lunes, 27 de septiembre de 2021

Cuando explota el volcán

Logotipo de "La Palma, isla viva" del artista palmero Facundo Fierro

Hace años, cuando mis nietos volvían de visitar a su familia madrileña, casi siempre traían con ellos (seguramente por bromas que les hacían) una inquietud sobre la isla y la recurrencia a la frase "cuando explote el volcán", junto con consecuencias imaginadas sobre tan terrible realidad. Incluso Eva, la mayor, tenía un plan cuidadosamente apuntado para una "evacuación exprés": coger el hamster y el gato y salir como un rehilete con todos nosotros en el primer avión. Ni qué decir tiene -los niños necesitan seguridad- que yo siempre les dije que era una posibilidad muy remota y que nunca explotaría el volcán.

Les mentí. Sobre todo porque a lo largo de mi vida el volcán ha explotado con esta 4 veces en un entorno cercano. No el Teide, como ellos creían, pero sí sus primos hermanos.

El volcán explotó por primera vez en La Palma, cuando yo tenía un año, en el 49. Era el volcán de San Juan y mi abuela, que vivía entonces muy cerquita, escribió:  Ya creíamos que lo del volcán estaba terminado cuando apareció por Tigalate, rompió a soltar lava por el puente y cogió por el barranco. No causó ningún daño pues las autoridades, alarmadas, mandaron a todas las clases de vehículos a evacuar a la gente que podían traer por carretera. La otra, que quedó en el centro, fue traída por mar. Imagínate cómo estaría el pueblo. Empezó aquí abajo a caer una lluvia de arenilla (…) Ahora se secó por esa boca y volvió otra vez por Las Manchas, así que no sabemos en qué irá a parar esto…”. Pero yo no me enteré. El volcán vivió en mi vida, pero yo no en la suya.

El volcán volvió otra vez a explotar en La Palma hace 50 años en octubre del 71, cuando yo me casé. A los 15 días me fui de novelera con marido recién estrenado, hermana y alumnos a sobrecogerme con el ruido y a disfrutar del espectáculo. Pero fue un volcán bondadoso: explotó casi a la orilla del mar y lo que hizo fue ampliar la isla y crear una playa nueva.

Por tercera vez lo vi explotar en el Mar de las Calmas cuando fui de visita a El Hierro en el año 2011. Pero era un volcán submarino, un volcán de morondanga, y nos quedamos con las ganas de verlo salir a la superficie y crear una nueva isla.

Pero ahora sí, ahora este volcán de Cumbre Vieja ha explotado de verdad, como un monstruo furioso que arroja toda la rabia y energía que escondía en el centro de la Tierra, llevándose por delante casas, colegios, iglesias, bodegas, huertas, bosques, caminos... y las fuerzas y esperanzas de mucha gente. Y ellos, mis nietos, ahora sí que saben ya lo que pasa cuando explota un volcán.

Han visto a personas decidiendo en 15 minutos qué se llevarían de sus casas, qué hacer con toda su vida. ¿Dinero, joyas, papeles, ropa? ¿Un cuadro que te llenaba de placer contemplar? ¿Un libro preferido?  ¿Fotos que les recuerden momentos felices?. Han visto incluso a más de uno decir: "Nada, no me llevo nada".

Se han emocionado por pura empatía con un poema sobre el desalojo (escrito por Jaime Quesada) que, entre otras cosas, dice: Ayer, antes de salir, / Nievitas hizo la cama, / y recogió los juguetes / de los nietos en la caja. / Dejamos todo en su sitio, / cerramos puertas, ventanas; / nos miramos a los ojos / para darnos esperanzas / de que habrá otros despertares, / otras nuevas madrugadas / aquí en nuestra habitación, / aquí en nuestra hermosa casa, / donde criamos seis hijos / y ahora hemos de abandonarla / porque un volcán impetuoso / nos amedrenta, amenaza / con destrozar nuestro pueblo / y sepultarlo en su lava...".

