lunes, 28 de noviembre de 2022

Mi primera (y única) entrevista: Ana González Duque



La semana pasada mi hija publicó su última novela, una romántica titulada El silencio entre tú y yo. Como una de sus lectores cero, ahora me tocaba reseñarla, igual que hice en las anteriores, contando lo bien que me lo he pasado leyéndola (dos veces) y analizando los tiempos, los espacios, la trama y los personajes. Pero esta vez pensé que nunca he entrevistado a nadie y me hacía ilusión hacerlo, que quién mejor que ella para hablar de su obra y que ¡qué demonios! seguro que ella no se atreve a decirme que no. Así que le di, como se dice en la profesión, una "batería de preguntas" y ¡tachán!, aquí está el resultado: mi primera, única y última entrevista a una escritora. ¡Que la disfruten!

¿Cómo surgen las historias? ¿Hubo en esta novela un germen, un principio de lo que iba a ser El silencio entre tú y yo?

Rosa Montero habla de una cosa llamada «el huevecillo» en su libro La loca de la casa. Creo que es algo que, salvando las distancias, compartimos todos los escritores. Ese germen de la historia del que luego vas tirando. Yo empiezo cada novela con una libreta y cada una es distinta. Algunas empiezan por el título, otras por un personaje, otras por una idea de conflicto y otras por un escenario. Esta empezó porque quería construir una historia alrededor de una neurocirujana que trabajara en Dolor Crónico, que era mi especialidad dentro de Anestesia. Así que, en El silencio entre tú y yo, el huevecillo fue Andrea.

¿Y después? ¿La cosa va surgiendo poco a poco o tienes que tenerlo todo organizado en tu cabeza para escribirla? ¿Mapa o brújula?

Ninguna de las dos cosas. Paisajista. Me explico. Un escritor de mapa tiene que tener todo escaletado, cada escena de la novela. Un escritor de brújula sabe normalmente el principio y el final pero no cómo llegar de uno a otro, va improvisando sobre la marcha. Yo soy algo intermedio. Sí que tengo la estructura de la novela antes de empezar: qué pasa en el primer acto, cuál es el primer punto de giro, qué pasa en el segundo, cuál es el clímax de la novela y cómo termina. Y algunos puntos y escenas en medio. Pero el resto es una gran nebulosa que se va aclarando a medida que trabajo en el argumento.

 ¿De qué va El silencio entre tú y yo?

Las dos hermanas Miró no tienen suerte en el amor. Andrea es una neurocirujana que ha pasado tres años fuera de España, entre otras cosas para intentar olvidarse de su novio, que la dejó cuando iban a casarse. Y Susana, su hermana pequeña, profe de Literatura, acaba de encontrarse a su novio con otra. Las dos empiezan a compartir piso y a intentar pasar página, pero la vida a veces te sorprende. A Andrea, con un jefe que no es otro que su exnovio. A Susana poniéndole delante al hombre de sus sueños que pueden convertirse en pesadillas.

 ¿Hay algo de ti en alguna de las dos protagonistas?

Siempre hay algo de mí en cualquiera de mis personajes, incluso en los villanos de las novelas fantásticas porque, después de todo, soy yo la que está detrás. En este caso, Andrea tiene mi experiencia en quirófano de dolor crónico y Susana, el amor por la cocina. Reconozco que soy más Susana que Andrea. 

De los dos protagonistas masculinos, ¿cuál te gusta más y por qué?

Soy del equipo de Pablo. Tal vez porque lo veo más complejo como personaje, me costó más trabajarlo. Bri es divertido y tierno, Pablo está lleno de aristas y es mucho más gris. Será que me gustan los imperfectos. 

¿Hay algún personaje real?

Pues, aunque parezca mentira, Teresa, la vecina imprudente y medio loca. Teresa es real. Es la vecina real de un amigo mío. Recuerdo que yo tenía el borrador de la novela a medias cuando él contó en una cena qué tipo de vecina tenía y que casi les había inundado el piso porque se había dejado un grifo abierto. Después de reírme, pensé: «¿Y si…?». Y le pedí permiso para apropiarme de ella. Espero que la Teresa real (que, por cierto, no se llama Teresa) no me lea nunca. 

¿De qué parte de la novela te sientes más satisfecha?

Parece una tontería, pero del principio y del final. Cuando consigues enganchar al lector con el principio tienes mucho ganado, pero un buen final es oro porque consigue que te vuelvan a leer. Mucha gente me ha escrito diciéndome que les ha gustado el final y que se engancharon enseguida a la novela.

 Dejaste la Medicina por la Literatura. ¿Te has arrepentido alguna vez?

Pues no. A la gente le cuesta creerlo, pero es que estoy haciendo algo que me encanta, soy mi propia jefa y no tengo que hacer guardias de 24 horas ni trabajar los fines de semana ni las navidades.

¿Cómo es el día a día de una escritora?

