lunes, 26 de abril de 2021

Los largos caminos



Los canarios parecemos vivir volcados hacia el mar. Nos gusta que desde nuestras casas podamos verlo, un resplandor azul allá a lo lejos, y podríamos permanecer durante horas absortos contemplando las olas - a veces encrespadas, a veces mansas- como si fuera un espectáculo nunca visto que nos sosiega el alma. Como decía Tomás Morales en un poema que me gusta mucho, el mar es como un viejo camarada de infancia, / a quien estoy unido con salvaje amor; / yo respiré de niño su salobre fragancia, / y aún llevo en mis oídos su bárbaro fragor.

Curiosamente, en estos días recibí dos mensajes relacionados con el mar y los largos caminos a través de él. Mi amigo Alfa me manda una noticia sobre la recuperación y conservación del correíllo "La Palma", del que el capitán dice que, con sus 109 años, entre sus cuadernas se respira la historia de nuestras islas. Apenas algunos privilegiados pueden contarlo, dice. Leyéndolo, me invade la nostalgia y pienso que fui de esos privilegiados que en los años 50 y 60 subíamos a este y otros correíllos rumbo a La Palma, cargados de regalos para los parientes de allí y decididos a pasar la gran aventura náutica de nuestras vidas... para terminar gimiendo en el camarote por el mareo ¡Bien se movían! Recuerdo que , en al año 55 al ir a la Bajada de la Virgen, una señora, apiadada de ver que no levantaba cabeza, me ofreció melocotones en almíbar. Cada vez que los veo me acuerdo del olor del barco, del balanceo de las olas y del ruido del mar.

El otro mensaje, de mi amigo Juan, es sobre testimonios de los jóvenes que iban en barcos de emigrantes clandestinos a Venezuela. Juan me dice sobre el "Anita": Encontrarás una historia que me toca de cerca. En él iba mi padre. Los relatos de los pasajeros de estos barcos que salieron desde distintos puntos de las islas son muy parecidos. Iban cargados de personas (286 en el "Nuevo Teide" donde cabían muchos menos) huyendo del hambre, de las penurias de la posguerra y de las represalias, y el viaje duraba aproximadamente mes y medio. Dormían sobre sacos o telas en el suelo, las necesidades las hacían en el mar colgados de una cuerda, comían mal (gofio con gusanos, cuentan los del "Doramas") y con el agua racionada hasta tal punto que alguna vez atacaron al que guardaba el único bidón que tenían. Mes y medio en condiciones infrahumanas para luego llegar y que los recluyesen en la isla de La Orchila donde dormían con las vacas. Un pasajero le dijo a otro que lloraba sin parar: Sufra, pero calle.

A todos los canarios nos suenan estas historias porque todos tenemos parientes que hicieron la travesía en mejores o peores condiciones: el padre de Juan que tuvo que pagar 6000 pesetas de las de entonces por el viaje; mi abuelo, que nunca volvió; el abuelo de mi marido, que se fue con un hijo de 15 años y este murió en el viaje; mi marido que, con 10 años, tuvo que estar 3 días y 3 noches con el chaleco salvavidas puesto porque el barco estuvo a punto de zozobrar...

Desde que el mundo es mundo, o mejor, desde que estamos en él, los humanos no hemos parado de caminar. Primero, nos marchamos de África, que es la que parece ser nuestra cuna primitiva. Nos repartimos por el mundo y, aunque nos íbamos asentando en sitios, muchas veces, por hache o por be, teníamos que salir escopetados de allí. Como dice Irene Vallejo, todos los imperios se edifican sobre cimiento mestizo de civilización y barbarie. Somos descendientes de los andariegos que tuvieron que dejar su hogar buscando una vida mejor. Para los canarios, en particular, los largos caminos pasaron por aquí, llegados del mar y de vuelta al mar. Ahora que vemos a otros caminando con el mismo afán de buscar la fortuna, sería bueno que nunca lo olvidáramos.


