Yo tuve dos pen-friends. La primera fue una francesita, llamada, cómo no,
Mireille, que vivía muy cerca de París, en Epinay-sur-Seine. Tengo todavía, en un
álbum dedicado a los amigos de entonces, las fotos amarillentas de Mireille con
su gatito, con sus padres, con sus hermanos, en el jardín de su casa, en un
veraneo en Normandía… las fotos, en fin, de una familia de franceses a los que
no conozco de nada. ¿Dónde andará ma petite Mireille (así se firmaba ella)?
El otro pen-friend era un chico larguirucho y pelirrojo, llamado Teophile,
que estudiaba para marino y hacía prácticas en un barco alrededor del mundo.
Estas cartas eran más interesantes, sobre todo porque mandaba postales de
lugares exóticos, pero quedaron interrumpidas bruscamente cuando mi padre
descubrió que se despedía con un “je t’embrasse bien fort” y, en ese tiempo, los
abrazos muy fuertes ¡y de un chico francés!, aunque fueran virtuales, se
consideraban extremadamente pecaminosos.
Pero eran amigos, como dice Mafalda, de morondanga. Nunca les conté, ni ellos
lo hicieron tampoco, lo que pensaba ni lo que quería hacer con esa vida que
estábamos estrenando. Nunca supieron de mis miedos ni de mis esperanzas. Las
cartas eran una mera lista de actividades e incluso las de Teophile se limitaban
a decir algo así como “llegué a Hong-Kong y dentro de dos días nos vamos a
Tokio” ¿Imaginó, tal vez, ante los ruidos, olores y colores de un mercado
marroquí, estar dentro de un cuento de “Las mil y una noches”? ¿Pensó que la
bahía de Sydney era la más bella del mundo? ¿Tuvo aventuras, pasó miedo alguna
noche ante un mar encrespado? ¿Se habrá encontrado con piratas o con el capitán
Nemo a bordo del “Nautilus”? Nunca lo supe.
Los amigos no sólo son aquellos que nos acompañan en la vida, aquellos con
los que hemos vivido experiencias y nos conocen como si nos hubieran parido. No
son sólo hombros en los que llorar o carcajadas compartidas y sonrisas
cómplices. Los amigos son, sobre todo, aquellos que nos aceptan como somos, con
nuestros defectos y majaderías, sin pedirnos que seamos distintos, benditos
sean.
Los pen-friends, en cambio, eran amigos perfectos. No les conocimos defectos
ni berrinches ni si se despertaban un día de mal humor o, como decía mi abuela,
con el culo destapado. Por eso, precisamente, nunca fueron amigos, nunca fueron
friends. Yo los dejaría en “simplemente, pen”.