Lo cierto es que trabajo más horas que cuando era anestesióloga. Me levanto a las siete. Hago una hora de ejercicio y me pongo a trabajar. Por la mañana, suelo agendar el trabajo que me lleva más concentración: escribir, corregir, planificar… La tarde la reservo a las redes, blog, podcast y cursos. Doy clases de marketing para escritores en la Escuela de Escritores de Madrid, en la Universidad Complutense de Madrid y en mi propia web: Marketing online para escritores

¿Ya estás viviendo en otra novela?

Ya tengo planificadas las de 2023 (risas). Pero sí, ya estoy a la mitad de otra novela. Mi idea es terminarla en enero para meterme a fondo con lo que tengo para 2023. Pero hasta ahí puedo leer, como decía Mayra Gómez Kemp.

 ¿Y cuál es la mejor lectora cero del mundo?

 Jajajaja, por supuesto tú. 




Breve nota biográfica: Ana González Duque (Santa Cruz de Tenerife, 1972) trabajó como médico de familia, de urgencias y anestesista durante 21 años hasta que en 2017 decidió colgar la bata y dedicarse a escribir a tiempo completo. Antes se había estrenado como escritora al ganar el Premio Nacional de Poesía Félix Francisco Casanova en 1994 y al año siguiente el Premio Juventud y Cultura de Canarias. Ha escrito tres poemarios, seis libros de no ficción, diez novelas (fantasía, romántica y juvenil) y ha participado en tres antologías de cuentos. Además dirige la empresa Marketing online para escritores (MOLPE), es directora editorial de AnestesiaR, edita libros para escritores en MOLPEditorial y da clases de Marketing para escritores, como ha dicho en la entrevista, en la Escuela de Escritores de Madrid, en la Universidad Complutense y en su propia web. Por último, lleva el podcast de "El escritor emprendedor" y forma parte con otras escritoras de la Tribu de la Romántica, que es un grupo que aboga por la dominación mundial de la novela romántica.

El libro "El silencio entre tú y yo" puede adquirirse en las librerías de Tenerife, en Amazon y en la tienda de Marketing online para escritores (dedicado y con solapas)

lunes, 21 de noviembre de 2022

El animal que hace colas


Cola en Doña Manolita

La semana pasada, como algunos se habrán dado cuenta, no estuve por aquí sino que fui a darme una vueltita exprés por Madrid, a cambiar de aires un rato. Ya saben, un vermut en el Mercado de San Antón, una visita a Segovia, una noche al teatro, los churros del desayuno, caminatas hasta el Retiro, compra de algunos turrones en "Casa Mira"... y para de contar, porque fue un visto y no visto. Pero esta vez, además, me llamó la atención la cantidad de colas que había por todos lados. Hasta me salió un aforismo filosófico, tal como si fuera un Heráclito redivivo: "Todo viaje empieza con una cola".

Es la verdad de la vida. En el aeropuerto, nada más entrar, te obligan a hacer una cola serpenteante, a la derecha, a la izquierda, hasta llegar con la lengua fuera al mostrador de facturación. Y luego, durante la estancia, vi colas para entrar en el Congreso, colas en el Thyssen para una exposición de Picasso/Chanel, colas en el Museo del Prado, colas para entrar en Primark antes de que abran las puertas, colas en el Museo del Jamón, en "1902" para desayunar churros, en el WC de mujeres del aeropuerto... Y, sobre todo, colas kilométricas (recorrían toda la calle del Carmen y luego por lo menos dos manzanas de la Gran Vía) para comprar lotería de Doña Manolita. Gente de todo pelaje y condición regalando horas y horas de su tiempo esperando el santo advenimiento, como nos decían en el colegio. ¿Por qué lo harán?.

Leí hace poco un artículo ("Radiografía de las colas" de Enrique Alpañés) en el que explicaban que hacer colas es un mecanismo de supervivencia en ciudades muy pobladas donde hay pocos recursos para mucha gente: hacen cola para no perderse lo que sea que estén ofreciendo. Que a lo mejor también es por imitación, por eso de "¿Dónde va Vicente? Donde va la gente". O tal vez sea por el instinto gregario, para sentir que formamos parte de algo: "Ah, yo no estaré en el Orfeón Donostiarra, pero hago colas que es un primor"... No sé, pero yo he llegado a pensar que a lo mejor es por vicio.  En las colas de Doña Manolita estaban horas de pie, derechos como postes, con un frío que pelaba y a veces bajo la lluvia. Al lado había mujeres y hombres con paneles llenos con la misma lotería, solo que 2 euros más caros, lotería que cualquiera podía comprar sin hacer cola. ¿Ustedes vieron que alguien se movió hacia ellos para ahorrarse las fatigas? Pues yo tampoco: nadie. Alguna explicación tiene que haber, algún atractivo que los anticolistas no hemos captado todavía.

