Mis nietos pequeños saltan y brincan mientras cantan una canción que dice: "Este es el baile del esqueleto, mueve la cintura, no te quedes quieto, y, si este ritmo para de sonar, yo me congelo en mi lugar". Y en ese momento, se callan y efectivamente se "congelan" quedándose inmóviles, tal como el cese de la música los encuentre: con los pies separados o uno en el aire, las manos quietas en una pirueta, la boca abierta con gesto de piedra... Y así, hasta que se reanuda la canción y empiezan a bailar otra vez.
Me he acordado estos días del baile del esqueleto cuando veo el cese de actividad que supone agosto. En el herbolario donde compro un pan integral con pipas de calabaza que me encanta para mis desayunos me anuncian que hasta septiembre no lo traerán; voy a comprar tela para un mantel a "El Kilo" y, al ver que les queda poca, pregunto si me pueden mandar a pedir más y ya sé, por la cara de la dependienta, que hasta septiembre no hay nada que hacer; la licencia por obras que estamos esperando del Ayuntamiento, ya ni pregunto; mi peluquería echa el cerrojo durante este mes y yo con estos pelos; también cuando paso al lado de mi antiguo Instituto sé que a partir de hoy, 31 de julio, estará cerrado a cal y canto, con lo que van dados los que necesiten un título o un certificado durante este mes. Y roguemos a los cielos para que no nos dé un jamacuco o no se nos estropee la lavadora... ¿Hay alguien trabajando ahí fuera?
Agosto es por excelencia el mes de las vacaciones, una de esas palabras que siempre alegra el ánimo y hace sonreír. Viene de los verbos latinos vaceo y vacare, que significan vaciar o estar vacío, y es algo así lo que se hace en este tiempo bendito: vaciarse de todo lo que nos tiene sujetos en los meses de trabajo, desconectar, desenchufarse, estar ociosos. También otros derivados son vagar y vaguear y vagabundear, otras muchas cosas que también se hacen en vacaciones.
¡Y bienvenidas sean! Porque ya saben que lo de tener vacaciones es de ayer mismo, como quien dice, aunque Platón y Aristóteles (siempre ellos) ya insistieron hace miles de años en la importancia del ocio para desarrollar el coco. Pero luego, durante siglos, eso de no trabajar y que encima te pagaran, estaba pero que muy mal visto, con eso de que esto es un valle de lágrimas y que aquí se viene a trabajar y sanseacabó. Eso sí, los ricachones tenían bula y a ellos lo de penar, como que no. Fue solo hace un siglo, en la revolución de 1917 en Rusia cuando el gobierno bolchevique introduce en sus leyes el derecho a gozar de vacaciones y, un año más tarde, en España una ley contemplaba 15 días libres para los funcionarios. Pero eran intentos más teóricos que prácticos. El 1º que lo puso eficazmente en práctica y para todos los trabajadores fue en Francia el gobierno del Frente Popular de Leon Blum en 1936. Y luego poco a poco se fueron incorporando los demás estados europeos. Costó ¿eh? Pero ahora tener días libres que permitan oxigenar el cerebro y recargar pilas es una de nuestras señas de identidad y uno de los pilares del Estado de Bienestar europeo (Estados Unidos, por ejemplo, no lo contempla en sus leyes, siendo un asunto a negociar entre empresa y empleado. Y los pocos que tienen vacaciones son por solo 10 miserables días).
Alegrémonos, pues, porque es un logro irrenunciable y nada más lejos de mí hablar en contra de ellas. Pero ¿es necesario paralizar el país durante el mes de agosto? ¿Nos lo podemos permitir? ¿No podría contratarse a más gente, hacer más turnos, organizar la cosa un poco más racionalmente? Vayan pensándolo las sesudas cabezas que nos gobiernan, que para eso están, porque me da que no es de recibo este "baile del esqueleto" en el que se engolfa el país trabajando como locos durante todo el año para luego, en agosto, de repente "congelarse" y que aquí no se mueva ni el Tato. Vamos, digo yo.