lunes, 28 de diciembre de 2020

Cuestión de suerte



 

Mi amigo Alfa, que es muy generoso, me estuvo insistiendo los días previos al 22 de diciembre en que comprara el número 03838 que saldría seguro en el Sorteo (él decía Suerteo) de Navidad. ¿Por qué iba a ser él el único millonario si podía hacer felices también a todos sus amigos? Alfa se basaba, no crean, en la teoría de la causalidad y en una serie de factores que no podían ser casuales. Hecho A: una compra en Alteza le costó 38,38 según consta en el tique correspondiente. Hecho B: la matrícula de un coche aparcado en Ycod al día siguiente era 3838.Tenía que haber, decía, una relación de causa-efecto entre los dos hechos.¿Qué más señales queríamos? Además, si nos fijamos, decía él, hay más misteriosas coincidencias, como que 3+8+3+8 suman 22, el día del suerteo; o que se celebra en el 2020, pareja de números, igual que 3838. Hasta me habló de la sincronicidad de Jung y apeló a un chantaje emocional escribiéndome: Conozco a una amiga con nombre de baile y canto canario y apellido noble a la que su terco escepticismo le va a privar del "suerteo". Pero al final le dije que no lo compraría a pesar de tantos hechos a favor del 03838. Y que no era por escepticismo, sino que la verdad es que no necesito millones sino que me basta con tener buenos amigos que me hagan reír y estar sana a pesar de los achaques.

Pero tendría que explicarle que me gusta que haya en estos momentos un evento que a la mayoría de los españoles les haga ilusión. También, que me emociona el sonsonete de los niños de San Ildefonso, porque para mí es el sonido con el que se inaugura la Navidad, y ver la alegría de todos cuando les cae un premio. Pero que yo no soy nada aficionada a loterías ni juegos de azar. Tal vez porque en mi casa toooodo el mundo lo era: mi padre no dejó de poner una quiniela nunca, mi madre, hasta coleccionaba billetes de lotería y a mi abuela la conocían por su nombre todos los vendedores de ciegos desde la Recova a casa. Yo, después de tal saturación, solo compro por tradición en Navidad dos números, uno para regalar y otro al concejal de mi pueblo, que va vendiéndolo de casa en casa con un plus para reunir para las fiestas.

Y eso no quiere decir que no crea en la suerte. Este mes, por ejemplo, fui a comprar los turrones que me gustan a un supermercado y, cuando fui a pagar, el chico de la caja me dijo sorprendido: ¡Ha ganado un premio!. Estaba más contento que yo, decía que era la primera vez que le pasaba. Era una caja de 4 botellas de un Rioja crianza bastante bueno. Pero lo curioso fue que a la semana siguiente fui a comprar más turrones para regalarle a mis amigos austriacos que volvían a Viena por las navidades y, cuando voy a pagar, fue como si fuera el Día de la Marmota: ¡Le ha tocado un regalo!. y otra caja del mismo Rioja crianza. ¿Es o no es suerte! Y no, aunque he vuelto por allí, no me ha tocado más otro regalo, pero me quedé más contenta que Ricardito.

Pero la Lotería es otra cosa. Esta vez, ¡milagro!, me tocaron 33 euros entre coincidencias con el terminal 7 y participaciones en otros billetes. Todos aquellos con los que jugaba han decidido invertirlo en la lotería del Niño, menos yo. Me hace más ilusión los 33 euros seguros que los millones volando. Y además. me los gastaré en algo que me apetezca mucho: un par de libros o algo bonito en las rebajas o un picoteo en algún sitio frente al mar. Eso sí, a mis amigas les he dicho que, cuando se saquen los millones, que me inviten a desayunar. Pero en Nueva York, qué menos.

Y, por si hubiera alguna duda, el 03838 de mi amigo Alfa no salió, a pesar de los buenos augurios. Pero desde aquí espero que no se desanime y que siga confiando, en este año que comienza, en la buena suerte que a veces, caprichosa, da un vuelco en los asuntos humanos. Feliz 2021.

(Para Alfa, por supuesto)


lunes, 21 de diciembre de 2020

¿Afrontar la navidad?