Cada día les ha traído una historia nueva: la afluencia de gente a golifiar y en realidad a entorpecer;  la llegada de los Reyes y del Presidente del Gobierno; las nuevas bocas que se van abriendo; la búsqueda de animales para ponerlos a salvo;  la suspensión de los vuelos; la solidaridad de la gente; la caída del campanario de Todoque; y muchas, muchas historias de pérdida y desolación. Y a través de ellas descubren cómo son los palmeros: gentes trabajadoras, sensibles a la belleza, cuidadosas con el entorno y, ahora  que todo es barrido por la lava, valientes. No van a dejarse abatir y hay sitio para la esperanza.

En el periódico un agricultor palmero desalojado de su casa ya está haciendo planes y dice: "Cuando todo se enfríe... habría que levantar las casas, reponer las tuberías, volver a colocar la luz, replantar los cultivos...". El futuro es ahora "cuando todo se enfríe".

lunes, 20 de septiembre de 2021

Las familias

Foto familiar en la boda de mi sobrina Isabel

Con las familias pasan cosas raras. A veces, son un verdadero incordio, sobre todo cuando te encuentras con el típico pariente plasta que se pica por cualquier cosa y te hace la vida imposible. Pero, a veces también, son una bendición, y más si son grandes como la mía y sabes que puedes contar con ella. Nosotros, cuando en nochebuena nos podemos reunir la familia más cercana (hijos y nietos de hermanos). podemos ser 35. Y, si contáramos con los primos, el ciento y la madre. Y, a pesar de eso, nos llevamos bien. Por eso nos alegra cuando la familia se ensancha, como nos pasó la semana pasada. No solo porque nació un miembro nuevo, el primer nieto de mi prima Mercedes (¡bienvenido al mundo, pequeño Iván!),  sino también porque, mira por dónde, me han aparecido unas primas nuevas a las que no conocía. Y todo gracias al mayor invento del mundo (después de la lavadora), que es Internet.

Por Internet me contactó mi prima Rubicelda desde Miami para preguntarme si éramos familia, ya que compartíamos apellido. Le mandé una foto de una prima cubana que se escribía con mi padre y exclamó: "¡Es mi abuela!". Y luego ya nos contamos algo de nuestra vida, y conocí a la prima Mizar y a la prima Maricelda y ahora seguimos con wasap, mensajes en Facebook, comentarios en mi blog y emails, alegando y conociéndonos un poquito más.

Mis primas nuevas son rubias y guapetonas. Tienen cara de palmeras, me dice mi hermana. Y es verdad, ya saben que las mujeres de La Palma tienen fama de bonitas. Pero es que además mandan vídeos en barbacoas, en fiestas de cumpleaños, en la playa disfrutando..., lo cual me lleva a pensar que lo de ser disfrutones debe ser también genético. Tienen muchos hijos y nietos, igualito que nosotros, repartidos por Cuba, Estados Unidos y Paraguay. No sé por qué, recordé aquel verso trepidante de Rubén Darío en la "Oda a Roosevelt" que dice "hay mil cachorros sueltos del león español". Solo que mis nuevas primas americanas y nosotros, los que nos quedamos aquí, no descendemos de ningún león sino que tenemos en común unos ascendientes, una pareja, mis bisabuelos Papá Atilio y Mamá Pepa, que tuvieron 10 hijos que se les desparramaron por el mundo.

Mamá Pepa murió a los 82 años cuando yo tenía 6. Aunque no era religiosa, enramaba cada 3 de mayo una cruz que le habían regalado de pequeña (ahora lo sigue haciendo su nieta) y rezaba todas las noches a la Virgen de las Nieves por sus hijos. Y no era para menos. De sus 10 hijos, dos murieron de pequeños; uno se fue de polizón a los 16 años en un barco para Cuba y no supo más de él (a los 3 meses de morir ella, se recibió una carta suya que había ido dando tumbos por otros sitios).  A otro hijo lo mató el hermano de una novia que tuvo en Cuba porque la abandonó para casarse con otra novia que lo esperaba en Canarias. Su marido murió joven y, aunque ella se quedó con sus hijas, Isabel y Nieves, todos sus hijos varones emigraron y no los vio más; y el único que volvió, mi abuelo Gabriel, murió 2 años antes que ella.

