lunes, 27 de febrero de 2023

Nadie escapa al carnaval


Si vives en Tenerife, ya puedes decir y jurar que los carnavales no van contigo. Te puedo asegurar que nunca escaparás de ellos, ni siquiera nosotros que vivimos en el quinto  pino, donde no hay posibilidad ni peligro de que pase por la calle una mascarita. Muy lejos quedan ya los años en que nos vestíamos tal como nos ven en la foto,  aquella vez que hicimos de piratas de los de a 10 cañones por banda (año 93). Ya no salgo de carnaval, ya no me disfrazo y, si puedo, cuanto más alejada del tumulto pachanguero de Santa Cruz, mejor.

Pero a pesar de todo, si no vamos al carnaval, el carnaval viene a nosotros y nos envuelve como un emplasto o como pegamento Imedio. No me lo puedo quitar de encima ni queriendo. Aunque no vea la tele, los amigos me mandan el primer premio de las murgas con canciones y todo (y este año ¡horror! disfrazados de cucarachas, ya conocen mi fobia). No sé ni cuándo es la elección de la reina ni lo pregunto, pero todo el mundo me lo comunica como si fuera el día del Juicio Universal (claro que después pido que me manden las fotos de la reina y sus damas, no voy a ser la única que no las vea). Si piensas que el rollo de los carnavales no te afecta, es que no tienes hijos carnavaleros que son como la caja del turrón y no se pierden una (hasta a los indianos de La Palma van los míos) y que, por lo tanto, te tocan nietos que cuidar. Si para ello hay que ir a Santa Cruz a recogerlos o a dejarlos, o pasas por la Avenida Marítima llena de norias, artefactos peligrosos y chiringuitos, o te desvían por la Dársena, donde, te lo juro, no hay manera de salir (una hora estuvimos el otro día dando vueltas sin encontrar la salida). Además a los niños les han dado este año premios a sus disfraces de Harry Potter al de 7 y del Principito a la de 9 ¿Cómo no vas a interesarte por ello? 

No soy ni seré nunca una de las 420.000 personas que estuvieron brincando en Santa Cruz este sábado de piñata, pero no puedo evitar enterarme y ver a la multitud en tele, prensa y redes. No hay manera, los carnavales son como un covid bullanguero que te condiciona, quieras o no quieras. Incluso este año nuestros amigos de Viena nos invitaron a una comida de miércoles de ceniza (Aschermittwoch) a base de arenques típica de Austria para celebrar el fin del carnaval. El carnaval nos persigue por todos lados.

Y cuando ya pienso que todo ha terminado y que hasta el año que viene,  mi nieto el de 7 me recita una poesía que ha dicho en su clase:

Si pinto mi cara

con muchos colores

y adorno mi traje

con cintas y flores,

si canto canciones

y llevo antifaz,

ríete conmigo

porque es ¡carnaval!

Me rindo, no me queda más remedio. Me río con él porque es ¡carnaval!

lunes, 20 de febrero de 2023

¡Que vienen los extraterrestres!



Hay épocas, no sé si será porque la gente se harta de la cruda realidad, en la que a todo el personal le da por mirar más allá e intentar encontrar otros mundos, más entretenidos y emocionantes. Se desata entonces una fiebre por ovnis, extraterrestres y galaxias muy muy lejanas, que tienen la mirada puesta en nosotros como si no tuvieran otra cosa mejor que hacer. Recuerdo uno de esos momentos -verano del 80 en Bajamar- en los que, noche sí y noche también, nos tumbábamos en el césped del bungalow en el que veraneábamos y abríamos los ojos maravillados a todo ese cielo estrellado sobre nosotros, buscando ovnis, estrellas fugaces y hasta agujeros negros. Nos parecía que en cualquier momento ET iba a llamar a la puerta. 

Estos días pasados ha ocurrido algo parecido: americanos asustados porque sus cielos se han llenado de objetos extraños, incluidos globos chinos, que seguro que algo quieren. Ya que han hecho un viaje tan largo, qué menos que llevarse un souvenir ¿no? ¿La estatua de la Libertad, tal vez? Y el mundo entero asombrado porque, aunque dicen que no pasa nada, a un general del Pentágono (Glen D. VanHerck) se le escapó que hay una posibilidad de que sean ovnis extraterrestres ¡Con lo que nos gusta a los humanos un misterio y, si es de fuera, mejor! El caso es que los americanos, por si acaso, se han puesto a disparar a todo lo que se menea en el cielo. Han derribado 3 artefactos (además, del globo chino que el pobre se había despistado), pero seguro que también han caído, de paso, patos salvajes y cigüeñas emigrantes y alguna cometa voladora.