 La pregunta que más he oído estos días es: Y tú ¿cómo vas a afrontar la Navidad?, para decirme después que están enfadados, o miedoso o desanimados, que esta es una navidad rara y que hay que pensar en cómo afrontarla ¿Afrontarla? Según la RAE, afrontar es hacer cara a un peligro, problema o situación comprometida. ¡Quién nos iba a decir que veríamos la Navidad así! ¡La Navidad, nada menos! En lugar de ver cómo beben los peces en el río, en lugar de ser momento de comer pavo y turrones en amor y compaña, en lugar de brindar con champán por el año apestoso que se va... ¡hala!, convertida en un peligro, un campo minado, una situación en la que nadie querría estar.

Por eso, no me extraña nada leer un artículo de Jacinto Antón que empieza así: De con qué espíritu afronto estas Navidades da fe el que los dos últimos libros que he leído sean sendas novedades sobre los Panzer alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Luego sigue contando con entusiasmo su lectura sobre los tanques alemanes, pero no aclara cómo esto le puede preparar para afrontar la Navidad (????).

Si es por lecturas, la mía de ahora es mucho menos agresiva. Me la regaló una amiga que sabe lo que necesito leer estos días. El libro se llama "Anhelo de raíces" de May Sarton y habla del hogar, de cómo hizo suya una casa que encontró casi en ruinas, cómo la llenó de detalles, de muebles antiguos familiares traídos del otro lado del mundo, de flores y recuerdos.

Me hizo revivir mi propia búsqueda, hace 40 años, cuando dibujamos con la imaginación el contorno de una casa en un terreno apartado lleno de nispereros y vides.Igual que la autora de mi libro, estuvimos 3 años proyectando esa casa ideal, hablando con fontaneros, electricistas y albañiles y celebrando el hallazgo de dos maestros de obras de los de antes, Maestro Daniel y Maestro Romualdo, que supieron hacer realidad todas nuestras ideas. Entonces se sucedían los apuros (para conseguir préstamos o encontrar el lavabo que queríamos) con descubrimientos maravillosos, como el de una partida de caoba escondida tras toneladas de vigas en un almacén, que nos dejaron por un precio buenísimo si nos la llevábamos toda (las puertas interiores de mi casa y los muebles empotrados están como el primer día). O ver cómo el dibujo que habíamos hecho de la chimenea y las repisas de los lados (en un cuaderno cochambroso que todavía guardamos) cobraba vida tal cual lo habíamos diseñado. O los fines de semana, asistir asombrados a que toda la familia se volcara en ayudarnos a pintar, a barnizar, a despejar el terreno de malas hierbas. Terminábamos comiendo en lo que es hoy es la terraza del patio sobre una puerta vieja apoyada en dos bidones, cansados pero contentos.

Hacer tuya una casa va también de llenarla  de detalles bellos, de cosas que tengan significado para quien la va a vivir: un cuadro que te traiga el ruido del mar, tus libros amados a mano, una flor del jardín que alegre el baño, las fotos de quienes quieres cerca para recordarte días felices... Me llama estos días una amiga que tiene un piso sin balcón ni terraza. Pero es una artista, amante de las flores y de la belleza, y me cuenta que la ha llenado de claveles de aire. No la he visto pero sé que debe estar preciosa y que allí ella se siente bien.

También estos días, ¡la casualidad!, mi amiga Lola nos manda a nuestro grupo de wasap la canción "La casita" de Pedro Infante, que habla de una casita chiquita que tiene al frente unas parras / donde cantan las cigarras / y se hace polvito el sol. / Un portal hay en el frente, / en el jardín una fuente / y en la fuente un caracol... En la mía no hay fuente, pero sí caracoles, y ranas, y pájaros -canarios, chirrines, capirotes...- que alegran mis despertares. 

Desde la casa de una, sea como sea, si la sientes tuya, es imposible hablar de "afrontar la Navidad". Esta no se siente como un peligro, problema o situación comprometida. Hablemos más bien de esperar, celebrar, brindar. Y de congratularnos por estar vivos y festejar una Navidad más.

