Por cañaverales,
por las nubes altas,
por rojos celajes,
por las aguas claras...
se cuela el verano.
Se cuela el verano... Los niños pequeños fueron los primeros que me lo anunciaron: "¿Sabes qué, Aba? Mañana ya estamos en verano. ¡Ya no hay tareas hasta septiembre!". Y luego me cuentan de sus cursillos de natación y de baloncesto en julio y agosto... y acto seguido, aunque sean las tres de la tarde, me preguntan por la merienda porque su vida, según ellos, es jugar y comer. Debí haberme imaginado que ya el verano estaba cerca después de aquel increíble atardecer incandescente de rojos y naranjas del que ya les hablé y que la naturaleza nos regaló, como una premonición, el viernes 12 de junio...
Se cuela el verano en mis sueños, donde hace varias noches paseo, testigo invisible de las vacaciones estivales, por las aulas de mi antiguo Instituto, vacías de gente, de ruido y de vida. Doce años desde que me fui y todavía me veo en sueños por el Claustro o por el Patio de los Cipreses, donde di mi última lección el día de la fiesta de Fin de Curso.
Se cuela el verano en la bignonia del patio (imagen inicial), que ha pasado su particular cuarentena de ramas secas y desnudas para cuajarse ahora, como todos los veranos, de flores rosas que alfombran de paso el suelo y forman un dosel bajo el cual algún mediodía podemos tomar una copa de vino blanco bien frío, brindando por la estación.
Se cuela el verano en las celebraciones del solsticio: el cumpleaños de mi hija, que nació hace 48 años un 24 de junio, cuando todavía ahumaban los fuegos de la noche de San Juan. Esta vez, sin hogueras, voladores o hechizos, pero oliendo sin duda el aire perfumado de junio y soplando al menos las velas que señalan un año más. Y también el cumpleaños de mi amigo Daniel, tan sabio y tan buena persona, al que veo poco y quiero mucho desde que nos conocimos de adolescentes y seguimos después con una amistad a prueba de ausencias. Cuando lo llamo para felicitarlo me cuenta que está releyendo el Quijote y que se lo está pasando genial. Me tienta a acercarme a ese libro universal y miren lo que encuentro:
Una mañana antes del día que era uno de los más calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo...
Con el mismo alborozo que Don Quijote elige el mes de julio para salir al mundo y a la aventura, hagamos sitio también nosotros en nuestras vidas a este verano excepcional y distinto que se nos cuela casi sin darnos cuenta. No habrá viajes, ni romerías, ni fiestas de pueblo con sus verbenas y ventorrillos... Pero sí baños de mar en aguas transparentes, buenos libros para leer sentados a la fresca en una hamaca, buenos amigos con los que compartir una copa y una buena conversación, atardeceres de ensueño en los que a lo mejor se vea el rayo verde allá en el horizonte...
No lo pensemos más y disfrutémoslo.