Yo tenía una compañera que se regodeaba en la soledad. La llamábamos "la solita" porque su frase "como soy solita..." le servía de pretexto para viajes y escaqueos varios. Además, empleaba el verbo "ser" y no el "estar", más provisional, como si la soledad formara parte de su esencia. El colmo fue una vez que me dijo que ella comía mucho pan porque "como soy solita...". Todavía me estoy preguntando por la relación entre la ingesta de pan y la soledad.
Pero, independientemente de este caso, sí es verdad que hay en este mundo muchas personas más solas que la una, hasta tal punto que en el Reino Unido se ha creado una Secretaría de Estado para la soledad, algo que dicen que puede ser tan grave para la salud como fumarse 15 cigarrillos al día. Tengo una conocida que hizo una carrera pero que nunca ejerció y se quedó en casa cuidando a sus padres. Ahora sus padres han muerto. No se casó, no tiene hermanos ni amigos. Solo algunos vecinos con los que habla cuando se cruzan por la escalera. No sé cómo se siente pero me lo puedo imaginar.
Las circunstancias y nuestras propias elecciones nos pueden llevar a esta situación. Pero, aunque hay cosas que escapan a nuestro cuidado y no podemos manejar, sí que podemos controlar nuestra reacción ante lo que nos pasa. A esta conocida yo le hablaría de mis amigas, muchas de las cuales viven solas, porque son viudas, o separadas, o solteras. Pero mis amigas se apuntan a un bombardeo si este les surge. Van a natación, a manualidades, a clubs de lectura, a guitarra, a cursos para mayores en la Universidad, a cerámica, a pilates, a academias de idiomas, a caminatas... Hacen viajes siempre que pueden, cuidan nietos, ayudan a personas más desfavorecidas, van a exposiciones y conferencias, al cine y al teatro, oyen conciertos, se manifiestan cuando hay que hacerlo (la última vez, por ejemplo, la semana pasada para protestar por ese espléndido 0,25 % que nos han subido en las pensiones) y, por supuesto, cuentan con amigas con las que se reúnen siempre que pueden. Hay miles de soluciones para desterrar la soledad, algunas tan originales como la que me contaba mi amiga Suzi, sobre el dueño de la casa donde ella vive en Viena, un señor también solo en la vida. Este señor se dedica muchas tardes a visitar casonas antiguas en venta, no para comprarlas , sino solo por el placer de ver un edificio bello y hablar con los dueños de la casa, con los que muchas veces termina tomando el té.
Aristóteles dijo que el hombre es un ser social por naturaleza. No está mal tener ratos de soledad, ser soberanos de nosotros mismos. El refranero español, tan sabio, recoge lo de "Más vale solo que mal acompañado". Pero necesitamos a los demás: hablar, discutir, compartir, contar con ellos. No hacerlo así sería hasta antinatural. Hagamos caso a nuestro ser social para no acabar como la solita y como aquella protagonista (siempre me pareció una guanaja) de una canción que mi madrina me cantaba con mucho sentimiento cuando yo era pequeña:
"A la orilla de un palmar
yo vi de una joven bella
su boquita de coral,
sus ojitos, dos estrellas.
Al pasar le pregunté
que quién estaba con ella
y me respondió llorando:
"Sola vivo en el palmar.
Soy huerfanita,
no tengo padre ni madre,
ni un amigo
que me venga a consolar.
Solita paso los días
a la orilla de un palmar
y solita voy y vengo
como las olas del mar".
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