lunes, 27 de junio de 2022

El hombre agoniado




¡Mira que se han dado definiciones sobre el hombre a lo largo de la historia! Que si es un animal racional, que si es un animal político (Aristóteles), que si es un animal simbólico (Cassirer), que si es un lobo para el hombre (Hobbes)... Pero para mí, visto lo visto, animal sí (en eso coinciden todos), pero un animal agoniado.

Agoniado es un canarismo, mezcla de agonía y agobio, que el "Diccionario de canarismos" define como angustiado y abrumado por algo. Y últimamente, según veo alrededor, hay mucho agoniado.

Que sí, me dirán, que motivos hay para ello: una guerra en Europa por primera vez en años, el calentamiento global, la pobreza extrema de algunos países, el volcán, esta dichosa pandemia que no acaba de irse... Pero es que hay gente que a todo eso le añade, además, la invasión de los zombies o de los alienígenas, una guerra nuclear, el choque con un meteorito, tsunamis aterradores de esos que sumergen islas enteras...: el apocalipsis, vaya. Y están agoniados, claro.

Sin ir más lejos, mi sobrino Carlos, que se pasó 7 años en Göttingen (Alemania), me contó el otro día en una reunión familiar que tiene allí un amigo, un chico sano y normal de unos 30 años, que, a pesar de que todo le va bien, vive preparado para el caos y se pasa la vida temiéndolo. Tiene en su casa una mochila lista para la supervivencia con todo lo necesario para que, cuando la hecatombe se desate, echarse al monte o a dónde sea. Lleva alimentos enlatados y conservas, agua, botiquín, silbatos, linterna, herramientas para hacer fuego, utensilios para pescar o cazar... Este chico le contó que lo primero que hace cuando viaja a una ciudad que no conoce es buscar la tienda de armas más cercana (supongo que será por si los zombies o los alienígenas). Además, no se crean que es el único, hay un montón de gente que piensa igual y que lo mismo construyen refugios o bunkers en su casa que los ayuden a sobrevivir a una catástrofe, como no dan un paso sin creerse seguros de que van preparados para cualquier contratiempo. Por eso se hacen llamar preppers, preparacionistas o preparados, pero yo creo que les va mejor agoniados.

Porque es verdad que no es este el mejor de los tiempos (ninguno lo es) y que podemos torturarnos con todo lo que se nos puede venir encima. Pero también es verdad, como le leí hace un tiempo a Javier Cercas, que "esta existencia precaria y fugacísima es lo único que tenemos: no hay más; así que lo que deberíamos hacer es dejar de hacer el asno, abrazarnos a ella y exprimirla hasta la última gota". Por eso también me ha gustado tanto la alegría con la que mis sobrinos, en estos carnavales a destiempo que estamos viviendo, se han disfrazado -de monja, del pintor y su musa, de cosas raras con pelucones y sombreros...- y han demostrado que no hay nada como el buen humor y el reírse hasta de nosotros mismos. Somos también, como decía Vicente Aleixandre, "entre dos oscuridades, un relámpago". Nada de agonías.

Así que, queridos preppers, olvídense un rato de invasiones y desastres y de tanto preparativo contra ellas. Y recuerden una cita de Montaigne que yo repito mucho a los amigos preocupados: "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron".

lunes, 20 de junio de 2022

Quiero un pinche



Bueno, o una pinche, que a mí en eso de igualitaria no me gana ni Irene Montero. Y, como yo, lo quieren todos los cocineros que en el mundo han sido, por muy estrella Michelín que tengan. Que mucho decir que ellos pelan, cortan, rallan y preparan pero, a la hora de la verdad, si encuentran a algún incauto por allí y lo convencen de pelar, cortar, rallar y preparar, a buenas horas se ponen a ello. Si ustedes ven a un cocinero trabajar, se darán cuenta de que su labor principal es poner unas hierbitas por aquí, echar un vinito por allá, remover la cazuela, aspirar los olores y poco más. Quien diga que no necesita un pinche, miente como un bellaco.

Pon, por ejemplo, que vas a hacer un puchero. Si tienes un pinche (o dos), te encuentras nada más ponerte el delantal que ya tienes frente a ti un montón de fuentes ordenaditas. En una están las carnes en trozos y las piñas de millo (del país, por supuesto), ya desfajinadas y cortadas; en otra, los garbanzos ya remojados desde la noche anterior, las zanahorias peladas y las habichuelas sin hebra; en una tercera, bubango, calabaza y papas, todo pelado y cortado. Aparte ya te han puesto al fuego una fritura haciéndose chuf chuf en una sartén. Con todo esto tú (el cocinero) solo tiene que ir echando de rato en rato el contenido de cada fuente en el agua hirviendo, desde los alimentos más duros a las verduras más blandas, e irlos aromatizando con su pimentón y su azafrán. Al final te queda recibir, ruborizado, los parabienes y sentirte el rey del fogón.

