis pies parecen más elegantes y mis piernas más largas. Resulta un poco difícil caminar con ellas, pero seguro que es porque el suelo de la tienda es muy resbaladizo.

-¡Me las llevo!- afirmo sonriendo alegremente a la dependienta.

Y no solo eso sino que luego ve unas iguales, " la cosa más exquisita que he visto en mi vida", solo que en vez de una mora lleva una mandarina, y se lleva los dos pares porque "es amor a primera vista".

También pienso que esa petición de libertad -¡Libérate de los tacones!- probablemente no la habrá hecho un hombre, -que no los sufre-, a no ser un Sarkozy o un Aznar, que se los ponen disimulados. Y también pienso que, si pedimos libertad, ¡hay tanto de qué liberarnos!:

De la esclavitud al móvil y a las redes.

De obligaciones y compromisos que no nos aporten nada.

De bulos y manipulaciones.

De los vociferadores.

Del qué dirán.

De modas y postureos.

De miedos sin fundamento.

De celos y rencores.

De creencias no comprobadas.

De enfados enconados...

Así que, aunque puedan decir que el graffiti de la Plaza de Santo Domingo es una petición humilde y superficial, en un mundo que cada vez nos pone más restricciones (y a pesar de mi aversión a las pintadas en lugares inconvenientes), liberarse de los tacones, qué quieren que les diga, me parece una excelente manera de empezar a probar la libertad.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Las chicas guapas son las del Toscal

Callejón Pisaca en el Barrio del Toscal (Foto de Clari Delgado)

 "Dice Marichal, dice Marichal que las chicas guapas son las del Toscal..." ¿Qué chicharrero no conoce esta copla? Lo que no sabemos es quién fue el tal Marichal, aunque no cabe duda de que fue un hombre sabio y clarividente. Lo atestiguamos todas las que somos del barrio del Toscal, uno de los barrios con más solera de Santa Cruz: mis amigas Esther, Mari Carmen, Clari, Marian, Conchi, Pili, Rosaura, Marisa, Chari, Rosi, Iris.. y yo, por supuesto (sin falsa modestia, oye). Hasta la chicharrera que fue Miss Europa, Noelia, era del barrio del Toscal.

Uno de mis amigos (también toscalero y también guapo, aunque Marichal no dijo nada de ellos) me ha propuesto estos días que por qué no me animo y escribo una historia del Toscal del siglo XX "en este momento en que aún quedamos vivos muchos que todavía tenemos los recuerdos en la memoria". Yo le respondí que no tengo memoria, ni ánimos para una tarea así, ni mucho tiempo tampoco. Pero que, si alguien se decide, me parece una idea estupenda y yo sería de las primeras que compraría un libro que me toca el corazón, un libro que recorra la historia de un barrio que empezó siendo marinero y que luego creció mucho hasta convertirse en una parte fundamental de mi Santa Cruz.

Viví, es cierto, hasta los 12 años al filo del barrio, en la calle del Pilar, pero recorría todos los días la calle de la Amargura (con la fábrica de caramelos Yumbo y la Ciudad Juvenil) e iba al Colegio de las Dominicas, a aquel hermoso edificio  entre la calle Santa Rosalía y San Vicente Ferrer. A partir de los 12 nos mudamos a la calle San Miguel, en pleno corazón del barrio. Y no a cualquier sitio, no. Nos mudamos al edificio que mi padre (aparejador y contratista de obras) hizo en los años 50 sobre la antigua Cárcel de mujeres. A mí siempre me emocionaba pensar que en ese lugar, donde hubo tanto llanto, estallaran después tantas risas de niños (éramos 15 niños en un edificio de 4 viviendas) y tanta vida. Fue un tiempo feliz.

Teníamos 5 cines: San Martín, Royal Victoria, Parque Recreativo, El Toscal y el Ideal Cinema, que hacía de cine al aire libre en verano y de cancha de baloncesto el resto del tiempo. Recuerdo una vez ir con mis hermanos y primos al San Martín y no encontrarnos con nadie más, solos en el enorme patio de butacas. Le dijimos entonces entre risas al que nos ponía la película que por nosotros no se molestase en ponernos el NODO, que ya lo habíamos visto.

