"La primavera ha venido y yo sé por qué ha sido..." cantaba Luis Mariano aleteando las pestañas en "Violetas imperiales" allá por el año de la pera. Y sí, aquí la tenemos, inesperadamente, con un frío repentino después de días soleados, como de agosto. Y ha venido agitada y caprichosa, como una niña malcriada: accidentes catastróficos, terrorismo a tutiplén, insultos y noticias inventadas cara a las elecciones, guerras coleando, ciclones y terremotos... No nos privamos de nada. Y es que son tiempos revueltos, también en el espacio más cercano. Tengo amigos que pasan malas rachas y personas a las que quiero que lo están pasando mal y no sabes cómo consolar: crisis, complicaciones, enfermedades, incomprensiones, desvelos.
Pero tras el desasosiego, te das cuenta de que todo es parte de la vida -¡Qué complicados somos los humanos!- y miras alrededor y ves que en el jardín, aunque el día esté gris, las calas trompeteras han crecido puntuándolo de blanco y las buganvillas rebosan de color y ya empiezan a amarillear los plátanos en la huerta. Y en el palomar han nacido los pichones -tan frágiles- y los niños, cuando vienen, piden al abuelo que los deje tenerlos en las manos y sentir su latido. No hay animal más indefenso (ni más feo) que un pichón recién nacido. Y, sin embargo, qué fortaleza promete ya. En esos mismos periódicos que hablan de sucesos tremebundos, viene también la noticia de una paloma que voló y llegó sana y salva desde Tenerife hasta Finlandia posada en el tren de aterrizaje de un Boeing 737, 5200 km. durante 6 horas, soportando alturas de vértigo, falta de oxígeno y temperaturas muy por debajo de 0º. Qué aguante y vigor y ganas de vivir la de esta paloma turista que, ahí aferrada a un tren de aterrizaje nada fiable, parece decirnos que en las peores circunstancias también puede haber un buen final, si uno se lo propone y se agarra a lo que verdaderamente importa.
Por eso en los momentos inestables que todos pasamos alguna vez, mientras veo el pichoncito, delicado y tal vez audaz, en la mano de mi nieta pequeña, me parece oír las palabras del poeta que, ante un olmo seco, hendido por el rayo y en su mitad podrido, supo descubrir las hojas verdes de la vida transmitiéndonos consuelo y esperanza: "Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera".