lunes, 27 de mayo de 2019

¿En qué momento me convertí en Doña Isabel?




Sí. sí, ya sé que las cosas cambian de nombre, estoy acostumbrada. Que lo que antes era escudilla, arvejas, descanso, agobio, recova, ahora es bol, guisantes, relax, estrés y mercado. Que las calles de Santa Cruz pasan de llamarse, por ejemplo, en lugar de General Sanjurjo, calle de los Sueños y cosas así. Que hasta las ciudades mudan a través de los siglos: ahí tienen a Estambul, que antes fue Bizancio y Constantinopla; o a Sevilla, que fue Ispal, Hispalia e Isbiliya.

Todo eso lo sé. Ya Heráclito nos advirtió, allá por el siglo VII antes de Cristo, de que la vida es mudanza, cambio y alteración. Pero es que lo mío con mis nombres es mucho. Ya he contado en más de una ocasión que yo iba a llamarme solo María Isabel, pero me añadieron al final el "de los Dolores" porque, aunque mi madre odiaba ese nombre, yo, por llevarle la contraria, voy y nazco el viernes de Dolores. Así que, como "la Virgen lo quiso", ahí me ven siendo Mari Lola en toda mi primera infancia. Es más, no me enteré de que también era Isabel hasta los 6 años cuando fui al colegio. Allí al principio no hacía ni caso cuando me llamaban, como si conmigo no fuera, ese no era mi nombre. Hizo falta una reeducación por parte de mis padres para que lo aceptase. Desde ese momento soy Mari Lola o Mari para mi familia y para los conocidos a través de ella (como los de mis veranos en La Palma, Bajamar o Los Realejos); y para el colegio, mis amigos y mi marido, soy Isabel o Isa (y hasta Sabelita por parte de mi amigo Mingo). Para mis alumnos fui Profe, para mi amiga Nati, Jefa e incluso alguna vez las monjas me llamaban por el apellido (cosa que odiaba). Para ustedes en el Blog tengo el alias de Jane; para mi amiga Antoñita, soy Duquesa, para mis hijos, mamá y para mis nietos, Aba. Si esto fuera la Iliada, igual que Aquiles es "el de los pies ligeros", yo sería "la de los múltiples nombres":

A pesar de esto, he podido vivir con todas mis personalidades sin traumas. Pero lo que me ha dejado descolocada es que, de un tiempo a esta parte, estoy siendo cada vez más Doña Isabel. En Lógica cuando hablamos de términos imprecisos poníamos el ejemplo de "Si a un hombre se le caen los pelos uno a uno ¿cuándo se le puede llamar "calvo"?" Pues a mí me pasa algo parecido, que veo los límites confusos y no sé en qué momento dejé de ser Isa para convertirme en Doña Isabel. 

Me lo llaman los obreros que están haciendo la reforma  de la casa de los abuelos de mi marido, me lo llama la señora que me ayuda en casa, me lo llama el electricista y el fontanero, me lo llaman los camareros de los sitios a los que solemos ir a comer (como ven en la imagen) y los que me atienden en oficinas públicas. Doña Isabel por aquí, Doña Isabel por allá... Y no puedo por menos que pensar: ¡Cielos! ¿Habré cambiado también yo y me estaré volviendo respetable?

lunes, 20 de mayo de 2019

¡Por la familia!




Esta semana el día 15 de mayo ha sido el Día Internacional de las Familias. No sé a quién se le ocurrió eso de los días internacionales, porque hay algunos dedicados a lo más peregrino. Pero si hay algo que merezca ser internacional, es la familia. Todos nacemos en una y, aunque es verdad que hay muchas familias a las que, como se dice, hay que echarles de comer aparte, el vínculo familiar existe, es indestructible en la mayoría de los casos y va muchas veces más allá de los lazos de la sangre.