El Telémaco, que viajó de la Gomera hasta Venezuela en 1949. 


lunes, 19 de abril de 2021

Lo que cabe en una semana



 ¿Ustedes se han fijado en todo lo que cabe en una semana? Yo lo he hecho en esta última y encontré que:

En un día recibí una mala noticia que puede acabar convirtiéndose en buena. Un único día no salí de casa y un único día encendí la tele: vi "El golpe", con los bellos y estupendos Paul Newman y Robert Redford. Un día recogí naranjas y nísperos de la huerta y corté calas para ponerlas en un jarrón en la sala. Un día en el horno se me quemaron las almendras. Un día comí con mis amigos austriacos que ya se van dentro de poco. Brindamos con champán por la vuelta sin restricciones en otoño . Un día escribí este post.

Dos días fui a la casa del sur y vi un mar de olas rabiosas y una noche tan estrellada como para contar constelaciones y seguir el surco que dejaba un satélite, despacio por el cielo. Dos días comí fuera de casa, uno de ellos en un restaurante donde probé por primera vez chips de morena y disfruté de un abadejo a la espalda que te puedes morir. Dos días me hicieron tres regalos que no esperaba (son los mejores): tres botellitas de un aceite exquisito (mi ex-alumna y amiga Eva); un frasco de miel, dorada como una joya (mi amiga Chari); y una libreta victoriana digna de Jane Austen (mi amiga Conchi). Gracias, chicas, son ustedes un amor.

En tres días cumplieron años personas a las que quiero mucho: 48, 44 y 70 años. ¡Felicidades! En tres días caminé una hora con mi amiga María Victoria a la orilla del mar y un día nos llovió (foto inicial). Los tres días el broche final fue el cafecito en el bar del club viendo nubes trenzadas en el cielo y a los valientes bañándose con este frío.

En cuatro días recordé los sueños que he vivido por la noche. Cuatro días estuve un rato con mis hijos y nietos. Mis nietos pequeños me hicieron dibujos preciosos y me contaron chistes escatológicos (están en la edad); mi nieto mayor nos arregló en un pispás el móvil de mi marido, que cojeaba (el móvil, no mi marido); a mi nieta mayor, la artista, le llevé revistas para un collage que quiere presentar en una exposición.

Cinco días puse el despertador temprano. En cinco días hice la comida y la cena y fui (poco) ama de casa. Los cinco días me conecté a Internet y navegué una hora entre imágenes, noticias, recuerdos y chistes (y chismes). Cada uno de los cinco días oí un fragmento de ópera por cortesía de mi amigo Melchor.

En seis días leí y disfruté con dos libros, "El inventor de historias" de Marta Rivera de la Cruz, y "Cuando la luna llora" -poético y misterioso- de Chiki Fabregat. Y empecé a leer el muy original y divertido "La tienda de la felicidad" de Rodrigo Muñoz Avia.

En siete días leí el periódico todos los días pero no oí telediarios ni radio. En siete días me contaron historias nuevas, aprendí canarismos que no conocía, como barbolete o cerneja, y supe siempre de mi familia y de mis amigos (¡Qué grandes inventos son el wasap y el teléfono!). Aproveché algunas horas y otras las perdí, sobre todo buscando cosas: la mascarilla, las llaves, las gafas de ver... No lloré en toda la semana y, en cambio, me reí mucho. 

Y todos los días escuché la pregunta-estrella de la semana: ¿Ya te llamaron para la vacuna?

lunes, 12 de abril de 2021

Desayunar como un rey



Eso es lo que recomienda la sabiduría popular: "Desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo". Es lo que yo también hago y aconsejo siempre a parientes y amigos que casi ni desayunan. Las revoluciones -les digo-, los grandes inventos de la humanidad, las grandes obras de arte, las grandes decisiones -háganme caso- no hubieran ocurrido jamás si los humanos que las hicieron posible no hubieran desayunado bien esas mañanas. Un buen desayuno es el combustible que hace funcionar el cerebro -les repito- y mentes más preclaras que la mía siempre han predicado cosas como que una no debería asistir ni siquiera al fin del mundo sin un buen desayuno entre pecho y espalda (Robert A. Heinlein), o que pase lo que pase en una casa, sea un robo o un asesinato o que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas, lo primero es lo primero: hay que desayunar (Wilkie Collins). Sin ello, se lo juro, no hubiéramos pasado de la etapa de las cavernas.