Felices fiestas.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Devuelvo tus cartas, regalos y rizos...



En aquellos lejanos tiempos en los que la gente escribía cartas y los carteros pululaban por doquier y era una gozada abrir el buzón y encontrar un sobre dirigido a ti, una de las cosas preocupantes era saber qué hacíamos después con semejante cantidad de papel informativo. Una de las opciones, sobre todo cuando las cartas eran de amor y muy comprometedoras y sobrevenía una ruptura, era devolverlas al remitente con un gesto de dignidad herida.

Esa es, por ejemplo, la actitud del que escribe en la canción "Querida Enriqueta", muy cantada en excursiones y juergas en mis tiempos, y de la que sale el título que hoy les pongo. Por si no se la saben, ahí les va, con puntos suspensivos en las palabrotas porque ya saben que yo fui una niña fina de las Dominicas:

Querida Enriqueta, con esta te escribo / que un notario en Burgos murió antes de ayer. / Me deja su herencia pero he de casarme / con mi prima Rosa la de Santander.

Coro: ¡Qué c...ón! ¡Qué c...ón!

Querida Enriqueta, disculpas te pido / y siento contigo portarme tan mal. / Devuelvo tus cartas, regalos y rizos / y besa tu mano tu amigo Marcíal.

Coro: ¡Qué c...ón! ¡Qué c...ón!

A esto la buena de Enriqueta le contesta a su amigo Marcial:

¡C...ón, h... p..., marica, mal hombre! / ¡Mira que dejarme por otra mujer! / ¡Me c... en tu padre y en tu p... madre / y en tu prima Rosa la de Santander!

Otra de las opciones, sobre todo si los escribientes se olvidan de las cartas y las meten en una caja en un altillo a criar telarañas, es que los hijos y nietos (si son como los míos) las tiren a la basura cuando ya no estén. Claro que ¿quién va a suponer que hay gente a la que le encanta revolver en la basura y que las rescatan e incluso le dan fama y todo el mundo se entera de lo que le dijiste a tu amado en un arranque de cursilería? Esto fue lo que se contaba esta semana pasada en una noticia sobre 200 cartas de amor escritas por un joven francés a su novia en la 2ª Guerra Mundial y encontradas ahora en un vertedero.

¡Cuánto me alegro ahora de haber quemado las mías -2 años escribiéndonos mi novio y yo casi todos los días- en una hoguera de San Juan! Recuerdo que una vez mi madre me remitió una carta de él (cerrado el sobre, eh), llegada después de mi ida, y me decía: "Me la leí, por supuesto, a ver si decía algo original, pero decía las mismas boberías que me escribía tu padre". Quita, quita...

La tercera opción es conservarlas y que tú misma empieces a mandarlas a los remitentes, si quieren. Yo soy de las que han guardado casi todas mis cartas (excepto las quemadas) y las de mi padre y pienso que a los que las escribieron (o a sus descendientes) les apetece recuperar un trozo de sus vidas del que se acuerdan poco. Por eso le di a una prima las cartas que su padre le mandó al mío durante la guerra, y a otra las de su madre cuando era una jovencita que contaba los últimos sucesos y cotilleos de su pueblo. Y ahora voy a mandarle a mi amigo Juan sus cartas desde Madrid, desde el año 63 al 66. Juan ha sido amigo mío desde que yo tenía 13 años y él, 17 y lo seguimos siendo, aunque solo nos veamos en entierros y presentaciones de libros.  Ahora que está un poco pachucho y obligado a estar en cama, pienso que le puede alegrar encontrarse con su yo de entonces, tan parecido al de ahora. ¡Que goces, querido Juan, con lo que me contabas del Madrid de tus años universitarios, de los mil y pico que eran en tu clase, de los bailes, de la tuna, de los proyectos, ilusiones y preocupaciones, y de lo jóvenes que éramos! Una vista atrás nunca viene mal para agradecer el camino recorrido. Para eso sirve guardar las cartas.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Pues ya veremos...



