lunes, 27 de diciembre de 2021

Ahora se llama socializar



A estas edades en que nos olvidamos de casi todo, uno va al neurólogo como quien va a la peluquería.  Y en la última visita nos dijo que hay 3 pautas para mantener la mente activa: hacer ejercicio físico (o sea, el pateo diario), hacer ejercicios mentales (darle caña a las células grises de las que hablaba Poirot) y una tercera que yo no esperaba: socializar, hablar con todo el mundo, intercambiar opiniones hasta con desconocidos, echarte una buena parrafada con amigos delante de un café (o un vermut, o un vinito... la oferta es grande)... Nos llega el eco de las palabras del viejo Aristóteles desde la distancia de 26 siglos: El hombre es social porque tiene el don del habla, ya te lo decía yo...

Y en qué mal momento nos lo dicen, ahora que la tendencia es hablar con el menor número de gente, siguiendo las indicaciones europeas contra la variante ómicron. En Holanda, sin ir más lejos, dos personas hablando en la calle ya son una multitud. Cierran restaurantes, cafeterías, cines, museos, parques de atracciones... Lo que llaman "servicios no esenciales". Pero ¿en qué quedamos? ¿No es esencial socializar? En Amsterdam, si vas a un hotel, tienes que cenar en la habitación. ¿Hay algo más triste?.

Así que tenemos que aprovechar que todavía no han llegado aquí esas medidas, aunque todo se andará (de hecho, creo que cerraron ayer la Playa de Las Teresitas y la de Las Gaviotas). Me lo comentaba el día de Navidad un amigo que siempre lo celebra con nosotros. Él tuvo una vida laboral muy activa, ocupó cargos de responsabilidad y nunca tenía tiempo ni de pararse a tomar un café con los amigos. Es ahora, ya jubilado, cuando ha descubierto el placer de esa conversación distendida hablando de lo que sea. Por eso mismo, le dije yo, me encanta el ritual de mis mañanas: una hora caminando a la orilla del mar con mi amiga y luego, tomarnos un café por allí mismo, al que a veces se unen otros paseantes.

Por eso también me gustan las cenas de los viernes con los amigos, en las que se habla de todo con la confianza de años, 30 más o menos.

Y por eso ahora estos días, me he fijado en las conversaciones ¿De que se ha hablado en las comidas de Nochebuena y Navidad? Pues, mientras comíamos la pata asada o el pavo, se contaron historias de los de antes, que nos enseñaron a disfrutar de estas fiestas, y de los de ahora, que en casa siempre están inventando juegos y concursos; se habló de lo placenteros que son los regalos hechos con cariño; de la crianza de pollos (¡!); de la inexistente vida amorosa de los japoneses; de las películas que vemos una y otra vez cada Navidad (esta vez tampoco me perdí "¡Qué bello es vivir"!).

Los temas que se tratan son importantes (o por lo menos curiosos), pero es más importante el acto mismo de conversar, de hablar y escuchar, igual que hacían los antiguos en los cruces de caminos. De ahí, de pararse a hablar allí, viene la palabra trivial (tres vías), porque no se trata de arreglar el mundo, sino de cosas sin trascendencia que se comentan por el mero gusto de compartirlas con otros seres humanos. Por socializar. Entonces no se llamaba así, pero se intuía lo importante que era para el coco. Ahora los neurólogos lo ratifican. Hagámosles caso. 

lunes, 20 de diciembre de 2021

Los ojalás de diciembre



A diciembre, como si fuera un abeto al que llenamos de bolas, luces y estrellas, se le han ido colgando este año un montón de ojalás, que se repiten en conversaciones, en la tele, en las redes, en los periódicos.

"Ojalá", me dice mi hija cuando le mando la participación del número de lotería de este año  (en la imagen) con una notita donde le pongo: "Tiene pinta de salir", algo que tanto ella como yo sabemos que no va a pasar.

Mi amiga Nievitas, desde Los Llanos en La Palma, me ha ido informando casi cada día de las explosiones, tremores y corrientes de lava del volcán. Pero esta semana manda una foto y señala (ella que siempre ve rostros en la naturaleza) que el perfil de la montaña formada, ya sin ruidos ni fuegos, parece un guanche dormido. Ojalá, le digo, continúe por mucho tiempo este atronador silencio del volcán.

"Ojalá", decimos todos los que esperamos que los índices de la pandemia no sigan subiendo. Nos ponemos a preparar las navidades y tememos una repetición del año pasado. A principio de mes hubo aluvión de reservas para fiestas y ahora, aluvión de cancelaciones. Ojalá no bailemos más este "aluvión de aluviones", como lo llamó Buenafuente en su programa.