Así que, como experta en buenas maneras de empezar el día, hoy voy a explicar las características que debe tener un desayuno como es debido.

Un desayuno debe ser sencillo, sin complicaciones ni alharacas. Como ejemplo de lo que no se debe hacer, miren cómo desayuna el actor Orlando Bloom, según leí en una revista. Se levanta a las 6,30 de la mañana (que no son horas) y se pone a entonar cantos budistas (¡sin desayunar!). Después se toma unos polvos verdes (?) que mezcla con aceite de octano cerebral (?), polvo de colágeno para el cabello y las uñas y algo de proteína. Luego otro rato de oír música de Nirvana para volver a tomar un 2º desayuno con papilla, leche de avellanas, canela, pasta de vainilla, bayas de goji, proteína en polvo vegana y un té. Todo eso, aparte de asqueroso y sofisticado, le debe consumir gran parte de la mañana. Tampoco valen los buffets de los hoteles ni los brunch, tan de moda ahora, en los que, de tanta comida, ya no sabes qué elegir.

Un desayuno debe gustarte, debe ser comido relamiéndote de gusto: los desayunos de leche y gofio de pequeños (en casa de mi marido, que vivía en el campo, la leche era, además, recién ordeñada); el desayuno de Reyes con el chocolate y el roscón, atemperado todo con la jiribilla de abrir los regalos; el desayuno que mis amigos Manolo y Daniel se mandaban después de una noche de farra y carnaval (una lata de caballas y una cerveza que les sabían a gloria); los churros con los que una peca de vez en cuando; o el mío diario: un té con una rodaja de pan integral tostado con semillas, queso fresco, a veces un trozo de bizcocho casero, y un vaso de jugo de naranjas de la huerta. Mmmm... 

Un desayuno debe ser tranquilo. Nada de tomarte un café de pie para después irte a trabajar escopetado. La cantante Taylor Swift cuenta que ella toma crepes de trigo sarraceno con jamón, queso parmesano y un huevo frito encima, como "desayuno para llevar". ¿Qué es eso? ¿Para llevar y comérselo sobre la marcha o más tarde, cuando el huevo frito esté como un témpano? No, eso no es fundamento. Al desayuno, el momento más importante del día, hay que concederle tiempo. Qué menos.

Mientras uno desayuna debe contemplar una vista agradable. Cuando hace 40 años proyectamos la casa donde ahora vivimos, una de las cosas en las que me empeñé fue en que desde la mesa de la cocina pudiera ver el exterior. Me siento allí cada mañana y, a través de la ventana y de la puerta de cristal veo el patio con la jardinera florecida, y el valle y las montañas de Guamasa desperezándose al sol mañanero y el pasar de los días y las estaciones. Solo con eso es suficiente para afrontar la vida y sus majaderías con un saludable buen humor.

La última característica (no olviden que hablo de un desayuno perfecto) es que te lo hagan. Yo tengo esa suerte desde que me casé hace casi 50 años y, créanme, por un hombre (o una mujer) que se levante siempre antes que tú y que te haga el desayuno sin protestar y a gusto, merece la pena aventurarse hasta en las aguas procelosas del matrimonio.