Los tuiteros no han parado con que esto es solo el inicio y con que no nos queda nada. Hasta en Lanzarote y Fuerteventura se chijaron todos con un ruido horripilante que se oyó anteayer sin que se conozca de dónde viene y están con la mosca en la oreja. Y lo último leído en Twitter es que un autoproclamado viajero del tiempo afirma que los extraterrestres conquistarán la Tierra el mes que viene, concretamente el 23 de marzo. Cosa que me deja en un sinvivir porque por esas fechas es mi cumple y a ver si me lo van a chafar.

Ustedes perdonen si no me tomo muy en serio esta invasión alienígena, pero es que no me la creo. Y eso que soy una autoridad en la materia porque ¡yo sí que he visto un ovni! Fue una noche desde el Astrofísico del Teide, cuando mi marido trabajaba allí: una luz que se paró sobre el Puerto de la Cruz, dio una vuelta y luego se alejó radialmente de la Tierra. El escritor Agustín Fernández Mallo contó algo parecido: Un objeto achatado, de luz blanca, se movió de izquierda a derecha y, en décimas de segundo, cambió de trayectoria hacia la estricta vertical, para desaparecer en una oscuridad que a mí me pareció remota. Pero estoy convencida de que lo que vimos era, sí, un objeto volador no identificado, pero de origen humano. Buenos somos para inventar cachivaches raros...

De todas formas bienvenidos sean los ovnis, si por lo menos sirven, no para derribarlos, sino para que alguna vez salgamos a una noche estrellada y nos paremos a contemplar el cielo desde la orilla del universo con la curiosidad y el asombro del que mira el misterio por primera vez.

lunes, 13 de febrero de 2023

... Y fueron felices.



Llevamos una semana traumática, con ese terremoto que ha sacudido Turquía y Siria, con esos miles de muertos, heridos y gente sin hogar, que nos dejan el corazón en un puño y el ánimo por los suelos. Y a esto se añaden las peleas políticas, la guerra que no cesa entre Ucrania y Rusia, los inconvenientes de vivir en sociedad. Dan ganas de parar el mundo y bajarse.

Por eso no es raro que una busque los finales felices en los libros. Estoy totalmente de acuerdo con Marc Levy, un escritor del que apunté esta perla de sabiduría: ¿No le parece que ya hay bastantes dramas en la vida real, que la gente ya está suficientemente abrumada por las desgracias, las mentiras, las vilezas y las mezquindades como para que añada más usted, como para perder el tiempo contándoles historias que acaban mal?. Pues eso.

¡Ah, los finales felices, donde, no sé por qué, comen perdices (¿Por qué no jamón serrano?)! Y no finales felices relativos, como los de las novelas policíacas en las que siempre alguno acaba mal, generalmente el asesino. No, no, para finales felices de esos que te dejan una sonrisa en la cara hay que leer una buena historia romántica. Una de mis preferidas, por ejemplo, es "La volatinera" de Dorothy Gilman, que no solo tiene un final agradable (Pero mientras iba pensando en todas estas cosas, compré una flor al florista de la esquina y me la llevé a casa para Joe), sino que también incluye el final feliz de otro libro del que habla: Y así fue más allá del horizonte al país de la aurora. O este final tan bonito de "La vida escondida entre los libros" de Stephanie Butland que dice: La idea de ella era tan acogedora como la tarta de jengibre, tan dulce como la de una niña que encuentra la concha perfecta en la orilla.

Y por supuesto, el final perfecto de una novela romántica es terminar con un beso de amor, claro. Les pongo dos ejemplos de dos novelas que no solo son "novelas de besos" (como las que no le gustaban al niño de "La princesa prometida"), sino que además tienen un ingrediente que me encanta, el humor. Una es "La hipótesis del amor" de Ali Hazelwood que termina con Le acercó los labios al oído y susurró con suavidad: ¿Puedo besarle, doctor Carlsen?. La otra es "La reina de la casa" de Sophie Kinsella: ¿Y ahora, qué? -Se gira hacia el andén y yo lo imito. Las vías se extienden en ambas direcciones hasta perderse de vista- ¿Por dónde?. Miro hacia la lejanía, entrecerrando los ojos. Tengo veintinueve años. Puedo ir a donde quiera. Puedo hacer cualquier cosa. Ser quien yo quiera. -No hay prisa.- digo al fin; me pongo de puntillas y lo beso otra vez.