Así que yo también quiero un pinche y sentirme la reina del fogón.

Un pinche que me pique menudita la cebolla y llore por mí. Que me ralle el limón para el bizcocho, que me pele las papas y las chayotas para que no se me queden las manos pegajosas, que me deje un frasquito con ajos pelados en la nevera, que me limpie y escame el pescado, que me recoja y friegue los platos según los voy usando, y hasta que me diga, como en las películas, "Sí, chef" mientras me tiene las salsas preparadas.

A mi hija y mi hijo los conseguía pescar de vez en cuando, sobre todo el día antes de Navidad, en que los ponía a pelar y despepitar uvas para el relleno del pavo. Mi hija dice que aprendió a cocinar para no tener que hacerme de pinche nunca más.

A mis nietos los enseñé a hacer la masa de la pizza con la esperanza de captarlos para la causa pero lo que más les gusta (aparte de comérsela) es amasarla con los puños cerrados. Y de ahí no pasan.

No pierdo la esperanza. Por aquello de que a lo mejor la literatura va más allá de los lavados de coco y los convence, les compro cuentos en que hay pequeños pinches hacendosos y entresaco también textos de libros en los que la cocina tiene un papel importante. Como el que leí esta semana, "Pan de limón con semillas de amapola" de Cristina Campos: Las dos hermanas se durmieron casi al mismo tiempo; sin embargo, antes de eso y como si por algún misterioso motivo sus pensamientos pudieran entrelazarse, pensaron la una en la otra y las dos recordaron las tardes de su niñez en la cocina de la abuela Nerea, rallando limones, sacando las semillas de las amapolas y con las palmas de la mano cubiertas, siempre, de harina.

Si con todo esto no abrazan el noble (y no pagado) oficio de pinche, es que me falta poder de convicción.


lunes, 13 de junio de 2022

...Y Dios dispone



Desde chicos nos lo enseñaron para que aprendiéramos a esperar lo inevitable: "El hombre propone y Dios dispone". De hecho, nos decían que nada hay seguro en este mundo y que cuando hablábamos de hacer cosas en el futuro teníamos que añadir siempre la coletilla "si Dios quiere", no sea que a Él le diera por cambiarnos los planes. Y eso es lo que me ha pasado esta semana. ¿Se acuerdan del post de la semana pasada, "De noveleros", en el que contaba que este mes, "de novelera", tenía una comida familiar de más de 30 personas y que, "de novelera", iba a ir 3 días a El Hierro a curarme del estrés frente al Mar de las Calmas? Pues de eso nada porque vino el covid y mandó parar. Y ahí me ven, tos va, estornudo y mocos vienen, sin salir de casa y pensando en que mejor no planiar el noveleriar.

Menos mal que me acababa de leer uno de esos libros con encanto, "Un caballero en Moscú", de Amor Towles, que habla de quien, ante catástrofes peores, supo enfrentarse a la adversidad y adaptarse a las circunstancias.El protagonista, un conde ruso de los tiempos zaristas, es detenido y condenado a muerte por los bolcheviques en 1922 por haber escrito un poema 10 años antes, que el comité revolucionario no considera adecuado. En lugar de matarlo, le conmutan la pena por un arresto domiciliario de por vida en el desván del hotel Metropol en Moscú. Él toma como modelo a Robinson Crusoe varado en la Isla de la Desesperación y, como él, se va construyendo un espacio vital y social, mientras por allí, a lo largo de los años, desfila la historia rusa: Lenin, Stalin, el Gulag, la Guerra Fría, Kruschev...

Terminé de leerlo justo el día en que me dio positivo el test y, siguiendo el consejo de un Gran Duque que también aparece en el libro, de que "la adversidad se presenta adoptando diferentes formas y si uno no controla las circunstancias, se expone a que las circunstancias lo controlen a él", decidí que igual que el conde ruso y que Robinson, yo también me tenía que adaptar a la circunstancia de estar una semana sin salir de casa (Ya, ya sé que mucho menos trágica que un arresto domiciliario de por vida y que un naufragio...)

Así que en esta semana me he leído el tocho de 698 páginas de "Los vencejos" de Fernando Aramburu, sobre la peripecia vital de un profe de filosofía (¡hombre, un colega!). Me lo regalaron en Reyes y no le había llegado el momento. Me gustó.

En esta semana he hablado con un montón de gente por teléfono y es un placer también el alegato distendido y sin prisas. Total, no voy a ir a ningún sitio... Hasta con mi amiga Ligia desde Miami estuve un rato una tarde.

