¡Que no, Luis, alma de cántaro, que cómo se te ocurre que la mejor forma de llegar a la fama es plantándole un beso en la boca, sin venir a cuento, a una jugadora de fútbol, justo cuando ella acaba de alcanzar el mayor triunfo de su carrera, ganar los mundiales, y está a otra cosa! No. Ni esas son formas (no se lo has hecho a los jugadores masculinos, o sea, que no puedes decir lo de "es que soy así de cariñoso con todos"), ni eso es un beso (llámalo provocación, chulería, prepotencia...).
¡Cómo pensaste, cabeza de chorlito, que era buena idea agarrarle la cabeza con las dos manos para que no se te escape y, hala, propinarle un beso que la pobre se llevó sin comerlo ni beberlo! Se ve que tú, calamidad, no tienes interiorizada la canción que cantaba mi madre, aquella de "le puede usted besar en la mano, o puede darle un beso de hermano, y así la besará cuando quiera... Pero un beso de amor no se lo dan a cualquiera". Y los besos en la boca suelen ser besos de amor.
Si hasta las prostitutas lo dicen, Luis ¿O no has visto Pretty woman? Cuando Edward le pregunta a Vivian por lo qué hace, ella contesta que de todo, excepto besar en la boca porque eso es algo muy personal. Y tú ahí, repartiendo ósculos como si fueran gratis.
No, no hay derecho a que el tema de la semana pasada en España y parte del extranjero sea un beso no-beso. Mira, bobo de baba, y aprende lo que es un beso consentido. En la imagen inicial está uno de esos besos de amor en el cuadro "El beso" de Francesco Hayez (Pinacoteca de Brera, Milán). Las manos de él están en la cara de ella, pero no son garras, como las tuyas que aprietan la cabeza para acertar bien en los labios, no. Son manos que acarician suavemente, con ternura y pasión, mientras ella se entrega y besa también. ¡Y hay tantos besos recogidos en el arte! Los de Klimt, el de Rodin, el de Ingres... Y, por supuesto, en la literatura y el cine: sensuales besos en "El cantar de los Cantares", besos dados por príncipes azules en los cuentos, los apasionados besos censurados del final de "Cinema Paradiso"... Y Bécquer, codiciándolos en la Rima XXIII: "Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... ¡Yo no sé qué te diera por un beso!.".
Manuel Rodríguez Rivero terminó uno de sus escritos de una forma que suscribo completamente: "Aprendamos a valorar nuestros besos, sin despilfarrarlos ni escatimarlos, sabiendo a quién y por qué besamos. Y cómo. Prodiguémoslos con los amigos, con los padres, con los hijos. Y, sobre todo, con los amantes: esos besos tormentosos y secretos, oscuros y golosos, suaves y sensuales. Esos besos, "hormigueantes y profundos" que anhelaba Baudelaire.".
Así que, Luis, tortolín, no es solo que hayas empañado el éxito histórico de un puñado de jugadoras que han hecho un esfuerzo enorme por estar en los cielos del deporte; no es solo que hayas abusado de tu posición de poder para hacer y decir lo que te da la gana; no es solo que le quites importancia a lo que la tiene. Es que, además, has rebajado el significado de un beso, la señal del encuentro entre dos almas, a un morreo intempestivo.
Solo por eso (como decían los niños cuando yo era chica), ¡vétete!.