Comprábamos caramelos, el pan, los cigarrillos y los periódicos en los carritos, sobre todo en el de Doña Nati, que era algo así como el Club del barrio, por donde todo el mundo pasaba, igual que por la terraza frente a la Farmacia de García Morato. Los chicos jugaban en el futbolín de Don Federico (tabú para las chicas) y todos hacíamos vida social en la venta de Doña Juana o en la de Transi, en el estanco Gopi, en Miguel el de las papas, en el Horno de pan de Agustín Cabeza o la Molienda la India, que llenaban las calles de aromas maravillosos por las mañanas. Nos peinábamos nosotras en la Peluquería de Jesús en la calle de la Rosa y los chicos iban a la Barbería My friend, en donde había un cartel que decía "Aquí se viene a hablar de fútbol". De aquellos años nos llegan los sabores de los calamares de Casa Servando frente al Royal,  de los churros de San Martín los domingos, de las primeras pizzas que probamos en la Dulcería Victoria o de los fabulosos helados y horchatas de "La flor de Alicante" y "La alicantina".

¿Y qué me dicen de aquellos personajes tan típicos del barrio? Había un tal Martín que no se perdía un entierro; el Tocatodo, que iba efectivamente tocando todo, farolas, coches, paredes; Julián el Bizco; Quico el tapicero que nos cantaba borracho todos los sábados por la noche, calle Tribulaciones abajo, aquello de "Tengo una debilidad..."; Miguel el Mudo que ganaba todos los años el primer premio de disfraces del Carnaval...

Pero lo mejor de todo era saber que estabas en tu terreno, que conocías a todos y todos te saludaban, que pertenecías a ese mundo. Viví allí hasta los 25 años y no es raro recordar aquellos buenos momentos cada vez que nos encontramos 2 o 3 toscaleros de los de entonces. No escribiré la historia del barrio, pero que vaya mi homenaje hoy en este post a ese tiempo que siempre va conmigo. ¡Qué bueno fue ser adolescente en un barrio y saber, que por ser del Toscal, era además una chica guapa! Y entre nosotros, el tal Marichal ¡qué ojo clínico tenía el tío!

lunes, 14 de septiembre de 2020

Las mareas de septiembre



En Gran Canaria siempre han sido  las mareas del Pino porque el día 8 de septiembre es el día de la Virgen del Pino y parecería que ella es la que está gobernando todo, hasta las aguas. Pero para nosotros, los de la isla de enfrente, siempre se han llamado las mareas de septiembre o mareas vivas. Es el momento del equinoccio de otoño, cuando la luna y el sol se alinean sobre el ecuador y hacen fuerza para que el mar, durante la luna llena y la luna nueva, esté más alborotado que de costumbre. Esta es la época en que a más de uno, por ejemplo, el mar se les ha llevado las cholas que dejaron en la orilla, o las olas los han revolcado hasta la arena dejándolos traspuestos.

Al mismo tiempo en este septiembre nos ha llegado la señal de una enorme onda gravitacional, producto del choque entre dos agujeros negros hace 7.000 millones de años. Es la última ola de otro tipo de mareas vivas, una que ha viajado a la velocidad de la luz a través del espacio cósmico.

Tal vez estas grandes mareas -la del mar y la del universo- sean la manera que tiene la naturaleza de limpiar y renovar, de removerlo todo para empezar de nuevo otro ciclo. En septiembre, después de las grandes olas, los mares terminan por estar en calma, el aire es más limpio, los atardeceres más intensos.

Oficialmente las mareas de septiembre, para la gente en edad escolar y para nosotros, los docentes, que contamos los años por cursos, han sido siempre la señal de que el verano se ha ido, de la despedida de los baños, el salitre en la piel y el relax en el cuerpo. Pero también es la señal del comienzo de curso, de que a partir de este momento hay que ponerse las pilas. Y en este septiembre, tan particular y extraño, eso es lo que están haciendo ahora mis colegas, los profesores: preparar la vuelta a las clases como un reto mayor a otros septiembres. Sé que están preparados, que lo están haciendo con una ilusión tremenda como si fuera la primera vez, que están echando mano de imaginación y creatividad y que se les están ocurriendo ideas estupendas para que las clases resulten un éxito a pesar de los pesares.

Mi post de hoy va de animarlos, a ellos y a los padres, a que sigan adelante, de decirles que pasen de presiones y no hagan mucho caso a titulares alarmantes. Estos días circula un wasap con la noticia de que en Francia se han cerrado 22 colegios nada más empezar. El gobierno francés ha establecido el protocolo de que si hay 3 casos en un colegio, se cierra. Si han cerrado 22 colegios es que hay 66 casos. Pero son 66 casos de 12.600.000 escolares. Visto así, la noticia no asustaría tanto, pero los periódicos tienen que vender.

