No estamos en una burbuja como los monos sabios japoneses. Somos una parte muy pequeña de un mundo de tropecientos millones de personas y vivimos entre desconocidos con los que, a veces, si tenemos los ojos y las orejas abiertos, se produce un roce leve, un toque, que llega hasta nosotros como la ola causada
por la estela de una embarcación. Son retazos de otras vidas, algo que vemos y,
sobre todo, oímos, frases que nos llevan a imaginar historias escondidas detrás
de ellas o que, en otros casos, nos mueven al asombro o a la risa.
martes, 29 de noviembre de 2011
martes, 22 de noviembre de 2011
Tiempo de mandarinas
Había una vez, en la vieja China, un mandarín en cuyo corazón cabían todos los
seres. Su esposa, la mandarina, era pequeña y hermosa pero en su corazón sólo
había sitio para ella. Una mañana, en la que ella paseaba sola entre los
innumerables naranjos del jardín, se le acercó un mendigo para suplicarle que le
diera una naranja. La mandarina le dijo que ni hablar, “mis naranjas son muy
hermosas y tú sólo eres un viejo feo y sucio”. El mendigo que, como suele pasar
en los cuentos, era en realidad un gran mago, se transformó en ese momento y,
con su varita mágica en la mano, le dijo: “Para que aprendas a ser generosa, te
convertiré en árbol y darás sabrosos frutos a cuantos pasen por el camino. Tu
corazón se hará más grande y todos te querrán”. El mandarín buscó a la mandarina
todo el día y, al caer la tarde, cansado y triste, encontró el nuevo árbol y
pensó: “¿Qué hace este arbolito entre mis naranjos? ¿Y por qué sus naranjas son
tan pequeñas?” Probó una fruta y su sabor dulce le recordó a su esposa. Desde
entonces, cada tarde paseaba hasta el arbolito y comía una de ellas y las llamó
mandarinas en honor a su esposa, la bella mandarina”.
martes, 15 de noviembre de 2011
Las Antípodas
Mi hijo y mi nuera se han ido a las Antípodas, a Nueva Zelanda, de luna de
miel en plan caravana y pateos con mochila. Desde el otro lado del mundo me
llegan –cuando hay cobertura- los dulces nombres maoríes: Te anau, Wanaka,
Punakaiki, Kaikoura… Y también los sitios que van viendo: una cueva iluminada
por luciérnagas, una playa donde se bañan los leones marinos, un río de aguas
turbulentas en el que hacer rafting, un glaciar con veredas por las que caminar.
“Es tan bonito como un sueño”, dicen.
martes, 8 de noviembre de 2011
Mi primera vez
Bajo este título, “Mi primera vez”, El País ha publicado este verano una serie de artículos firmados por varios escritores y que me han gustado mucho. Lola Beccaria, Rosa Montero, Santiago Roncagliolo y Luis Sepúlveda hablaron del primer encuentro con la sexualidad, esa vez en la que todos pensamos cuando se dice “mi primera vez”. Pero también allí están otras primeras veces: la primera experiencia de la muerte (Wendy Guerra, Andrés Neuman, Marcos Giralt Torrente) o el primer viaje en avión (Juana Salabert). Soledad Puértolas, después del primer día de colegio, descubrió, consternada, que tenía que volver todos los días (¡Qué tres palabras más terribles bajo su aparente inocencia!). Luisa Castro recuerda la primera vez que se comió un geranio, “como quien se come el corazón de la belleza”. Juan José Millás, siempre tan críptico, habla de la primera vez que se sintió un neandertal frente a los demás niños del colegio, que eran homo sapiens (lo entiendo; yo, a veces, también me he sentido así), y Carme Riera, del descubrimiento de la literatura con el poema “Sonatina” de Rubén Darío. Tener miedo (Caballero Bonald), sentirse adulto (Tomás Segovia), ver la nieve (Mendicutti) o un ovni (Agustín Fernández Mallo) son otras primeras veces que conocimos, con ellos, a lo largo del verano.
martes, 1 de noviembre de 2011
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