jueves, 28 de octubre de 2021

Volver a viajar


En el Faro del Cabo Ortegal, cerca de donde se separan el Atlántico y el Cantábrico

De repente y como si nos sacudiéramos una pesadilla de encima, han surgido por todas partes unas ganas locas de volver a viajar. Los jubilados claman por el Imserso, los que no, aprovechan todos los puentes que puedan para lanzarse a recorrer mundo, como si se hubieran convocado unas nuevas cruzadas. Se ve optimismo en el aire. Y, siguiendo la tónica -no va una a ser menos-, esta semana nos hemos ido a las Rías Altas con un grupo de amigos a festejar la luz al final del túnel. Como Tolkien decía, la casa atrás, delante el mundo / y muchas sendas que recorrer.

Y es que ¡qué bueno es descubrir (y redescubrir) sitios nuevos! Bosques de castaños y robles centenarios, playas kilométricas de arenas rubias (y una muy especial que no conocía, la de Las Catedrales, con rocas imponentes), acantilados sobre un mar transparente, cielos luminosos, pueblos marineros y ciudades que existen desde hace siglos, mercados limpios de los que dan ganas de comprar de todo, faros del fin del mundo, campos de manzanos cargados de fruta para hacer sidra, y galerías acristaladas en muchas casas -quitapenas las llamaba Emilia Pardo Bazán- para recibir calor y luz y ver pasar el mundo... Pastos, mar, montañas suaves, verde, playas, rías, tranquilidad.

¡Y qué bueno es también que te vuelvan a contar historias! De piratas que querían conquistar una ciudad de lluvia y cristal; de mujeres valientes que, con sus hombres en la mar, se plantaron defendiendo lo suyo; de indianos ricos que venían de América e invertían en su tierra; de pescadores que pasaban largas temporadas fuera: Antaño -decía bajo la estatua de una ballena en Malpica- hombres fuertes de Malpica cazaban ballenas en mares lejanos; de peregrinos que recorren los caminos desde muy lejos para llegar emocionados ante un santo y rezar a sus pies, mientras de fondo se oye la música de una gaita...

Esta es una tierra antigua, acostumbrada a las brumas y llena de mitos, leyendas y tradiciones. Ya lo cantaba Luis Eduardo Aute: Imagínate a Galicia como un húmedo aquelarre... Aquí cuentan que, cuando Dios descansó el 7º día de la creación, extendió sus manos sobre la tierra y con el surco de sus dedos se formaron las rías, los verdes como rías de esmeralda, de Aute. Aquí hay demonios que hacen un puente en una noche y campos de estrellas que señalan la tumba de un apóstol. Aquí se tiene miedo de la Santa Compaña y de las brujas, que haberlas, haylas. Pero, si atraviesas la Puerta Santa de la Catedral de Santiago en años de jubileo como este, se te perdonan todos los pecados.

Y aquí, además, abundan las leyendas. Como la del rey Breogan, del que se decía que veía Irlanda desde Coruña (que ya es tener vista de lince, oye). O como la de los cruceiros, que se levantan como protección en los cruces de caminos, donde se dice que hay ocultas puertas hacia otros mundos. O la de la mujer a la que entretuvieron en el Puente del Pasatiempo (Mondoñedo) y no pudo llegar a tiempo con el indulto para su marido.

Y por todos lados, tradiciones y rituales: hay hierba para enamorar, que ha de ponerse para que surta efecto en el bolsillo del que se pretende conquistar sin que se dé cuenta. Si hay excedente de vino, se pone una rama de hiedra sobre la puerta y así se sabe que puedes ir allí (con amigos y comida) a aprovecharlo. O el Día de difuntos se les hacía a los niños un collar de castañas guisadas que se iban comiendo por el camino. Un antiguo Halloween en la Galicia profunda.

