Si vives en Tenerife, ya puedes decir y jurar que los carnavales no van contigo. Te puedo asegurar que nunca escaparás de ellos, ni siquiera nosotros que vivimos en el quinto pino, donde no hay posibilidad ni peligro de que pase por la calle una mascarita. Muy lejos quedan ya los años en que nos vestíamos tal como nos ven en la foto, aquella vez que hicimos de piratas de los de a 10 cañones por banda (año 93). Ya no salgo de carnaval, ya no me disfrazo y, si puedo, cuanto más alejada del tumulto pachanguero de Santa Cruz, mejor.
Pero a pesar de todo, si no vamos al carnaval, el carnaval viene a nosotros y nos envuelve como un emplasto o como pegamento Imedio. No me lo puedo quitar de encima ni queriendo. Aunque no vea la tele, los amigos me mandan el primer premio de las murgas con canciones y todo (y este año ¡horror! disfrazados de cucarachas, ya conocen mi fobia). No sé ni cuándo es la elección de la reina ni lo pregunto, pero todo el mundo me lo comunica como si fuera el día del Juicio Universal (claro que después pido que me manden las fotos de la reina y sus damas, no voy a ser la única que no las vea). Si piensas que el rollo de los carnavales no te afecta, es que no tienes hijos carnavaleros que son como la caja del turrón y no se pierden una (hasta a los indianos de La Palma van los míos) y que, por lo tanto, te tocan nietos que cuidar. Si para ello hay que ir a Santa Cruz a recogerlos o a dejarlos, o pasas por la Avenida Marítima llena de norias, artefactos peligrosos y chiringuitos, o te desvían por la Dársena, donde, te lo juro, no hay manera de salir (una hora estuvimos el otro día dando vueltas sin encontrar la salida). Además a los niños les han dado este año premios a sus disfraces de Harry Potter al de 7 y del Principito a la de 9 ¿Cómo no vas a interesarte por ello?
No soy ni seré nunca una de las 420.000 personas que estuvieron brincando en Santa Cruz este sábado de piñata, pero no puedo evitar enterarme y ver a la multitud en tele, prensa y redes. No hay manera, los carnavales son como un covid bullanguero que te condiciona, quieras o no quieras. Incluso este año nuestros amigos de Viena nos invitaron a una comida de miércoles de ceniza (Aschermittwoch) a base de arenques típica de Austria para celebrar el fin del carnaval. El carnaval nos persigue por todos lados.
Y cuando ya pienso que todo ha terminado y que hasta el año que viene, mi nieto el de 7 me recita una poesía que ha dicho en su clase:
Si pinto mi cara
con muchos colores
y adorno mi traje
con cintas y flores,
si canto canciones
y llevo antifaz,
ríete conmigo
porque es ¡carnaval!
Me rindo, no me queda más remedio. Me río con él porque es ¡carnaval!