¿Y qué pasa con las comidas y cenas familiares? Ya mi hermana, en cuya casa siempre celebramos la Nochebuena, mandó un panfleto de normas para que nadie descarrile: 1. Venir abrigados, hasta con manta esperancera si es preciso, porque las ventanas estarán abiertas de par en par al frío de la noche (covid, no sé, pero catarros moqueantes, seguro). 2. Habrá mascarillas e hidrogel a granel. Que nadie los confunda con adornos: son para usar. 3. Los aperitivos son individuales en un plato para cada uno, no sea que nos pongamos a revolver con dedos o tenedores en los berberechos o el jamón. 4. Nada de besos y abrazos, qué relajo es ese... 5. Nada tampoco de pendoneo los días anteriores con los amigos. En casita encerrados hasta el día de Nochebuena. 6. Papá Noel este año escribió que, con la que está cayendo, ni se le ocurre venir. Pero mandará por correo un saco de chuches para los niños. Los sufridos comensales, después de leerlo todo, rogamos para que ojalá la próxima Navidad no haya panfleto de normas y reine una sana anarquía, como tiene que ser.

La gente del norte este mes han sufrido lluvias y más lluvias, tantas que casi han estado buscando a Noé con el Arca. Al Ebro, al pasar por el Pilar, ni le importa ya despertar a la Virgen, venga a inundar sótanos y salones. Y todos protestan porque quienes atendieron en los cielos las rogativas del verano seco luego siempre se pasan. "Ni tanto ni tampoco", dicen. Y hay unanimidad en pedir que "ojalá vuelva el tiempo de los cielos azules".

Y cada uno va enganchando a diciembre sus ojalás particulares: "Ojalá me mire", "Ojalá me llame", "Ojalá se cure", "Ojalá se calme"... Nadie lo ha dicho tan poético como Silvio: Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan / para que no las puedas convertir en cristal. / Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo. /  Ojalá que la luna pueda salir sin ti...

La palabra "ojalá", nacida en la lengua árabe, significa "si Dios quisiera" y habla de un futuro incierto pero posible. Diciembre va lleno de todos esos ojalás que son el símbolo de la esperanza que nunca abandona a los seres humanos. Podríamos resumirlos en la frase de otra canción, esta vez de una ranchera de Chavela Vargas, y que les deseo esta navidad a todos ustedes: "Ojalá que les vaya bonito".

lunes, 13 de diciembre de 2021

Los retos están sobrevalorados



¡Mira que somos competitivos y retadores! Desde chicos, además. ¿A que no te atreves a saltar ese charco?, nos decían. Y allí íbamos, a mojarnos de pies a cabeza, si hiciera falta. ¡Antes empapados que cobardes! Un tío mío nos contaba que ellos, de adolescentes, se retaban a ir al cementerio del pueblo por la noche. Y que él casi se lo hacía en los pantalones pero que ir, iba, allá entre las tumbas,  temblando con un cigarrillo encendido en la boca para que los compinches lo vieran de lejos y supieran que era él en la oscuridad. Qué miedo, por dios.

Y es que, si nos fijamos, la palabra reto aparece hasta en la sopa. Es como si nuestra vida consistiera en plantearnos retos y cumplirlos: el reto de superar la pandemia, de alcanzar objetivos, de empezar de nuevo tras el volcán, de llegar a. Y no les digo nada ahora con el principio de año, que está ahí mismo, cuando llegue el momento de los propósitos nuevos y tengamos que ponernos los retos a nosotros mismos: que si ordenar armarios, que si leer tantos libros, que si aprender idiomas, que si adelgazar...

A mí los retos que más me tocan de cerca (20 años llevando la Biblioteca del Instituto se notan) son los relacionados con los libros y que ayudan a leer. Hay un montón de fórmulas para conseguirlos. Está el tarro-libro, en que te juramentas a que, cada vez que lees un libro a lo largo del año, pones un euro en un tarro. Al final, sin darte cuenta, has leído y encima tienes un dinerito para comprar más libros. Está el reto de bajar la pila de pendientes, comprometiéndote, por ejemplo, a no comprar libros nuevos si no has leído seis pendientes (este me resulta difícil porque mi pila de pendientes no hace más que crecer). Hay también una red, Goodreads, que es una comunidad de lectores para comentar sobre libros, sobre qué has leído y qué quieres leer, y cómo los valoras y los criticas. En Internet también se plantean Retos de lectura. Por ejemplo, leer en enero un libro cuyo título sea una sola palabra; en febrero, un clásico de la literatura española escrita por una mujer; en marzo, una obra llevada al cine; en abril, un libro publicado el año en que naciste... y así. Y están los Clubs de lectura, que te ponen tareas como leer un libro al mes para comentar después.