Un pueblo así colma y enriquece el espíritu. Más cuando se descubre a sus gentes, tan parecidos a los nuestros de La Palma. Son amables y cercanos. Oh, tienen hasta un pueblo que se llama -se lo juro- Cariño (¿sus habitantes serán cariñosos?); son parranderos, no paran de celebrar fiestas, feiras y romerías en casi todos los pueblos; son imaginativos ¿Dónde, si no, se ha visto una fiesta dedicada a una sirena (fiestas de la Maruxaina en San Ciprian)?; y son exagerados: los de Betanzos, por ejemplo, lanzan en las fiestas "el globo más grande del planeta" y hacen la tortilla más rica del mundo (y eso que no probaron las que hacía mi madre).

¡Y qué bueno es hacer un viaje como este en buena compañía, con amigos con los que hablar y compartir!. Cualidades buenas para este menester son camaradería, tolerancia, adaptabilidad y, sobre todo, buen humor.

¡Qué bueno, qué bueno es viajar otra vez! Y Tolkien de nuevo: Luego el mundo atrás y la casa delante; / volvemos a la casa y a la cama. Volvemos pero con un montón de buenos recuerdos en la maleta. Y así hasta la próxima.


Parque das Galeras en Oleiros con el Castelo de Santa Cruz

P.D.: Para Raquel, Bea y Alejandro que organizaron, acompañaron y nos guiaron en un viaje fantástico. Para Mónica, Sonia y Begoña, que nos enseñaron Coruña, Santiago y Betanzos. Y para mis compañeros de viaje. Con toda mi gratitud.

lunes, 18 de octubre de 2021

Planeta Caro


Portada y contraportada de "Planeta Caro"

Los lectores necesitamos, como en el poema de Alberti, paz, paz, paz para leer. Un libro abierto en el alba y otro en el atardecer. Pero ser lector no significa leerse todo lo que cae en nuestras manos. En principio, nada de libros mal escritos, que nos chirrían y nos ponen de mal humor. Hace poco empecé un libro que me prestaron y el autor se refería a cada rato a los personajes como "la rubia", o "el moreno" o "la castaña". Lo dejé antes de que empezara a hablar de "la pelirroja". 

También están las novelas de buenos autores pero que, vete tú a saber por qué, no nos atrapan y languidecen por ahí. Así, dejé "1Q84" de Murakami y "La Catedral del Mar" de Falcones. Las dos duermen el sueño de los justos en la estantería esperando, como en la rima de Bécquer, la mano de nieve que sepa arrancarlas. Porque en estos casos me fío del consejo de Borges: Si un libro les aburre, déjenlo. Llegará un día en que el autor sea digno de ustedes y ustedes serán dignos de ese autor.

Y luego están los libros que disfrutas, que no quieres que terminen; los que se releen a menudo, que te hacen vivir mil vidas, con personajes que te enamoran... Solo por ellos se justifica que la lectura sea un pasatiempo tan hermoso que no puedes imaginar la vida sin ella.

Esta semana he tenido suerte, porque he releído un libro en el que cada vez encuentro algo nuevo; he leído libros curiosos y apetecibles; y, además, he recibido —ya con su portada y su olor a nuevo— , el último libro de mi hija, Ana González Duque, una novela de literatura romántica juvenil, "Planeta Caro", continuación de "Proyecto Bruno". Las dos nacieron de la petición de mi nieta Eva a su madre para que escribiera sobre ellos, el mundo de los adolescentes, "el club de los raritos". Y, como dice Ana, "No sabéis el monstruo que habéis desatado", porque ya piensa en una tercera novela que complete la serie. Y si siguen el mismo camino que la primera, que se ha leído y discutido en 6 institutos, gustará.

En la novela de ahora, Ana sigue tratando, con humor y ternura, los temas actuales que están presentes entre los jóvenes, y que constituyen el particular "planeta"de la protagonista, Caro: los amigos, las melancolías, las fiestas, las discusiones, el circuito de cotilleos del colegio, los padres y madres, los ataques de ansiedad, las galletas de mamá y las tortitas de chocolate, las clases, los mensajes de wasap, las citas que salen mal y las que salen bien, los paisajes especiales, los maratones de anime, la pizza con piña, el arreglarse en compañía para conseguir un efecto wow, el ego y la autoestima... Y por supuesto el amor. Tratado , además, con una fórmula infalible que engancha desde que la usara Jane Austen en "Orgullo y prejuicio": lo que llaman el enemies-to.lovers, la antipatía inicial de los protagonistas, Caro y Tiago, que se va diluyendo a lo largo de la novela, muy bien orquestada al dar voz a cada uno en cada capítulo. O como lo llama Elena, a la que conocimos en "Proyecto Bruno", el síndrome ese de niño-que-tira-del-pelo-a-niña .

