lunes, 30 de noviembre de 2020

Pociones mágicas



Mis nietos pequeños creen firmemente en las pociones mágicas. La más famosa, ya saben, es la que hace el druida Panorámix en los libros de Astérix y Obélix (básicamente se hace con muérdago cortado con hoz de oro, más raíces, flores, hierbas y algunas especies. También puede llevar una langosta que no le hace nada pero le da sabor). Pero a mí esta poción no me dice mucho ¿Quién quiere algo que te dé fuerzas sobrehumanas en estos tiempos que corren? Mejor, mucho mejor es la poción Felix Felicis que sale en el sexto libro de Harry Potter. El profesor Slughorn en la clase de Pociones la ofrece como premio para el que haga una muestra decente de un filtro. Una botellita de Felix Felicis es suerte líquida. Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte -dice el profesor-. Desde el amanecer hasta el ocaso, tendréis éxito en cualquier cosa que os propongáis. Ahora bien, debo advertiros que el Felix Felicis es una substancia prohibida en las competiciones organizadas, como por ejemplo eventos deportivos, exámenes o elecciones. De modo que el ganador solo podrá utilizarla en un día normal. ¡Pero verá como éste se convierte en un día extraordinario!

 ¡Esa sí que sería una poción verdaderamente mágica! Porque mira que hay días catastróficos en los que todo te sale mal. Y no me refiero a tragedias, sino a las pequeñas rozaduras con que la vida nos dice que el color de rosa es para los chicles Bazooca, no para ella. Esta semana tuve un día así. Salimos de casa desde el alba para comprar un par de regalos de reyes y nos recorrimos un montón de sitios sin encontrar lo que iba buscando. Y en medio se nos pincha una rueda y venga otro peregrinaje por  gasolineras que no nos la cambiaban. A la 4ª nos mandaron a un taller en el que nos tuvieron una hora esperando, con lo cual se hizo la hora de la comida y yo sin vender una escoba (y sin hacer la comida). Cuando terminamos de comer a las 4 de la tarde me doy cuenta de que la despensa estaba invadida de hormigas, como en aquella película de "Cuando ruge la marabunta". Y ahí me ven, en vez de dormir la siesta, limpiando estantes y ordenando latas. Y cuando por la tarde voy a recoger una medicina que había encargado a la farmacia, me olvido del paraguas y me cae encima el Diluvio Universal. ¿Es o no es un día asqueroso (Malix Malicis lo llamaría yo)? ¿No es para echar de menos una poción mágica que te despeje del panorama todos esos inconvenientes?

Pero también es verdad que Harry Potter finge poner esa poción de la suerte en el desayuno de su amigo Ron que se sentía muy inseguro, y a éste, creyendo que lo ha hecho, ese día le sale todo fenomenal. Has parado los lanzamientos porque te sentías con suerte. Pero lo has hecho tú solito, le dice Harry. Y a lo mejor eso es lo que hay que hacer. Sentirse con suerte, pensar que incluso en días malos puedes rastrear algo que lo haga especial. Porque también es bueno ver caer la lluvia y el cambio de las estaciones cada mañana cuando desayuno. O que mi nieto el trasto me haga un dibujo muy guay del ángel Gabriel (?). O que a mi hermana la nombren Socia de Honor de la Sociedad Canaria de Pediatría y dé un discurso precioso que hemos oído online por lo menos. O que, a pesar de la pandemia, seguimos hablando con los amigos por wasap, o por teléfono, o, si me apuran, por señales de humo. O que hemos comprado ya el árbol de navidad, que promete un toque cálido en días fríos.

Todo esto ha pasado estos días también, y me hace pensar que quizás la mejor poción de todas es una tisana con las hierbas de la huerta (caña limón, mentapoleo, melisa, tomillo...), tomada al atardecer sentada en un sillón frente a la chimenea encendida, leyendo un libro entretenido, mientras afuera arrecia el viento y la lluvia baila claqué en los ventanales.

lunes, 23 de noviembre de 2020

El architataratatarabuelo


No sé si les he contado alguna vez que mi profesor de Historia en los dos años de Comunes, Don Elías Serra Ráfols, se me quedó mirando una vez con detenimiento y me soltó que yo tenía rasgos guanches. Muchos años más tarde, cuando él ya había muerto y yo estaba trabajando en el Instituto de La Laguna, estuve haciendo la tesis doctoral sobre él, tesis que no terminé pero que me sirvió para conocerlo como personaje fundamental en el estudio de la historia de Canarias y para descubrir que le interesaba mucho la Antropología física, cosa que seguro que explicaba su comentario sobre mi guanchedad.