Además, hay muchas clases de familias ¡Será por familias! Hay familias poliginias (un hombre, 2 o más esposas y sus hijos), hay familias poliandrias (una mujer con 2 o más maridos y sus hijos) y hay algunas todavía más complicadas, como las de los naturales de las Islas Marquesas, en las que un hombre con varias mujeres puede buscarse además a otra que tenga a su vez varios amantes, para que todos vivan juntos (y apechuguen juntos en el trabajo). El resultado puede ser una casa de lo más entretenida. Hay familias patrilocales en las que toda la descendencia masculina sigue viviendo en la casa familiar con sus mujeres e hijos, y hay familias matrilocales en las que son las hijas y los suyos las que se quedan con la familia de la madre. Están nuestras familias modernas que pueden tener tan variadas formas... Bueno, y está la mía, que somos el ciento y la madre. Cada vez que nos reunimos, aunque sea para un cumpleaños de nada, no bajamos de 30.

Este 15 de mayo, como si quisiera significarse especialmente, me han llegado dos sorpresas relacionadas con la familia que me han emocionado. Una, esta carta que mi hija Ana ha colgado ese día en las redes y que, con su permiso, reproduzco junto con la imagen:
No suelo poner fotos personales en redes a menudo. Pero hoy es el Día Internacional de la Familia y creo que es importante decirlo: para mí, la familia es un valor fundamental. No solo el núcleo pequeño (estos cuatro que salimos en la foto) sino los que nos rodean (y esa familia adoptada que son los amigos). Hay muchos "gracias" que no saben a nada, que se dicen por decir, estamos acostumbrados a decirlo mecánicamente. Por eso, este gracias no es mecánico. Gracias por ser mi familia, mi lugar en el mundo. No quiero decir que ese lugar sea impecable . Cometemos errores por los que hay que pedir perdón, nos peleamos y discutimos, pero también nos reconciliamos y nos abrazamos. Nos queremos. Mi familia es mi hogar, mi equipo. Un grupo de personas imperfectas que luchará codo a codo contra todos los obstáculos.

La otra fue una carta de agradecimiento que recibí ese mismo día del hijo de amigos íntimos, que ahora vive en California y al que conozco desde que nació y que considero también parte de mi familia:
Querida Isa: Escribir una carta de agradecimiento es relativamente sencillo: abres el editor de texto y simplemente escribes los que sientes. Ahora bien, escribirte a ti una carta de agradecimiento me está suponiendo un doble reto.
Por un lado, ¿cómo narices lo hago para que una bloguera/escritora/ filósofa/ literata no lea esto y empiece a ver errores gramaticales por todos lados?
Y por otro, ¿cómo logro transmitir que esta carta de agradecimiento no es una más del montón sino una que realmente pienso? 
(...) Lo bueno de los recuerdos es que son todos francamente positivos. Tengo cientos de imágenes en la mente de eventos en familia con ustedes: viajes, cumpleaños, cenas... La verdad es que durante esos años fue como tener otra familia paralela (¡hasta con dos nuevos increíbles hermanos!).
Y ahora me apetecía escribirte esta pequeña nota para decirte que me has impactado de forma muy positiva en la vida y que te agradezco de todo corazón que siempre hayan estado ahí... ¡me siento muy afortunado! (...)

Después de recibir estas dos preciosas cartas que hablan de la gratitud de ser familia, ¿cómo no celebrarlo? Y más cuando me di cuenta de que el 15 de mayo fue también el día en que mi padre y mi madre se casaron hace ya 72 años, provocando con ello que hoy vivamos 21 personas más en el mundo (y las que vendrán). Así que por todo eso, este 15 de mayo por primera vez celebré un Día Internacional: abrí una botella de champán, alcé la copa y, abrazando con la mente a la gente que quiero y a la que siento familia, brindé, como en ese final delicioso de "Hechizo de luna", diciendo bien alto: ¡¡¡Per la famiglia!!! ¡¡¡Por la familia!!!


lunes, 13 de mayo de 2019

La tortura china y Cortázar




Cuando yo era pequeña la China era una galaxia muy, muy lejana. Ninguno de nosotros había visto un chino en su vida. Para mí, igual que un dragón o un hada, eran personajes de los cuentos y aparecían, por ejemplo, en los de Calleja vestidos con exóticos y brillantes trajes, grandes bigotes a veces, y siempre con una larga coleta que asomaba bajo un sombrero estrambótico. Sabían hacer complicados artilugios como ruiseñores mecánicos que cantaban mejor que los vivos y lámparas maravillosas, como la de Aladino, que concedían todos los deseos.