La novelita (140 páginas apenas) se lee en un pispás y deja el buen sabor de boca de las cosas bien hechas. Bien escrita, cuidada edición, una portada preciosa, hecha, como la anterior, por mi nieta Eva de José. Ya sé que soy juez y parte, pero Ana sabe que, si no me gustara, se lo diría. Y sabe también que este no es un libro de los que se dejan a la mitad, sino un libro divertido y sencillo que no aspira a otra cosa que a contar bien una historia y a entretener. Que, en definitiva, es lo que los lectores le pedimos a un libro. Disfrútenlo.

lunes, 11 de octubre de 2021

Momento de gozo



Hoy les hablo de un momento de gozo de esta semana, el que tuvimos mis amigas y yo en los charcos de Alcalá, abajo en el sur. Yo bauticé la foto que ven como "Escuela de sirenas talluditas", porque estábamos de broma y de disfrute en un agua clara y transparente, entre rocas por donde iban entrando ya las olas de las mareas de octubre, grandes y espumosas como encajes de vestidos de novia.

Nos habían invitado Leo y Ruperto a su casa de Alcalá a una paella y para allá que nos fuimos un buen grupo desde el día anterior sin encomendarnos ni a dios ni al diablo. Esa mañana, en casa, nos levantamos temprano y desayunamos frente al mar en la mesa grande de la terraza con bizcocho, pan de nueces y mermelada de duraznos caseros, más pan fresco, quesos y embutidos, y una jarra enorme de jugo de naranja recién hecho. Café, té, leche... cada una según sus gustos, y una conversación ininterrumpida y salpicada de risas y de historias. Y luego, el mar.

Mis amigas son "las niñas del colegio", de las que les he hablado muchas veces en este blog porque forman parte de mi vida desde que tenía 6 años (hace nada menos que 67 años). Teniendo la edad que tenemos, está claro que no vivimos en un lecho de rosas. Algunas de las amigas ya no están con nosotras. Todas hemos perdido a los padres y muchas a maridos, hijos y hermanos. Algunas tienen problemas en sus casas y, como la edad no perdona, todas tenemos nuestras majaderías y nuestros achaques. Cuando no duele por allí, duele por allá. Una de las que fueron al sur llevaba tal cargamento de pastillas (algunas, por si acaso, decía) que parecía una Cofarte ambulante. Y, además, todavía el volcán retumba, humea y arrasa en la isla de enfrente, haciéndonos temer por una de las nuestras, Nievitas, que vive a tres pasos del infierno.

Pero así y todo, esta mañana de octubre optamos por el gozo, por dar las gracias por la vida plena, por celebrar estar vivas y bien acompañadas. Por el sol y la brisa, el agua fresca y la sal sobre la piel. Por hacernos una foto cuando salimos del agua, tipo misses con una pierna delante y al bies, sin importarnos la edad ni las celulitis (una extranjera que nos miraba, lloraba de la risa). Por el sentido del humor y por saber reírnos hasta de nosotras mismas.

Luego fuimos a casa de Leo y Ruperto, conocimos al gallo Kirico que los ha adoptado y vive a ratos con ellos en su finca, comimos una paella tan rica como las que hacía mi madre, bebimos un vino tinto que te puedes morir, hablamos de todo lo que quisimos entre tintineos de copas y, a los postres, sacamos una guitarra y cantamos canciones de nuestros tiempos. Cuando el sol se iba poniendo por La Gomera, recogimos todo, nos despedimos con un abrazo y volvimos al norte, a casa y a la vida normal.