Me llama mi amigo Jaime esta semana todo enfadado por el rollo de la pandemia. Mi amigo tiene 4 hijos y 9 nietos y ¡a estas alturas todavía no sé ni con quién voy a pasar la nochebuena! ¡Que si allegados, que si cuatro, que si diez...! ¡Y las mascarillas! ¡Y los toques de queda! ¡Y la madre que los parió!, sigue despotricando. Él y yo coincidimos en que nunca pensamos vernos en este berenjenal y que nosotros, ¡ilusos!, hubo momentos en marzo en que imaginábamos que en junio ya estaríamos todos de parranda y libres de la pesadilla. Ja, ja.

Pero me pongo con él en plan terapeuta optimista porque lo último que necesitamos ahora son depres y melancolías por el covid. Y le empiezo a enumerar las causas por las que habría que estar hasta contentos. Que sí, le digo, que esto es uno de los 4 jinetes del Apocalipsis, pero que me tiene que reconocer que es mejor que los otros tres -el hambre, la guerra y la muerte-, dónde va a parar. No le digo lo de "más se perdió en Cuba", como afirmaba mi abuela, pero sí le leo un supuesto que vi en un artículo de Íñigo Domínguez: Imaginen una película en la que hay un virus terrible y para frenarlo hay que moverse haciendo el pino, quienes no sepan hacerlo deben asistir a clases de gimnasia y, si no, son evacuados al espacio exterior. Pues ya ves, le cuento, ahora no te exigen tanto: una mascarilla (y no sabes lo que las mujeres nos estamos ahorrando en potingues y lápiz de labios) y tener espacio libre alrededor. Una minucia, relájate.

Y también, la verdad es que nos estamos ahorrando, con eso de llevar la boca tapada y no salir tanto, los airones de otros diciembres (Airón: enfermedad que no recogen los libros de medicina pero que todos nosotros sabemos en qué consiste). A estas alturas y con este frío, el año pasado estábamos todos con el moco colgando y los estornudos estremecedores. Y míranos ahora, qué pimpantes, que no hay quien nos tosa.

Y luego le cuento otra ventaja de la pandemia: el descubrimiento de Miguel Ángel Martín, un actor malagueño que se ha dedicado a poner en las redes monólogos de humor desde la cocina de su casa, en pijama y con una taza con la bandera británica en la mano (¡yo tengo una parecida!), de la que casi nunca bebe. Son solo unos minutos, pero ¡cómo me ha alegrado la vida! No solo por lo que dice sino por cómo lo dice, con la perplejidad del que mira este mundo disparatado por primera vez y empieza a reflexionar con ese Que estoy yo pensando que.... El último que le oí, sin ir más lejos -le cuento a Jaime-, estaba él pensando que, como la gente se tome en serie, cuando todo esto pase, el retomar todo lo perdido -las copas, las fiestas, los cumpleaños, las ferias, las fallas, las procesiones de semana santa...-, no va a tener ni cuerpo, ni tiempo, ni dinero, ni salud, ni vida pa tanto plan. Que pongamos los marcadores a cero y que no hagamos planes, por favor.

Así que le digo a Jaime que le haga caso y no haga planes, que ya irán saliendo. El año pasado por estas fechas ya teníamos pensado y planificado nochebuena, navidad, fin de año, año nuevo y reyes. Sabíamos quiénes vendrían a cada fiesta, los regalitos en la mesa, la música que amenizaría el cotarro... Ahora, cuando hablamos de eso y ni siquiera sabemos dónde vamos a pasar cada festejo, terminamos todos diciendo: Pues ya veremos... El elemento sorpresa, que le dicen.

Porque otra cosa buena que ha traído la pandemia es enseñarnos a tener paciencia. Como le leí también a Clara Díez, una activista del queso artesano, la vida (como el queso) lleva sus tiempos y las respuestas llegan: antes o después pero llegan.  ¿No te parece, Jaime?

- No sé, no sé... -me contesta, seguramente asombrado con mi elocuencia y dotes oratorias.

- Ah, y otra cosa buena de la pandemia- remato- : con ella tendremos tema abundante de conversación para años.

- Pues ya veremos... -me dice al fin.




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