Y así y todo, era una mujer fuerte y con genio (una vez le tiró un zapato a una hija porque se retrasó unos minutos después de las 9). Guardaba golosinas en una caja de madera y las compartía a escondidas con sus nietas pequeñas. Y una vez que su nieta fue castigada con un hilo atándole el tobillo a la pata de la mesa, ella le decía por lo bajito: "¡Rompe el hilo, boba!". A los de su familia los apodaban en La Palma "Los brujos" y ella también era medio bruja, una brujita buena y valiente.

Pienso en ella, la bisabuela que nació en 1871 en Santa Cruz de La Palma (casi toda mi familia, desde el último tercio del siglo XVI, procede de allí) y en todos nosotros que descendemos de ella, incluyendo el niñito que nació esta semana en pleno siglo XXI,  y las primas que acabo de conocer. Y me acuerdo de una pregunta que se hizo una vez Javier Marías: ¿Cómo es posible que en una misma vida y memoria (las mías) quepan y convivan personas tan distanciadas, tan de diferentes épocas, incapaces de concebir a quienes han venido tan detrás ni a quienes llegaron tan delante al mundo?.

Quiero pensar en mis descendientes, aquellos a los que no conoceré nunca pero que llevarán en sí parte de lo que soy, y en que ellos existirán, igual que nos pasa ahora, porque nosotros existimos. Y es que eso son las familias, personas de distintos siglos y de distintos mundos pero conectadas por los mismos perfiles genéticos y marcadas por el afecto.


lunes, 13 de septiembre de 2021

Niños de la mano



Las novelas de Rosamunde Pilcher no suelen gustar a algunos que las consideran "literatura de mujeres para mujeres" (si es que tal cosa existe). Pero a mí me gustan y las suelo releer, después de novelas más profundas y prolijas, porque son relajantes, saben crear "ambiente" y tienen, además, la cualidad de describir escenas sugestivas y evocadoras que te hacen detenerte y recordar.

Eso es lo que me ha pasado este verano en que me he dedicado a leer como una loca y, después de "Largo pétalo de mar" de Isabel Allende (una historia muy bien documentada sobre la guerra civil española y el largo exilio en el Chile de Allende y Pinochet) y de "Emocionarte" (un libro sobre la doble vida de los cuadros), decidí leer algo más ligero, "Voces de verano", del que ya no me acordaba casi nada.  Y allí estaba la escena, presenciada por Eve, una de las protagonistas, la de una madre que arrastraba de la mano a un niño que lloraba: A Eve le llamó la atención la madre. Estaba a punto de desesperarse. Eve se podía identificar con ella. Se vio a sí misma a esa edad, con Iván, un pequeño niño regordete y rubio, colgado de la mano. Podía sentir la mano de su hijo, pequeña, seca y áspera en su propia mano. No te enojes con él, quería decirle a la mujer. No lo estropees todo. Antes de que te des cuenta, habrá crecido y lo habrás perdido para siempre. Saborea cada momento efímero de la vida de tu hijo incluso si, de vez en cuando, te hace perder el juicio.

Y surgieron entonces, ya fuera del libro, los recuerdos. Yo de la mano de mi padre, pequeña y mirando hacia arriba cuando él era tan alto (luego fue menguando cada vez más con los años hasta ser un hombre bajo). Después yo llevando a mis dos niños, tan pequeñitos, de las manos, sin caer en la cuenta de que les estaba dando seguridad y de que eso iba a durar poco y, sin comerlo ni beberlo, iba a tener, como ahora, dos hijos de cerca de 50 años, uno un señor con toda la barba.

Pero los abuelos tenemos el privilegio de revivir la vida, de volver a dar la mano, de volver a regalar seguridad. Porque eso es lo que que quiere un niño. Y ahora sí somos más conscientes que cuando fuimos padres jóvenes. Ya sabemos que estos son años privilegiados, que se van como un suspiro y que, de repente, a esos niños les van a salir pelos por todas partes y les cambiará la voz y ya no serás su puerto inatacable y ni siquiera serás el que lo sabe todo.

