A estas edades en que nos olvidamos de casi todo, uno va al neurólogo como quien va a la peluquería. Y en la última visita nos dijo que hay 3 pautas para mantener la mente activa: hacer ejercicio físico (o sea, el pateo diario), hacer ejercicios mentales (darle caña a las células grises de las que hablaba Poirot) y una tercera que yo no esperaba: socializar, hablar con todo el mundo, intercambiar opiniones hasta con desconocidos, echarte una buena parrafada con amigos delante de un café (o un vermut, o un vinito... la oferta es grande)... Nos llega el eco de las palabras del viejo Aristóteles desde la distancia de 26 siglos: El hombre es social porque tiene el don del habla, ya te lo decía yo...
Y en qué mal momento nos lo dicen, ahora que la tendencia es hablar con el menor número de gente, siguiendo las indicaciones europeas contra la variante ómicron. En Holanda, sin ir más lejos, dos personas hablando en la calle ya son una multitud. Cierran restaurantes, cafeterías, cines, museos, parques de atracciones... Lo que llaman "servicios no esenciales". Pero ¿en qué quedamos? ¿No es esencial socializar? En Amsterdam, si vas a un hotel, tienes que cenar en la habitación. ¿Hay algo más triste?.
Así que tenemos que aprovechar que todavía no han llegado aquí esas medidas, aunque todo se andará (de hecho, creo que cerraron ayer la Playa de Las Teresitas y la de Las Gaviotas). Me lo comentaba el día de Navidad un amigo que siempre lo celebra con nosotros. Él tuvo una vida laboral muy activa, ocupó cargos de responsabilidad y nunca tenía tiempo ni de pararse a tomar un café con los amigos. Es ahora, ya jubilado, cuando ha descubierto el placer de esa conversación distendida hablando de lo que sea. Por eso mismo, le dije yo, me encanta el ritual de mis mañanas: una hora caminando a la orilla del mar con mi amiga y luego, tomarnos un café por allí mismo, al que a veces se unen otros paseantes.
Por eso también me gustan las cenas de los viernes con los amigos, en las que se habla de todo con la confianza de años, 30 más o menos.
Y por eso ahora estos días, me he fijado en las conversaciones ¿De que se ha hablado en las comidas de Nochebuena y Navidad? Pues, mientras comíamos la pata asada o el pavo, se contaron historias de los de antes, que nos enseñaron a disfrutar de estas fiestas, y de los de ahora, que en casa siempre están inventando juegos y concursos; se habló de lo placenteros que son los regalos hechos con cariño; de la crianza de pollos (¡!); de la inexistente vida amorosa de los japoneses; de las películas que vemos una y otra vez cada Navidad (esta vez tampoco me perdí "¡Qué bello es vivir"!).
Los temas que se tratan son importantes (o por lo menos curiosos), pero es más importante el acto mismo de conversar, de hablar y escuchar, igual que hacían los antiguos en los cruces de caminos. De ahí, de pararse a hablar allí, viene la palabra trivial (tres vías), porque no se trata de arreglar el mundo, sino de cosas sin trascendencia que se comentan por el mero gusto de compartirlas con otros seres humanos. Por socializar. Entonces no se llamaba así, pero se intuía lo importante que era para el coco. Ahora los neurólogos lo ratifican. Hagámosles caso.