Así que, mis queridos compañeros docentes, mucho sentido común, mucha ilusión y que septiembre y sus mareas -las marítimas y las cósmicas- traigan optimismo, limpieza de miras y valentía para hacer oídos sordos a las presiones y a los agoreros (que los va a haber). ¡Que tengan todos un feliz curso!

lunes, 7 de septiembre de 2020

¡Qué bien comíamos entonces!




Vienen mis nietos pequeños a casa en estos días de septiembre en que los padres empiezan a trabajar después de las vacaciones. Al segundo día la de 7 me dice que no le dé de postre polos de chocolate y almendras (el vicio de mi marido), que mamá le ha dicho que comer eso todos los días no es sano. Y como es normal, les he dado un Actimel, que en esas cosas hay que seguir lo que los padres dicen. Pero si yo les contara a esta generación del yogur (mis hijos) y del Actimel (mis nietos) la dieta con la que crecimos los de mi generación...

Para empezar no era raro que los niños tomáramos alcohol (daba sangre, decían). A veces lo recordamos cuando nos reunimos 4 o 5 de las de mi quinta. Mi amiga Lali, por ejemplo, recuerda que, cuando su familia empezó a veranear en Bajamar, hace unos 60 años más o menos, su tía los llevaba a ella y a sus primos a bañarse al mar a las 7 de la mañana. Y cuando terminaban el rito purificador y gélido, les daba allí mismo a cada uno un huevo batido en un vasito de vino para hacerlos entrar en calor. Para lo mismo mi madre llevaba a Las Teresitas cuando íbamos por las tardes una botella de vino Sansón (en la imagen) y, según salíamos tiritando del agua, nos iba dando un vasito lleno que nos sabía a gloria. También mi madrina, con la que íbamos a bañarnos a la Playa de Martiánez en los veranos realejeros, nos llevaba una ralea de gofio, vino y miel que levantaba a un muerto.

Somos muchos los de mi generación a los que se les daba semejante dieta sana. Mi marido, con 5 años, se bebió de un tirón un vaso de vino blanco que vio sobre el poyo de la cocina y que resultó ser aceite, cosa que no se le ha olvidado en la vida. Otros recuerdan beber chupitos de anís o sidra en navidad. Y también a algunas de mis compañeras sus madres las despertaban con una tacita de café para que se espabilaran y fueran al colegio bien despiertas. El caso es que el vino, el café, los bollos,el gofio, los huevos casi todas las noches... eran el mejor régimen para tener unos cachetes colorados y mofletudos, unas buenas pantorrilas y un cuerpo hermosote: el paradigma de la salud.

"El hombre es lo que come", decía allá por el siglo XIX Feuerbach. Y sí, tenía razón, cada generación es el producto de su dieta. Cervantes, antes de describirnos físicamente a Don Quijote, ya en la tercera línea nos cuenta lo que come: Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos. Y miren la comida de Huckleberry Finn: ... tortas de maiz y leche cremosa, y cerdo y repollo y verduras -no hay nada tan bueno en este mundo cuando está bien guisado-... Nosotros, los que fuimos niños en la posguerra, no conocíamos muchos de esos alimentos ni muchos de los de ahora: aguacates, berenjenas, champiñones, cerezas, puerros, espárragos, cordero, mangos... A lo mejor existían pero en otros mundos. Las ensaladas brillaban por su ausencia y, si alguna compañera de clase nos hubiese dicho que era vegetariana, le hubiésemos preguntado "¿Y eso qué es?".

Sí, es verdad que ahora a muchos de los que seguíamos la dieta de aquellos años nos gusta el vino (el buen vino, además)

Sí, ninguno está muy flaco (excepto los que tienen un metabolismo), a lo mejor producto de lo que ahora llamaríamos excesos (¿Les he contado que me criaron con leche condensada?).

Sí, no comíamos carne sino los domingos y fiestas de guardar.

Sí, no probamos ninguna de las muchas exquisiteces de ahora.

Pero las papas eran las mejores del mundo, las frutas sabían a fruta, los dulces de mi abuela eran para hacerles un monumento y no he comido en mi vida bistecs más buenos que los que mi madre nos hacía cada domingo con un buen majado de ajos y perejil y acompañado de un enorme plato de papas fritas.

Era una dieta insana, dicen, pero ¡qué bien comíamos entonces!
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