lunes, 25 de diciembre de 2023

Días de invierno con sabor a jengibre


Este año en que el día de Navidad cae en lunes y coincide con la publicación de mi post semanal, no me queda otra que ponerme navideña. Pero no les voy a hablar del brillo del árbol de Navidad ni de música de villancicos sonando al fondo, sino del libro que mi hija, Ana González Duque, acaba de publicar hace unos días, su décima novela: "Días de invierno con sabor a jengibre".

Es una novela con dos protagonistas indiscutibles. Uno es un pueblo encantador y tranquilo rodeado de bosques, Silver Hill, que Ana ha inventado para que cobre vida también en futuras novelas. El otro es la Navidad, el momento en que transcurre la historia. En los Agradecimientos finales, Ana pone: Hace ya tiempo que me apetecía escribir una novela navideña. Si en esta novela podía meter una pastelería, una librería, recetas de cocina y unos cuantos corazones con necesidad de remiendos, mejor que mejor.

Y luego están los protagonistas humanos, con sus dudas, sus miedos, sus decisiones y sus entusiasmos: Jenni, que tiene una pastelería, ese punto de encuentro para almas perdidas, cálida y acogedora, con expositores donde se alineaban delicados petits choux con fresas, pequeños tocinos de cielo, suspiros de merengue...; Kate, casada con su trabajo de traumatóloga, con el tiempo y la vida milimetrada y que se empieza a plantear un cambio radical; y Will, un alcohólico que lleva tiempo intentando no serlo y que tiene miedo a recaer y al compromiso.

Y en torno a estas tres vidas hay secundarios estupendos, como Nana, la abuela casamentera de Jenni o la señora (plasta) Lucilla Pilcher. Y hay comidas deliciosas y frases que te hacen pensar como La tristeza es como la mochila del cole. Pesa pero luego, cuando llegas a donde tienes que llegar, la dejas a un lado y puedes seguir haciendo cosas, o El placer de la soledad es refrescante. Como nadar desnuda o sentir el primer trago de cerveza en la garganta. Están también las recetas al final de los capítulos de Jenni (Galletas maravillosas de chocolate y vainilla, Bombones de café y avellanas, Tarta casera de melocotón con canela, Rollitos de primavera dulces...). Y la Navidad como telón de fondo: No puedo envolverlo, pero esto -dijo él, señalando el árbol de Navidad, las copas de champán centelleante, la gente que comía y el narrador que leía a Dickens- es lo que me gusta de la Navidad.

No puede dejar de gustarme la novela porque está hecha de recuerdos y del encanto de las cosas vividas en cada Navidad. Para mi madre era una época maravillosa y siempre buscaba ideas para hacerla más divertida (le hubiera gustado ese amigo invisible con libros de temática navideña). Y sus descendientes vamos por el mismo camino. Ahí, en el libro, aparecen "Las cartas de Papá Noel" de Tolkien que le regalé a mis hijos cuando eran pequeños; el "Cuento de Navidad" de Dickens que todos los diciembres releemos resumido (ahora con mis nietos chicos); el pavo relleno con uvas y manzanas del día 25; y los olores de las casas, a abeto, a naranjas, a jengibre, a pasteles recién horneados... ¿Cómo no voy a recomendarla como lectura de Navidad? Es ideal para un día de invierno a la caída de la tarde.

¡Feliz Navidad a todos los que nos reunimos a hablar de nuestras cosas en este blog!

P.D. : Si te apetece leerla, por ahora puedes conseguirla en Amazon, tanto en ebook como en papel. A partir de finales de enero ya estará en las librerías Agapea, Lemus y El barco de papel. La ilustración de la portada es de mi nieta, Eva de José.



