Sí. sí, ya sé que las cosas cambian de nombre, estoy acostumbrada. Que lo que antes era escudilla, arvejas, descanso, agobio, recova, ahora es bol, guisantes, relax, estrés y mercado. Que las calles de Santa Cruz pasan de llamarse, por ejemplo, en lugar de General Sanjurjo, calle de los Sueños y cosas así. Que hasta las ciudades mudan a través de los siglos: ahí tienen a Estambul, que antes fue Bizancio y Constantinopla; o a Sevilla, que fue Ispal, Hispalia e Isbiliya.
Todo eso lo sé. Ya Heráclito nos advirtió, allá por el siglo VII antes de Cristo, de que la vida es mudanza, cambio y alteración. Pero es que lo mío con mis nombres es mucho. Ya he contado en más de una ocasión que yo iba a llamarme solo María Isabel, pero me añadieron al final el "de los Dolores" porque, aunque mi madre odiaba ese nombre, yo, por llevarle la contraria, voy y nazco el viernes de Dolores. Así que, como "la Virgen lo quiso", ahí me ven siendo Mari Lola en toda mi primera infancia. Es más, no me enteré de que también era Isabel hasta los 6 años cuando fui al colegio. Allí al principio no hacía ni caso cuando me llamaban, como si conmigo no fuera, ese no era mi nombre. Hizo falta una reeducación por parte de mis padres para que lo aceptase. Desde ese momento soy Mari Lola o Mari para mi familia y para los conocidos a través de ella (como los de mis veranos en La Palma, Bajamar o Los Realejos); y para el colegio, mis amigos y mi marido, soy Isabel o Isa (y hasta Sabelita por parte de mi amigo Mingo). Para mis alumnos fui Profe, para mi amiga Nati, Jefa e incluso alguna vez las monjas me llamaban por el apellido (cosa que odiaba). Para ustedes en el Blog tengo el alias de Jane; para mi amiga Antoñita, soy Duquesa, para mis hijos, mamá y para mis nietos, Aba. Si esto fuera la Iliada, igual que Aquiles es "el de los pies ligeros", yo sería "la de los múltiples nombres":
A pesar de esto, he podido vivir con todas mis personalidades sin traumas. Pero lo que me ha dejado descolocada es que, de un tiempo a esta parte, estoy siendo cada vez más Doña Isabel. En Lógica cuando hablamos de términos imprecisos poníamos el ejemplo de "Si a un hombre se le caen los pelos uno a uno ¿cuándo se le puede llamar "calvo"?" Pues a mí me pasa algo parecido, que veo los límites confusos y no sé en qué momento dejé de ser Isa para convertirme en Doña Isabel.
Me lo llaman los obreros que están haciendo la reforma de la casa de los abuelos de mi marido, me lo llama la señora que me ayuda en casa, me lo llama el electricista y el fontanero, me lo llaman los camareros de los sitios a los que solemos ir a comer (como ven en la imagen) y los que me atienden en oficinas públicas. Doña Isabel por aquí, Doña Isabel por allá... Y no puedo por menos que pensar: ¡Cielos! ¿Habré cambiado también yo y me estaré volviendo respetable?