lunes, 29 de enero de 2018

Ya nadie borda en La Palma




Nosotras, las mujeres que ahora rondamos los 70, no hacíamos como nuestras madres y abuelas, que reunían su dote a lo largo de los años previos a casarse (destino casi obligado en aquellos tiempos). Pero sí es verdad que todas aportábamos a la futura casa juegos de sábanas, mantelerías, toallas y hasta alguna bolsa de pan, preferiblemente bordado todo en La Palma.

Y es que entonces todas las mujeres bordaban. En las casas que visitaba en mi infancia, siempre había un cuarto de costura (ya he hablado aquí del de mi casa) en el que se hablaba de bodoques, de bordados richelieu, de matizado indefinido, de punto cruz, de presillas, vainicas dobles y calados. En mi recuerdo está la imagen de mi abuela con las gafas sobre la punta de la nariz, sentada con los pies en un escabel y la almohadilla de bordar sobre el regazo, transformando una tira de tela en un prodigio de flores realzadas. Todas sabían bordar divinamente, cosa que a mí (que, como saben, no sé coser sino botones) me llenaba de una profunda admiración. Los prodigios que salían de las manos palmeras y tinerfeñas eran únicos y famosos en el mundo. Isabel Allende, hablando de un sarao en "El Zorro: comienza la leyenda", lo describe así: "Hubo comida por tres días para quinientas personas, separadas por clases sociales: los españoles de pura cepa en las mesas principales con manteles bordados en Tenerife, bajo un parrón cargado de uvas; la gente de razón con sus mejores galas en las mesas laterales a la sombra; la indiada a pleno sol en los patios, donde se asaba la carne, se tostaban las tortillas y hervían las ollas de chile y mole". ¿Llegaría un tiempo en que nadie bordara aquí? Inconcebible.

De todo esto hablaba hace poco con mi amiga palmera Nievitas (que tampoco borda), cuando yo le comentaba que estas navidades jubilé el mantel que mi madre me regaló hace más de 20 años, un mantel blanco bordado entero en richelieu, que yo ponía religiosamente en cumpleaños y nocheviejas. En los tiempos de mi abuela, muchas de esas prendas no se usaban y se dejaban amarillear en baúles, esperando ni se sabe qué. Pero tanto mi madre como mi hermana y yo nunca hemos guardado el reposo a nada: a usarlo y a recrearnos en ello, que para eso está. Y en este caso, le decía yo a mi amiga que, aunque me daba mucha pena porque fue uno de los últimos regalos de mi madre, el mantel de rechi (como lo llaman allí) no aguantaba ni un lavado más ¿Se podría encargar otro?

Entonces fue cuando me dijo que ya nadie borda en La Palma. Bueno, sí, se dan cursillos para unas pocas personas y todavía queda alguna bordadora de las de antes. Pero ha desaparecido como trabajo corriente y ahora resulta bastante difícil encontrar quién te borde un mantel y no digamos un ajuar completo (si es que todavía eso existe). ¿Las razones? El precio prohibitivo frente a los bordados chinos; lo "detenoso" de un trabajo manual tan fino, ajeno al ritmo de la vida actual; o la interrupción de la cadena de aprendizaje de madres a hijas por el cambio en la educación y en el papel de la mujer hoy (antes, apenas levantabas un pie del suelo, ya te daban aguja, hilo, dedal y un trapito para que fueras tomando recortes). Ahora los cuartos de costura se han quedado vacíos.

Y en esas estábamos cuando quiso el destino que, el mismo día en que hablé con Nievitas del tema, ella se encontrara con una señora que estaba vendiendo su ajuar sin estrenar y que le ofreció un mantel blanco precioso, también bordado en richelieu. Mi amiga, que cree en las señales, entendió que ese era un guiño que mi madre le enviaba desde el más allá, y entonces lo compró y me lo regaló, casi considerándolo como un milagro.