La semana pasada pusieron en la 2 de Televisión un documental sobre las momias guanches que seguro que Don Elías no se hubiera perdido, igual que no me lo perdí yo ni muchos de mis amigos. Hablaron sobre todo de una de las momias encontrada en el Barranco de Herques o Barranco de los Muertos en Fasnia, la momia mejor conservada del mundo que se exhibe ahora en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Está tan bien que uno de los investigadores exclamó: "¡No he visto otra momia más bonita!". Hombre, yo le diría que sinceramente bonita, bonita, no es. Sí que la arreglaron muy bien: no le quitaron las vísceras como hacen los egipcios, la lavaron con agua hervida con hierbas, la cubrieron con un emplasto hecho con manteca, sangre de drago, brezo, corteza de pino y polvos de piedra pómez, mezclado con picón del Teide, y luego, hala, 15 días a absorber en pelota el sol de la tierra como una jarea. Y después, envuelto en pieles, a descansar en silencio en cuevas oscuras y olvidadas.

Así que bonita, no, pero sí aseadita. Y entendí por qué gusta. Era un hombre de unos 40 y pico años, fuerte, alto (1,70) para lo que se llevaba entonces, sin heridas. Vivió entre el siglo XII y el XIII, pertenecía a la élite de su pueblo y tenía una dentadura perfecta como si acabara de salir de la ortodoncia. Tiene una expresión beatífica en la cara, el cuerpo relajado y enmarcado por unos brazos largos que terminan en unas manos finas y elegantes...: se la ve que ha reposado en paz.  Pero ahora, después de tanto tiempo, la empiezan a pasear como si fuera la Pantoja y le hacen perrerías: que si un TAC, que si análisis del carbono 14... Hasta chistes le han sacado en las redes, como uno en que le hacen decir al entrar en la máquina del TAC: "¡Ya era hora de que me llamaran para la resonancia!".

Lo mejor fue al final la reconstrucción del rostro (imagen inicial) hecha por el escultor Juan Villa siguiendo los parámetros que la cara va indicando. De repente, ese hombre guanche que vivió y murió en Tenerife hace 1000 años estaba ahí mirándonos como si nunca se hubiera ido. Y es verdad que tal vez nunca se fue del todo. Porque, aunque "somos un país felizmente mestizo" (Antonio Tejera) y estamos en el centro de mil migraciones, también dijeron que del 30 al 50% de la población canaria tendría un ancestro aborigen. Y yo, recordando el comentario de Don Elías, me emocioné y todo ante el aspecto real de la momia de Herques y me dije: "¿Será posible que esté contemplando la cara de mi architataratatarabuelo?".

lunes, 16 de noviembre de 2020

Y Duralex se hizo añicos



En este desastroso y asqueroso año (¡y mira que parecía bonito con ese veinte-veinte tan cuco! Para que te fíes de los números...) hasta lo irrompible se hace añicos. En septiembre nos anunciaban los periódicos que "el negocio de Duralex se resquebraja por la crisis del coronavirus". A lo mejor a los jóvenes de ahora no les dice nada esta noticia, pero los de mi generación crecimos con el Duralex, el primer cristal irrompible -¡milagro, milagro!-, y a muchos, cuando nos casábamos, nos regalaban, al lado de la vajilla buena para los domingos, algún juego de Duralex para los días normales, En mi caso fue un juego de tazas y platos color caramelo que acompañó nuestros desayunos durante largos, largos años.

De hecho, por el camino se fueron rompiendo copas de cristal fino, incontables bolas del árbol de navidad, platos y bandejas de porcelana... Un día de fin de año por la mañana recuerdo que la estantería, donde tenía la vajilla azul de puente y paloma, cedió y se armó un estropicio que todavía resuena con pesar en mi memoria (y eso que fue hace más de 20 años). Pero bueno, como decía mi madre, fue una pérdida solo material. Y a todo esto, el juego de desayuno color caramelo allí seguía impertérrito sin un rasguño. Al final, cuando ya estaba empañado de tanto lavado, lo tiré y me quedé con los platos, que todavía están por ahí, debajo de alguna maceta.