lunes, 18 de diciembre de 2023

Pecado y penitencia



Padre, lo confieso, dándome golpes de pecho. He pecado esta semana, y mira que hacía tiempo que no lo había hecho. Pero comprenda, fueron muchas las circunstancias que propiciaron mi caída. La comida de Navidad con mis amigas del colegio, siempre abundante y riquísima, en la que cada una quiere dar lo mejor de sí. Ay, esas empanadillas, esas croquetas, esas tortillas, esa ensaladilla, esas banderillas de Conchi que deberían conservarse en un museo de lo bonitas que son, esos hidratos de carbono... Y al final, la paella de la dueña de la casa, que siempre queda rica, y el bizcocho borracho de Ani, que es para nota. ¡Ay! Y también estaba el vinito que yo llevé de Las Riquelas, que lo hace un amigo y que es de los más buenos de la isla, y el aire perfumado por las flores del patio en que lo celebramos. Todo eso se unió para que después de comer, cayera en un sopor de esos que te dejan medio atontolinada.

No pretendo disculparme, Padre. Pequé, sí, pero yo diría, como Don Mendo, que no fui yo sino el maldito Cariñena que se apoderó de mí (sustituyendo Cariñena por Las Riquelas, claro). En ese punto estaba cuando apareció en medio de la mesa la tentación, no en forma de manzana como a Adán y Eva, sino en forma de cafetera grande que, solo con oler el perfume que derrochaba, predisponía a caer de cabeza en el pecado y a sacudirse la modorra. "No debo tomar café", me repetía a mí misma cien veces. "Luego, no puedo dormir en toda la noche", "Aguanta, haz como si no lo vieras, no lo olieras, no lo desearas...". Pero nada, era un café traído de Brasil para despertar los sentidos, un café que olía a café del de verdad, hecho gota a gota en el fuego, no el sucedáneo que nos quiere endilgar George Clooney, una café como tiene que ser, "negro como la noche, ardiente como el infierno, fuerte como el pecado y dulce como el amor". ¿Quién se resiste a algo así?

Además, Padre, realmente, si lo piensa, es un pecadito de nada. Uno de mis amigos, cuando la mujer lo peleaba por haberse pasado con la hora de llegada o con la bebida, siempre le decía. "¿Pues yo robo? ¿Pues yo mato? ¿Pues entonces?".

Y por traer argumentos de autoridad, me acuerdo de Mark Twain que decía que es peor lamentar las cosas que dejamos de hacer. ¿Y si yo me paso ahora meses añorando el no haber probado manjar semejante, qué? O las palabras de Lady Speranza Wilde, madre de Óscar Wilde y mujer muy sabia, que en 1898 dijo a un periodista: "Joven, cuando seas tan viejo como yo, sabrás que solamente hay una cosa en el mundo por lo que vale la pena vivir: el pecado". Así que a estas edades, ¿no es bueno que todavía haya tentaciones y que podamos caer en ellas?.

Claro que ya sé que usted, Padre, no me va a hacer caso y que el pecado lleva consigo la penitencia: las avemarías de rigor, el hacerlo público como los sambenitos de antaño... y el que no pegue ojo en toda esa noche. 

Pero valió la pena. Estaba de muerte. Que me quiten lo catado.



lunes, 11 de diciembre de 2023

No me busquen allí



Con todo el trajín de estos días prenavideños es muy difícil hasta encontrarnos a nosotros mismos. Pero por si acaso, doy pistas de dónde no me encontrarán y dónde sí.

No me busquen en viernes negros, ni en noches en blanco, ni en domingos colorados. Si es cuestión de colores, mis preferencias van a ambientes verdes y días azules.

No en los grandes centros comerciales. Mis cartas a los Reyes Magos estos días han llegado a las tiendas de mi pueblo y a mercadillos pequeños, donde encontré maravillas artesanales y unas galletas navideñas que pondré en cada plato el día de Navidad.

No en las grandes multitudes de las ciudades en puentes y fines de semana. Mi amiga Dulce me cuenta que en Madrid llegó a una calle en el centro y se tuvo que dar la vuelta porque no pudo pasar. Haría falta un milagro, tipo Mar Rojo, para poder caminar por la calle tranquilamente.

No en las colas que se forman por fuera del Restaurante que hay en El Portezuelo y que a las 4 de la tarde esperan por una mesa para comerse unas costillas con papas.