A mí lo que me parece un milagro es que pueda seguir celebrando comidas con mi gente sobre una obra de arte y brindando (¡con cuidado de que no caiga una sola gota en el mantel, eh!) por que todavía podamos gozar de esos bordados legendarios. Pero, sobre todo, lo más milagroso es contar con amigas así de sensibles y generosas. Y que además crean en los milagros.






lunes, 22 de enero de 2018

Desta escapemos




"Desta escapemos" es la fórmula tradicional en broma que usan mi familia y amigos después de un viaje en avión para comunicar que hemos llegado bien, que no ha ocurrido ninguna de las catástrofes imaginadas antes del viaje y que, al final de este, nuestros pies han tocado la bendita tierra. A los canarios, obligados como estamos a viajar por los aires, nunca nos extrañó que el Papa Juan Pablo II, en sus visitas por el mundo, nada más bajar por la escalerilla, se lanzara a besar la tierra como un poseso. Tentada he estado yo de hacerlo más de una vez después de un zarandeado vuelo.

Esta semana pasada he pensado en que muchos habrían usado la frase familiar -de conocerla- después de ver las perrerías que el destino ha hecho con el mundo. Lo deben de haber dicho los 168 pasajeros del avión turco que derrapó en el asfalto mojado de la pista del aeropuerto de Trebisonda y se cayó por una pendiente hasta quedar embarrancado cerca del mar (en la imagen inicial). Imagínenselo, el morro hundido, la cola levantada, humo, olor a gasolina, y la gente horrorizada, gritando y tratando de pasar por encima de los demás. No hubo muertos ni heridos, pero no me digan que no es para decir, ya en tu casa cuando se lo cuentes a familia y vecinos, un aliviado "Desta escapemos".

Lo tienen que haber seguido diciendo los hawaianos que recibieron en sus móviles un mensaje del servicio de alertas oficial que, en mayúsculas, rezaba: "Amenaza de misil balístico en dirección a Hawai. Busque refugio de inmediato. Esto no es un simulacro". También el aviso interrumpió la programación de televisión y radio.  La Agencia de Emergencias tardó 10 minutos en Twitter y 40 en los móviles en avisar de que era una falsa alarma. En ese intervalo angustioso, unos buscaron refugio para los niños, otros se pusieron a rezar, otros se despidieron de sus seres queridos... ¿Dónde puede uno esconderse ante un caso así? Un jugador de golf, que participaba allí en un torneo, tuiteó: "Estoy debajo de colchones metido en la bañera con mi mujer, mi bebé y mis suegros. Por favor, Señor, que la amenaza no sea real". Lo menos que se puede decir después, tras maldecir en arameo al causante del desaguisado, es "Desta escapemos".

Y "desta escapemos" podríamos decir nosotros ante desastres que por ahora no nos tocan, como los dos ciclones que amenazan la isla de Reunión (donde vive el hijo de mi amiga Esther), o las bombas invernales que están dejando a los que viven en el norte de Europa con los pelos como carámbanos. Es como si a una pandilla de dioses chiflados les hubiera dado por jugar al pimpampum con los humanos y estuvieran todo el rato: "¡Ahí te va una ciclogénesis! ¡Pim! ¡Ahí, una artrosis! ¡Pam! ¡Ahí, la última ocurrencia de Trump buscándole las cosquillas al coreano! ¡Pum! ¡Y vengan accidentes, rupturas, pérdidas, miserias...!". Y nosotros, viéndolas venir y hurtando el cuerpo a  ver si no atinan.