En esta semana he hecho unas cuantas fotos desde mi cama. Mi hija las llama "fotos de me aburro" y lo son. Pongo una de imagen inicial, con mis patucos puestos y el cuadro de Charo Borges que habla de la luz y que es lo primero que veo por las mañanas.

En esta semana he hecho todos los dameros malditos y los crucigramas blancos que tenía atrasados. También he jugado al rummy contra el ordenador y le he ganado todas las veces menos dos.

En este semana me he hecho tres test de antígenos para ver si se equivocaba alguna vez y me salía negativo pero siempre sale positivo, el maldito.

En esta semana he escrito este post... Parezco Rapunzel en la película de dibujos animados cuando hace puzzles, pinta, juega con el camaleón... mientras suspira mirando las luces del cielo y el mundo exterior que no puede pisar.

Y me pregunto ¿cómo pudo el conde ruso estar 32 años sin salir del hotel para nada y seguir siendo siempre tan caballeroso, tan imperturbable y, en el fondo, tan feliz?

lunes, 6 de junio de 2022

De noveleros



Novelero
y noveleriar son canarismos que muestran el espíritu jaranero de nuestras islas, en las que nos apuntamos a lo que sea antes que quedarnos en casa con la pata quebrada. El "Diccionario básico de canarismos" de la Academia Canaria de la Lengua define al novelero como el "muy aficionado a las fiestas". Y es que lo somos , la verdad. En mi Instituto, en aquellos tiempos en los que trabajaba, teníamos hasta una "Tutoría de Festejos y Regocijos", con eso se lo digo todo.

Son noveleros los cientos de hinchas del Tenerife y del Las Palmas que no han dudado en coger el barco para asistir a los partidos en los que se jugaban ascender a Primera División (¡Ganó el Tenerife!). Algunos aprovecharon tal particular festoleo para aplaudir vestidos de dragqueen en el Estadio. En una foto que mandaron mis sobrinos (otros noveleros) y que pongo como imagen inicial, se ve a aficionados de Las Palmas (todos de amarillo), camino del Estadio, tras un cartel -qué casualidad- en la que pone la palabra "novelera". La novelería dominó la semana.

Son noveleros los de mi pueblo que, cuando se enteraron de que en el prado que hay detrás de la iglesia estaban aparcados tres helicópteros destinados a hacer una película sobre la isla, se arremolinaron a verlos aterrizar y despegar, horas y horas allí mirando solo eso. No se dirá que no extraemos diversión de cualquier bobería (un día voy a hablar del verbo bobiar).

Es novelera mi amiga Eli, la de Las Palmas, que se fue a Agaete a comer un pescado con sus amigas y les bastó ver allí el barco que venía para Tenerife, para cambiar de opinión, embarcarse y venirse a comerlo en Santa Cruz.

Y es que mucho novelero hay suelto por ahí. Y yo la primera. Me despedí de mayo el Día de Canarias con una chuletada con sus mojos y con sus papas y con canciones de la tierra, como tiene que ser, en casa de buenos amigos en La Laguna. 

A media semana novelerié en una comida con mis hermanos para celebrar la venida por unos días de mi ahijado Javi desde México. Lo hicimos en Casa Tomás el de las costillas, que estos días ha sido muy nombrado porque el crítico gastronómico de El País, José Carlos Capel, lo ha seleccionado como una de las tres comidas más memorables de su vida. "El sitio en el que más disfruto del mundo", dice. Y está en mi pueblo.

De novelera fui el primer domingo de este junio a la Romería de Guamasa, que llevaba tres años sin celebrarse: bostas de vaca, trajes de mago, olor a carne fiesta, sonido de timples y chácaras, un San Isidro pequeñito presidiéndolo todo, parrandas cantando todas lo de "... y tampoco el ombligo redoooondo, ay, sorongo, sorongo, soroooongo..."...

De novelera, aparte de las cenas de los viernes que son sagradas, tengo este mes dos comidas familiares de las grandes, es decir, nosotros con toda la parentela, cerca de 30 personas. En una celebramos todo lo que no hemos podido celebrar por la pandemia, incluso las Navidades. Mi hermana -que es la novelera mayor del reino- nos pide que llevemos hasta gorros de Navidad. Tengo que comprar turrones... La otra es por el 50 cumpleaños de mi hija ¡Tengo una hija que va a cumplir 50 años! ¿Será posible? Si yo los tenía hace nada...

Y de novelera también, me iré este mes tres días a El Hierro a curarme el estrés frente al Mar de Las Calmas.

Y es que al final la vida, créanme, consiste en noveleriar.

¿Y tú? ¿Qué has hecho o esperas hacer de novelero/a en estos días en los que acecha el verano?

google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html