Mis nietos pequeños creen firmemente en las pociones mágicas. La más famosa, ya saben, es la que hace el druida Panorámix en los libros de Astérix y Obélix (básicamente se hace con muérdago cortado con hoz de oro, más raíces, flores, hierbas y algunas especies. También puede llevar una langosta que no le hace nada pero le da sabor). Pero a mí esta poción no me dice mucho ¿Quién quiere algo que te dé fuerzas sobrehumanas en estos tiempos que corren? Mejor, mucho mejor es la poción Felix Felicis que sale en el sexto libro de Harry Potter. El profesor Slughorn en la clase de Pociones la ofrece como premio para el que haga una muestra decente de un filtro. Una botellita de Felix Felicis es suerte líquida. Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte -dice el profesor-. Desde el amanecer hasta el ocaso, tendréis éxito en cualquier cosa que os propongáis. Ahora bien, debo advertiros que el Felix Felicis es una substancia prohibida en las competiciones organizadas, como por ejemplo eventos deportivos, exámenes o elecciones. De modo que el ganador solo podrá utilizarla en un día normal. ¡Pero verá como éste se convierte en un día extraordinario!
¡Esa sí que sería una poción verdaderamente mágica! Porque mira que hay días catastróficos en los que todo te sale mal. Y no me refiero a tragedias, sino a las pequeñas rozaduras con que la vida nos dice que el color de rosa es para los chicles Bazooca, no para ella. Esta semana tuve un día así. Salimos de casa desde el alba para comprar un par de regalos de reyes y nos recorrimos un montón de sitios sin encontrar lo que iba buscando. Y en medio se nos pincha una rueda y venga otro peregrinaje por gasolineras que no nos la cambiaban. A la 4ª nos mandaron a un taller en el que nos tuvieron una hora esperando, con lo cual se hizo la hora de la comida y yo sin vender una escoba (y sin hacer la comida). Cuando terminamos de comer a las 4 de la tarde me doy cuenta de que la despensa estaba invadida de hormigas, como en aquella película de "Cuando ruge la marabunta". Y ahí me ven, en vez de dormir la siesta, limpiando estantes y ordenando latas. Y cuando por la tarde voy a recoger una medicina que había encargado a la farmacia, me olvido del paraguas y me cae encima el Diluvio Universal. ¿Es o no es un día asqueroso (Malix Malicis lo llamaría yo)? ¿No es para echar de menos una poción mágica que te despeje del panorama todos esos inconvenientes?
Pero también es verdad que Harry Potter finge poner esa poción de la suerte en el desayuno de su amigo Ron que se sentía muy inseguro, y a éste, creyendo que lo ha hecho, ese día le sale todo fenomenal. Has parado los lanzamientos porque te sentías con suerte. Pero lo has hecho tú solito, le dice Harry. Y a lo mejor eso es lo que hay que hacer. Sentirse con suerte, pensar que incluso en días malos puedes rastrear algo que lo haga especial. Porque también es bueno ver caer la lluvia y el cambio de las estaciones cada mañana cuando desayuno. O que mi nieto el trasto me haga un dibujo muy guay del ángel Gabriel (?). O que a mi hermana la nombren Socia de Honor de la Sociedad Canaria de Pediatría y dé un discurso precioso que hemos oído online por lo menos. O que, a pesar de la pandemia, seguimos hablando con los amigos por wasap, o por teléfono, o, si me apuran, por señales de humo. O que hemos comprado ya el árbol de navidad, que promete un toque cálido en días fríos.
Todo esto ha pasado estos días también, y me hace pensar que quizás la mejor poción de todas es una tisana con las hierbas de la huerta (caña limón, mentapoleo, melisa, tomillo...), tomada al atardecer sentada en un sillón frente a la chimenea encendida, leyendo un libro entretenido, mientras afuera arrecia el viento y la lluvia baila claqué en los ventanales.