Eso es lo que le pregunté a mi amiga María Victoria, cuando íbamos haciendo la caminata de una hora a la orilla del mar de Bajamar.Y no se crean que es una pregunta rara porque aquí, en la isla, hay de todo.
Bueno, miento. Aquí no hay playas doradas con cocoteros, como las que salen en los anuncios de viajes. En una novela de Mary Stewart, "No toquen el gato", las menciona en un sueño: Había una playa, una larga, larguísima extensión de arena dorada que se perdía en la distancia, más allá de donde alcanzaba la vista. Ciento cincuenta kilómetros... En los médanos de clara arena unos altísimos juncos se mecían debido al viento. El mar bañaba incesantemente la orilla desde el oeste. Un cielo amplio y límpido, la arena caliente y la brisa saturada con la sal del mar. Solitaria, preciosa, tranquila, segura.".
No, nuestras playas -menos las artificiales- suelen ser de arena negra. Pero no son feas como las describe David Lodge en "Terapia": Por más playa que se llame, allí no hay ninguna, o por lo menos no lo que yo considero una playa. Solo hay una estrecha franja de barro negro. Todas las playas de Tenerife son negras, parecen negativos fotográficos. La isla, esencialmente, es un enorme montón de carbón, y las playas son de carbón en polvo. Porque es volcánica. Y sí, es verdad que es volcánica y que la arena negra es el fruto del sedimento de la lava triturado por el vaivén del mar. Pero, contra Lodge, a mí me gustan, mucho más que las de arena rubia, estas playas nuestras de arena negra, limpia y fina.
De todas formas, yo, igual que María Victoria, somos más de charcos, la verdad. ¿Por qué? Porque es un agua limpia sin rastros de arena, charcos transparentes en los que las algas purifican el agua que sabe a mar. En ellos, a pesar de su nombre, el mar no está "encharcado" sino que entra y sale en las bravas pleamares renovando continuamente el agua. Donde esté este masaje natural, que se quiten todos los jacuzzis del mundo.
Así que sí, somos más de charcos. Y con charcos nos referimos a todos los innumerables que pueblan nuestro litoral: a los charcos propiamente dichos, a las piscinas naturales con el fondo marino donde hay hasta peces, a las calas, caletas y caletones, a cualquier rincón de la costa en el que el mar se amansa y permite darse uno de los baños más placenteros del mundo. Y de eso, en mi tierra hay muchos.
Sin ir más lejos, en la caminata casi diaria nos vamos encontrando con algunos. Antes del Club Náutico, el Charco La Laja, lugar de excursiones en mis tiempos mozos y que también es llamado Charco de los pobres, comparándolo con la piscina natural del Club, que es el "de los ricos"; el Charco de Mariane, llamado así por una extranjera que solía bañarse allí; el Charco de los perros (donde se bañaban estos); el Charco la Médica (deformado a veces como Las Américas), seguramente también por Mariane que tenía esa profesión; el Charco La Ola; el Charco las Monjas y el Charco Redondo, al lado de las piscinas naturales, donde más de una vez en mi infancia me llené la planta del pie de púas de erizo.
Las caminatas dan para hablar de charcos y recuerdos. Y también para ir encontrando hallazgos: un aloe vera florecido en la orilla, los surfistas a lo lejos en El Arenal, troncos-bancos con la inscripción: "El paraíso empieza aquí", El Chupadero con su chorro de agua hacia lo alto... Y el último descubrimiento de todos: ese bañista al lado de la piscina natural, que les pongo en la imagen inicial. ¿Se acuerdan de aquella canción que decía: Oye, abre tus ojos, mira hacia arriba, disfruta las cosas buenas que tiene la vida...? No se me ocurre mejor forma de disfrute que la de este señor, escarranchado con los ojos cerrados un martes de marzo, tumbado como un lagarto jareándose al sol, junto al agua azul del charco-piscina de Bajamar, en el que seguramente acaba de bañarse. Temperatura del agua: 18º. Lo que les digo: donde esté un buen charco...
El charco Mariane y El Chupadero |