 Pero ahora, cuando corren y juegan, a veces te abrazan y gritan: "¡Aba es casita!". Y cuando se enteran de noticias terribles (como las riadas en la península de estos días pasados con su arrastre de coches y destrucción), dicen que qué suerte vivir aquí, en una isla donde no hay ríos. "¡Ni serpientes!", dice la niña. "Estamos en un sitio seguro". Y te cogen la mano por si las moscas.

Esta semana en que han empezado las clases y se encaminan a un futuro incierto, los vemos camino del colegio de la mano de sus madres o padres, y pienso, como dijo una vez Elvira Lindo, que no hay nada más emocionante que un niño de tu mano: Su tacto, tierno y mullido. Sus primeros olores escolares, el babi. Algo falla en las personas que no lo saben apreciar.

Y aquí me tienen de abuela chocha, repitiendo a madres, padres, tíos, abuelos, lo que Rosamunde Pilcher decía en "Voces de verano": Saborea cada momento efímero de la vida de tu hijo (o sobrino, nieto, hermano...) , incluso si, de vez en cuando, te hace perder el juicio.

P.D.: Después de publicar el post, algunos de mis amigos me han mandado fotos de ellos, pequeños, de la mano de sus padres. Las publico aquí como complemento y recuerdo de aquellos años:

Clari con sus padres

Yo con mis padres en las fiestas del Cristo a los 4 años.

Chari de la mano de su padre paseando por los jardines del Asilo.

Rosa Marta con su madre a los casi 2 años

Vicente, de maguito, de la mano de su madre.

Melchor, de la mano de su madre en Mahón



Lolina y Macu con su madre en Las Palmas

María Victoria y Carmen Delia en la Rambla de Santa Cruz


Esther con su padre en una fiesta canaria en Venezuela



Isabel dándole las dos manos a su madre en Caracas



Marian, de la mano de sus padres en Santa Cruz.


lunes, 6 de septiembre de 2021

Majaderos del mundo

 


31 de agosto, 12 de la mañana. Estoy tumbada en una hamaca a la orilla de mis aguas preferidas para nadar, piscinas naturales en el mar de Bajamar. Agua cristalina, sol radiante, temperatura ideal. Hay en el ambiente un aire de despedida (mañana muchos de los bañistas empiezan a trabajar), pero también una increíble paz. Nada la perturba y saco una foto en un vano intento de captarla. Cierro los ojos y oigo el ruido del mar en las rocas y el murmullo de algunas conversaciones cercanas. No hay majaderos cerca. Oooooommmm...

Pero como la imaginación es libre, me dejo llevar y no puedo evitar pensar en ellos, los majaderos del mundo. Como la serpiente en el paraíso, haberlos haylos, incluso en las mañanas radiantes.

Y pienso en los que rompen la tranquilidad de los demás, gritando, chillando, tirando el balón en playas, parques y montes.

En los que, en lugar de disfrutar de los pequeños placeres, se pasan la vida protestando a grito pelado del frío porque hay frío o del calor porque hay calor.

En los que ponen la música de sus móviles y nos obligan a oír a los demás un chundachunda que no nos interesa ni nos gusta.

En los que dan lecciones de todo, tanto si quieres escucharlos como si no. Especialistas en covid han surgido a miles en estos dos años.

En los que quieren ser protagonistas, novio en las bodas, recién nacido en los bautizos, muerto en los entierros.

En los que te llaman por teléfono a cualquier hora del día o de la noche para convencerte de que te cambies de compañía telefónica o eléctrica o que les compres algo que no necesitas.

En los que, de puro alivio, aplauden en los aviones cuando aterrizan.

En los que te quieren convencer de que todo tiempo pasado fue mejor, cuando realmente todo tiempo pasado fue anterior.

En los que en mi pueblo, ahora que son las fiestas, se las pasan tirando cohetes desde las 6 de la mañana.

En aquellos que... ¡Un momento! ¿Qué hago yo perdiendo el tiempo pensando en tanto majadero? Frente al mar infinito, en este bendito momento en que el verano empieza a despedirse lentamente, abro los ojos y me hago el firme propósito de vivir el aquí y el ahora, sin preocuparme de todos los majaderos que en el mundo han sido.

Vivamos. Y dejemos vivir.


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