A mí me hace pensar este cristal que no tenía las cualidades del cristal-cristal: no era frágil, no era delicado, no era quebradizo. Pero eso sí, si alguna vez se rompía, lo hacía con ganas, en añicos chiquitísimos que tardabas un año en recoger. El escritor Juan José Millás (otro de mi generación) contaba en un artículo que él se dedicaba a tirar vasos de Duralex al suelo delante de sus amigos del colegio para que vieran lo nunca visto, un cristal que no se quebraba ni que lo aporrearan. Pero en una de estas sí que estalló en mil pedazos y su madre, cuando entró en la cocina espantada por el ruido, defendió la dureza del vaso diciendo: "Es que ha caído mal". Millás extrae una lección de todo eso: "No importa lo bueno que seas en lo tuyo si no consigues caer bien en el medio en que te desenvuelves".

Pero hay más lecciones que este humilde vaso de cristal irrompible te puede impartir. Que también hay personas a las que parece que nada le hace mella hasta que se enfadan y hay que echarse a temblar. Que nunca te fíes de lo que te dicen de algo o de alguien porque puede ser cuestión de tiempo que sea mentira. Que, por más que se oculte la naturaleza de una cosa, acabará saliendo a la luz: si eres una mona, aunque te vistas de seda, seguirás siendo una mona; si eres de cristal, por más que te disfraces de irrompible, seguirás en el fondo y con el tiempo siendo cristal.

Y al final todo nos conduce a lo de siempre , que nada es eterno, ni siquiera lo indestructible. Este año parece que, hasta a mí, me están minando el optimismo.

lunes, 9 de noviembre de 2020

El bar de la esquina



La única cosa buena que tiene hacerse un análisis (esa majadería que tenemos que sufrir de vez en cuando, y más a estas edades) es que después uno se mete un buen desayuno entre pecho y espalda en el bar de la esquina. El mío, al que fui la semana pasada después del pinchazo, es un bar coqueto y acogedor, especialista en bocadillos, pulguitas, montaditos, papas locas... y en el que los camareros llevan camisetas con el lema "Disfruta este momento".Y eso es lo que hicimos, disfrutar con un té verde, una pulguita de queso manchego aliñada con aceite virgen y hierbitas y un jugo de naranja natural, mientras la lluvia caía, mansa, detrás del ventanal. Solo le faltaban los churros para ser perfecto.

¿Quién no ha tenido un bar de la esquina en su memoria? Los bares son puntos de descanso entre tu casa y tus otros destinos, sean el trabajo, el Centro de Salud o el Supermercado; son lugares donde muchas veces no solo te conocen por tu nombre, como se decía en la canción de la serie Cheers, sino que también saben lo que te gusta. Recuerdo que, cuando iba todos los días a media mañana al bar de la universidad, Salvador, el dueño,  nada más verme ya recitaba: "Un café y un sandwich de mortadela sin mantequilla". Y lo mismo pasó más tarde en los bares más cercanos a los dos Institutos en los que trabajé: "La Parrala" en Santa Cruz al lado del Andrés Bello, y "Casa Micaela" en La Laguna al lado del Canarias Cabrera Pinto, sitios que consideré en aquellos tiempos como partes de mi casa. No me extraña nada que muchos escritores (Jardiel Poncela, Claudio Magris o J.K.Rowling, por ejemplo) hayan preferido escribir en los bares, solos pero siempre acompañados.

Por eso, me da tanta pena que la pandemia haya obligado a muchos bares a cerrar. ¿Qué hará nuestro país sin bares, qué haremos nosotros? Desde que Don Juan Tenorio y Don Luis Mejías recalaron en "La Hostería del Laurel" (- ¿La Hostería del Laurel? - En ella estáis, caballero -¿Está en casa el hostelero? - Estáis hablando con él) hasta el bar de Casablanca (De todos los bares de todo el mundo...¡ella entra al mío!), la tradición de los bares es larga y fructífera y nada ha podido contra ella, ni guerras ni temporales ¿Lo hará el condenado virus?