No me busquen en aglomeraciones,, procesiones, manifestaciones, ni siquiera ya en cabalgatas. Y no soy la única, En una entrevista al Premio Nobel de Literatura de este año, Jon Fosse, protesta de eventos, estrenos y recepciones y habla de quedarse en casa. Salvando las distancias, vamos por el mismo camino.

Búsquenme entre la gente, pero a pequeñas dosis: con mi familia un domingo hablando de todo, con los amigos tomando un vermut a mediodía viendo el mundo pasar, en las cenas de los viernes, en reuniones improvisadas que siempre son las mejores...

En una librería, revolviendo entre libros, leyendo la sinopsis de una novela, emocionándome y sintiendo el hormigueo y el deseo de sumergirme en historias hasta ese momento desconocidas.

En una parrandita con guitarras y ganas de cantar.

En un paseo junto al mar nuestro, respirando aire limpio.

En casa, a la caída de la tarde, poniendo ya estos días la chimenea, mientras leo un buen libro y me tomo un oporto.

Epicuro decía que la felicidad se encuentra en el placer, pero no un placer efímero, un ris ras y ya está, sino un placer duradero y racional, de esos que nutren el alma: una vida sencilla en la que la amistad y los goces intelectuales (la lectura, la música, una buena conversación...) proporcionan la calma y la serenidad.

Creo que, con la edad, me estoy volviendo cada vez más epicúrea.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Antes, clarisa



Esa frase del título me la dijo una compañera de trabajo una vez que otro compañero me soltó en la sala de profesores que, si alguna vez mi marido no me quería, él estaba disponible. Él no era ningún galán precisamente y, ante sus palabras, mi compañera lo miró horrorizada y, volviéndose hacia mí, exclamó esa frase que ha pasado a la historia: "¡¡¡Antes, clarisa!!!". Frase que hemos repetido muchas veces mis amigos y yo cuando nos tenemos que enfrentar a un destino peor que la muerte.

Me acordé de ella cuando hace poco leí que PETA, una organización que fomenta el trato ético con los animales, ha otorgado el premio "Héroe de los animales" a una mujer, Elina Walsh, que encontró una araña cazadora con solo 2 patas y la alimentó y cuidó, como si de su santa madre se tratara, hasta que se recuperó y le volvieron a crecer las 6 patas restantes (que yo no sabía que eran de quita y pon).

Ay, las arañas... Algo deben de tener como reencarnación del mal. Tolkien lo avisa cuando en la parte inferior del mapa inicial de Thror en El hobbit (imagen) señala: "Al Oeste se extiende el Bosque Negro. Allí hay Arañas". Y en el 2º Tomo de El Señor de los Anillos, Frodo y Sam se enfrentan con Ella-Laraña, una criatura enorme, maligna y abominable que vive "para tormento del desdichado mundo".

También J. K. Rowling sitúa en su Harry Potter y la cámara secreta a las arañas -miles de ellas- viviendo en el bosque secreto ("arañas del tamaño de caballos, con ocho ojos y ocho patas negras, peludas y gigantescas") bajo el mando de su reina, Aragog, del tamaño de un elefante pequeño, con una cabeza horrenda y llena de pinzas.

Con razón, mi sobrino Miguel, que las odia, me preguntaba, apesadumbrado, de pequeño: "¿Por qué Dios hizo a las arañas?". Probablemente le contesté: "Habrá tenido un mal día...", porque yo tampoco me lo explico.

Y esta semana, mi ahijado Javi, al que invité a comer (vive en la Rivera Maya en México y estaba pasando unos días aquí), me contó la pelea que tuvo allí con una tarántula negra y peluda hasta que a golpe de zapatazos se la cargó. Seguro que no lo proponen para "Héroe de los animales". Y a mí tampoco.

Entiéndanme, me gustan los animales. Tenemos 200 y pico palomas mensajeras, siempre ha habido perros en casa y en el jardín hay un comedero lleno de alpiste para que los canarios se acerquen a comer. Pero dedicarme pacientemente a alimentar a una araña peluda y descomunal hasta que le crezcan las 6 patas que le permitan corretear por ahí... como que no. Antes, clarisa.

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