A todos estos retos de lectura les veo de positivo lo divertido que es compartir y comentar lecturas comunes. Hasta mis nietos pequeños, que están empezando, me cuentan qué personaje les gusta más, por ejemplo, de "Harry Potter", o cuál fue para ellos la escena más emocionante. Pero para mí es negativo que elijan lecturas por mí (elegir, sopesar, leer la sinopsis, hojear... es un placer añadido a la lectura), que me pongan plazos o tener un horario (renuncié a ellos cuando me jubilé hace 13 años).

Al final resulta, como siempre, que me gusta vivir el ahora, elegir el libro que mejor me venga al estado de ánimo actual, dejarlo si no me atrapa, leer a veces 3 libros a la vez y a veces saborear uno poco a poco, ser un poco caótica, releer. Plantearme retos me quitaría el placer de leer en el instante presente.

Y es que los retos están sobrevalorados. Y si no, mírenme a mí. Con resoecto a los libros, que no me hice ningún propósito a principios de este año ni me puse ningún reto, he leído desde enero 159 libros. Y, sin embargo, perder kilos, que sí me lo planteé, ¡ni uno!. Este próximo enero, cero retos y a vivir. Y a seguir leyendo.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Una memez



Hace poco escribí que a estas alturas de la vida parecería que ya nada puede sorprenderme, pero que en el día a día ocurre todo lo contrario: siempre hay un hueco para la sorpresa. Y esta semana pasada lo comprobé. Leí en la prensa que la Comisión Europea había publicado un dosier de "Directrices para una comunicación inclusiva" que, entre otras cosas, recomienda decir "felices fiestas" y no "feliz Navidad", que dice que puede ser irrespetuoso y herir las sensibilidades de los no cristianos. La cosa me pareció tan asombrosa que, cuando lo comenté con los amigos, algunos dijeron que tenía toda la pinta de ser un bulo. Pero no, esta vez era una noticia verdadera, que había irritado a mucha gente, incluido al Vaticano.

Yo no me irrito porque ustedes saben que tengo un talante conciliador pero sí que me sorprende que alguien pueda sentirse ofendido por que le deseen felicidad, sea la época que sea, año nuevo chino, Janucá  o Navidad, que es la más extendida en Europa.

A mí, que no soy religiosa, me encantan las navidades y celebro todo lo celebrable: Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo, Reyes... y hasta una fiesta familiar para calentar motores el 1 de diciembre, en la que mi hermana y yo con hijos y nietos abrimos turrones, adornamos la casa, intercambiamos un regalito de navidad y, si se tercia, hasta cantamos algún villancico. Y, por lo demás, hago el árbol, el calendario de adviento, y mi nacimiento no puede ser más inclusivo. En él hay 3 figuritas de David el gnomo que vete a saber qué religión tienen, un tocador de quena peruano que seguro que es adorador del dios inca Viracocha, 2 magos canarios,  muy serios y morenos ellos, con pinta de bereberes, el cagonet catalán en su cueva, los 3 magos venidos de países orientales lejanos y pastores de diversas ideologías. Todos van a felicitar al Niño porque, cuando alguien así nace, eso es lo que se hace sin pensar en credos o razas. ¿Qué haríamos entonces con villancicos universales como "Feliz Navidad" o "Navidades blancas"? ¿Se suprimen porque hieren sensibilidades? Y el libro "Cuento de Navidad" de Dickens (que tengo también como calendario de adviento (imagen inicial) y todos los años leo con mis nietos pequeños) ¿lo cambiamos por "Cuento de Fiestas", por si a alguien le parece poco inclusivo?.

Todo esto me recuerda cuando aquí nos cambiaron el nombre de los Carnavales por el de Fiestas de Invierno. Por más que los quisieran disfrazar, la gente siguió hablando de Carnavales como si tal cosa, porque el lenguaje está vivo y va más allá de los eufemismos.

De todas formas, la recomendación de la Comisión Europea no es para indignarse ni preocuparse. Los mismos autores del documento lo han retirado enseguida y han declarado que no lo habían pensado bien. Conocer de dónde venimos, nuestras raíces lingüísticas y religiosas, es conocernos mejor a nosotros mismos. Y si las negamos ante los demás, por muy buenos motivos que aleguemos, es, según mi humilde opinión, aparte de una equivocación, una memez. Con todos los respetos.

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