En nuestras ciudades y pueblos hay más bares que farmacias, casinos o iglesias. En los bares se han entretejido historias, se han montado revoluciones, han comenzado y terminado amores, se ha paliado el aburrimiento, se fomentan los encuentros y amistades, se arregla el mundo... y, por supuesto, se calma el hambre que produce ayunar para hacerte un análisis. Como dice Gabinete Caligari, los bares, qué lugares tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar. ¿De verdad estamos dispuestos a ser un país sin ese calor?

Hay una canción preciosa, Balderrama, cantada por Mercedes Sosa, sobre un bar de Salta en donde los bohemios se juntan a cantar y guitarrear hasta la madrugada: Si uno se pone a cantar, un cochero lo acompaña y en cada vaso de vino tiembla el lucero del alba... Como nada es eterno, la sospecha de que pueda cerrarse late en la canción porque termina con este lamento: Lucero, solito brote del alba ¿dónde iremos a parar si se apaga Balderrama?. Es el lamento que muchos nos hacemos ahora: ¿Dónde iremos a parar si un día de estos el bar de la esquina de siempre, recoge mesas, almacena botellas, anuncios y risas, apaga la luz y cuelga el cartel de "Cerrado para siempre por causa mayor"?.

lunes, 2 de noviembre de 2020

De amores y desamores



Jose, uno de mis amigos, dejó a una novia, recién empezado el romance, porque, al bajarse ella del coche, se le remangó la falda y él vio que debajo llevaba unas ligas aguantando las medias. "¡Eran iguales a las de mi madre!", decía él. Y lo que pudo ser un gran amor se truncó allí mismo por siempre jamás

Dado que nadie es perfecto, imagínense la cantidad de imponderables que puede hacer que dos personas, destinadas a estar toda una vida en amor y compaña, de repente se miren uno al otro y se digan: "Pero ¿cómo pude fijarme en semejante idiota?". Porque esta "iluminación" puede darse por la tontería más tonta: porque el otro se suena haciendo mucho ruido, porque hoy tenía una uña sucia, porque pronuncia las eses finales con mucho énfasis (¿Cómo estásssss?), porque es peludo, porque crítica tus gustos, porque se te pareció de repente a tu profe de naturales del colegio...

Me acordé de esto porque esta semana pasada fue mi 49 aniversario de boda y pensé que, si llevábamos 49 más 6 de noviazgo, 55 años en total juntos, sin tirarnos los trastos a la cabeza y gustándonos a pesar de las majaderías propias de la edad y condición, bien valía la pena premiar tamaña perseverancia y hasta hacernos un regalo: un miniviajito que es lo que toca en estos tiempos infaustos que estamos viviendo. Así que nos fuimos 4 días a La Gomera, que es una isla casi limpia de virus, con el único plan de desconectar de la vida diaria, de disfrutar de la paz y el aire puro y de escuchar el silencio de esa tierra bendita en la que, entre grandes roques y profundos barrancos, cuesta encontrar una casa.

Hemos caminado por los senderos antiguos de Garajonay, hemos probado un potaje de berros en Arure, nos hemos bañado en Playa Santiago y hemos paseado por las calles de San Sebastián y comido en una tasca al lado del mar. Mi amiga (y ex-alumna) Raquel, que nos organizó el viaje, nos sorprendió con el regalo de una botella de champán y una tarta de chocolate que repartimos en el Hotel con los buenos amigos que nos acompañaron (y hasta con una pareja de una mesa vecina que no conocíamos de nada). Al final hasta trajimos galletas gomeras a la familia para que también lo celebren como en las bodas de antes. Ellos, nuestros hijos y nietos, están aquí porque nosotros tomamos la decisión de que estuvieran.

Y es que también, como dijo Irene Vallejo hace poco en un artículo, podemos enamorarnos de repente, por los motivos más menudos y nimios, con insensata euforia. El acento de una voz que nos habla por teléfono, una silueta apenas vislumbrada en la ventana, la promesa de una prenda de ropa que baila al son del viento en un tendedero, el sonido de unos pasos en la noche... Así que hoy mi escrito va dirigido a todos aquellos que por lo menos una vez en la vida se han enamorado y, en lugar de fijarse en que ella enseñaba unas ligas como las de su madre o él era demasiado peludo, se encontraron, como decía Gioconda Belli, con una sonrisa en la que poder confiar y unos ojos que nos aseguren la mañana. Nada ni nadie nos podrá quitar ese instante mágico.

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