En el Faro del Cabo Ortegal, cerca de donde se separan el Atlántico y el Cantábrico |
De repente y como si nos sacudiéramos una pesadilla de encima, han surgido por todas partes unas ganas locas de volver a viajar. Los jubilados claman por el Imserso, los que no, aprovechan todos los puentes que puedan para lanzarse a recorrer mundo, como si se hubieran convocado unas nuevas cruzadas. Se ve optimismo en el aire. Y, siguiendo la tónica -no va una a ser menos-, esta semana nos hemos ido a las Rías Altas con un grupo de amigos a festejar la luz al final del túnel. Como Tolkien decía, la casa atrás, delante el mundo / y muchas sendas que recorrer.
Y es que ¡qué bueno es descubrir (y redescubrir) sitios nuevos! Bosques de castaños y robles centenarios, playas kilométricas de arenas rubias (y una muy especial que no conocía, la de Las Catedrales, con rocas imponentes), acantilados sobre un mar transparente, cielos luminosos, pueblos marineros y ciudades que existen desde hace siglos, mercados limpios de los que dan ganas de comprar de todo, faros del fin del mundo, campos de manzanos cargados de fruta para hacer sidra, y galerías acristaladas en muchas casas -quitapenas las llamaba Emilia Pardo Bazán- para recibir calor y luz y ver pasar el mundo... Pastos, mar, montañas suaves, verde, playas, rías, tranquilidad.
¡Y qué bueno es también que te vuelvan a contar historias! De piratas que querían conquistar una ciudad de lluvia y cristal; de mujeres valientes que, con sus hombres en la mar, se plantaron defendiendo lo suyo; de indianos ricos que venían de América e invertían en su tierra; de pescadores que pasaban largas temporadas fuera: Antaño -decía bajo la estatua de una ballena en Malpica- hombres fuertes de Malpica cazaban ballenas en mares lejanos; de peregrinos que recorren los caminos desde muy lejos para llegar emocionados ante un santo y rezar a sus pies, mientras de fondo se oye la música de una gaita...
Esta es una tierra antigua, acostumbrada a las brumas y llena de mitos, leyendas y tradiciones. Ya lo cantaba Luis Eduardo Aute: Imagínate a Galicia como un húmedo aquelarre... Aquí cuentan que, cuando Dios descansó el 7º día de la creación, extendió sus manos sobre la tierra y con el surco de sus dedos se formaron las rías, los verdes como rías de esmeralda, de Aute. Aquí hay demonios que hacen un puente en una noche y campos de estrellas que señalan la tumba de un apóstol. Aquí se tiene miedo de la Santa Compaña y de las brujas, que haberlas, haylas. Pero, si atraviesas la Puerta Santa de la Catedral de Santiago en años de jubileo como este, se te perdonan todos los pecados.
Y aquí, además, abundan las leyendas. Como la del rey Breogan, del que se decía que veía Irlanda desde Coruña (que ya es tener vista de lince, oye). O como la de los cruceiros, que se levantan como protección en los cruces de caminos, donde se dice que hay ocultas puertas hacia otros mundos. O la de la mujer a la que entretuvieron en el Puente del Pasatiempo (Mondoñedo) y no pudo llegar a tiempo con el indulto para su marido.
Y por todos lados, tradiciones y rituales: hay hierba para enamorar, que ha de ponerse para que surta efecto en el bolsillo del que se pretende conquistar sin que se dé cuenta. Si hay excedente de vino, se pone una rama de hiedra sobre la puerta y así se sabe que puedes ir allí (con amigos y comida) a aprovecharlo. O el Día de difuntos se les hacía a los niños un collar de castañas guisadas que se iban comiendo por el camino. Un antiguo Halloween en la Galicia profunda.
Un pueblo así colma y enriquece el espíritu. Más cuando se descubre a sus gentes, tan parecidos a los nuestros de La Palma. Son amables y cercanos. Oh, tienen hasta un pueblo que se llama -se lo juro- Cariño (¿sus habitantes serán cariñosos?); son parranderos, no paran de celebrar fiestas, feiras y romerías en casi todos los pueblos; son imaginativos ¿Dónde, si no, se ha visto una fiesta dedicada a una sirena (fiestas de la Maruxaina en San Ciprian)?; y son exagerados: los de Betanzos, por ejemplo, lanzan en las fiestas "el globo más grande del planeta" y hacen la tortilla más rica del mundo (y eso que no probaron las que hacía mi madre).
¡Y qué bueno es hacer un viaje como este en buena compañía, con amigos con los que hablar y compartir!. Cualidades buenas para este menester son camaradería, tolerancia, adaptabilidad y, sobre todo, buen humor.
¡Qué bueno, qué bueno es viajar otra vez! Y Tolkien de nuevo: Luego el mundo atrás y la casa delante; / volvemos a la casa y a la cama. Volvemos pero con un montón de buenos recuerdos en la maleta. Y así hasta la próxima.
Parque das Galeras en Oleiros con el Castelo de Santa Cruz |
P.D.: Para Raquel, Bea y Alejandro que organizaron, acompañaron y nos guiaron en un viaje fantástico. Para Mónica, Sonia y Begoña, que nos enseñaron Coruña, Santiago y Betanzos. Y para mis compañeros de viaje. Con toda mi gratitud.