Después, cuando yo tenía más o menos 20 años, empezaron a aparecer por aquí los restaurantes chinos, y el arroz tres delicias y las salsas agridulces se hicieron populares. Más adelante, vinieron las grandes tiendas chinas (cerca de mi casa hay dos) en las que hay de todo como en botica. Y además, ahora todo, todo, hasta un traje de alta costura parisiense, viene de China.

De ahí precisamente vino el regalo que mi hija mandó a pedir y que me regaló el Día de la Madre. Tardó mes y medio en llegar, que no es nada comparado con lo que duró el viaje de Marco Polo allá por el siglo XIII (de 1271 a 1295). Es una pulsera negra y liviana con una pantallita también negra que no solo da la hora y el día sino también los latidos del corazón (con y sin ejercicio) y los pasos que una da al día. Es un trabajo de chinos, no le falta sino hacer croquetas. Mi hija tuvo que meter mi altura y peso para que el chisme calculara los pasos que debo hacer cada día (8000) y ella me rogó encarecidamente que los hiciera porque eso repercutiría enormemente en mi buena salud.

Así que vale, me he puesto a ello, hala, a caminar distancias de 8000 pasos cada día, si es posible en llano. Aunque viviendo donde vivo, en la ladera de una montaña, lo tengo un poco difícil. Por eso me he hecho un listado de algunos recorridos en los que pueda llegar a los dichosos 8000 pasos de una manera entretenida y sin demasiado coste mental.

1. En casa, en lugar de tumbarme a leer que es lo que hacía antes, ahora doy vueltas incesantemente arriba y abajo, alrededor de los muebles, de la casa, de la huerta; saco y meto cosas en los armarios, tiendo ropas, las recojo, las vuelvo a tender, las vuelvo a recoger, camino sin parar hasta cuando me llaman por teléfono, y, ufff, al final... 8000 pasos.

2. Recoger a mis nietos de 4 y 5 años en el colegio, lo cual implica no solo ir hasta sus clases respectivas sino también llevarlos a los columpios o ir a Gorgorito al Parque, buscarlos como una loca cuando se echan a correr, llevarlos a que se coman un helado y distintos juegos alternativos. 9000 pasos.

3. Ir a comprar una bombilla a IKEA. En lo que subo al primer piso, sigo las flechas del suelo, sorteo los sillones, las camas, las cocinas, paso por la cafetería, bajo los escalones, sigo por la loza y las cortinas, llego a las bombillas, las compro y las pago, consigo a veces hasta 10000 pasos.

4. Otras posibilidades que a ustedes se les ocurran y que tengan a bien sugerirme para hacer estos maratones a los que ahora me siento obligada.

Y es que aquí me ven, a mí, que hace 11 años, cuando me jubilé, me quité el reloj para siempre jamás; yo, que no me apunté a ningún curso, ni siquiera de macramé, para no tener horarios, con la pulserita negra atada a mi muñeca desde el alba hasta la noche, llevándome de aquí para allá y prisionera de ella. Como las anillas de las palomas mensajeras de mi marido, como las pulseras fluorescentes de los turistas en los hoteles, como la cadena atada al reo en su celda. Me recuerda el escrito de Cortázar en "Historias de cronopios y de famas", "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj": Cuando te regalan un reloj -dice- te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire (...) Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se caiga al suelo y se rompa... A mí también me han regalado el tener que ponérmelo al levantarme y quitármelo al acostarme, la necesidad de mirarlo a cada rato y sobre todo la obligación de hacer pasos (y apuntarlos en la agenda cada día). ¡Demonios! Como le pasa a Cortázar, no me han regalado nada. ¡Yo soy la regalada a la pulsera-reloj-marcapasos- tortura china!