Como últimamente me estoy poniendo sentenciosa (debe ser la edad), he registrado otra definición del hombre al lado de las que les conté aquí, cuando hablé de la faceta bailona: El hombre es el único animal que hace colas. Cuando un perro, un león o un buitre se acerca a la comida, la cosa es para el primero que llega, nadie dice aquello de "¿Quién da la vez?". 

Y porque ahora no me está dando por lo antropológico, como en otros tiempos, porque ¡menudo estudio se podía hacer de las colas! El tipo de personas, que hay en cada una, las relaciones que pueden surgir (tantas horas esperando dan para  contarse hasta los secretos más perturbadores de toda una vida), el arte de colarse en una cola (creo que los chinos son unos expertos), la diferencia entre las conversaciones de las distintas colas (yo hice una vez una cola para hablar con Joel Dicker en la Feria del Libro y en el tiempo que esperamos me hice amiga de otro lector y entre los dos analizamos su "La verdad sobre el caso Harry Quebert" por delante y por detrás. Imagino que en la cola de Doña Manolita la conversación girará sobre aquella vez que no les tocó el Gordo por solo un número y cosas así). Incluso se podría hablar de la incoherencia del hecho de hacer colas con los refranes de toda la vida, como "El que espera desespera" o "El tiempo es oro", cosas que la realidad de las colas desmiente totalmente.

Cuando volvímos a Tenerife, estuvimos metidos en el avión sin salir durante media hora ¿Qué esperábamos? A que al avión, que era el último de una larga fila de aviones que hacían cola, le dieran permiso para volar. Entonces completé mi aforismo heracliteano: "Todo viaje empieza y termina en una cola".


Cola en el Thyssen


lunes, 7 de noviembre de 2022

Soy negacionista



Los movimientos negacionistas han rechazado realidades documentadas a lo largo de la historia, pero parece que es ahora cuando más se les oye por todos sitios. Primero empezaron con que el hombre no había llegado a la Luna, argumentando que todo había sido un montaje en el desierto de Nevada, que la bandera no debía ondear en el vacío, que les habían pagado millones a los astronautas para que hicieran la pantomima...; después también negaron que Elvis Presley hubiera muerto o que Paul McCartney estuviera vivo; han negado el Holocausto, la evolución de las especies, que la Tierra sea un planeta esférico que se mueve en la inmensidad del espacio (cuando todo el mundo sabe que es plana y está quieta como un guardia, dicen); rechazan el cambio climático y la causa de enfermedades como el covid y la eficacia de las vacunas; y lo último que les he oído negar es la guerra de Ucrania, porque, según ellos, son los propios ucranianos los que se tiran bombas a sí mismos para poner a Rusia en un compromiso.

¡Y una toda la vida siendo afirmacionista! Una fue de las que, con 21 años, vio emocionada cómo Armstrong descendía del Apolo 11 y decía lo de "Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad"; una ha visto a Paul McCartney vivito, coleando y cantando todavía y no ha vuelto a ver a Elvis desde aquel 16 de agosto del 77; una ha leído relatos y ha visto rastros del holocausto por toda Europa; una está segura de que el hombre ha evolucionado y de que el mundo no es plano, y así lo ha explicado en clase; una ha constatado, por experiencia, que cada vez hace más calor, y por estudios de la Unesco, que en 30 años desaparecerán 460 glaciares debido al cambio climático; una, que se ve ya libre de mascarillas, todavía dice: "¡Benditas vacunas!"; y una, que ve con temor una guerra en Europa, no puede quitar la responsabilidad a los hijos de Putin.

¿Entonces, qué? ¿No nos va a quedar más remedio que convertirnos también al negacionismo imperante, si queremos estar en la onda? ¿Nos van a convencer de que la vida no es como parece? ¿Nos vamos a chiflar todos?

Para que por mí no quede, y aunque ya ellos han negado casi todo, voy a empezar yo también a negar algunas pocas verdades establecidas todavía. Niego la existencia del Coco, personaje al que mis nietos chicos escriben y les cuentan sus cosas. Niego la existencia del Ratoncito Pérez, sobre todo porque no veo por ningún sitio la tremenda fábrica de marfil que tendría que haberse construido con todos nuestros dientes. Y niego la existencia de Papá Noel, que nunca, el muy agarrado, me ha regalado nada. A los Reyes Magos no los niego por si van y se enfadan y no me dejan lo que les voy a pedir este año. Pero creo que con lo dicho ya se me puede considerar negacionista (y a lo mejor hasta influencer, qué lujo).

Y un apunte: todo empezó con Nietzsche (siempre los filósofos son culpables de todo), que fue el primero al que se le ocurrió negar a Dios, y a eso le siguió la catarata de negacionistas. "Dios ha muerto", dijo Nietzsche. Claro que, tiempo después, "el que ha muerto es Nietzsche", dijo Dios.


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