Fernando Savater, en un homenaje que le hicieron en la Feria del Libro de Guadalajara (México), decía: "Una persona libre nunca se pregunta esto que oímos siempre. '¿Qué va a pasar?'. Las personas libres tienen que preguntarse: '¿Qué vamos a hacer?'". Así que, siguiendo sus sabios consejos, esta semana de catástrofes, he hecho lo que debía: recrearme con mi casa, mis lecturas y la gente que quiero. Y rogar por que ante lo inevitable podamos seguir diciendo"Desta escapemos". Y si no, que los dardos del destino nos encuentren disfrutando.

lunes, 15 de enero de 2018

Pottermanía




Ustedes saben que me gustan mucho los libros de Harry Potter de J.K.Rowling. Y si no lo saben, se lo digo ahora: me encanta todo ese universo mágico desde que, allá por el año 1999, mi hija me regaló el primero y me quedé enganchada para siempre. Desde luego no se me ha ocurrido jamás vestirme con capa y sombrero puntiagudo, como hacen los miles de fans en las largas colas que se forman para comprar los nuevos libros (un fenómeno editorial nunca visto y que viene a desmentir eso de que ahora no se lee). Pero sí que he leído y releído todos los libros y los he recomendado muchas veces. Tengo hasta un artículo publicado en la Revista del Instituto en el año 2001 (cuando aún ni habían salido sino 3 tomos de los siete que forman la saga, ni se habían llevado al cine), en el que animo a leerlos porque nos divierten, entretienen y nos cuentan una buena historia, los ingredientes que todo buen libro necesita, desde el Quijote hasta "El Señor de los Anillos". Recuerdo que años después le llevé el primer tomo a un amigo que estaba ingresado en el Hospital y, no solo se lo leyó en un solo día, sino que me pidió los demás y se los fui llevando día a día hasta que se los terminó en una semana. No hay mejor antídoto frente al aburrimiento.

Los libros de Harry Potter gustan a grandes y a chicos porque Rowling ha tenido la sabiduría de reunir en ellos toda la magia y el encanto de los cuentos infantiles y de la literatura fantástica. Además de las tramas que cada vez se hacen más inquietantes y adictivas, hay hechizos y encantamientos, espejos mágicos, laberintos, escobas voladoras, pociones, varitas mágicas, capas que te hacen invisible, cuadros cuyos personajes se mueven y se van a visitar al de al lado. Aparecen animales y seres que solo existen en sueños y en leyendas de otros tiempos, como los grifos, los unicornios, los fénix, los centauros, los dragones, los hombres-lobo, las sirenas, las mandrágoras, los vampiros, los trols, los fantasmas... Hay reminiscencias de Úrsula K.Leguin en ese Castillo de Hogwarts, lleno de pasadizos secretos y de habitaciones escondidas y cambiantes; y de Tolkien, en el Sauce-boxeador y en la araña gigante Aragog (tan parecidos al Viejo Hombre Sauce y a Ella-la-Araña de "El Señor de los Anillos"). Y hay humor, mucho humor.

Este año los Reyes Magos, que me conocen bien, uniendo mis dos aficiones me han regalado el libro "Harry Potter y la Filosofía (Hogwarts para muggles)" de Gregory Bassham y William Irwin. En aquellos lejanos tiempos en los que daba clase, con el propósito de fomentar la lectura, encargaba a mis alumnos de Ética y de Filosofía un trabajo de fin de curso que consistía en que se leyeran un libro, cualquier libro que quisieran, y en el último mes expusieran sus temas éticos y filosóficos, convencida de que todos los libros los tienen. Y "Harry Potter" no podía ser menos.

Lo estoy leyendo con calma en estas tardes frías de mantita y chimenea y me estoy encontrando con los temas eternos de la filosofía: la libertad y el destino, la identidad, el amor, el ansia de poder, el bien y el mal, el conocerse a sí mismo, la educación, la muerte y el sentido de la vida... Me lo estoy pasando pipa.