¡Socorro!

lunes, 6 de mayo de 2019

El camino de baldosas amarillas




El más famoso de los caminos en los cuentos es el Camino de las baldosas amarillas que lleva hasta la Ciudad Esmeralda. Si lo siguen rectamente, Dorothy y sus amigos -el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León Cobarde- podrán llegar hasta el Mago de Oz que les solucionará sus problemas: pensar con la cabeza, tener un corazón, perder el miedo, volver a casa.

Nosotros muchas veces pensamos que la vida es así, un camino ya predeterminado que debemos seguir si queremos ser felices o,simplemente, conseguir un objetivo. Y de vez en cuando la realidad nos golpea echándonos a la cara que los imprevistos nos dominan y nos llevan a donde nunca habíamos pensado llegar. Por ejemplo, lo que pasó en el viaje a Bulgaria del que les hablé la semana pasada. En el Aeropuerto de Madrid, haciendo cola para embarcarnos a las 8 de la tarde hacia Sofía, me encontré con una pareja a la que ya conocía de haber coincidido en un viaje anterior. Hablamos de la ilusión que nos hacía a todos ir a una tierra de la que conocíamos muy poco, y nos las prometíamos muy felices por compartir con ellos unos cuantos días. Todo programado, todo organizado, todo planificado. Y, sin embargo, cuando ya llevábamos una hora y media volando (calculo que más o menos sobre Italia), vimos revuelo 3 asientos delante de nosotros, donde estaba esta pareja. Primero, las azafatas, después 2 o 3 médicos a los que llamaron por megafonía y al final el anuncio de que dábamos la vuelta e íbamos a aterrizar en Barcelona. Conchita, así se llamaba la mujer, se había puesto fatal con pérdida de conocimiento y todo, y se la llevaron en una camilla con su atribulado marido detrás.

El resto de los pasajeros permanecimos más de una hora sentados dentro del avión en el Aeropuerto de Barcelona y, al final, llegamos a Sofía a las 4 de la mañana. Un imprevisto que nos desvió de lo pensado y que nos tomamos con filosofía porque todos pensábamos en ellos. Me los imaginaba, como nosotros días antes, organizando el viaje, haciendo maletas, buscando información, ilusionándose con algo distinto a la rutina... para terminar, casi antes de empezar, en un Hospital de Barcelona. 

Era la primera vez que me pasaba algo así en un viaje, pero también de esa noche recuerdo ver después, desde la ventanilla del avión, una luna llena, casi rosa, que se reflejaba entera en el mar -algo que tampoco había visto nunca- y que casi me hacía un guiño como diciéndome: "¿Lo ves? No hay seguridades de ningún tipo, no hay nada que sea definitivo y que el destino no pueda cambiar, igual que en cualquier momento puedes encontrarte con algo inesperado e insólito, como esta luna llena y su extraño y completo reflejo hundido en las aguas oscuras".

Curiosamente esta semana leí un libro -"Tu año perfecto" de Charlotte Lucas- en el que Jonathan, el protagonista, un hombre cuadriculado con toda la vida organizada al milímetro, encuentra el día 1º de año una agenda para ese año entrante en el que alguien ha escrito planes para cada día. Planes como "25 de agosto: Alquila una caravana para ir al Mar del Norte: buscar moluscos, asarlos y dormir al raso"; o "5 de enero: Haz dieta de medios ¡Nada de periódicos, ni de televisión, ni de radio!"; o "15 de enero: Haz exactamente lo contrario de lo que sueles hacer. Y fíjate en lo que ocurre. Rompe con tus hábitos, ponte a prueba ¡Ensancha tu horizonte!". El caso es que Jonathan empieza a vivir según la sugerencia de cada día, siguiendo esta vez el camino que le señala la agenda y que le va a cambiar la vida.

Y tampoco es eso ¿Vivir lo que alguien nos señala? Aunque sí que apunta a que la vida es una aventura y a que, aunque siempre queremos tener un camino de baldosas amarillas que seguir, siempre hay también, como en "El Mago de Oz", desvíos, interrupciones, paradas... que a veces pueden ser amargas -el campo de amapolas letales- y otras dulces, como los verdes campos de los Munchkins. Al final puede resultar incluso que no haya un solo camino y que ni siquiera el Mago de Oz sea el Mago de Oz.

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