Sencillo, gustoso, tranquilo, con una vista agradable y hecho por alguien que te quiere. Visto así ¿quién no desayuna como un rey (o como una reina)?

lunes, 5 de abril de 2021

El esparadrapo del capitán Haddock



Ustedes saben que soy fan de Tintín y que me he leído (varias veces) sus aventuras. En una de ellas, El efecto Tornasol, el capitán Haddock va en una guagua hacia el aeropuerto y, cuando se quita un esparadrapo de la nariz, este se le pega en el dedo y él trata de sacudirlo para que se despegue. El esparadrapo entonces va pasando de pasajero en pasajero hasta que vuelve al capitán y, ya en el avión, se repite otra vez la misma secuencia: del capitán el pegajoso esparadrapo va pasando por todos (incluso llega al piloto) para volver al capitán. El escritor César Mallorquí, otro fan de Tintín, en una de sus interesantísimas novelas, La hora zulú (tercera y última entrega de las Crónicas del Parásito), en el que él mismo tiene un papel, menciona esta escena de Tintín para decirle después al protagonista -que a cada rato aparece por su casa a pedirle refugio y a darle la lata-: Bueno, pues para que lo entiendas: yo soy el capitán Haddock y tú eres el esparadrapo. ¿Ahora qué demonios quieres?.

Yo, como César en el libro, he sentido el efecto esparadrapo. Es más, pienso que todos tenemos un esparadrapo en nuestras vidas, no necesariamente una persona determinada (aunque también los hay), sino una situación, un hecho que, como un bucle, se nos pega una y otra vez y no nos podemos quitar de encima por más que nos sacudamos.Y, además, no sabemos cómo hacerlo.

Y es que majaderos y plastas hay para dar y regalar. A estas alturas de la vida uno tiene sus ideas más o menos definidas y respeta profundamente las de los demás. Es rico y productivo el diálogo y el debate en los que estas se exponen. Pero no lo es la imposición unilateral de los que nos quieren convencer de SU verdad sin importarles un comino tu opinión: grupos religiosos que, como ahora no pueden ir de casa en casa, te mandan cartas ¡escritas a mano! por delante y por detrás; gente que te manda memes y memes poniendo sus ideas por las nubes y ridiculizando las de los demás; están los que nos quieren persuadir de que compremos cosas que no necesitamos y nos dan la vara para ello... Pero, sobre todos ellos, los más plastas de todos los plastas, son los que quieren convencerte de que te cambies de compañía telefónica.

Estos no se contentan con que ya los has rechazado miles de veces, no. Inmunes al desaliento, siguen ahí dale que te pego llamando a tu casa todos los días, a cualquier hora, las 8 de la mañana, a la hora de la comida o la siesta, a las 11 de la noche cuando ya estás dormida... Les da igual, invaden tu casa, vulneran tu derecho a la intimidad y te privan de tranquilidad. Hay quienes, cuando les dices que no te interesa, te dicen: Pero, doña (odio que me llamen así), ¿cómo no va a querer pagar menos?. O peor todavía, cuando  después de todo piensas que son unos mandados y están haciendo su trabajo, y les tratas de contestar educadamente que no puedes atenderles porque en ese momento hay un avión esperándote para marchar urgentemente a China, no te dejan terminar y te cuelgan el teléfono. No dan las gracias, ni piden perdón, ni nada de nada. Y, como el esparadrapo que no te puedes despegar, ellos vuelven vez tras vez a ocupar tu teléfono y tu tiempo, que es oro para nosotros. ¿No habría manera de hacer algo?

Otra vez vuelvo a Tintín y al capitán Haddock que, ante Serafín Latón (le va bien el apellido), el majadero más majadero de todos los majaderos, que le quiere vender a toda costa un seguro de vida, le espeta, cabreadísimo: Tengo todos los seguros de vida posibles e imaginables... Tengo seguro de vida, de accidentes, contra el granizo, la lluvia y las inundaciones, la subida de las mareas y los tifones, contra el cólera, la gripe y el resfriado. Contra la polilla, las termitas y la plaga de langosta. Todos... El único que me falta es el seguro contra los pelmazos.

Me da que ese es el que nos falta a todos.

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