En el primer capítulo del primer libro, "Harry Potter y la piedra filosofal", la profesora McGonagall le dice a Albus Dumbledore, el director de Hogwarts, refiriéndose a nosotros los muggles (es decir, a personas que ignoramos todo sobre brujos y magos que viven en un mundo paralelo): "¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... Todos los niños del mundo conocerán su nombre." Tal vez, después de estos 20 años desde que se publicó por primera vez la saga de Rowling, podríamos decirle que comprendemos a Harry (un personaje inteligente y valiente, pero que también pasa miedo y mete la pata y está triste a veces y es humano, sobre todo), que forma parte de nuestro horizonte literario y que apreciamos sus libros como el clásico que ya es. Y, en efecto, todos los niños (y los grandes) del mundo conocen su nombre y se emocionan con su historia, ya desde el brindis del final de ese primer capítulo: "(Harry Potter) no podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: '¡Por Harry Potter... el niño que vivió!'.".

lunes, 8 de enero de 2018

Si se calla el cantor...




Mi amigo Fernando, que es de El Bierzo, esa comarca de grandes bosques y antiguas tradiciones, cada vez que viene por aquí nos hace unas queimadas que te puedes morir. La otra noche en su casa lagunera, alrededor de una  –los reflejos azules del fuego en ese juego de vaivenes hipnóticos-, hablamos de cosas de antes, como a veces nos pasa, y él nos contó que, cuando era niño, era muy corriente que los hombres en el monte o en las huertas cantaran. Al segar, al arar, al recoger las cosechas… en el aire limpio de su pueblo se oían los cantos, bien de un cantor o bien de varios, como un acompañamiento natural al trabajo manual. Sin embargo, ya desde hace muchos años, cada vez que vuelve, no los ha vuelto a escuchar nunca más, como si ese aspecto musical hubiera desaparecido completamente del comportamiento habitual de los campesinos.

Los demás que le escuchábamos, a pesar de ser urbanitas, también hemos oído hablar siempre de los cantos de siega y trilla, de los de arada, de los de vendimia…, canciones de trabajo originadas en las faenas del campo que pueblan el cancionero popular desde hace siglos. En la zarzuela “La Rosa del azafrán” , por ejemplo, se oye “Cuando siembro voy cantando”. Pero por lo que se ve, ya eso no es lo habitual ¿Por qué no? -se preguntaba Fernando-  ¿Es que antes eran más felices?

Más tarde he recordado un artículo de Manuel Vicent en el que, abundando en lo mismo, también afirmaba, pesimista, que “los albañiles ya no cantan en los andamios”. Las razones que él exponía iban más allá del miedo a perder el trabajo o de que se les hubiera acabado el repertorio de pasodobles. Significaba para él que “en este país se ha pasado página al libro de la historia. Había miseria y dictadura cuando en cada bastida un paleta o algún peón canturreaba las coplas de Antonio Molina o de Juanito Valderrama (…) En efecto, eran tiempos duros, de odio y de anís del Mono, pero desde la posguerra se estaba abriendo de forma inexorable un compás hacia el optimismo, el mismo que ahora parece cerrarse.” El silencio de los andamios para él se corresponde con el de los patios de vecindad “donde las criadas vertían las coplas de la Piquer”. Hoy nadie canta mientras trabaja ¿Será que la vida ya no está para coplas?

No tengo respuesta para eso y no sé si alguien la tiene. Pero  –ya conocen mi vena positiva-  pienso que no todo está perdido. Mucha gente que conozco y a quien he preguntado me dice que siguen cantando, igual que hacía mi madre mientras hacía las tareas de casa. Algunos en la ducha, ese sitio que, por lo visto, tiene connotaciones musicales porque despierta hasta vocaciones operísticas; otros, mientras hacen algo con las manos: limpiar, ordenar, fregar la loza…  Tengo una amiga que canturrea siempre, incluso mientras va por la calle, y yo, este domingo por la mañana, cuando recogía el árbol y guardaba en la caja las figuras del nacimiento, me oí a mí misma cantando lo de “Brindo por las mujeres que derrochan simpatía…” unas cuantas veces. Y da igual si cantamos bien o mal, si nos sabemos la letra o nos la inventamos, si las canciones hablan de amor o de si Tenerife tiene seguro de sol. El caso es que la música nos sigue acompañando porque es una puerta abierta al optimismo.

