Aunque estemos en el mundo real y no en una epopeya fantástica, y aunque parezca mentira, hay lugares de estos en el mundo, casas así, donde sientes que estás seguro y en paz. La casa de mis amigos Juan y Carmen, un lugar visitado por mí desde hace años, es uno de esos sitios y cada vez que voy me acuerdo de Rivendel.
La semana pasada estuve allí en una celebración anticipada del Día de Acción de Gracias que nos suele organizar cada año Leslie, un amigo americano que quiere compartir con los demás esa fiesta que le es tan grata. Comimos pavo con su relleno y su salsa gravy y tuvimos una larga sobremesa de conversaciones tranquilas mientras la tarde caía sobre la casa en los altos de Tegueste. Y es en esos momentos cuando me recuerda a Rivendel, la casa élfica. Nadie parece tener prisa ni lugar asignado y cada uno se mueve por donde quiere. Hay cuatro que se han ido a una mesa pequeña al fondo a jugar al dominó y se oye el rumor de sus jugadas y el sonido de las fichas en la mesa. Hay grupos que hablan y comentan y gente que va y viene entre ellos. Hay quien entona una canción a la guitarra y quien duerme una siesta tapado con una manta al lado del fuego de una chimenea que crepita, cálido, toda la tarde. Hay una chica joven que rodeada de primas y hermanas, da de mamar a su bebé recién nacido que mira asombrado el mundo alrededor. Hay quienes ojean libros que están en una repisa esperando por si a alguien le apetece llevarse alguno y quienes están sentados solos simplemente pensando mientras se toman una copa. Y todos parecen sentirse en paz viviendo y disfrutando del momento único. A mí me llega el eco de Tolkien: "Basta estar aquí para curarse el cansancio, el miedo y la melancolía".
Por supuesto, toda casa es un reflejo de sus dueños y ellos, Carmen y Juan, personas buenas y generosas donde las haya, hicieron esta casa pensando en abrirla a familiares y amigos para que fuera un sitio así de especial en el que la hora de irte siempre llega por sorpresa y al que siempre tienes ganas de volver. Lo han logrado. En lo alto de la puerta que da salida al jardín, donde corren y juegan los niños, un letrero proclama el lema de la casa: "Vivir es compartir".