Algunos de ustedes (escépticos, que son unos escépticos) tal vez piensen que los finales felices no existen porque la vida está llena de escollos y termina como termina. Orson Welles decía que, si quieres un final feliz, eso depende de dónde quieres parar la historia. El dibujante Paco Roca en una de sus historietas presenta a Homero imaginando "La Odisea": Empezaré con la salida de Ulises de Troya. Y la terminaré...emmm". Pero al terminarla, cuando Ulises ve su amada Ítaca, empieza a pensar: Cuando amarremos, habrá que poner al día el barco: Pintar el casco, reparar velas, pagar a la tripulación, poner orden en nuestras casas, hacer la colada, ocuparnos de las propiedades de la familia... Con lo cual Homero se arrepiente del final, y pone que aquello no era Ítaca, que los dioses le estaban jugando otra vez una mala pasada a Ulises, y entonces el barco cambia de rumbo y se interna de nuevo en las brumas.

Pero también pienso que, si has tenido una vida plena, si cada momento eres consciente del privilegio de vivirlo, tal vez incluso el final de los finales no sea un mal final. Como dijo Edmund Spenser en estos versos que Agatha Christie pidió que pusieran en su tumba: El sueño tras el esfuerzo, el puerto tras la tormenta, la paz después de la guerra y tras la vida la muerte, satisfacen plenamente. 

Un final feliz...

lunes, 6 de febrero de 2023

Somos así de alegadores



El 16 de enero leí en el periódico que en Holanda el Gobierno ha elaborado un programa para paliar la soledad. Y la cadena holandesa Jumbo se ha sumado a él ofreciendo un servicio en sus supermercados al que llama Kletskassa, la caja para charlar. Este servicio permite pagar la compra sin prisas alegando con los empleados de la caja todo lo que te dé la gana.

¿Se lo imaginan? Una no iría llenando las bolsas a todo meter como hacemos ahora, sino con toda la pachorra del mundo, mientras le va contando su vida a la dependienta. Los que están detrás, esperando a su vez para contar su rollo, no se pondrían nerviosos ni nada. Yo me los imagino hasta llevando una sillita  de esas livianas para descansar la espalda mientras esperan; e incluso con un libro o la labor de punto en el bolso, no sea que la clienta anterior tenga mucho que contar. Que yo conozco a algunos que, si los dejan, no los paras ni con grúas. Una amiga mía los llama "no me cuentes que te cuento".

Yo no dudo de que este sistema dé resultado entre los holandeses a los que veo bastante civilizados. Una vez que estuve en Amberes recuerdo que me asombré de que allí no se paga basura municipal, sino que es obligatorio tirar la basura en bolsas ya establecidas para ello que se compran en los supermercados. ¡Y todo el mundo lo hace, nada de bolsas de plástico distintas o cajas de cartón, como aquí, que somos tan variopintos! Así que supongo que también ahora desfilarán obedientes en las cajas lentas, en las que los empleados son todo oídos y escucharán sonrientes a lo largo del día las mil y una historias de sus clientes.

¿Pero aquí se imaginan algo así? A mí es que, además, me pasa al revés. ¡Son los empleados los que me cuentan a mí sus vidas! Estas navidades fui a comprar una crema para la cara y la dependienta se enrolló de tal forma que me contó que la madre la tuvo a los 14 años y el disgusto de la familia y tal,  pero que ahora parecía una hermana de su madre y hasta de su abuela. Gracias a dos empleados de pescaderías, tengo sin haberlas pedido las recetas de los calamares en su tinta y de la ropa vieja de pulpo. Y el otro día, que salí con mis compañeras jubiladas, el camarero, al saber que todas éramos profesoras, preguntó que quién era la de filosofía y al decirle que yo, en cuanto pudo, vino a filosofar conmigo para convencerme con ejemplos y argumentos de que el Bien era uno y el resto es Mal, tal cual un Platón redivivo.

Me da que en España es así. Que a algunos la soledad les sienta bien e incluso dicen que más vale solos que mal acompañados; pero que la mayoría recarga pilas rodeándose de gente y hablando más de la cuenta. Por ahora, gracias, pero no necesitamos cajas lentas en nuestros supermercados que nos inciten a hablar. Qué quieren que les diga, por naturaleza somos así de alegadores.

google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html