Espero sinceramente que labradores y albañiles recuperen el tono. Porque ya lo decía Horacio Guarany:

“ Si se calla el cantor, calla la vida
porque la vida, la vida misma es todo un canto.
Si se calla el cantor, muere de espanto
la esperanza, la luz y la alegría…”

Que no calle el cantor.

(La imagen inicial es "Amigos cantando" de Fernando Ribeiro)

lunes, 1 de enero de 2018

La gente está loca




Y que conste que no lo digo yo sola, sino que es vox populi. Seguro que desde el albor de los tiempos ya lo decían los vecinos del que se dedicó a embadurnar paredes con machanguitos en las cuevas de Altamira. Astérix y Obélix lo repetían a propósito de los romanos. Y hoy basta echar una ojeada a los periódicos y al entorno, para que eso de que "la gente está loca" sea una frase citada como un mantra por todo el mundo refiriéndose no a locos oficiales, no, sino a personas que se supone que son "normales".

Por ejemplo, ¿sabían ustedes que Dan Brown, el de "El código Da Vinci" se cuelga cabeza abajo atándose por los tobillos para evitar lo de la página en blanco y para hacer que le venga la inspiración? ¿O que en Corea del Norte solo hay 18 estilos de corte de pelo autorizados para las mujeres (y entre ellos no hay ni un mísero moño)? O una noticia de hace años que me extrañó. Contaban que François Hollande llevaba la corbata torcida en el 40% de sus apariciones públicas. Entiéndanme, no me extrañó eso, ya bastante difícil es atarse la corbata o tener que ponérsela porque sí en determinadas ocasiones. No, lo que me dejó pasmada es que haya gente que se entretenga en contar las veces que a una persona se le tuerza la corbata e, incluso, que hagan una clasificación del 1 al 5 a ver cuándo estaba más y cuándo estaba menos. La gente está loca.

Con lo animado que ha estado el panorama político en el último trimestre del año, es una frase que he oído a los dos bandos enfrentados en el disparate catalán. Pero encuentras más cosas: la denuncia de una madre a la profesora de su hijo porque en la función de navidad las niñas tenían faldas con estrellitas y así brillaban más que los niños que solo tenían una estrella en la camiseta; o el pifostio que le armaron a Lewis Hamilton porque se le ocurrió decir a su sobrino que los niños no se vestían de princesa, por lo que tuvo que pedir perdón públicamente y darse de latigazos virtuales; o el fichaje de jugadores de fútbol por 85 millones de euros mientras se lanzan cohetes porque el salario mínimo suba a 850 euros; o que una activista de Femen, desnuda, tratara de robar el niño Jesús del Belén de la Plaza de San Pedro. Y hay quien propone suprimir los fines de semanas para trabajar todavía más ("El fin del finde" se titulaba el artículo en el que lo leí) ¡Señoooor, la gente está loca!

Y, para rematar el año, en este mes en el que se ha comido, bebido, comprado, fiesteado... en exceso, todo el mundo se lanzó ayer a correr por esas calles como posesos a los que perseguía el diablo en las carreras de San Silvestre. Hasta mi yerno y mi nieta mayor participaron, con 40.000 personas más, en la de Madrid, con este frío (9º) y sin ninguna necesidad. Fatal.

¿Siempre hemos sido así los humanos? ¿O ha habido un momento en que se nos ha ido el baifo, como decimos aquí? Jorge Luis Borges tiene una frase que dice: "En aquel tiempo buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora busco las mañanas, el centro y la serenidad". A estas alturas de mi vida, hoy que es el primer día del año 2018, solo me quedaría con una de sus búsquedas: me gustaría, si es posible, que el nuevo año nos cogiera un poquito más serenos, por favor.
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