¿Han recibido alguna vez un intento de soborno? A juzgar por lo que se lee en las noticias, da la impresión de que hay un montón de gente portando maletines llenos de dinero (creo que a veces lo llaman comisión) y dispuestos a ofrecerlos al mejor postor. En las novelas ocurre a cada rato. Recuerdo una de mi admirado P. G. Wodehouse ("Un dineral" se llama) que hablaba de sobornos y chantajes como si fueran el pan nuestro de cada día: "Uno se acerca a un ciudadano que pasa por la calle, un perfecto desconocido, con aspecto de indecorosa opulencia, y le susurra al oído: "¿Me permite unas palabras, caballero?", y luego con voz cavernosa añade: "Conozco su secreto", dando como resultado que el ciudadano se estremece, adquiriendo su rostro un bonito color ceniza, y desde ese instante le mantiene durante toda su existencia rodeado de lujos...". Hasta a mi marido una vez, veraneando en nuestros años mozos en un apartamento en Bajamar, se nos presentó un señor en la puerta (no sé ni cómo averiguaron la dirección) cargando una caja de uvas recién cogidas, unos días antes del examen de su hijo (uvas que, convenientemente, fueron rechazadas). Y recuerdo a una madre que le dijo al profe de Matemáticas de mi Instituto: "¿Y esto con dinero no se puede arreglar?".
Y es que hay sobornos gordos y sobornitos. El "asunto del queso" es de estos últimos y es uno de mis preferidos. Le ocurrió a mi amiga Pepi, que fue (ya está jubilada) profesora de lengua y literatura y tenía un alumno, un chico con cara de mataperros y gandul como él solo, que no daba palo al agua. No obstante, siempre antes de un examen, venía con la cara agachada y le decía: " Maestra, que esto... que dice mi madre que le diga que le tiene un queso guardado y ya se lo traerá". Y en los siguientes exámenes, lo mismo: "Que ya vendrá mi madre con el queso que le tiene guardado". De poco valía que ella le dijera que no tenía que traerle nada, él seguía dale que te pego con el queso. Hasta la madre, las pocas veces que fue a una tutoría, le repetía la misma cantinela: "¡Jesús, que se me olvidó el queso que le tengo guardado! La próxima vez será...". Y así hasta que terminó el curso y el chico suspendió como estaba previsto que pasara. Al día siguiente, se plantó delante de Pepi, con el ceño fruncido, y le espetó: "Maestra, que dice mi madre que, si quiere queso, que se lo compre".
Yo no sé ustedes, pero yo ante este queso ideal, prometido, presagiado, imaginado y finalmente desterrado, que se quiten las comisiones de la realeza ocultas en Suiza, los secretos de P. G. Wodehouse, los dineros y la caja de uvas de mi marido.