Nosotras, las mujeres que ahora rondamos los 70, no hacíamos como nuestras madres y abuelas, que reunían su dote a lo largo de los años previos a casarse (destino casi obligado en aquellos tiempos). Pero sí es verdad que todas aportábamos a la futura casa juegos de sábanas, mantelerías, toallas y hasta alguna bolsa de pan, preferiblemente bordado todo en La Palma.
Y es que entonces todas las mujeres bordaban. En las casas que visitaba en mi infancia, siempre había un cuarto de costura (ya he hablado aquí del de mi casa) en el que se hablaba de bodoques, de bordados richelieu, de matizado indefinido, de punto cruz, de presillas, vainicas dobles y calados. En mi recuerdo está la imagen de mi abuela con las gafas sobre la punta de la nariz, sentada con los pies en un escabel y la almohadilla de bordar sobre el regazo, transformando una tira de tela en un prodigio de flores realzadas. Todas sabían bordar divinamente, cosa que a mí (que, como saben, no sé coser sino botones) me llenaba de una profunda admiración. Los prodigios que salían de las manos palmeras y tinerfeñas eran únicos y famosos en el mundo. Isabel Allende, hablando de un sarao en "El Zorro: comienza la leyenda", lo describe así: "Hubo comida por tres días para quinientas personas, separadas por clases sociales: los españoles de pura cepa en las mesas principales con manteles bordados en Tenerife, bajo un parrón cargado de uvas; la gente de razón con sus mejores galas en las mesas laterales a la sombra; la indiada a pleno sol en los patios, donde se asaba la carne, se tostaban las tortillas y hervían las ollas de chile y mole". ¿Llegaría un tiempo en que nadie bordara aquí? Inconcebible.
De todo esto hablaba hace poco con mi amiga palmera Nievitas (que tampoco borda), cuando yo le comentaba que estas navidades jubilé el mantel que mi madre me regaló hace más de 20 años, un mantel blanco bordado entero en richelieu, que yo ponía religiosamente en cumpleaños y nocheviejas. En los tiempos de mi abuela, muchas de esas prendas no se usaban y se dejaban amarillear en baúles, esperando ni se sabe qué. Pero tanto mi madre como mi hermana y yo nunca hemos guardado el reposo a nada: a usarlo y a recrearnos en ello, que para eso está. Y en este caso, le decía yo a mi amiga que, aunque me daba mucha pena porque fue uno de los últimos regalos de mi madre, el mantel de rechi (como lo llaman allí) no aguantaba ni un lavado más ¿Se podría encargar otro?
Entonces fue cuando me dijo que ya nadie borda en La Palma. Bueno, sí, se dan cursillos para unas pocas personas y todavía queda alguna bordadora de las de antes. Pero ha desaparecido como trabajo corriente y ahora resulta bastante difícil encontrar quién te borde un mantel y no digamos un ajuar completo (si es que todavía eso existe). ¿Las razones? El precio prohibitivo frente a los bordados chinos; lo "detenoso" de un trabajo manual tan fino, ajeno al ritmo de la vida actual; o la interrupción de la cadena de aprendizaje de madres a hijas por el cambio en la educación y en el papel de la mujer hoy (antes, apenas levantabas un pie del suelo, ya te daban aguja, hilo, dedal y un trapito para que fueras tomando recortes). Ahora los cuartos de costura se han quedado vacíos.
Y en esas estábamos cuando quiso el destino que, el mismo día en que hablé con Nievitas del tema, ella se encontrara con una señora que estaba vendiendo su ajuar sin estrenar y que le ofreció un mantel blanco precioso, también bordado en richelieu. Mi amiga, que cree en las señales, entendió que ese era un guiño que mi madre le enviaba desde el más allá, y entonces lo compró y me lo regaló, casi considerándolo como un milagro.
A mí lo que me parece un milagro es que pueda seguir celebrando comidas con mi gente sobre una obra de arte y brindando (¡con cuidado de que no caiga una sola gota en el mantel, eh!) por que todavía podamos gozar de esos bordados legendarios. Pero, sobre todo, lo más milagroso es contar con amigas así de sensibles y generosas. Y que además crean en los milagros.