Pero el día y los momentos de gozo no nos los quita nadie. Dum licet fruere, decían los latinos, que sabían mucho. Mientras se pueda, goza.

lunes, 4 de octubre de 2021

Tiempo de comer

Momento en que se dijo que hay tiempo de comer

De todas las anécdotas que nos ha regalado este volcán que nos tiene en un sinvivir (incluyendo la de la locutora que tuvo a bien informar a toda España, a micrófono abierto, que ella se iba a mear), mi favorita es la del hombre que el primer día, en el momento en que la tierra retumbó y se abrió la puerta del infierno, dijo con toda la tranquilidad y pachorra del mundo: "Hay tiempo de comer... Hay tiempo de comer sin problemas".

Me lo puedo imaginar perfectamente. Se encuentra ante lo que Kant llamaba lo sublime, algo que asombra y al mismo tiempo produce temor, como los volcanes desencadenando todo su poder de destrucción; se da cuenta de que lo que ve es peligroso y de que el miedo lo puede empujar a salir por patas lo más pronto posible; pero opta por lo urgente, lo necesario, que es comer: una actitud práctica, sabia y yo diría que hasta filosófica. No como los estoicos, que proclamaban: "Si el mundo se derrumbara a mi alrededor, sus ruinas me encontrarían impávido". No, nuestro hombre no esperaría a eso. Él es más bien de los que siguen la cita latina "Primum vivere deinde philosophari": primero, vivir (con todo lo que eso conlleva, empezando por las necesidades básicas como comer y otras, como la de la locutora) y después ya la mente está preparada para otras actividades más filosóficas: sacar conclusiones, razonar, no perder la calma...

Imagínense a este hombre. Sabe que hay tiempo para hacer lo necesario. Saca mantel, platos, cubiertos, vasos. Corta un poco de pan. Destapa la cazuela de cherne que hoy por la mañana había preparado. Con el caldo hace un escaldón de gofio. Y luego se sienta serenamente a comer, mientras bebe un vaso de vino de Fuencaliente y un trozo de queso ahumado de Garafía. Mira de reojo la humareda del volcán pero sabe que hay tiempo de comer.

A mí este hombre en esta situación me recuerda un pasaje de La Iliada de Homero. Todos los de mi generación que hicimos el Preuniversitario de Letras tradujimos y leímos La Iliada. Era lo que tocaba. Todos cantamos con la diosa la cólera del Pélida Aquiles que salió de Troya, y recorrimos el vinoso mar y lloramos con la muerte de Héctor y vimos desfilar a los héroes griegos y a los dioses que apoyaban a unos o a otros, como si fueran hinchas de un equipo de fútbol. Este pasaje que digo es cuando Príamo, el viejo rey de Troya, va a pedirle a su enemigo Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo Héctor. Aquiles accede y, después le pide que coma con él. Para convencerlo, le cuenta la historia de Niobe ("la de hermosas trenzas") que se burló de la diosa Latona  ("la de hermosas mejillas") porque tenía solo dos hijos frente a los catorce de ella. Pero estos dos hijos eran nada menos que Apolo y Artemisa y, con sus flechas, mataron a 12 de los de Niobe (ya saben lo vengativos y brutos que eran los dioses griegos). Y Niobe lloró y lloró pero al final comprendió que también tenía que sentarse a comer. Hay prioridades que no se pueden dejar de lado por mucho que uno tenga el alma compungida.

Y perdónenme, pero no puedo evitar acordarme de otro caso de prioridades, esta vez de un chiste pícaro de Verdaguer, un cómico argentino que oíamos en los años 60 por la radio. Hablaba de una pareja que fue de luna de miel a un hotel y no salieron de la habitación en tres días. Al cabo de ellos, bajaron al comedor y se sentaron a la mesa. El camarero le preguntó a ella: "¿Qué desea la señora?", y ella dice, tímida: "Mi marido sabe". Y el marido salta: "Sí, querida, pero también hay que comer".

Lo dicho, saber valorar las prioridades. Como Niobe y el recién casado, este es el ejemplo que nos da este señor palmero, al que le deseo de todo corazón que, después de comer tranquilamente, se haya puesto a salvo y contemple desde muy lejos el horror y el poder de la naturaleza.


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